31 agosto 2010

Patria, justicia y pan

Vive sereno, hijo mío, y sé templado, que la fortaleza de una persona es la serenidad.
Hoy voy a escribir una nota para pedir un aumento de sueldo a mi patrón. Dirás que por qué no se lo digo de palabra. Pues bien, porque no es lo mismo. Primeramente, uno puede pensar bien lo que escribe, medirlo, e, incluso, corregirlo y hasta, en último término, volverse atrás y no entregarlo; mientras que lo que uno dice, aparte de que se te puedan desmandar las palabras como las ovejas de un rebaño, puede ir teñido de ciertos tonos, de los que uno no es dueño, y traslucir cosas que, así, evidencies sin desearlo y que, en cualquier caso, no puedan evitarse ni admitan, una vez dichas, marcha atrás. Por otro lado, quien lee, tiene tiempo de sopesar lo expuesto y, sin dejarse llevar por las emociones de lo inesperado o por los prontos que a los humanos nos acometen ante lo imprevisto, responder con el ánimo templado y el juicio sereno, evitando la precipitación de la inmediatez. Eso sin mencionar el intrínseco halago, que ya es, el que se dirijan a ellos por escrito.
Así pues, presta atención, hijo mío, y aprende, si quieres, sobre la vida y sus sutilezas:

Estimado Sr. Buther Rollé y Gerencia:
El abajo firmante, contable de su empresa desde hace quince años, con el debido respeto y sin ánimo de causar molestias, roces u otros malestares laborales en la misma, expone a su consideración los siguientes extremos:
Que ha venido desempeñando su trabajo, en esta empresa de su digna gerencia, con entrega y satisfacción durante los años citados. Y, por no haber tenido en ningún momento queja de la dirección, piensa que ésta última está, a su vez, satisfecha con su disposición y desempeño.
Que, desde hace ocho años, viene percibiendo los mismos emolumentos, sin haber querido molestar a la empresa con peticiones al respecto, en atención a la viabilidad de la misma, a su sólida implantación en el mercado y a no mermar su competitividad con otras empresas del ramo.
Que en estos últimos ocho años, como conocerán ustedes de primera mano, la vida ha ido subiendo todos y cada uno de ellos sin que, pese al denodado esfuerzo de productores y empresarios, tal proceso haya podido detenerse y, mucho menos, invertirse.
Que mi situación personal y familiar ha variado, al haberme colmado la Providencia en este periodo con la bendición de dos hijos más. De este modo, y pese a la felicidad personal que conlleva una familia numerosa, me encuentro con cinco hijos, mis ancianos suegros y mi esposa, dependiendo únicamente de mi salario. No pretendo, naturalmente, que esta condición familiar, libremente elegida, tenga, ni mucho menos, que ser asumida por la empresa. Sin embargo, llanamente pongo en su conocimiento este extremo para que mi solicitud, sea o no atendida, no sea considerada en ningún caso como una petición caprichosa, venal, o, mucho menos, viciosa.
Que mi salud, aunque progresivamente deteriorada en los últimos años, no ha sido pretexto que me haya facilitado falta alguna al trabajo. Pero, no obstante, no oculto que ésta necesita últimamente de algunos cuidados que gravan mi ajustada economía. Comprendo, pues es de sentido común, que tampoco son mis enfermedades cosa de su responsabilidad, mas les ruego que ponderen, si lo tienen a bien, el bien que pueden hacer, a la par que atienden una petición que entiendo justificada.
Así pues, teniendo en cuenta lo anterior, someto a su consideración un incremento de mi salario que sea, a su recto entender, acorde, no ya con mi situación personal, sino con el sostenido aumento del coste de la vida en estos últimos años.
Quedando a su disposición, les saluda atentamente.
Firmado.- Francisco Sánchez
Postdata.- En el caso de que mi petición, por las razones que fuere, no fuese viable, continuaré desempeñando mis funciones en la empresa con la misma entrega, dedicación y fidelidad que hasta la fecha.

Esto último, hijo, es lo más importante. Porque, sin estas últimas líneas, te puedes jugar el pan. Pues, cuando conviene, hay algunos que consideran, las peticiones, quejas y, las solicitudes, ultimátums; y lo que pides, por justo que sea o a ti te lo parezca, puede ser utilizado como finiquito contra ti, si no sabes pedir con humildad y mesura. Y conviene que sepas, hijo mío, que, los pobres o los que no andamos sobrados, no podemos pedir de otra manera. Que pedir justicia a secas, sin ser poderoso, es una actitud soberbia, altisonante o, como poco, un dislate, cosa de ilusos.

29 agosto 2010

Sin implicación divina

“Miró Dios a la tierra, y he aquí que estaba corrompida, porque todo mortal había corrompido su camino sobre ella.“ (El Diluvio, Antiguo Testamento)

Ya me olía yo que esto del cambio climático venía de antiguo. Al menos Noé fue avisado de la catástrofe. De no haber sido así ninguno estaríamos tan campantes por aquí, como si tal cosa.
Y, a la vista de aquel primer desastre universal vivido, poco me extrañó que el buen Noé se diera a la bebida y que alguno de sus vástagos, ¡ay, inconsciente juventud!, se cachondeara de él, dando muestras, una vez más, de que los humanos no conocemos piedad, ni comprendemos nada, ni tenemos enmienda.
Sin embargo el Señor, en su bondad infinita o quizás dando muestras de una inteligencia refinada, prometió no volver a castigar a los vivientes tan cruelmente como lo había hecho, que, a ese paso, menuda fama se iba a crear. Y, hoy en día, somos capaces, por esa corrupción de todo llamada codicia, vulgo economía, de buscarnos, nosotros solitos, esos castigos indiscriminados que en otros tiempos, para escarmiento general, propiciaba el Divino Hacedor. No tiene ya que molestarse el Supremo. Nuestra ambiciosa acción sobre la tierra tiene su propio e ineludible toma y daca. Y, puesto que el asunto es ajeno al Todopoderoso, éste ni siquiera avisa, ni pone a buen recaudo a sus leales. Bueno, en el supuesto de que le quede alguno, que, en algún lugar remoto, pueda vivir al pairo de corromper activa o pasivamente esta sufrida tierra, convertida en polígono de pruebas para el inexorable desarrollo sostenible, motor de nuestro irrenunciable bienestar. Si es que no se nos puede dejar solos.

22 agosto 2010

El encanto del viaje

Uno de los encantos de viajar, algunos dicen que el único, es encontrarse con lo que no se espera.
Sin embargo, no es fácil sorprenderse de lo que ya nos anuncian en cada ciudad las guías de turismo y sus bonitos planos con itinerarios marcados, con la historia oficial resumida y, diría, que comercializada al efecto, con los monumentos de siempre, con esas listas monótonas de iglesias, plazas, torres, murallas, fortalezas, etc. más o menos restauradas, ubicadas en la línea del tiempo, y con el chivateo invariable de sus estilos y autorías. Sólo tienes que ir tachando los lugares visitados y, tras cada visita, marcarlos en la lista de deberes: ris ras, una cosa hecha. Otra más al macuto del recuerdo, antesala ilusoria del saco del olvido.
Las oficinas de turismo y las agencias son cada vez más eficientes, hay que reconocerlo. Además ya te informan en ellas del turismo de aventura, del gastronómico, del enológico, del alternativo, del naturista, del ecológico, del cicloturismo, de las vías verdes, del senderismo, del rural, de los hoteles con encanto… y de todas las variantes a las que, técnicamente, el turismo ha ido derivando con pecuniaria sutileza y germánica efectividad. Muchas veces la sobreinformación te deja casi sin esperanza, como anonadado, sin aire.
Y no, no es que me queje de que se conserve la cosa histórico-artística, ni de que se restauren los edificios, ni de que se comercialice patrimonio, tipismo e historia, ni de que se promocionen los mil negocios turísticos, ni de que se dé cumplida información al turista. No, no es eso. Cada cual tiene sus necesidades, y todos la de comer. Digo simplemente mi humilde verdad: me suelo aburrir en esas visitas en las que de mucho se informa pero de poco se aprende. Y, no hablemos ya, de cuando las visitas han de ser guiadas y se une al tedio la disciplina de seguir y escuchar al cicerone.
A uno le termina dando la impresión de que más le hubiera valido no salir de casa y ponerse a estudiar manuales de historia con la misma dedicación.
Pero siempre queda alguna escoria perdida, algo que se les pasó o que juzgan sin interés, un resquicio por el que el viajero se escape y dé con algo inesperado. Por eso sigo siendo tan aficionado a la observación de los detalles pequeños y, sobre todo, a los largos recorridos a pie. Poco consigo, pero, mientras lo hago, alimento mi esperanza de viajero y me siento menos determinado y, a veces, hasta me parece que viajar sigue siendo posible. Claro que, seguro seguro, que en todos los sitios me pierdo lo más importante.