09 noviembre 2007

Costa Brava


El Expreso Costa Brava era un tren que venía de Madrid y que subía hasta Port Bou en la frontera catalana con Francia. Hacía su recorrido por la noche. Habitualmente el tren iba lleno de magrebíes con chilabas y un montón de equipaje, de soldados que estaban haciendo la mili en África y volvían a la península con sus bolsas y petates y, en general, de gentecilla de medio pelo como yo que ninguno teníamos pinta de tener donde caernos muertos. Era difícil encontrar un sitio, pues todo el mundo se había tumbado para pasar la noche y los acomodados ignoraban totalmente a los que no encontrábamos sitio, pasando totalmente de que tuviéramos billete con derecho a asiento y hasta de que existiéramos. A mí eso no me preocupaba. Busqué un lugar libre junto a una ventanilla, en un pasillo, y allí, a ratos de pie y a ratos sentado sobre mi pequeña maleta de cartón piedra, pasé la noche. Creo que no dormí nada. Llevaba la ventanilla abierta por la que me entraba el aire fresco de la noche y el olor a carbonilla de la máquina. Iba pasando por muchas y muchas estaciones. El Costa Brava paraba en casi todas. No me aparté de la ventanilla en toda la noche. Yo pensaba y pensaba: ¿Cómo me irá?, ¿ganaré dinero?, ¿podré volver orgulloso a mi casa dentro de cuatro meses con un montón de billetes? o, por el contrario, llevarán razón mis tíos y volveré sin un duro como un desgraciado. ¡Qué vergüenza si me pasara esto!, ¿será verdad que son tan putas las tías extranjeras y que como te descuides te dejan sin un duro?, tengo que tener mucho cuidado… Los pensamientos se sucedían veloces, atemorizantes, como el trac-trac trac-trac monótono del tren que cada vez me alejaba más de mi casa. Así transcurrió la noche.
Amaneció en Tarragona. Todavía recuerdo, como en un sueño, la explanada del mar, totalmente calmo aquel día frente a la estación, como una inmensa llanura de cemento grisáceo con esa extraña luz irreal del amanecer brumoso. Tres horas después el Costa Brava se detuvo en mi estación de destino: Blanes. En Blanes tomé un autobús que me dejaría en el Hotel Fanals.
El Hotel estaba entre Blanes y Lloret de Mar, a unos dos kilómetros de éste último. No iba yo muy tranquilo en el autobús porque todo el mundo me miraba de un modo extraño. Claro que, como me habían dicho que aquello era Cataluña, pensé que quizás habían notado que yo no era catalán y les parecía algo curioso. Pero, en efecto, la gente no dejaba de mirarme. El amable chofer me indicó donde estaba el Hotel Fanals y me dejó frente a él. A mí me impresionó el edificio. Tenía un ancho acceso por la parte izquierda que permitía a los vehículos y a las personas acercarse a la entrada principal o acceder al hermoso bar con terraza y piscina que tenía enfrente. Nada más iniciar mi entrada por ese acceso oí unas voces dirigidas a mí pero, como yo sabía a qué iba, continué mi camino. No habían pasado ni cinco segundos cuando vi venírseme encima dos enormes perros. Uno era un bóxer y el otro un pastor alemán. Casi me paralizo del susto. Antes de que me diera cuenta cada uno de los perros me tenía apretado, mordiéndome un pie, contra el suelo. Quedé inmóvil y aterrorizado. Me seguían voceando que me fuera, que aquello era propiedad privada. Yo estaba desconcertado y asustado. De repente salió por la puerta principal un señor mayor y se vino hacia mí.
- Perdone, buenos días... - El hombre me miró y, como si acabara de darse cuenta, añadió - Usted debe ser el Salvador.
- Sí, sí señor...
- ¡Las, Pat!- ordenó inmediatamente con dos voces secas, y los perros se retiraron a su espalda- Perdone, Salvador, pero ya verá usted que por aquí hay mucha gente vagabunda que se mete por todas partes. A usted estos perros no volverán a confundirle.
El hombre tenía más de 60 años y me hablaba en castellano con un fuerte acento catalán. Tenía aspecto de pallés, vestía con modestia pero iba muy limpio, era calvo y fuerte y tenía las manos grandes como el que ha trabajado con ellas toda su vida. No lo parecía pero era el dueño de todo aquello, era el señor Viçens. Educadísimo, siempre me trató de usted durante los cuatro meses de la temporada de verano en que trabajé para él.
- No trabaje usted hoy, Salvador, dedique el día a descansar que no habrá dormido bien.
- Mire usted, señor Viçens, yo he venido aquí a ganar dinero y empiezo a trabajar ahora mismo – dije yo que venía totalmente concienciado.
- Bueno, hombre, como usted quiera, pero, por favor, suba primero a la habitación que le asignarán y lávese un poco. Baje con camisa y corbata y enseguida le haremos un uniforme.
A pesar de su buen trato aquel hombre me miraba también con una cierta extrañeza. ¿Habrá por aquí tan pocos castellanos? Mis prejuicios no me dejaban imaginar otra cosa. Al poco una señora me condujo a una habitación a la que se accedía por un patio que estaba en la parte posterior del edificio. Subiendo unas escaleras que daban a una galería. Allí tenía mi habitación, compartida con otro miembro del personal del hotel, y, anejo a ella, un servicio con ducha para los dos.
Al ir al servicio para lavarme, encontré en el espejo la imagen de alguien que me costó reconocer. Era un chico con el pelo rizado, un trajecillo teñido de negro como si viniera de enterrar a su padre, la cara asustada, y, eso sí, toda ella negra de carbonilla como si se hubiera disfrazado para hacer de rey negro en la cabalgata de su pueblo. Sólo alrededor de los ojos aquello blanqueaba un poco. El humo y la carbonilla del tren habían hecho su efecto a lo largo de la noche.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Pobrecito!
tiznado como negrito cucurumbé de ronda infantil :o(

Soros dijo...

Sí, era un pobrecito el chico del relato. Sin embargo de lo que haya llegado a ser hoy no puede uno fiarse. A veces bajo una mala capa se oculta un buen bebedor. Ya sabes.
Gracias por tus comentarios.

Anónimo dijo...

El Costa Brava nunca, pero nunca, provenía de Algeciras. Su recorrido era Madrid-Port Bou, y punto. Para publicar algo hay que cerciorarse de que lo que se dice es cierto. Lo demás es intentar engañar, o pura ignorancia.

Soros dijo...

En mi caso es pura ignorancia. Pensaba que era así.
Le agradezco su comentario.
Un cordial saludo.

Soros dijo...

Acabo de corregir el artículo de acuerdo con su comentario.
Un saludo y perdone por mi ignorancia.