27 marzo 2012

Soldadito español


Mi querida y adorada Consuelito:
Espero que al recibo de ésta estés bien, yo bien gracias a Dios.
Sabrás por ésta que, como te dije, hace ya una semana que me entregué en la Caja de Reclutas de la capital. De allí nos llevaron, de balde y en el tren, a un cuartel muy grande que se llama CIR y que no es el nombre de ningún general ni nada de eso, sino que significa Centro de Instrucción de Reclutas.
De momento nos han  cortado el pelo a todos y nos han dado ropa que a nadie le está bien, cosa que arreglamos intercambiándola entre nosotros y así, de paso, hacemos amistades. El cuartel está muy bien y hay una cantina, de pago, para los que no les guste la comida del rancho y tengan posibles.
Hasta ahora nos ha hablado una sola vez el capitán que nos ha dicho que le da igual de donde seamos, que a todos nos medirá por el mismo rasero porque todos somos iguales para él y para el Ejército –futuros soldados de España, ha dicho- pero que tengamos en cuenta que lo único –lo único, ha recalcado- que no tolera de ninguna de las maneras son ateos, rojos y maricones. No sé si lo ha dicho como cosa suya o del Ejército, porque inspira mucho respeto y nadie le ha preguntado. También nos dijo que debemos estar orgullos de hacer el servicio militar porque de aquí saldremos hombres. Así que espero que, para cuando nos veamos, y ojalá que sea pronto, tú me notes algo distinto porque, a lo mejor, esas cosas uno a sí mismo no se las nota.
El otro día vino el teniente páter, al que llaman también capellán, y nos dijo que nuestro modelo de comportamiento, en la milicia y en la vida, debía ser: vivir cada día como si fuera el último. Y, después de pensármelo, me he dado cuenta de que es un consejo muy sabio, porque tarde o temprano terminarás acertando, con lo que la frase te puede servir toda la vida. Y luego, se ve que por si hay guerra, nos dijo también que no temiéramos a la muerte, porque la muerte era como el sueño. Hubo uno que dijo por lo bajo: “sí, pero sin tener que levantarte a mear” y el páter, que le oyó y que, aunque sea cura, es oficial, y aunque sea teniente no está teniente, le arrestó el fin de semana a limpiar las letrinas.
Hasta ahora, de los que nos han hablado, el que me ha parecido una persona más cabal, más en lo suyo, más práctica y realista, naturalmente si entramos en batalla, Dios no lo quiera, ha sido el sargento, porque nos dijo, poniéndose muy serio, que aún más importante que morir por la Patria, que era un deber sublime si llegaba el caso, era mucho más importante hacer que el enemigo muriera por la suya. Se ve que los años que lleva en el Ejército le han enseñado lo suyo.
En fin, Consuelito, no te cuento más cosas porque a lo mejor te canso con esto de la vida militar y porque van a tocar a retreta, que no sé lo que significa, pero que es para que formemos y ver si estamos todos antes de acostarnos. Fíjate si nos cuidan. Hasta ahora no nos hacen rezar por la noche, quitando el primer día que vino uno, de parte del teniente páter, y, al enterarse de que no habíamos rezado, nos levantó a todos de los catres y nos hizo rezar el “Jesusito de mi vida” de rodillas pero, hasta ahora, no ha vuelto a repetirse. Creerán que, después del primer día, ya rezamos cada uno por nuestra cuenta.
También que sepas que, me parece, que con esto de la mili es cuando más se quiere a las novias, porque casi todos los de mi compañía no hacen más que escribirles y decirles que les manden algún paquete y les dicen también lo muchismo que las quieren. Yo, por mi parte, te echo mucho de menos, como tú misma podrás imaginar, y, por las noches, sueño contigo y con esas tardes en que nos íbamos a los ciruelos. Ya sabes.
Se despide de ti, y te quiere con ansias, este tu novio que lo es.

26 marzo 2012

El Juanan


El día que el Juanan terminó la obra me dijo:
-        Sólo tiene un inconveniente: que este material es inflamable.
-        Pero, hombre. ¿Y te das cuenta ahora? No sabías que estabas forrando una cocina.
El Juanan agachó la cabeza. Y, como un crío, dijo:
-        Pero, ¿a que ha quedado bien?
-        Sí. Es cierto. Pero, ¿me estás diciendo que no podremos guisar aquí?
-        Sí, eso.
-        Pero, Juanan, por qué lo has hecho. Y, sobre todo, por qué me lo dices ahora que ya lo has terminado.
-        Es que con el mosaico soy un desastre y, sin embargo, con este material lo bordo.
-        Pero yo quería que la cocina pudiera utilizarse para su menester.
-        Y yo dejártela bonita.
-        ¿Y no sabías que este material era inflamable?
-        La verdad es que me he dado cuenta esta mañana. Y como casi lo tenía terminado… pero, ya has visto, al final te lo he dicho.
A veces uno estrangularía a un semejante. Pero, por extraño que parezca, a lo largo de la vida se llega a comprender que la templanza, cuando se reúnen fuerzas y cuajo para tenerla, evita los males internos que inevitablemente proceden de toda ira. La ira salvaje es un fuego desatado que termina abrasando también al que lo siente, literalmente quemándole las tripas.
Así que respiré profundamente. Miré primero al Juanan, que seguía cabizbajo, y luego a mi mujer que, a su vez, me miraba con unos ojos que parecían la entrada y la salida de una interrogación muda.
No me extrañaba que el Juanan fuera un ser errante, ni que viviera solo, ni que pernoctara en una furgoneta abandonada, ni que apareciera y desapareciera de la ciudad con una cadencia irregular que sólo él conocía, ni que perdiera los trabajos, ni que tuviera un calendario personal que le impedía someterse a los horarios, ni que a la vez fuera tan manso, tan desastroso y tan inofensivo. Tampoco me extrañaba, porque uno termina con los años conociéndose un poco, que yo fuera un gilipollas que se apenara de cualquiera, que quisiera ayudar a quien no sabe ayudarse, que pensara que la simpleza tenía que ver con la destreza en los oficios o que el afecto puede iluminar algunas mentes que permanentemente viven errantes vaya usted a saber dónde.
Aquella tarde, como las últimas, habíamos hecho la cena en el balcón de la terraza. El mantel a cuadros rojos y blancos con dos servilletas iguales abrigaba la mesa redonda sobre la cual estaba el pan blanco, el plato con el pisto humeante, la tortilla de patatas recién hecha, los vasos y los platos de Duralex, la botella de vino y un plato de embutidos.
Fue entonces cuando reparé en que el Juanan, lejos de sentir remordimiento, tenía la mirada baja y miraba la tortilla salivando con la boca cerrada. Pusimos otro plato y le dijimos que se sentara.
-        ¡Vaya pinta que tiene la tortilla! –dijo el Juanan.
El hombre quería ser prudente pero el hambre le hacía comer con esa ligereza que no conoce disimulos. Cuando la calmó un poco, recordé al Rufo. Y en mala hora le pregunté por él.
-        Se murió ayer por la noche.
Los tres nos quedamos callados. Las mandíbulas del Juanan hacían un ruidillo casi sordo como si en la boca tuviera un charquito de saliva. Le llené el vaso de vino.
-        Tenía ya trece años –bebió un trago- y llevaba ya malo una semana. Yo creía que se le pasaría. Pero ayer, cuando me vine a trabajar, me despidió sin moverse apenas, sólo con un abrir y cerrar de ojos.
Rebañó el plato de pisto con un poco de pan. Bebió de nuevo y dijo:
-        Al volver por la noche, desde el jergón en que dormía, me miró pestañeando un par de veces. Luego movió la cola, sólo tris tras. Después cerró los ojos y se murió. Yo creo que me estuvo esperando para despedirse.

24 marzo 2012

Inmolación


Querido amigo, seguro que no esperabas encontrarte conmigo al abrir esta puerta, aunque los de seguridad y protocolo te hayan evitado la total sorpresa. Sí, sé que han pasado muchos años y, sin embargo, uno intuye que hay sentimientos que perduran. Te preguntarás cómo es que me presento en tu despacho tan sorpresivamente. No te asustes. No vengo a pedir nada, como estoy casi seguro que habrás pensado así, al pronto. Serénate pues, de ningún modo, es mi intención violentarte ni ponerte gratuitamente en trances que afectivamente no esperabas.
Se trata de otra cosa. Tú bien conoces mi modo de pensar y sé que estás al tanto de mi evolución en estos años. Pues bien, creo que ha llegado para mí el momento de sentar la cabeza como siempre he oído decir a nuestros mayores que conviene y se espera de un hombre cabal. Como sabes, hace ya tiempo que salté los cuarenta que, dicho sea de paso, es para mí una especie de edad mítica, fronteriza entre la vehemente juventud y la serena pero espléndida madurez, en la que un hombre, como es debido, debe plantearse obligatoriamente su vida con ponderada seriedad.
Hasta ahora, lo diré claramente, he preferido no dilapidar mi juventud, como tantos otros desdichados, dedicando los años más hermosos y alegres de mi vida a enterrarme entre libros, languidecer en bibliotecas y aulas, agostar mi juvenil pujanza entre estériles temarios de oposiciones y, menos aún, realizar trabajos que mantuvieran mi libertad bajo el yugo penoso de horarios, obligaciones, compromisos y otras trabas enojosas que cercenaran las alas briosas de mi feliz albedrío o, lo que hubiera sido aún peor, que derivaran mis fuerzas físicas a labores banales para el oneroso lucro de otros. No, eso jamás. Hubiera sido romper mi integridad y tirar por la borda los ideales que han marcado el rumbo comprometido de mi pensamiento.
Por todo lo anterior, puedo certificarte que no he dilapidado mi juventud sino, bien al contrario, he gozado con la bohemia de las noches sin final, he apurado el cáliz del fogoso amor carnal con cuantas flores de pasión y lujuria se han prestado a ello vocacional o pecuniariamente, me he deleitado con los efímeros placeres de lo prohibido, he paladeado la excitación suicida de los juegos y el prurito de los negocios alegales, que no ilegales, y, para no aburrirte con otros detalles farragosos, te diré que me encuentro en estos momentos doctorado cum laude en la universidad pagana de la vida y, si me apuras, con unos cuantos máster de más en el asunto. En fin que, como ves, de lo que hay que saber, más que estar en la cúspide, la sobrevuelo muy sobradamente.
Sin embargo, ¿sería justo guardar esta acumulación de ciencia sólo para mí? ¿Sería yo, acaso, un hombre de bien si me negara a invertir tan prolija experiencia en el progreso de mis semejantes? ¿Podría llamárseme patriota si no estuviera dispuesto a poner cuanto poseo y sé al servicio de mis conciudadanos?
Mi vida ha sido una especialización complementaria a todo lo que se adquiere con el trabajo, la investigación, la lectura y el estudio. No entregarme a los demás sería, además de una frivolidad y un despilfarro, un acto de soberbia y una injusticia que mis semejantes no merecen. Tal desapego sería algo que no podría perdonarme, ni mi país entendería y, si me apuras, algo que ni la historia podría juzgar sin censurarme.
En suma, amigo, ha llegado el momento de entregarme a la política. Heme aquí. Sé que es una decisión grave la que he tomado, sé que voy a tener que renunciar a mí mismo. Pero mi decisión, si bien cargada de meditada y grave responsabilidad, me hace feliz, pues nada, sino darnos con sencillez y sin reservas, nos puede hacer más dignos de llamarnos hombres.
Así pues, querido presidente, no vengo a pedirte, sino a darme. No vengo a reclamar, sino a entregarme. No vengo a demandar, sino a ofrecerme. No a exigir, sino a inmolarme. Porque ahora, por primera y definitiva vez en mi vida, he vislumbrado mi destino trascendente y sé que ha llegado mi momento. Por ello, con paso firme y ausencia de cualquier vacilación en mi talante, me avengo gozoso al holocausto: La política me pide altar.