A menudo me fijo en la cantidad de gente que tiene animales en sus pisos. Es un fenómeno relativamente nuevo.
Vivo en un bloque. Un bloque de aquéllos que se llamaban de protección oficial. Con esto quiero decir que no somos gente de dinero ni especialmente predispuesta a esnobismos, quienes habitamos estos pisos, sino gente del montón.
Cuando los vecinos comenzamos a vivir aquí, hace unos treinta años, no sabía de nadie que tuviera animales en casa. Hoy casi todos tienen perro. Supongo que también tendrán otros animales, pero son los perros, por su abundancia, los que más me llaman la atención.
Es un fenómeno general y chocante. Bueno, al menos para mí. Lo es porque mis recuerdos infantiles no incluyen la permanencia de animales en las casas. Aquellos perros, de entonces, ayudaban en el careo del ganado, guardaban propiedades o a otros animales, eran compañeros en la caza, buscaban trufas o servían para otros menesteres e, incluso, había quien tenía perros polivalentes, que igual hacían a una cosa que a otra.
- ¿Vas al campo?, pues llévate al perro.
- Pero, ¿para qué?, si voy de paseo.
- Déjate. Es otra defensa.
Recuerdo haber escuchado comentarios como éste por entonces. Hoy me digo que, tal vez, conviví con la última generación que vivía en el campo y del campo. Seguramente estas personas tenían otro concepto de la vida y de su entorno, heredado de generaciones anteriores que no conocieron grandes transformaciones de su medio durante siglos.
Por otro lado, aquellos animales vivían en corrales o en dependencias anejas a los hogares, pero rarísimamente en ellos, y disfrutaban de libertad por las calles de pueblos y ciudades. Se les alimentaba con las sobras de casa y, si acaso, se les vacunaba y poco más.
Y digo que es chocante el fenómeno, porque es gente de mi edad y, por tanto, educada en aquellos principios, la que ahora mete a los perros en sus pisos. Y no se trata de excepciones, sino que son mayoría los vecinos que lo hacen. ¿Cómo hemos llegado a este cambio de mentalidad?
Hay quien dice que cada día somos más humanos, que tenemos otra sensibilidad; otros opinan que somos más educados; muchos aseguran que hoy hay más cultura; algunos, más desconfiados, que somos víctimas de una moda más, propiciada por los fabricantes de piensos animales; hay quienes dicen que lo hacen por los niños; no faltan quienes, ociosos, buscan así una ocupación; también hay quienes tienen compasión hacia animales heridos o abandonados… Y, en general, es como si buscásemos una justificación para un hecho que nunca vimos. Y no soy yo quien para quitar la razón a nadie, que cada cual tiene la suya.
Sí que me llama la atención el que no tengamos palabra propia para designar a estos animales. Quiero decir, en esta nueva situación. Esto quizás sea explicable por lo relativamente reciente del fenómeno.
Algunos pueden decir que sí la hay: mascotas. Pero la palabra mascota es una castellanización de la palabra francesa “mascotte”que significa animal talismán o que trae buena suerte y, por generalización, animal de compañía. Bueno, puede valer. Aunque lo de animal de compañía me suene un poco forzado. Cosas mías. Pero, ¿por qué necesitamos ahora animales de compañía?
Los ingleses, que al fin y al cabo inventaron la revolución industrial que se llevó por delante aquella civilización asentada en la tierra, tienen una palabra para designar a estos animales. La palabra es “pet”, que se traduce por mascota o animal de compañía.
Pero, originalmente, “pet” significa animal domesticado que se mantiene y cuida en casa y que proporciona compañía y placer. Por otro lado, el verbo inglés “pet”, significa tocar cariñosamente, acariciar; y así, “petting”, designa esas actitudes cariñosas entre parejas que se acarician y besan sin fin. Actitud que se ve frecuentemente entre adolescentes en los bancos de los parques.
Quizás haya cambiado tanto nuestro mundo que ya las personas seamos incapaces de darnos compañía y placer. A cambio gozamos de muchos bienes que antes desconocíamos o teníamos por inalcanzables. Y, las personas, en nuestro afán de ser felices, puede que hayamos invertido el papel de los animales y su función haya pasado de la utilidad al placer. Un gran espacio, abandonado o descuidado por las personas, lo llenan ahora los animales. No sé si esto es un avance pero, en cualquier caso, menos da una piedra.
Vivo en un bloque. Un bloque de aquéllos que se llamaban de protección oficial. Con esto quiero decir que no somos gente de dinero ni especialmente predispuesta a esnobismos, quienes habitamos estos pisos, sino gente del montón.
Cuando los vecinos comenzamos a vivir aquí, hace unos treinta años, no sabía de nadie que tuviera animales en casa. Hoy casi todos tienen perro. Supongo que también tendrán otros animales, pero son los perros, por su abundancia, los que más me llaman la atención.
Es un fenómeno general y chocante. Bueno, al menos para mí. Lo es porque mis recuerdos infantiles no incluyen la permanencia de animales en las casas. Aquellos perros, de entonces, ayudaban en el careo del ganado, guardaban propiedades o a otros animales, eran compañeros en la caza, buscaban trufas o servían para otros menesteres e, incluso, había quien tenía perros polivalentes, que igual hacían a una cosa que a otra.
- ¿Vas al campo?, pues llévate al perro.
- Pero, ¿para qué?, si voy de paseo.
- Déjate. Es otra defensa.
Recuerdo haber escuchado comentarios como éste por entonces. Hoy me digo que, tal vez, conviví con la última generación que vivía en el campo y del campo. Seguramente estas personas tenían otro concepto de la vida y de su entorno, heredado de generaciones anteriores que no conocieron grandes transformaciones de su medio durante siglos.
Por otro lado, aquellos animales vivían en corrales o en dependencias anejas a los hogares, pero rarísimamente en ellos, y disfrutaban de libertad por las calles de pueblos y ciudades. Se les alimentaba con las sobras de casa y, si acaso, se les vacunaba y poco más.
Y digo que es chocante el fenómeno, porque es gente de mi edad y, por tanto, educada en aquellos principios, la que ahora mete a los perros en sus pisos. Y no se trata de excepciones, sino que son mayoría los vecinos que lo hacen. ¿Cómo hemos llegado a este cambio de mentalidad?
Hay quien dice que cada día somos más humanos, que tenemos otra sensibilidad; otros opinan que somos más educados; muchos aseguran que hoy hay más cultura; algunos, más desconfiados, que somos víctimas de una moda más, propiciada por los fabricantes de piensos animales; hay quienes dicen que lo hacen por los niños; no faltan quienes, ociosos, buscan así una ocupación; también hay quienes tienen compasión hacia animales heridos o abandonados… Y, en general, es como si buscásemos una justificación para un hecho que nunca vimos. Y no soy yo quien para quitar la razón a nadie, que cada cual tiene la suya.
Sí que me llama la atención el que no tengamos palabra propia para designar a estos animales. Quiero decir, en esta nueva situación. Esto quizás sea explicable por lo relativamente reciente del fenómeno.
Algunos pueden decir que sí la hay: mascotas. Pero la palabra mascota es una castellanización de la palabra francesa “mascotte”que significa animal talismán o que trae buena suerte y, por generalización, animal de compañía. Bueno, puede valer. Aunque lo de animal de compañía me suene un poco forzado. Cosas mías. Pero, ¿por qué necesitamos ahora animales de compañía?
Los ingleses, que al fin y al cabo inventaron la revolución industrial que se llevó por delante aquella civilización asentada en la tierra, tienen una palabra para designar a estos animales. La palabra es “pet”, que se traduce por mascota o animal de compañía.
Pero, originalmente, “pet” significa animal domesticado que se mantiene y cuida en casa y que proporciona compañía y placer. Por otro lado, el verbo inglés “pet”, significa tocar cariñosamente, acariciar; y así, “petting”, designa esas actitudes cariñosas entre parejas que se acarician y besan sin fin. Actitud que se ve frecuentemente entre adolescentes en los bancos de los parques.
Quizás haya cambiado tanto nuestro mundo que ya las personas seamos incapaces de darnos compañía y placer. A cambio gozamos de muchos bienes que antes desconocíamos o teníamos por inalcanzables. Y, las personas, en nuestro afán de ser felices, puede que hayamos invertido el papel de los animales y su función haya pasado de la utilidad al placer. Un gran espacio, abandonado o descuidado por las personas, lo llenan ahora los animales. No sé si esto es un avance pero, en cualquier caso, menos da una piedra.