31 octubre 2007

El olfato

Era la clase de religión, católica, por supuesto. Los chicos sabíamos que era una maría, o sea, que había que estudiarla pero que la aprobaba todo el mundo. Lo más tedioso era el catecismo pues, según don Tomás el cura que nos daba la materia, debía de aprenderse al pie de la letra sin que a las respuestas se les mermara en una sola palabra ni se les cambiara de lugar una sola coma. Un tostón que a los doce años soportábamos con estoicismo porque no nos planteábamos la posibilidad siquiera de no hacerlo, la obediencia era algo innato en nosotros, nos la habían trabajado bien desde casi la cuna.

Don Tomás era un castigo de cura. Nos ponía en círculo a todos y nos iba preguntando. Sus preguntas, a la menor duda o inexactitud, eran preguntas falladas y los que erraban iban quedándose al final del círculo para su vergüenza. Era una gran tensión a la que este hombre nos sometía. Era, además de exigente, un poco violento y, a la mínima sombra de risas o bromas, el o los interesados podían recibir un buen bofetón. Los bofetones de don Tomás no tenían escape pues, mientras con la mano izquierda te sujetaba la mejilla derecha, con la derecha te pegaba tal tortazo que tu cara quedaba roja y marcada para el resto del día. Eran tan contundentes sus tortazos que dolían aún más que la humillación. Un día se rompió la pierna y, como no podía venir a clase, nos pusimos tan contentos, ¡qué relax! Poco duró, sin embargo, nuestra alegría pues nos hizo ir a dar la clase a su habitación durante el tiempo que tuvo la pierna escayolada. Allí, aparte de la tensa clase, tuvimos que soportar su pésimo humor por estar inmovilizado. Un tormento y una tensión acrecentados.


Pasados unos meses don Tomás se curó y volvió a venir a la clase. Aquel día tocaba el pecado y lo que era pecar. Uno de los chicos, el Chema, era el típico despistado que siempre metía la pata cuando las cosas se ponían mal y que nunca estaba en lo que estaba, así que le solían caer castigos a diario y también bofetadas, pues entonces la letra, como ya se ha dicho, todavía entraba con sangre y, lo que es más, no se había inventado el “child abuse” ni siquiera había nociones de su existencia como futurible.
Pues bien, volviendo al tema, el alumno interrogado acababa de decir que se pecaba con los sentidos. Todos estábamos concentrados en la mirada de don Tomás y en cuál iba a ser su próxima pregunta y a quién, cuando el Chema, como si se hubiera caído de un guindo, soltó la pregunta, lo juro, con toda la inocencia y candidez pánfila de sus 12 años:
- Don Tomás, ¿cómo se puede pecar con el olfato?
Todos quedamos sorprendidos, ¡leñe, a ninguno se nos había ocurrido! ¡Anda con el Chema que parecía que estaba en la inopia! ¡Vaya pregunta más interesante! A ver que contestaba don Tomás. Por una vez la clase de religión había despertado nuestra curiosidad.
Don Tomás por su parte, ajeno totalmente a nuestro interés, enrojeció como si acabara de meterse al cuerpo una botella de anís, se levantó con gesto iracundo y ojos desorbitados, las venas del cuello se le habían engrosado, pareció titubear un instante, pero inmediatamente se lanzó sobre el Chema que lo vio venir como cuando a uno se le echa encima un morlaco. Don Tomás, estaba como enloquecido, molió al Chema a bofetadas, patadas y puñetazos sin reparar donde daba ni con la fuerza que lo hacía, el chico cayó al suelo echando sangre por la nariz, pero ni eso frenó al cura que, llevado por el salvajismo que se le había desatado por dentro, arrastró al chico fuera de la clase y lo expulsó a su casa sin fecha de vuelta, en medio de grandes gritos y más tortas y patadas. Vimos por las ventanas cruzar el patio al Chema como un perro apaleado, se iba limpiando la sangre y las lágrimas camino de la puerta del colegio.
El silencio en el aula se hizo masticable. El cura, sumamente congestionado y alterado, se sentó en su mesa durante un buen cuarto de hora sin decir palabra. Nosotros, sin atrevernos a levantar cabeza, aterrorizados como estábamos, mirábamos el catecismo como si se nos pudiera caer al suelo algún dogma de fe o cosa tal que nos pudiera hacer objeto de la ira salvaje de don Tomás. Al cabo del cuarto de hora el cura se levantó desafiante y dijo:
- Espero que os hayáis enterado de cómo se peca con el olfato. Ya lo habéis visto: Metiendo las narices donde a uno no le importa. La clase ha terminado.

30 octubre 2007

La isla


Existe una sensación extraña, de soledad, o mejor dicho, de incapacidad para comunicarse que, al fin y al cabo, debe de ser otra variante de la soledad o, si se prefiere, del aislamiento. A lo mejor, en el fondo, esto es un sentimiento muy común y por eso hay quien escribe en los blogs y en otros muchos sitios.
Creo que no envejecemos por dentro y por fuera no nos contemplamos mas que fugazmente en el espejo que, por mostrar nuestra imagen a diario, no nos da la dimensión de su envejecimiento, hace que nos acostumbremos al cambio imperceptible de cada día y, claro, nos engaña. Así que tenemos una imagen propia un poco intemporal y distorsionada.
Resulta que piensas que te puedes entender, por ejemplo en el trabajo, con un compañero que tiene 20 años menos que tú y te engañas del todo, es muy difícil. Desgraciadamente no es posible en la mayor parte de los casos y, no es que estén en contra de lo que digas, es que te miran y les conoces en la mirada el pensamiento: Pero éste, ¿qué dice? No entienden de qué hablas. Los más educados te siguen la corriente con cortesía, deseando que te vayas y les dejes en paz; los menos te esquivan sin disimulo. Simplemente no suelen esperarse lo que dices ni saben muy bien a cuento de qué lo dices. Empiezas a tener ganas de decir eso de la experiencia, pero te recuerdas a ti mismo oyendo a tus viejos y pasando de ellos, y se te quitan las ganas.
Por otro lado están los de tu edad y con ellos se da otra paradoja. Ellos sí que han tenido las mismas vivencias y, casi todos, por el tiempo trascurrido y la inevitable sucesión en los sitios, en los cargos… son ahora directivos de más o menos rango. Han sabido en general adaptarse a la vida bastante mejor que tú, quizás porque la inteligencia efectiva es eso, capacidad de adaptación. Sistemáticamente te eluden también. Ellos saben muy bien a qué te refieres cuando hablas, pero no les interesa oírlo. Y no es que seas especialmente crítico, ni conflictivo, ni que te guste cebarte en las contradicciones que todos llevamos dentro, es simplemente la posibilidad de que puedas hacerlo lo que les aleja de ti. Les da vergüenza que les oigas hablar dirigiéndose a la gente joven y procuran que no estés cuando lo hacen. Casi todos han terminado junto a lo factible, a lo rentable, a lo establecido, a lo viable, a lo regulado… y no desean verse con nadie que les pueda preguntar, aunque no lo haga, cosas que no desean responder ni volverse a plantear. Es como si se hubieran decepcionado a sí mismos de algún modo y, aunque ellos lo sepan y lo tengan asumido, no desean ni que se les evidencie ni que otros lleguen a notarlo. Así que tampoco existes para ellos. Por eso con los años termina uno cada vez hablando menos y menos aún en público. Los jóvenes piensan de otro modo y los que piensan como tú hacen que piensan como los jóvenes, pues para eso tienen el oficio de ser sus líderes. La economía es sólo una. Hay un solo camino. Uno.
Ahí sigues tú, en tu isla mental. Sigues en el puesto de trabajo, pero tu pensamiento está ya jubilado. ¿Cuánto tiempo hace?

28 octubre 2007

Altares y cunetas

“Todos los muertos de esa guerra exigen el mismo respeto. Todos. Pero la iglesia se debe a estos mártires. Porque no son mártires de Franco, sino de la iglesia.”
Monseñor Vicente Cárcel Ortí.

La Iglesia Católica beatifica hoy en Roma a 498 mártires de la guerra civil española. Contrasta la frase de Monseñor Vicente Cárcel con lo que durante más de sesenta años he visto en las fachadas de las iglesias de España, un listado de personas con la inscripción de “Caídos por Dios y por la Patria”, muchas veces con los escudos de la Falange y con otros símbolos franquistas. Pero, si como dice Monseñor, esos no fueron mártires de Franco sino de la Iglesia Católica, alegrémonos con él de que la iglesia a la que pertenecían les honre en paz, por cierto, precisamente ahora y tras tantos años de duda para decidirse a ello. Pero no es extraño, los procesos de la Iglesia Católica suelen ser lentos. También es cierto que todas esas personas a las que la Iglesia Católica llama mártires de la guerra civil, fueron siempre conocidos, ubicados en sus tumbas y honrados, desde su muerte, por los que pensaban que así debía de hacerse.
Sin embargo a muchos otros españoles con creencias de otro tipo nos gustaría que se rehabilitase, de igual modo, la memoria de muchas otras personas que también en esa guerra civil murieron por ser testigos y defensores de su propio concepto de la existencia, de la libertad y de la legalidad, por tanto, también mártires de su propio credo. Todos ellos murieron también en circunstancias trágicas, de quebrantamiento flagrante de la paz y de los derechos humanos. Quizás no pueda saberse nunca su número exacto y mucho menos los nombres de todos. No queremos para ellos grandes honores, equiparables a ponerles en el camino de los altares, nos basta con que les saquen de las cunetas y les devuelvan su identidad y su historia. ¿Será mucho pedir?

27 octubre 2007

Distribución y libertad


-Papá, papá, ¿viviremos en el año 2000?
-Pues claro que sí. Todos vosotros conoceréis el año 2000. Yo seguro que no.
Padre tuvo siempre una salud muy frágil. Es más, es dudoso que la llegara a tener pues lo perenne en él fue la enfermedad. De hecho ninguno de sus hijos le conocimos sano. Sin embargo, era un buen contador de historias y una persona, quitando sus muchos momentos de dolor, alegre. Algunas de sus historias, supongo yo, estaban mezcladas con algo de fabulación pero, ¿no ha de ponérsele algo propio a cada relato? Yo opino que sí, que lo contrario sería dejar de enriquecer las historias con una visión personal de los casos y eso, a la larga, si bien mantendría la versión original, haría que ésta fuera perdiendo interés con el paso del tiempo. Y, ya se sabe, lo que carece de interés no interesa y se pierde ¿O es que uno ha vivido para nada? ¿No tiene uno su derecho a aportar un granito de arena propio? ¡Hombre, por favor…!
- Diga usted que sí, que la vida es multiforme, variopinta y enriquecedora, así como rica en matices y perfiles.
- Bueno, bueno, no quería yo decir tanto, pero el caso es que un hombre no se cría debajo de un tomillo y, quien más quien menos, tiene algo que decir.
Pues bien, padre era, además de historiador, partidario de la distribución equitativa de la riqueza. Quería que a sus hijos eso les quedara muy claro, casi como un legado para el futuro. Por eso un primero de mes que había cobrado, cuando llegó a casa y aprovechando que mi madre se encontraba ocupada en la cocina, nos reunió a los cinco niños en torno a la gran mesa redonda del comedor. Adoptó el tono solemne de cuando contaba historias y todos supimos que estábamos a punto de asistir a una nueva revelación, a un nuevo enfoque de la evolución y el devenir familiar. Le escuchamos expectantes que había decidido, tras meditarlo concienzudamente, que, en lugar de darle a mi madre la paga para que hiciese la comida, ese mes nos la iba a repartir a partes iguales para que cada uno pudiese comer lo que quisiera. Porque, se cargó de razón, a ver: ¿Qué fundamento había para tener que comer cocido o lentejas o potage cuando a uno lo que realmente le gustaba eran los pasteles y la tarta y los merengues? ¿Es que no había libertad, es que no podíamos decidir cada uno, es que los humildes, los débiles y los niños no podíamos aspirar a ese sagrado derecho? La decisión solemne de mi padre, tomada totalmente en serio, fue recibida con una aclamación. Él, inmediatamente y para que viéramos que no se trataba de ningún esbozo teórico ni de ningún futurible, nos repartió equitativamente los billetes de su paga. El dinero contante y sonante cayó en nuestras manos. Mientras tanto mi madre, alertada por el alborozo general, se precipitó desde la cocina a ver qué era lo que ocurría.
-Pero Vicente tú no estás en tu sano juicio, tú no tienes conocimiento.
-¡Bien papá! ¡Bien!
-Salva, trae ese dinero ahora mismo, y vosotras igual.
-No queremos, es nuestro. Papá lo ha dicho, ¿a que sí, papá?
Aquel reparto, tan innovador como justo, de las rentas del trabajo familiar fue abolido de inmediato. La aparición de mi madre me recordó, cuando más tarde lo estudié, la irrupción del General Pavía en el Congreso al mando de un destacamento de la Guardia Civil, caballos incluidos. El hecho dejó además un conjunto de represaliados que, habiendo visto fugazmente el resplandor de la justicia distributiva, lloraban a moco tendido por los sopapos con los que su madre animó la confiscación inmediata de los bienes comunales apenas recibidos. Quedó claro, de ese día en adelante, quién representaba en aquella casa a las fuerzas progresistas y de futuro y quién al conservadurismo más retrógrado y cavernario. Pura historia de España, oye.

26 octubre 2007

Josito

Josito a los siete años le robó a su tío Manolo 300 pesetas, un buen pellizco en los años 50, y con todo el aplomo y la tranquilidad que da la falta de conocimiento se fue a la juguetería de San Bernardino. Allí, tras probarse unos cuantos modelos, se equipó con un traje de cawboy enterito y un cinturón de pistolero con un par de revólveres tipo colt 45. Después, como vio que aún le sobraba dinero, le compró también una muñeca, la mejor que había, a su novia porque, ya puestos, era cuestión de quedar bien.
- ¿Cómo iba a tener novia a los 7 años?
- Pues la tenía.
Ni que decir tiene que, una vez descubierto por las muchas pistas que dejó, y sin que le valiera la negación reiterada de su fechoría, hubo de devolver todo aquel armamento adquirido irregularmente, a excepción de la muñeca que ya le había regalado a su novia, y pedirle perdón a su tío Manolo tras devolverle la parte de la 300 pesetas que fue capaz de recuperar, después de los pescozones que le dio su padre. Éste aceptó sus disculpas sin mucha fe ni en ellas ni en el arrepentimiento del sobrino y consideró que la muñeca, ya regalada a la damita, quedaba a fondo perdido. No era propio de un caballero el pedirle a una dama que le devolviera un regalo, así que al menos este buen principio pensó Manolo que sería una enseñanza que su sobrino recordaría como la parte buena de la historia. Le evitó así el trago de pedirle a la niña que le devolviese la muñeca producto de su precoz delincuencia familiar. También y después de aclaradas todas estas cosas le sobrevino a Josito un buen castigo con la esperanza de que le sirviera de escarmiento.
Por aquel entonces, un año después de estos hechos, la abuela de Josito que prácticamente se había quedado ciega por las cataratas hubo de ser operada en Barcelona, en una conocida clínica de oftalmólogos muy famosos por la época. Cuando la abuela regresó a su casa fue informada de que todos sus nietos, que eran más de veinte, habían rezado mucho por ella. La abuela, cariñosa como todas pero además mujer de posibles, le dio a cada nieto un duro, una tarde que todos se reunieron en la casa familiar, una casa muy grande que tenía hasta capilla. Todos los nietos y nietas se pusieron muy contentos pues el regalo era muy bueno y, los pequeños se fueron a la escalera de la cochera, lugar poco concurrido por los adultos, para pensar lo que harían cada uno con su duro. Josito era como el mayor de los pequeños, una especie de mal ejemplo a la vez temido y admirado. Josito estuvo escuchando y cuando le pareció conveniente, y como el que no alberga ninguna intención buena ni mala, comenzó a contar a sus primos lo siguiente:
- ¿Vosotros sabéis donde está la plazoleta de San Gil?
Algunos habían ido a la plazoleta alguna vez con sus padres, pero jamás solos, y sabían que había media docena de puestos de chucherías, pequeños juguetes, tebeos y novelas, así que pronto se ubicaron mentalmente la mayoría de los niños en el sitio de la plazoleta.
- ¿A ti te dejan ir solo a San Gil?
- No, pero yo me escapo cuando quiero- dijo Josito con total seguridad.
- Bueno, ¿y qué?
- Pues que si vierais las cosas que allí venden no os lo creeríais.
- ¿Qué venden? A ver.
- Pues para empezar unas chocolatinas así de gordas…
- Sí pero la abuela ya nos da aquí, en su casa.
- Pero también hay unos petardos con mecha que meten un ruido del demonio y que pueden hasta reventar un bote de conserva.
- Ya pero no nos dejan jugar con eso… si nos pescan se nos lía.
- Bueno, pues ya lo que no os podéis ni imaginar es otra cosa que venden…
- ¿El qué?
- Son unas caretas, pero no unas caretas cualquiera. Son unas caretas de monstruos que en la oscuridad se ven verdes o rojas o amarillas… y mientras no se te ve el cuerpo se ven sólo las caretas y además, por los ojos, les sale una luz azul o verde o roja…
- Eso sí que nos gustaría, pero no nos dejan ir… así que…
- Bah, tontos, eso no es problema, yo puedo ir y traer todas las que me encarguéis.
- ¿De verdad, Josito?
- Pues claro, hombre. Yo mañana me escapo y os traigo una careta a cada uno. Lo único es que me tenéis que dar el dinero.
- Y, ¿cuánto vale cada careta?
- Pues, justamente, vale un duro cada una.
Todos sus primos y primas pequeños le dieron a Josito el duro apenas recibido media hora antes. Hoy es el día en que se encuentran esperando aún la llegada de sus caretas luminosas. Todos soñaron esa noche con ellas, pero a Josito tardarían bastantes días en verle.
- ¿Dónde están las caretas, Josito?
- Chicos, salí corriendo y tanto corrí para llegar cuanto antes a San Gil que se debieron salir todas las monedas de los bolsillos y perdí el dinero. ¡Qué mala suerte! Y además las caretas ya se han acabado – dijo Josito como para consolarles.

El tiempo fue pasando. Josito tenía un hermano dos años mayor que él y, por esas compensaciones que a veces la vida da a los padres, era su hermano el anverso de la medalla. Estudioso, formal, obediente… nada que ver con Josito. El padre de Josito un buen día apareció con un espléndido reloj de pulsera para él, para su hermano mayor. Josito esperaba que hubiera un segundo reloj destinado a su muñeca y cuando su padre se dio la vuelta y se marchó sin siquiera dirigirle la mirada tuvo por dentro un chispazo de odio sordo, como si algo se le hubiera roto. Quizás el desprecio de su padre fue demasiado para Josito que, en realidad, seguía siendo un niño de 12 años. En cuanto su hermano se despistó y dejó su reloj en la mesilla de noche, Josito lo tomó con habilidad y rapidez y salió a la calle antes que su hermano se percatara. Como en la calle había obras se sentó en un bordillo y machacó concienzudamente con la ayuda de un adoquín el reloj de su hermano. Luego se lo dejó tal como quedó en la mesilla de noche de donde se lo había cogido. Le supuso la hazaña una semana encerrado en una leñera a pan y agua. Sólo una vieja criada que se apiadaba de él le metía por debajo de la puerta algún filete empanado envuelto en papel de estraza sin que su padre se enterara.

Empezada su adolescencia Josito se convirtió en un torbellino. No había quien le dominara. Dejó de estudiar, se puso a trabajar en un taller mecánico, se aficionó a las motos y a la cerveza y a las putas y… casi no dejó cosa, más o menos rayana en el delito, sin tocar.
- En casa “La Chata” me quieren como a un hijo, igual que a un hijo. No salgo de allí. Hay semanas que no falto un día, ni los domingos y eso que son para descansar.
- Ponme un metro de cañas que no tengo prisa.
- Esta moto no pasa de los 90… en segunda, claro.
Expresiones de este tipo formaban parte de su vocabulario fanfarrón y zafio. Finalmente se echó novia y, erróneamente claro, todos pensaron: Bueno, por fin, sentará la cabeza. Las esperanzas de ello se acrecentaron cuando al final y tras unos cuantos años se casó con ella. Sin embargo, al acabar el banquete nupcial y mientras la novia esperaba que la sacara a bailar ese vals que ponían cuando entonces, él esquivó a la chica y acercándose a la barra del local, al mismo tiempo que se quitaba el clavel blanco de la solapa y lo tiraba con desdén al suelo, le dijo al camarero:
- ¡Chaval, ponme un gin-tonic!
La última vez que le vi iba por la cuarta mujer, eso sí, teniendo un hijo o hija con cada una excepto con una que tuvo dos y que lógicamente criaban ellas, pues, como le enseñó su tío Manolo, a las mujeres cuando se les regalaba algo no era de caballeros reclamárselo.

25 octubre 2007

La Venta Celta


En la Venta Celta se come prácticamente a cualquier hora. Ciclistas, gente del refugio, excursionistas, paisanos del pueblo, turistas de paso, pero principalmente peregrinos a pie del Camino de Santiago, mantienen casi siempre animado el local. Los embutidos de la zona, la empanada, el pote gallego, las tortillas de patata hechas con huevos de las gallinas de casa, las ensaladas, el estupendo bacalao que Irene, el ama, sabe hacer, el cálido tinto Mencía de cosecha propia, pero, sobre todo, la amabilidad, la familiaridad y el buen trato, hacen de la Venta Celta el local, a mi juicio, con más ambiente de O Cebreiro.
En O Cebreiro la tarde está lluviosa, como lo estuvo la mañana. Así que muchos peregrinos andan refugiados por los bares. Este pequeño pueblo es tomado diariamente por los peregrinos en un ritual ya viejo y repetido que sospecho monótono para sus moradores. En la Venta Celta hay hoy dos alemanes de cierta edad que beben, junto a otros peregrinos, copas de coñá, perdón de brandy. Parece que el producto es internacionalmente aceptado por unanimidad, pues los peregrinos que contrastan una y otra vez su calidad son mayormente extranjeros o, mejor dicho, de nuestra multinacional Europa. Nunca se me había ocurrido esto, que Europa sea una empresa multinacional y, en puridad, lo es. Al menos hasta ahora no pasa de ser eso, empresa y poco más.
Recalan también en la Venta Celta dos guapas muchachas holandesas. Las dos mujeres se ven amablemente asediadas por peregrinos donjuanes que, con 20, 30 ó 40 años más que ellas, les agasajan con cuantas atenciones, carantoñas y gracias se les ocurren. Talmente como si fueran de la familia de toda la vida. La inspiración de los licores es fuente inagotable de galanterías para los peregrinos y éstos las prodigan sin recato en las lenguas más divulgadas de nuestra comunidad europea. Últimamente las huestes de peregrinos están repletas de hombres solos, los prejubilados y jubilados de media Europa. Así que a las holandesas no les faltan atenciones, o molestias e incordios, que dirían otras. Cierto, a ellas podrían molestarles estas cosas, de hecho conozco muchas mujeres que no aguantarían tanta injerencia, pero el caso es que a estas dos les gusta. El común de mujeres, al igual que el de hombres, pasamos por ser iguales pero no es así.
- A mí me lo va usted a decir, tío lumbrera, ¡vaya profecía!
- Vale, vale, perdone señora, no se enfade, que no era mi intención.
Dando una vuelta por el pueblo descubro que a la Hospedería de San Giraldo ha llegado una peregrina inglesa uncida por la cintura a un carrito. El ingenio se apoya en el suelo mediante una sola rueda y sobre él lleva la lady su mochila y su equipaje.
- I have weak shoulders and back, but strong legs.
Curioso el carrito de la británica. Un invento muy creativo, sí señor. ¿Servirá sólo para viajar por carretera? ¿Qué tal agarre tendrá en las bajadas? ¿Llevará ABS? ¿Tendrá que pasar la ITV?
Pagamos la habitación del Mesón Antón por la tarde. El patrón nos invita a lacón y a vino. El hombre no es de natural simpático, pero pone todo su empeño en ser agradable con nosotros. Se agradece.
Cenamos en la Venta Celta: un buen trozo de empanada gallega, una ensalada y una jugosa tortilla de patata casi del tamaño de la rueda del carrito de la inglesa. No falta la botella de Mencía de la casa. Imposible acabar con la tortilla. De ninguna manera, ni entre seis. Tampoco nos cabe el postre. No damos más de sí.
Cuando nos vamos son más de las 11 de la noche, los peregrinos del brandy siguen allí. Ríen sin parar, algunos, con el brandy, llevan ya algo más que un puntito. Otros, con los pelos alborotados y esas pieles rojizas del norte maltratadas por la intemperie, parecen satanasines colorados. Las dos holandesas y sus caballerescos peregrinos también siguen en sus puestos, como en unos juegos florales. La evocadora música gallega de Milladoiro, más que animar, pone al local un punto de encanto viejo y misterioso con sus sonidos transparentes de agua, aire, hogar y vida. Casi nadie escucha pero ahí está, de fondo.
Cómo se lo pasan estos compatriotas, de la patria común europea digo, en la perdida aldea de O Cebreiro a las tantas ya de la noche. Mientras tanto, allá al norte, las serias y laboriosas ciudades de las que proceden están desiertas a las siete de la tarde o quizás antes. A Europa vamos, siempre lo he pensado, mientras ellos se vienen. Tendrá que ser así.

24 octubre 2007

Paco el Mocazos


Paco, alias Paco el Mocazos, era el hijo menor de su familia. Vicente y él, que debían tener la misma edad, congeniaron perfectamente. Paco y su primo Vicente disfrutaron muchísimo en el pueblo y en sus correrías desde el molino, que estaba apenas a un kilómetro de la villa, a los alrededores. Vicente recordaba que les mandaban al pueblo a hacer recados y a la escuela. También la destreza de Paco matando gallinas ajenas al primer cantazo y sin un ruido, así como la pericia de su madre, la tía Vitoria, al guisarlas, haciendo creer al tío Pablo (su padre, que era muy recto) que de las suyas se trataba. El tío Pablo conocía la prodigalidad de su molino en maquilas generosas o excesivas, según los criterios, pero no sabía que el grano, al azar derramado, fuera capaz de alimentar a tanto volátil. Ni el milagro de los panes y los peces. Vicente recordaba su estancia en molino de Valdeconcha, sus aventuras por los alrededores y sus viajes el pueblo con verdadera alegría. La amistad con el primo Paco duraría toda la vida.
Terminada la estancia de Vicente en el pueblo por causas ajenas a su voluntad, las visitas del primo Paco a la capital fueron frecuentes. Vicente recordaba que Paco ya más crecidito, cuando saludaba a sus primas, sus hermanas, lo hacía tan efusivamente que los novios de éstas no le tragaban, pues Paco se permitía con total llaneza, o quien sabe si con algo de picardía, efusiones afectivas que a los novios, en aquella época y en público, les estaban vedadas.
Con el paso del tiempo el primo Paco el Mocazos, que ya prometía, espabiló de tal modo en sus relaciones públicas que nadie en la familia le ha podido superar hasta el momento. Era normal en él, para presentarse e identificarse, llevar tarjetas de este tipo:

Francisco Sánchez Escrí
Matador de Toros

Francisco Sánchez Escrí
Médico Cirujano Especialista

Francisco Sánchez Escrí
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos

Francisco Sánchez Escrí
Hermano Mayor y Presidente de la Benemérita Hermandad y Cofradía del Santísimo Copón Bendito.

Y otras tan similares en pompa como descaradas en falsedad ...
Tuvo, como se deduce, éxito con las mujeres y en sus tratos y negocios y, tras muchos devaneos, se casó finalmente con la hija única de una familia muy acomodada. Maricusi la llamaba él. Tuvo una sola hija con ella que, normalmente, a Paco, le llamaba Frank. Viven, porque viven todos aún, en Madrid y naturalmente, a Frank nadie le llama ya Paco el Mocazos.
Cuando, con el paso de los años y la venida de las enfermedades, Vicente estuvo ingresado en la Clínica Rúber de Madrid, Paco solía ir a verle, eso sí, a las 2 ó las 3 de la madrugada, ataviado con una capa y de regreso de alguna correría. La monja que estaba de portera se negaba a abrirle a esas horas, pero él solía convencerla:
- Abra hermana, por favor, que he de ver a un enfermo.
- ¿Pero quién es usted, dónde va con esa pinta y a estas horas?
- Pero, ¿qué me dice, hermana?, esta es una prenda muy española... no reniegue usted, hermana, de un atuendo tan nuestro… de una aportación tan española al mundo…
La monja terminaba cediendo ante las voces, el alboroto y el encanto que el buen Paco era capaz de desplegar a aquellas horas intempestivas.
La última vez que vi a Francisco Sánchez, ya setentón, fue en el Parador Nacional de Sigüenza, en una boda. Paco, con el pelo teñido de negro con reflejos azul metálico y manteniendo entre sus dientes un habano de palmo y medio, explicaba a los asistentes lo nefasto que es para la salud el persistente vicio de fumar. Como toda la vida.

21 octubre 2007

Hay carta de Emiliano


Emiliano era el hijo mayor de Urbano y Saturnina, había acabado el servicio militar cuando empezó la guerra. Emiliano, había hecho parte de su servicio militar en Almería, donde conoció a su mujer y durante la guerra civil, con un hijo ya, fue movilizado y tuvo que incorporarse a su último destino, Getafe (Madrid), después fue destinado a Tabernas (Almería) hasta el final de la guerra civil. Estando en Getafe, a él y a otro soldado les tocó traer escoltado a su ciudad a un detenido, a quien al poco tiempo le dieron el paseo los de una conocida checa de la ciudad. Acabada la guerra y por el motivo de haber escoltado a esta persona desde Madrid, Emiliano fue denunciado, detenido en su casa e ingresado en la prisión provincial. Fue fusilado el 9 de marzo de 1940, a los 26 años. Por las tres cartas que consiguió hacer llegar a su familia desde la cárcel, camufladas en el talego en el que su hermano le llevaba la comida, esperaba la conmutación de su pena y la libertad algún día. No fue así. En el juicio celebrado el 14 de noviembre del 39 se le acusa de un gran número de delitos así como de ser “sujeto sumamente peligroso, de instintivos criminales y plenamente desafecto a la causa nacional” y finalmente se resuelve que se le condena como “responsable de un delito de adhesión a la rebelión con la concurrencia de las circunstancias agravantes de perversidad social, trascendencia de los actos realizados y daños causados a los intereses de los particulares, a la pena de muerte”. A las 6,10 de la mañana de aquel día 9 de marzo fue fusilado Emiliano contra las tapias del cementerio de la ciudad donde nació. Lo fue en total rebeldía y desesperación por no considerarse culpable en absoluto y porque la muerte impuesta le apartaba tan injustamente de su mujer y su hijo. Por tal motivo fue enterrado en el cementerio civil, pues según las autoridades religiosas no había mostrado ningún arrepentimiento ni pidió ningún perdón.
Su hermano pequeño, Mariano, era el encargado de llevarle la comida a la cárcel. Ese día le dijeron, por toda explicación, que a su hermano ya no le hacía falta la comida, que había sido trasladado. Enterado de esto su otro hermano, Pedro, más mayor, bajó inmediatamente al cementerio, acompañado por su tío Feliciano, a indagar si Emiliano había sido fusilado. Primeramente se lo negaron. Tras volver a la cárcel e insistir sobre su paradero, ya volvió a bajar al cementerio con la duda hecha certeza, tuvo que reconocerle entre los cuerpos de los 14 fusilados de aquel día. Luego subió a por un ataúd. Como ni él ni ninguno de la familia tenían dinero, Pedro fue a ver a su novia Carmen, y le pidió las 70 pesetas que, hasta el momento, tenían ahorradas para casarse. Pedro bajó al cementerio con una sábana y el ataúd para su hermano. Tras discutir con los guardias, que no le permitían tocar el cadáver, consiguió finalmente amortajarlo con la sábana, introducirlo en el ataúd y darle tierra en la sepultura que él mismo cavó y que, años después, el mismo Pedro adquiriría al ayuntamiento. Mientras daba tierra a su hermano el cura del cementerio y los de una hermandad que asistía a los que iban a ser ejecutados reían y bromeaban. Para ellos aquello ya era una rutina. Posteriormente, más de 35 años después, al término de la dictadura del general Franco, Pedro recogió los restos de su hermano, los puso en un pequeño ataúd (hecho por Mariano, el otro hermano, que era carpintero) y los dejó en el depósito hasta que la fosa, en la que habían descansado en los últimos años y que él había comprado, fue cimbrada y preparada como tumba. Pedro, con no pocos inconvenientes, pagó esa sepultura y puso en ella una inscripción. En la inscripción de la lápida, sin ningún símbolo religioso, se puede leer:”Morir es ley, no existe ley para matar”. Aquellas tres últimas cartas fueron el último legado de Emiliano, sobre todo, para su mujer y su hijo.

Los retornados


En un rincón de casa he reparado por casualidad en un vieja placa conmemorativa del 25 de abril, fecha más conocida por la de la Revolución de los Claveles. Yo creí, hasta hace poco, que era común en Portugal el sentimiento de añoranza alegre y de celebración hacia esa fecha. Desconocía por entonces la existencia y el problema de “los retornados” y cómo su visión de tal fecha es muy diferente a la del común de los portugueses nacidos en la península.
En cuanto a lo de “retornado” es palabra que nada dice a quien no sea portugués. Pero puestos a explicar una historia será bueno que digamos lo que significan las palabras que se emplean. Para esto hay que hablar de la “Revolución de los Claveles”, también llamada “del 25 de Abril”.
Para la mayor parte de los no portugueses que además no estén muy versados en historia, o sea para casi todo el mundo incluyendo parte de los portugueses, la revolución del 25 de abril se entendió como una explosión de cambio hacia la libertad que, ansiada por el pueblo portugués, fue propiciada por un golpe militar.
Sin embargo, esto no fue exactamente así ni en ese orden. La Revolución del 25 de Abril de 1974, o de los Claveles como la llaman otros, comenzó siendo un simple golpe militar cuyo objetivo inmediato era poner fin a las guerras coloniales en las que Portugal se hallaba inmerso desde hacía 13 años. Los militares se sublevan para acabar con una situación vieja en la que un país como Portugal se veía obligado a mantener un ejército de 150.000 soldados en Angola, Mozambique y Guinea Bissau indefinidamente sin una salida de la situación y a miles de kilómetros de la metrópoli.
Sin embargo, por otro lado, era tal el hastío de la gente ante los 48 años de Estado Salazarista que el 25 de abril de 1974, al ver los carros en la calle, todos se suman a lo que, sin saberlo a ciencia cierta, suponen que va a ser un cambio de la situación política. La gente al ver a los militares en las ruas, se une inmediatamente a ellos pero por “sus motivos”, por otros motivos: Poner fin a la dictadura salazarista, obtener libertades, tener partidos políticos, volver a la libertad de opinión, de asociación, de reunión, acabar con la represión cotidiana de la policía política (PIDE), ser un estado europeo más… para colmo, a los pocos días se celebra el 1º de Mayo y ya todo el mundo se echa a la calle convencidos de que lo que desean es posible.
La revolución del 25 de Abril triunfa, pero hay dos problemas pendientes de resolver y son muy distintos: uno es el problema primario que origina el levantamiento militar, o sea, la descolonización; el otro es el problema que desea resolver el pueblo, que se ha unido espontáneamente a la revolución, o sea, el cambio político y social.
No voy a contar cómo se soluciona la transición portuguesa del salazarismo a la democracia, pues me lo tendría que repasar con detalle y no estoy por la labor, así que para quien lo desee ahí están los libros de historia y las hemerotecas; pero sí, cómo, entre las distintas posibilidades de descolonización (concesión de autonomía, traspaso gradual de poder, poder compartido, independencia gradual, independencia definitiva…) para resolver el problema de las posesiones portuguesas en ultramar, se escoge quizás la peor: la independencia inmediata y sin transición de Angola, Mozambique, Guinea Bissau y las demás.
Al retirarse el ejército portugués, que controló la situación en todo momento mientras se mantuvo en las colonias, es necesario hacer un puente aéreo para traerse a Portugal a todos los colonos de origen portugués prácticamente con lo puesto, dejando atrás todas sus propiedades, casas, coches, muebles etc., eso por no mencionar sus trabajos y sacrificios de años y generaciones. A estos colonos se les da el nombre de “retornados” y eran un millón de personas aproximadamente, cuya visión de la Revolución del 25 de Abril dista mucho de la que tenemos la mayor parte de los europeos por razones obvias.
Por otro lado las distintas facciones autóctonas que se disputaban el poder en las colonias han prolongado las guerras civiles en ellas hasta nuestros días. Así que Manuel como hijo de retornados, cuando se produjo el retorno él tenía 12 años, no ve la política con los mismos ojos que Eduardo y, evidentemente, no tiene para él la “Revolución de los Claveles” los mismos aires románticos y de libertad que para los que, siendo portugueses de la península, no tuvieron nada que perder y sí mucho que ganar. Los retornados lo perdieron todo, hubieron de venirse con lo puesto y lo que pudieron meter en una maleta. Sin duda el anverso de la revolución del 25 de abril lo constituyen los retornados. Por eso Manel y Eduardo, ambos portugueses, discutieron a voces aquella tarde sobre la revolución del 25 de Abril. No había acuerdo, si siquiera entre portugueses, en lo que a mí me parecía evidente hasta esa tarde, claro está.

20 octubre 2007

El abuelo Salvador

El abuelo Salvador siempre mantenía un porte digno y hasta solemne, no sólo en su forma de vestir y de actuar (siempre traje con chaleco, sombrero y fumando en cachimba) sino en su forma de hablar, llena de frases grandilocuentes: “No sé que tiene esta santa casa, que ha sido siempre tan seria, para que las criadas no aguanten ni dos meses”; “No me disgusta, no me disgusta, querido amigo, como caza la perrita”; “Pero hombre, pero hombre, si es mi querido nieto Salvador, el que lleva mi mismo nombre”...
Sin embargo mi padre le quería mucho y nos lo pintaba como un héroe cuyas pomposas hazañas rozaban, casi siempre, con lo ridículo. Cuando éramos pequeños, nos contaba cosas de nuestro abuelo.
-¿No sabéis que el abuelo una vez apagó un incendio evitando con su acción un sinnúmero de probables víctimas?
-¿Siiiiiii? ¡Ahí vaaaaa!
-Pues sí niños. Estaba un buen día vuestro abuelo Salvador tomando el vermú en la terraza del casino, cuando unas voces clamaron: ¡Fuego, fuego! El humo lo invadía todo. La confusión que se generó de inmediato fue muy grande, pues era un domingo de primavera y la plaza de "Los Jardinillos" estaba llena de gente. Unos corrían hacia un lado, otros hacia otro, algunas señoras lloraban de miedo, la gente chocaba entre sí presa del pánico, en la huida muchas personas tiraron mesas y sillas con sus vasos y platos, la algarabía era grandísima, no había nadie capaz de reaccionar. Fue entonces, niños, cuando vuestro abuelo Salvador que, mientras todos gritaban y huían, había descubierto que el fuego salía del motor de un coche, salió corriendo como un valiente, saltó por encima de las mesas caídas y cogiendo al vuelo un sifón que milagrosamente había quedado intacto sobre una, abrió el capó del coche y fishhhhhhhhhhh... apagó el incendio y salvó a la multitud de perecer. En el siguiente ejemplar del periódico local, Flores y Abejas, sacaron una foto del abuelo Salvador en la que se veía a vuestro querido abuelo con el sifón en una mano y un puro habano en la otra. El titular del periódico decía “Una vez más D. Salvador, eminente industrial y conciudadano ejemplar, hace honor a su nombre. La ciudad agradecida.”
-¡Alaaaaaaaá..! ¡Qué tío!
-Pues eso no es nada. Otra vez salvó a toda la familia de una muerte segura. Fue cuando compró el Fiat grande, continuó mi padre. El abuelo Salvador para celebrarlo decidió sacarnos a toda la familia a dar una vuelta sin chófer, ni mecánico, ni nada, desafiando al destino y llevando él personalmente el volante de aquel impresionante vehículo…
El Fiat, aún lo recuerdo, hizo mi padre un inciso explicativo, era un coche negro en el que delante cabían de sobra tres personas mayores y detrás cuatro, pero como además salían otros asientos de la parte de atrás de los asientos de delante y también pequeños apoyos de las dos puertas laterales traseras pues allí cabíamos todos: mi padre (el esforzado conductor), mi madre, nosotros siete, y el tío Félix (que estaba todavía soltero y que no se perdía una).
…Todo transcurría bien, pero de repente el abuelo notó algo raro. El funcionamiento del coche era bueno, la aceleración aceptable para la época, pero había un problema: el coche no frenaba. El abuelo tenía que tomar una decisión heroica, la vida de toda su familia peligraba. Otro cualquiera hubiera dejado que el coche se parara tras perder y perder velocidad en unos hectómetros, sin embargo el abuelo Salvador dijo con tono solemne: “Agarráos, que vamos a más de 40.” “¿Estáis todos bien agarrados?”. Entonces dirigió el coche hacia una cuneta y sacando las dos ruedas de la parte derecha fuera de la cuneta, que cada vez era más empinada, hizo volcar de lado al coche en apenas cincuenta metros. Cuando el coche quedó detenido sobre uno de sus flancos con toda la familia asustada y revuelta dentro, el abuelo con la valentía y frialdad que sólo los héroes tienen dijo simplemente: “Ya está.”
De mi abuelo, aparte de las narraciones de mi padre, he de decir que trasmitía un sentido del poder. Los niños le veíamos como a un ser todopoderoso. Si estabas malo y venía a verte el abuelo Salvador, el peligro había pasado. El médico podía curarte, pero estando presente el abuelo Salvador es que nada podía ocurrirte. El abuelo sabía resolverlo todo. El abuelo Salvador, cuando yo era pequeño, era la representación más acreditada de Dios en la tierra.

Ladrillo


Hay una lucha contra la ilegalidad en la construcción de viviendas que nos muestra una realidad descarnada. Es la que vimos ayer por la televisión cuando un despliegue de policías, escavadoras y bomberos derribaron, en una acción coordinada, una chabola-casa ilegalmente construida en la Cañada Real de Madrid. Los vecinos, chabolistas de abolengo, a pedradas, botellazos y puñetazos hicieron frente al despliegue de la policía municipal y nacional defendiendo el derecho a vivir, porque seres vivos son, en sus pobres viviendas, ilegales sí, pero su única pertenencia y ubicación. Al final, la vivienda se derribó y prevaleció la justicia.
Hoy, unos 150 vecinos de la Cañada Real han hecho una marcha a pie desde su poblado chabolista en protesta por la redada de la policía y la demolición de la casa. Custodiados, como debe de ser, por la policía han caminado por el lateral de la autovía A3 en dirección a la Junta Municipal de Vicálvaro. La Cañada Real acoge a unas 40.000 personas alojadas en 2000 chabolas ilegales. El consistorio madrileño está decidido, justicia estricta pero justicia para los pobres, a acabar con este poblado chabolista, en el que la venta de droga está a la orden del día. Como se ve se introduce un elemento más para cargarse de razón, la venta de droga, que sirve para reforzar el derecho al derribo. Son problemas distintos, pero todo vale. Por cierto, ¿cómo es que el competente consistorio madrileño ha consentido el alojamiento de 40.000 personas en la zona? ¿Es que lo han hecho de la noche a la mañana? ¡Qué cara más dura! El consistorio madrileño no se ha dado cuenta hasta ahora, pese a los años que se han necesitado, de que se ha consolidado un barrio…
Hay, también, en nuestros días, otra construcción ilegal que, sin embargo, nos muestra otro panorama bien distinto. Es un panorama que no es de pobres, ni de desheredados, ni de inmigrantes, ni pordioseros, ni de mindundis sin pasado ni futuro. Es un panorama de políticos, de gente acomodada y de especuladores. El paraíso de la clase media. Un panorama que no tiene que ver con inmigrantes ni con marginales ni con desheredados. Es un mundo lleno de coches de lujo, residencias fastuosas, fincas, yates y oropeles de todo tipo. En ese mundo no abundan los derribos con batallas campales, todo es mucho más sutil. Es el mundo de las recalificaciones de terrenos, las licencias para construir en zonas no urbanizables, los tratos de favor a las constructoras, la prevaricación, el cohecho, los abusos en el ejercicio de la función pública, la adjudicación de obras a empresas amigas o propias por parte de políticos o ediles, la petición de informes sobre urbanismo a empresas amigas, el tráfico de influencias, los delitos contra el medio ambiente, las concesiones irregulares de licencias, la ocultación de informes desfavorables a sus proyectos por parte de ediles y políticos, el trato de favor a constructoras, los miles de viviendas pendientes de que se ejecuten o confirmen sentencias de derribo pero que todo el mundo sabe que jamás se derribarán, los suelos calificados como urbanos sin reunir los requisitos legales, la desconsideración al impacto paisajístico, la adjudicación de trabajos de demolición a las mismas empresas que construyeron ilegalmente, los planes de urbanismo desaforados amparados por partidos o ediles, los alcaldes que se niegan a ejecutar sentencias de derribo confirmadas, el desafecto de espacios públicos para pasárselos a la empresa privada de la construcción, de la industria o del comercio, el cobro de comisiones ilegales por adjudicación de obras públicas o terrenos a determinadas empresas, el uso de información privilegiada que permite la especulación con terrenos, la maquinación para alterar el precio de las cosas, las falsedades cometidas por funcionarios públicos, los fraudes y estafas en la compraventa de inmuebles… sí, todos lo sabemos, pero nadie irá a tirar sus casas, esas casas, en el proceso intermedio ha mediado el dinero. Los de la Cañada Real no han generado beneficios a nadie, son simples ocupas de terrenos, se escapan al control de… los “controladores”. Son mindundis, carne de presidio congelada, amigos de nadie, inmigrantes, gente sin papeles, traficantes… a nadie producen beneficios, no existen. Basta ya de manga ancha. Vale ya de tolerancia. Ya está bien. ¡Joder!

18 octubre 2007

Jarro boca abajo


Hacía cuatro años que no le había visto. Apenas identificaba al hombre de aspecto estrafalario que se acercaba a mi encuentro sonriendo desde unos cuarenta metros. A pesar de su aspecto cuidadosamente desaliñado, su barba de una semana, sus anticuadas gafas de concha de lentes redondas y el remate de una gorra de visera como esas que llevan los hijos de Julio Iglesias y otros modernos, a pesar de su camisa hawaiana y sus pantalones amplios con la bragueta a medio muslo, casi al estilo de los cholos, a pesar de todo el disfraz, finalmente le identifiqué, era Pepe.
Nos saludamos y, desde el principio, noté en él una especie de ostentosa dificultad para hablar en castellano, como si tuviese que traducir a su lengua madre las palabras desde el otro idioma en que su pensamiento funcionaba. Hacía abundantes paradas que rellenaba con sonidos guturales hasta que fingía encontrar la palabra castellana que quería emplear. No me extrañó, era la actuación de siempre y, aunque ya la conocía, permanecí impasible. Esta vez su público era yo, ¿es que no recordaba lo bien que le conozco? Obviamente le conozco bien y sabía que hacía eso cada vez que venía a España después de pasar una larga temporada en los USA. Recordé que lo hacía adrede, por un cierto afán de hacerse notar, como si fuera un personaje de leyenda al que tuviera que hacerle su contribución personal para que no pasara desapercibido. Sus esfuerzos por fingir, a sus más de sesenta años, el olvido de su propio idioma eran tan notorios como forzados. Hacer esas cosas siempre le había gustado. Le daban un aire muy cosmopolita, como de turista perdido en un aeropuerto internacional. Notaba, habitualmente, en los demás, una mezcla de admiración y de atención a su desvalimiento de sabio despistado. Eso le encantaba. Era demasiado, al cabo de la conversación supe que llevaba ya año y medio aquí.
Poco a poco, entre sus abundantes e innecesarias citas en inglés, con un acento más recalcado y gutural que el de los propios nativos, y mientras su cabeza rebobinó y cayó en la cuenta de que yo conocía su vida aquí y allá y toda su presentación habitual, me contó que técnicamente se había jubilado en el Departamento de Educación de California y que ahora volvía aquí a consolidar sus derechos laborales en el trabajo que había tenido durante sus estancias alternativas en España. Encajé el eufemismo grandilocuente que empleó para hablar de su jubilación y le devolví el alarde diciéndole que me alegraba de que el Departamento de Educación de California hubiera podido prescindir de sus servicios en una high school de un barrio marginal de L.A. Poco a poco fue abandonando su actitud despistada, su acento extranjero, sus pausas forzadas y, yo creo que en atención a mi indiferencia ante su despliegue histriónico, terminó hablándome, en el castellano que todos usamos para andar por casa, de la mujer que había dejado en los USA y que ya no le necesitaba, de sus hijos todos ya colocados en puestos con futuro y a los que tampoco les era ya necesario, de su madre en el pueblo, que sí le necesitaba, pero que estaba allá, casi en Portugal, al cuidado de una hermana y, cómo no, de sí mismo. En este último aspecto, su actitud intelectual más profunda y novedosa era que últimamente se estaba reinventando. Modestamente creo que eso es lo que ha estado haciendo toda la vida, además de estar permanentemente perdido su interés para todo trabajo y para toda persona que no fuera la suya.
Estando en su pueblo hace muchos años, cuando apenas le conocía y su puesta en escena me impresionaba, llegué a decir un día, a solas en presencia de su padre, que Pepe era un hombre dedicado al estudio y a la investigación y que, aunque a las cosas prácticas no les tuviera apenas apego y tampoco se interesara por ellas, en el fondo era un hombre muy inteligente y preparado. El viejo me observó con atención y me dijo secamente: No te engañes, mi hijo es un jarro boca abajo.

17 octubre 2007

Cadenas invisibles


A veces he tenido la sensación de que cada vez que sale un adelanto nuevo sirve para esclavizarme un poco más. La idea me surgió por primera vez cuando me acostumbré a llevar un reloj de pulsera. El llevarlo me hizo, casi inconscientemente, comenzar a ser puntual o, muy conscientemente, avergonzarme de no serlo. Creo que fue la primera argolla con que me cargó el mundo moderno. Con el reloj ya no había excusa. Pero era como si alguien se hubiera hecho dueño de mi tiempo. Me di cuenta de sus ventajas, pero también de sus servidumbres.
Vino después el poner teléfono en casa. Me resistí cuanto pude, pero vino Internet para el trabajo y las enfermedades de mis mayores, te podían necesitar en cualquier momento. En el 1999 tuve que ponerlo, hasta entonces había resistido el asedio, fue mi particular rendición a la llegada del nuevo milenio. Ya desde entonces, también, estabas al alcance, en cualquier momento, de cualquier desaprensivo. Resulta que, bajo la excusa de la comodidad que presuntamente ofrece el teléfono, te llaman a cualquier hora para ofrecerte mil y un productos no deseados, mil y una ofertas no solicitadas, pedirte datos que no deseas dar, solicitarte que respondas a encuestas que no sabes quien paga y qué sé yo cuantas cosas más… A veces me pregunto, ¿si pago este teléfono para mi supuesta comodidad por qué alguien se siente con derecho a incomodarme a través de él continuamente? Y ya no son los amigos o los familiares, a los que se les podría perdonar, son las empresas con telefonistas infrapagadas expertas además en crearte el remordimiento de que vas a hundirles su precario trabajo con tus rotundos noes a todo. Estas actividades deberían de estar prohibidas. Me imagino a personas que trabajen a turnos y que después de un turno de noche, tras llegar a su casa rendidas a las 9 de la mañana, hayan cogido el sueño a las 11 y les levanten de la cama para ofrecerles una tarjeta de crédito…
Ya, lo del móvil, excede las cotas anteriores. Ni fuera de casa se puede estar tranquilo, estás localizable en todas partes y a cualquier hora y, lo peor, es que terminan creándote la conciencia de que debes de estarlo. Pero esto no acaba, el GPS acecha y dentro de cuatro días seremos obligatoriamente ubicables sea cual sea el punto del globo terráqueo que pisemos. Y lo más triste es que no nos pagan por llevar estas cadenas, nos lo han hecho tan bien, que somos nosotros los que nos peleamos por pagar por ellas y tener lo último en tecnología. Tendrá que ser así, pero algunas veces añoro la época en la que el artefacto más tecnológico que había en casa de mi abuela era un quinqué de petróleo.

Consumo de vino.


Siempre me ha intrigado saber cual sería el consumo idóneo de vino que una persona puede hacer al día.
Casualmente cayó hace unos días en mis manos una revista de estudios culturales en la que constaban los datos del Libro de Bodega del Monasterio de Santa María de Óvila (Guadalajara), cuando estaba habitado por los monjes bernardos.
Gracias a los escrupulosos datos que constan en el citado libro pude hacerme una idea del consumo medio de vino de estos monjes, por cabeza y día en los años de 1725 y de 1798. Y siendo los monjes personas poco proclives, de por sí y por la orden que profesaban, a excesos contrarios a su regla, me hago una idea del consumo de vino que puede considerarse como apropiado para el común de los mortales.
Así pues veamos estos datos: En 1725, con ocho monjes de plantilla, aparte de las arrobas vendidas extramuros del monasterio, se consumen en él 301 arrobas. Teniendo en cuenta que la arroba de vino son unos 16,133 litros, tenemos 4856 litros. Considerando que el año tiene 365 días, el consumo diario en el monasterio fue de unos 13,3 litros y en consecuencia, bebiendo los ocho monjes, tenemos un consumo de 1,6 litros por monje y día. Bueno, confieso que me quedé un poco sorprendido. No fueron mal servidos.
Veamos los datos del otro año: En 1798, con cinco hermanos en nómina, el consumo fue de 340 arrobas, lo cual, haciendo el cálculo anterior nos da un consumo por monje y día de 3 litros. Parece que los monjes de fin de siglo eran algo más proclives al vino que los de la primera parte la centuria, o que el año fue especialmente frío o que tuvieron numerosas visitas o dádivas a los menesterosos… Es caso es que el consumo no estaba tampoco nada mal.
Así pues me quedó patente, no la cantidad idónea a beber cada día, sino que el vino era de consumo cotidiano y además, considerado, al contrario que ahora, un alimento de primera necesidad. Cuenta la leyenda que los frailes jerónimos del Monasterio de Lupiana, también con grandes extensiones de terreno dedicadas a la vid y con una gran bodega, tenían asimismo gran afición a su consumo. A tal fin tenían unos tazones de cerámica de gran tamaño en el refectorio, en cuyo fondo por la parte interior estaba representada la cara del Señor y en el borde unos diablillos. Cuando el hermano lego que servía el vino preguntaba:
- ¿Hasta donde el vino, hermano prior?
- Hasta ahogar a los diablillos, hermano escanciador.
Luego, en el momento de beber, el prior, antes de acercarse el tazón a los labios, decía, elevando los ojos al cielo con recogimiento:
- ¡Hasta verte, Jesús mío!
Parece ser que, según la tradición, esta fórmula no fue exclusiva de los jerónimos sino que, como la de todos los sacrificios que se ofrecen al Señor, fue exclamación recomendada y admitida por numerosas órdenes religiosas a la hora de apurar sus recipientes de vino.

16 octubre 2007

Ambrosio


Ambrosio era un hombre bueno, además de albañil de profesión. Tenía un hermano y una hermana. Vivían en la ciudad y en ella habían nacido. Cuando Ambrosio conoció a Dolores, una pueblerina semianalfabeta del Val de San García, sus hermanos, con esa superioridad que sentían por ser de ciudad, se reían de la muchacha y le apodaron “la serrana”. A despecho de la burla familiar la pareja se casó.
A poco de casarse tomaron en arriendo una taberna en la calle Jáudenes. Cuando la espabilada de Dolores vio que la taberna daba beneficios, le propuso a su marido comprarla. Ambrosio pensó que su mujer se había vuelto loca, pues no tenían dinero. Ella le tranquilizó y le mandó descolgar de la pared un cuadro grande que habían puesto en su modesto comedor, nada más casarse, con un Sagrado Corazón. En la parte trasera acartonada del cuadro, Dolores, tenía guardados 3000 reales. Dolores le dijo a Ambrosio que la mayor parte de ese dinero procedía de su madre, que se lo había dado cuando dejó el Val de San García y, otro poco, de lo que habían ganado ya con la taberna. Así compraron la taberna e hicieron de inmediato pintar sobre la puerta un sobrio cartel que decía “Vinos”.
Los hermanos de Ambrosio, sorprendidos por la rápida compra de la taberna y envidiosos del medrar de su hermano y de la serrana, no perdían ocasión de hacer comentarios despectivos para zaherirla a ella pues su hermano, de bueno y tranquilo, era inmune a ellos.
-
Parece mentira tanto medrar en tan poco tiempo.
- Mira, mira, con lo poquita cosa que parecía cuando vino del pueblo.
- No sé yo de donde habrás sacado, hija, tanto talento.
-
Anda con la mosquita muerta del Val. Que parecía tonta.
Harta de tanto retintín y sabedora de lo superiores que se creían con respecto a ella, Dolores, un buen día replicó, bastante cansada de sus desprecios:
- Pues vosotros seréis de ciudad y muy listos, por lo que veo, pero a veces los tontos como yo jodemos a los listos.
Y ya desde entonces, sus hermanos políticos, dejaron de mostrarse tan altivos. Y, por otro lado, la taberna, incluso en la familia y no digamos en el barrio, comenzó a ser conocida como la de la señora Dolores.
Dolores regentaba la taberna y Ambrosio, como se ha dicho, trabajaba de albañil. Vino por entonces una época de muy poco trabajo para el oficio de él, que, para el de ella, nunca faltaba sed ni había año malo. Un día el tío Benito, que lo era por parte de ella y también del gremio de la construcción, para más señas maestro de obras, les propuso que si Ambrosio no tenía trabajo en la ciudad, él se lo podía proporcionar por seis meses en el norte, en Santander, en unas obras que iban a hacerse por parte de unos parientes de su mujer, que era de allí. Al matrimonio le pareció buena la idea y, el hecho de volver de Santander con un pequeño capital ahorrado, una buena compensación para el medio año de separación. Así que Ambrosio se fue a Santander.
A la vuelta de seis meses, Ambrosio volvió de Santander con dos hermosas caracolas, una debajo de cada brazo. Su mujer le recibió emocionada y colocó las dos caracolas, desconocidas en los pagos de tierra adentro, encima del aparador. Enseguida le preguntó cómo le había ido, si estaba bien, cuánto había ganado.
-
Pues verás, es que el Fermín, el que fue conmigo cayó malo y como allí no estaba más que yo, que le conociera, y como no pudo trabajar pues le tuve que ayudar…
- Bueno, pero aunque le ayudases, algo habrás ahorrado, ¿no?
- Si el caso es que esa era mi intención, pero como el Fermín tiene cuatro críos y se quedaron aquí con la mujer y sin nada, pues hubo que mandarles dinero y…
- O sea que te has venido sin nada, como te fuiste. Pero, ¿cómo se puede ser así?- dijo Dolores echando chispas por los ojos.
- No, mujer, sin nada no. ¡A que son preciosas! He traído las caracolas.

Pasando por Silleda.



Prado ya quedó atrás. Dejamos la carretera y, por un desvío a la izquierda, nos dirigimos al Pazo de Liñares. De allí, por otros vericuetos de carreterillas y caminos, llegamos a A Borralla. Seguimos por una vereda paralela al río. Poco después de pasar por debajo del puente de la vía férrea, comienza una calzada empedrada y preciosa que nos lleva a un bello puente sobre el río Deza: el Ponte Taboada. Una víbora de Seoane es escabulle entre la hojarasca del camino casi a mis pies. El frescor de esta madrugada de agosto hace que lo haga perezosamente, casi a cámara lenta, y puedo ver sus movimientos ondulantes con total nitidez. Pasado el puente hay una inscripción sobre una piedra frente al camino, pero no somos capaces de leerla. Consultamos la bibliografía de bolsillo y nos enteramos de que el puente era un punto obligado de paso tanto de la antigua calzada romana como del posterior camino real, que parece que su nombre hace alusión a que originariamente estuvo construido en madera y que señala la división entre las parroquias de Prado (Concello de Lalín) y la de Taboada (Concello de Silleda). Poseedores ya de tanta y tan precisa información llegamos a A Ponte Taboada., población semiabandonada, que cruzamos.
Seguimos cambiando de caminos, a carreterillas, a sendas, como casi siempre en Galicia, donde cada tres por dos piensas que estás perdido pero, donde también y casi inexplicablemente, terminas llegando a todas partes. El inevitable sobresalto de los perros no nos abandona. Ninguno nos acosa pero alguno, que nos pilla por sorpresa, nos provoca un susto de infarto. En esta zona hay mayor densidad de perros por kilómetro cuadrado que de personas. Llegamos a Trasfontao y después llegamos a un prado, donde cogemos un bonito camino empedrado que sale a la derecha y que nos lleva al arroyo de Oisa. El camino es precioso en este tramo y, luego de llegar a la carretera, entramos ya en Silleda, la capital del Trasdeza desde 1853 e importante por sus ferias.
Al atravesar Silleda, población de cierta importancia, nos despistamos por la excesiva consulta a la bibliografía de bolsillo y el poco mirar por donde vamos. Llegamos hasta la iglesia y allí volvemos a encontrar nuestro camino. Salimos por la Rúa Escuadro Toiriz y tras nuevos vericuetos de caminos y carreteras llegamos a Foxo de Silleda y, de allí, a San Fiz. Luego de cruces y cruces y de cruzar el río Toxos y más cruces y cruces llegamos a Bandeira. En Bandeira, otra población famosa por sus ferias, dejamos a la derecha las señales que llevan al camping y continuamos por la calle principal. En un bar de esta calle desayunamos por segunda vez. Esta costumbre de desayunar dos veces tendremos que olvidarla en cuanto acabemos las caminatas so pena de ponernos en los ciento y pico kilos. Reanudamos la marcha tomando la carretera que, a la derecha, va a Piñeiro, llegamos a un puente que cruza el arroyo de Casela, poco después llegamos a las casas de Vilariño que dejamos a la izquierda y, luego de unos cuantos cruces y un par de kilómetros, llegamos a Besteiro

Ya vamos continuamente por carreterillas estrechas sin apenas circulación. Una vaquera anda por un prado cercado donde hay una nave y un montón de vacas pastando.
- ¡Buenos días!
- ¡Buenos días, sí!, pero más valiera que no fueran tan buenos, que con estos calores hasta sin pastos nos vamos a quedar.
Este verano del 2003 está siendo, en efecto, muy caluroso y seco. Atrás quedan Besteiro y Dornelas y Silba y O Seixo. Llegamos a Castro que está en fiestas y tomamos un refresco. Dejamos Castro y enseguida comienza la pronunciada bajada que nos ha de llevar al río Ulla, si no deseamos primero subir al mirador del monte Castro desde donde se divisa el Pico Sacro. Se ve una excelente panorámica del viaducto por el que pasa el ferrocarril. Entramos en A Ponte Ulla por el puente de piedra que nos traslada desde la provincia de Pontevedra a la de A Coruña.
Nada más cruzar el puente, a la derecha, está el Restaurante Ríos. La dueña, que es mujer de resolución, nos dice que tiene todo ocupado pero que nos pueden llevar en coche a un hostal que está a 5 kilómetros atrás. Nosotros decimos que de coche nada y que de retroceder tampoco. El ama dice que va a ver si tiene alguna habitación la de Casa Tanis, que está al lado. Al rato estamos alojados en un caserón antiguo con gruesas paredes de piedra. Una habitación fresca la de casa Tanis.
Nos vamos a comer al Restaurante Ríos. Al comienzo de la comida el restaurante tiene aire acondicionado pero el ama lo quita enseguida. Cierra por descanso esa tarde y quiere espabilar a los clientes que, por el calor, se han quedado allí refugiados al fresquito. Pretexta que le salta el automático. Así que tomamos el postre deprisita y sudando como pollos. ¡Hay que ver cómo gobierna su casa el ama del restaurante!
Paca se echa la siesta y yo me bajo al Bar Juanito que está en los bajos de Casa Tanis a escribir un rato. Me coloco en una mesa que está entre dos puertas abiertas enfrentadas, donde se supone que, por la corriente, voy a estar más fresco. Todo inútil. Mientras escribo esto, mi camisa se empapa de sudor y por la nariz me resbala una gota tras otra.
Por la tarde damos una vuelta por el pequeño cogollo del pueblo bajo: tres bares, una tienda, el hostal y un puñado de casas. La chica del bar frente a Casa Tanis nos cuenta que la autovía le hizo mucho daño al pueblo por las expropiaciones y la redistribución de algunas tierras, cuyos dueños antes de perderlas talaron todos los árboles.
A las 9 vamos puntualmente a cenar al Bar Ríos pues, aunque hoy cierra, el ama nos dijo que nos daría de cenar.
- He traído pescado fresco de Santiago.
- Pues entonces ensalada y pescado rebozado.
Cuando terminamos nuestra rica cena, nos despedimos del ama.
Nos vamos al Bar Juanito que está lleno de gente y donde a estas horas hay un gran ambiente. El jefe asa churrasco y lo ofrece como tapa a los clientes. Nosotros, con el cerebro iluminado de verdes y umbrosos paisajes gallegos y las piernas hostigadas por las cuestas de sus poéticas lomas, nos vamos a dormir.

15 octubre 2007

Nosotros, los castellano-manchegos.

Cada día aumenta más el número de intelectuales, profesionales y personas sin clasificar que, desde el entorno de LM (Libre Mancha) e IRC (Izquierda Republicana de Castilla) y de FreeCAMA (Castilla-La Mancha libre, internacionalista), así como de otros partidos más radicales y minoritarios, aunque muy antiguos y enraizados, como lo es el inmemorialmente grafiteado en las paredes de toda nuestra región y aun en otras, el PUTA (Partido Unificado de los Trabajadores Alcarreños) y el menos conocido NCM (Nosotros los Castellano-Manchegos), que, repito, se muestran favorables a la idea secesionista radical, a despecho de instituciones españolistas que apuestan por el tradicionalismo secular de llamar a esta tierra región e integrarla en una más de las que ellos consideran que forman España. Nos llamarán sediciosos, pero esto no es así.
Nosotros, los castellano-manchegos, sabemos que esta tierra es nuestra patria y que nuestra identidad es única y sublime y no puede fundirse ni confundirse, por más que algunos quieran, con vulgares memoriales indiferenciados de estirpes impuras y mezcladas. Nosotros, los castellano-manchegos, sabemos muy bien quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Así es, y no se adelanta nada con mirar hacia otro lado. La realidad es obcecada, pertinaz e inmune a las críticas.
Tan espectacular ha sido la adhesión de los intelectuales a este movimiento como lo ha sido el auge soberanista de Castilla-La Mancha en los últimos tiempos. Las gentes de esta nación no pueden contener más el ardiente deseo de volver a ser lo que siempre fueron: un estado europeo de pleno derecho. Un orgullo para Europa. Un miembro fundador. El aire quijotesco que empuja a la vieja Europa hacia las cotas más altas y sublimes a despecho de objetivos zafios y rastreros de comerciantes y usureros de mala estirpe y ascendencia con los que, por rala educación altruista, no nos quedará más remedio que convivir.
A tal punto de madurez se ha llegado que, con el consenso de todos, hemos fundado el Círculo de Estudios Soberanistas de CAMA, un Think Tank (laboratorio de pensamiento sobre nuestra realidad, tanto histórica como reciente). En el primer y por ahora único manifiesto que el CES de CAMA ha emitido, tras el primer Brainstorming celebrado en su seno, se pretende agrupar fuerzas en el seno del castellano-mancheguismo en favor de un plan serio y pautado hacia la independencia de Castilla-La Mancha. La idea englobaría, como puntos irrenunciables, dos reivindicaciones territoriales con fundamentos históricos indiscutibles: la primera, la anexión de Madrid con su provincia (Madrid ha sido definida desde siempre como un poblachón manchego y, al igual, su provincia participa de tal característica pues, sin ir más lejos, Alcalá de Henares fue la cuna de nuestro hidalgo Cervantes y, por tanto, esta reivindicación territorial es irrenunciable, aparte de fundamentadísima en derecho) y, la segunda, la exigencia de una salida al mar. Esto último se negociará, sin complejos, con la nación Levantina hermana en lo que ya se conoce como el programa GOLFA, o sea, Golf por Agua, dicho de otro modo, trasvase para los campos de golf y el ocioso turismo del Levante a cambio una salida al mar para la nación Castellano-Manchega. Es de justicia. Todos saldremos bien.
Las propuestas del CES de CAMA van enfocadas, por otro lado, a organizar seminarios y elaborar estudios e iniciativas que sirvan de catalizador para propulsar el proceso que lleve a la creación de un Estado propio para Castilla-La Mancha, integrado en la UE pero sin ninguna relación con España, como no sea, obviamente, la de mantener fronteras estables. Aparte de la conocida fundamentación histórica: Castilla-La Mancha era ya, evidentemente, una realidad identitaria antes de la época cartaginesa y romana, tan antigua que ni siquiera quedan datos escritos que lo demuestren y que ya fue allanada y ultrajada en sus derechos por estos rudos pueblos, cartagineses y romanos sigo diciendo, imperialistas de turno, que mancillaron el lecho virginal de nuestros territorios con vías, villas, acueductos, fortalezas, obras públicas, ciudades y otros despropósitos sin número. De todo ello, por cierto, aún no han pedido perdón sus descendientes.
Uno de los objetivos del CES será, según ha explicado el molinés Viçens Sancho Urrutikoetxea, que nos honra con su ascendencia navarra, que el debate sobre la independencia centre la agenda política, social y mediática castellano-manchega y esta independencia deje de ser vista como un tabú o un futurible o un flis-flas al albur de los políticos y pase a ser un objetivo plausible con fecha fija y real de consecución. Dicho de otro modo, como algo que es imposible posponer un trimestre más.
Los promotores del Círculo de Estudios Soberanistas, especialmente María Vanessa de las Mercedes Pereira y Fernández de Córdoba, allaricana de pro, afincada en nuestra nación y portavoz del sector ecléctico, que se reconoce como representante de las diversas sensibilidades que existen en el seno del muy pluralista movimiento castellano-mancheguista, propone contribuir a crear las condiciones para la celebración de un referéndum de autodeterminación que abra la puerta a la constitución de un Estado Castellano-Manchego independiente con las reivindicaciones territoriales históricas que se citan en el cuarto párrafo y que son del todo justas, sagradas e irrenunciables.
Según señala el manifiesto fundacional del CES, ha llegado la hora de contribuir a la creación y consolidación de factores reales de poder castellano-manchego (empresariales, ideológicos, mediáticos, energéticos, de bienestar y de seguridad, literarios, cinematográficos, de la farándula, micológicos, etc) que proporcionen avances tangibles en la consecución del objetivo soberanista.
Que nadie se piense que nosotros, los castellano-manchegos, estamos promoviendo un pacto entre partidos nacionalistas para gestionar las migajas de una autonomía esmirriada y raquítica. Eso nunca, no, jamás. Estaríamos, eso sí, a favor de un pacto transversal, de la construcción de un bloque independentista, en cuyo programa de gobierno figurase la convocatoria de un referéndum de autodeterminación y, en este momento, las fuerzas políticas que podrían avalar esto y que ya son mayoría en nuestro Parlamento (LM, IRC, FreeCAMA, PUTA y NCM) mostrarían que nunca han renunciado al derecho a la autodeterminación.
Por su parte, el toledano Santos Panza i Puch, que ha recordado su condición de hijo de catalanes, ha insistido en que el proyecto independentista no es antiespañol, como sostiene la oposición, y que, en un eventual Estado Castellano-Manchego, la lengua castellana debería ser considerada también como la lengua oficial, acompañando al inglés, naturalmente.
Los impulsores del CES de CAMA alertan en su manifiesto de que Castilla-La Mancha está cayendo en una decadencia económica, moral y social fruto, en buena parte, de la política de discriminación del Estado Español contra Castilla-La Mancha, una situación de dependencia que no se solventará con ningún nuevo estatuto. La situación no admite parcheos ni paños calientes. Se concluyó, a la vista de los hechos, que España es un parásito, una realidad macabra, un sesgo de la historia, una… (En fin, no me quiero exceder). Según la plataforma, la democracia española es sinónimo de corrupción, de mentira y de dilapidación, por lo que el destino natural de Castilla-La Mancha es separarse de España, liberarse, renacer y volar libre. Volver a ser lo que siempre fue sin paliativos, antes de Cristo, en los albores de la historia, una identidad nacional invicta, irreductible e inconquistable. Espejo, mira y definición de independencia.
Termina, este manifiesto tan razonable del CES, con una fogosa declaración que dice así: Castellano-Manchegismo es nacionalismo y nacionalismo es independentismo, y quien diga que no es así es sencillamente un traidor o un ignorante. O, peor aún, un cobarde y un español.
Solamente se han registrado reacciones adversas a estas justas, prudentes y ponderadas reivindicaciones por parte de la emisora CAPE (Cadena Amiga de los Patriotas Españoles) y del principal partido de la oposición, el PEP (Partido Español de la Patria). En ambos casos sus representantes, envueltos en banderas españolas, han dicho que la culpa de todo la tiene sólo y exclusivamente ZP. Cosa que, por otro lado, todo el mundo sabía o, si no lo sabía, se lo barruntaba.

14 octubre 2007

Castro vipéreo.


He estado fuera de casa estos días. No he ido donde la gente va o, al menos, a donde va la mayoría de la gente. Me encanta visitar los desiertos. No esos de las películas, en los que no hay agua y que están en países africanos o así, sino los desiertos en el sentido de lugares abandonados, despoblados, solos, deshabitados o, como mínimo, relativamente deshabitados y abandonados, pues siempre quedan algunos fieles que los pueblan en pequeñas cantidades, bien por devoción como es mi caso, en plan visitante, claro, o bien porque no tienen otro remedio, por ser su vida ya imposible de mudar, o sea, que son gente jubilada o que vive allí desempeñando oficios borrados del mapa laboral actual pero que, por existir, existen.
Desde muy joven he huido de los grupos, de los conjuntos, de las cofradías, de los partidos, de las asociaciones y, no digamos ya, de las multitudes. Mi asociación más multitudinaria es la pareja. No me gusta el fútbol, ni los toros, ni todas esas cosas que por la tele hacen furor (que si el moto GP, que si el gran premio de F1…) lo siento mucho, las empresas que se han puesto en contacto conmigo para hacerme encuestas sobre asuntos de actualidad o políticos… sí, esas que te llaman por teléfono sin importarles la hora ni que el teléfono lo pagues tú para tu servicio, me han descartado de sus consultas y de sus bases de datos por ser mis opiniones irrelevantes y carentes de utilidad, ya que no conocer los nombres de los sponsors (patrocinadores que se decía antes) de cosas como las expos, los mundiales, las olimpiadas, etc… es no ser nada en el mundo. No estás en el ciclo de lo que vende… pues entonces no estás en ninguna parte. Eres un ser que carece de interés. No te lo dicen pero, más claro el agua, no existes.
Así que, tan feliz, he estado paseando por lugares donde la piedra caliza se aligera como si algo tuviera de turba o piedra pómez y, luego de cortada por manos hábiles, se ha venido utilizando, tan hermosa ella, para hacer incluso las parideras de los animales y no digamos las viviendas de los humanos y los palacios de los, también eran humanos, nobles. Lugares donde aún se puede ver volar a las perdices con ese sonido metálico que hacen los bandos de las aleteadoras aves de pecho rojo al arrancarse desde cerca, no en vano les llamaron “alectoris rufa”; donde los conejos dan el zapatazo, al arrancar desde dentro del espino, y se pierden haciendo regates entre los cardos y las jaras; donde la liebre salta sin cautela y brinca confiada sorteando las aliagas, pues no la sigue galgo ni podenco. He estado, una vez más, en los páramos de mi querida Castilla, en esas tierras secas y quebradas donde las laderas, carentes de árboles, son guarida de fauna impensada en tales soledades. Y, cuidado, no ten embobes, mira a tus pies que, con tanto otear, has estado a punto de pisar una víbora hocicuda que, la pobre, con la bajada de las temperaturas y aún sin decidirse a ponerse en letargo, te podía haber tirado un viaje al tobillo en esta cálida tarde del otoño.
No creo que haya una tierra mejor que otra, pero, por el azar de la vida, me crie a los cuatro vientos, si no en estos ásperos lugares, en otros parecidos y, ¿qué quieres?, les he tomado cariño. Me encantan estas tierras donde la vista no llega nunca al horizonte. Sí.

09 octubre 2007

Boyas


Esto de escribir se lo toma uno como un arte. Un asunto puramente literario. Uno se adorna como los toreros y trata de quedar bien y dejarse en buen lugar. Pero, casi siempre a las cosas les falta verdad, o mejor, casi siempre les falta toda la verdad. Por medio de lo que escribimos, intentamos dejarnos razonablemente bien o, si no es posible, al menos al pairo, como meros espectadores de lo que fue. Desgraciadamente la realidad pringa mucho y, casi siempre, chorrea. Entonces, ¿qué hacíamos nosotros entonces? Siempre queremos olvidar esos pasajes truculentos de nuestra propia vida, esos en los que fuimos crueles o egoístas o imitantes o salvajes o tontos o irresponsables o delincuentes o soberanamente estúpidos y también aquellos en que sin ser nada de eso lo padecimos de otros, que viene a ser lo mismo. Ya como víctimas o como verdugos, deseamos olvidar lo desagradable para nosotros en sí o para la consideración que de nosotros queremos que los demás tengan. Nos asusta el ridículo de la propia miseria, cuando quizás sea la muestra más patente de lo humanos que somos, de lo vulnerables, de lo débiles y, en definitiva, de lo creíbles, de lo normales. Si alguna vez reúno el valor necesario, contaré los hechos más vergonzosos de mi vida, será como un reto. Aquellos que sólo yo sé, pero que me atormentan como si toda la humanidad los conociese y me señalasen los vecinos con el dedo, burlándose de mí a cada paso que doy por la calle. Esas cosas que intento ocultarme a mí mismo de pura vergüenza, de sofoco. Las cosas que finjo haber olvidado, o mejor, que simulo que nunca ocurrieron, pero que flotan como boyas rebeldes y una y otra vez suben a la superficie desde mi subconsciente, por más que yo intente con todas mis fuerzas mantenerlas sumergidas, en el olvido más oscuro, para siempre.

08 octubre 2007

El barranco

Eran los años 50 y la ciudad estaba dividida en dos partes. Lo había estado siempre por un barranco que, bajando hacia el río, la separaba. La de ahora era también una división entre personas, la que causó la guerra durante muchos años. Al Oeste del barranco estaba la ciudad tranquila, la de la gente de orden, como se decía entonces; al Este del barranco la de los desarrapados, la escoria, los perdedores.
El barranco comunicaba las dos partes de la ciudad mediante un puente árabe con una torre de la misma factura y tiempo. También tenía una curiosidad, los primeros edificios de la zona noble de la ciudad, al lado Oeste del puente, en esa sutil frontera entre las dos demarcaciones, eran un antiguo palacio, transformado en cuartel de la Guardia Civil, otro palacio transformado en Seminario y la Iglesia Concatedral. Casualidades.
Un paseo por la zona bien de la ciudad nos llevaba a la Calle Mayor, el eje de su esqueleto. En ella estaban los mejores comercios, las viviendas de la gente más rica con sus espléndidos miradores, las cuatro iglesias principales, el casino, los bares más selectos, los restaurantes de renombre y, al final las amplias instalaciones de un cuartel militar con Caja de Reclutas. La gente vestía bien o, al menos, correctamente. El ambiente era de una tranquilidad costumbrista y provinciana, donde raramente ocurría algo de interés.
Un paseo por la zona al Este del puente nos llevaba de inmediato a callejuelas en cuesta llenas de basura, con perros flacos y aulladores, gatos huidizos, niños descalzos y, los más pequeños, con el culo al aire, voces agudas de mujeres hartas de penurias, hombres mal vestidos y peor encarados que mataban el tiempo en las dos o tres tabernas del barrio de las que salían las voces de los borrachos a cualquier hora del día o de la noche, hogueras por las calles, vertederos que daban al barranco, del que emanaba un olor pestilente por desembocar en él las alcantarillas de la ciudad, plazoletas miserables en las que se tiraba la basura en el mismo centro…El hambre y la miseria, se percibían por doquier. Y todas las otras desgracias, que no faltaban, quedaban ya desdibujadas y como añadidas a éstas.
Don Alejandro, era el párroco de la Iglesia Concatedral. Eran los tiempos en que los sacerdotes, mediada la misa, subían al púlpito y pronunciaban sus homilías, normalmente en tono autoritario, desde lo alto. Debajo, los fieles, sentían caer sobre sus cabezas todo el peso de las culpas que, inexorablemente, se cernía sobre ellos. Pero, ya se sabe, aguantaban calmados: contra soberbia, humildad.
A pesar de los tiempos y la casi obligatoriedad de ser persona religiosa o, al menos y como mínimo, de misa dominical, los vecinos del lado Este de la Concatedral no asistían, en su gran mayoría, a ninguna ceremonia. Estaban ya tan segregados que poco más se podía hacer contra ellos. Sin embargo, Don Alejandro, incapaz de soportar su indiferencia religiosa e incluso su desdén, y para hacerles patente la presencia del Altísimo en todas partes, les organizaba procesiones. Eran más bien incursiones en su decrépito barrio. En ellas, rodeado de gente de bien y con los pasos escoltados por la Guardia Civil, entraba la comitiva al barrio pobre desde el viejo puente y daba una vuelta por sus lóbregas callejuelas haciendo ostentación de la preeminencia de la Iglesia sobre todas las cosas. Que tuvieran bien presente todos aquellos desarrapados que, si no iban a la casa del Señor, ya se encargaba él, Don Alejandro, revestido de solemnes galas religiosas y cubierto con bonete, de que no olvidasen que el Señor también supervisaba a sus ovejas descarriadas. Iglesia y Estado tiraban entonces, por conveniencia mutua, del mismo carro.

07 octubre 2007

Infierno


Hace muchos, muchísimos años, los hijos de Saturno y Cibeles se repartieron el mundo. Como los repartos no tenían leyes muy definidas, a Plutón, como era el más pequeño, le correspondió lo peor, o sea, los infiernos. Plutón se mosqueó cantidad pero, como le dijo su madre, mala suerte, Plutoncín, alguno tiene que bailar con la más fea.
Los infiernos, de aquella época, eran moradas subterráneas donde iban las almas de los muertos para ser juzgadas y recibir la pena que merecieran por sus crímenes nefandos o la recompensa, en su caso, por sus acciones de heroica virtud. Guardando la puerta de los infiernos estaba Cancerbero. Cancerbero era un perro con tres cabezas que, con la amenaza de sus triples aullidos y mordeduras, impedía que los vivos se atrevieran a acercarse a la puerta y que las sombras, que son seres intermedios entre el alma y el cuerpo pudieran salir. O sea, que Cancerbero acojonaba.
- ¿Por qué las sombras son seres intermedios?
- Pues porque, como el alma, carecen de materia pero todavía conservan la figura del cuerpo. Y haga usted el favor de no interrumpir más, que perdemos el hilo.
Según informaciones de fuentes tan fiables como lo han sido siempre los poetas, el gran espacio que ocupaban los infiernos estaba rodeado por dos ríos, el Aqueronte y el Estigio. Así que era necesario atravesar por algún punto de estos ríos para poder alcanzar la morada de Plutón. Para este trabajo había un barquero, un viejo de muy mal carácter llamado Carón, que era el único que, gruñendo constantemente, se atrevía a ofrecer este servicio. Pero, cuidado, que Carón te podía rechazar, de un remazo en las costillas u otra parte de la anatomía, si tu cuerpo no había sido debidamente enterrado o si no tenías el dinero necesario para pagar el viaje. A los que cumplían con las premisas anteriores, el viejo Carón sin dejar de refunfuñar, les trasportaba en su barca a la orilla opuesta, donde Mercurio se hacía cargo de ellos, les tomaba la filiación y les llevaba, debidamente identificados, ante el temible tribunal que había de juzgarles. Por los continuos problemas con Carón, que era un incordiante impenitente, y para evitar listas de espera en los juicios y la, ya entonces criticada, lentitud de la justicia, se decidió, desde tiempos muy remotos, incluso anteriores a la noche de los tiempos, hacer dos cosas: enterrar siempre a los muertos y, además, meterles una moneda en la boca para el cargante de Carón.
El tribunal que juzgaba a los difuntos estaba formado por tres jueces: Minos, Eaco y Radamanto. Plutón, estar, estaba, pero la verdad es que sólo asistía a los juicios más interesantes. Los tres jueces eran íntegros y sabios aunque el mejor era Minos y, por eso, hacía de presidente. Después de emitirse la sentencia, los buenos eran enviados a los Campos Elíseos y los malos arrojados al Tártaro.
Los Campos Elíseos eran una zona de excepcional belleza, con clima agradablemente climatizado, frondas y praderas siempre verdes, enjambres de pájaros de cantos melodiosos, sol brillante, suaves brisas, tierra fecunda que ofrecía espontáneamente varias cosechas al año y flores y frutos y muchas más cositas agradables que no hace falta hacer explícitas ni más nada. Además, ni que decir tiene, totalmente peatonal. Allí no existía el dolor, ni la enfermedad y la vejez, ni las pasiones que mueven a los mortales… Claro, porque los que moraban allí ya no eran mortales y entonces ya no tenían nada que hacer ni preocuparse por nada. Y, se suponía, que eso era la felicidad.
El Tártaro era una gran prisión con varios muros concéntricos y, por si fuera poco, rodeada por un río de fuego, el río Flegetón. Por este río se movían en góndolas las tres furias, Alecto, Meguera y Tisífone que, con una antorcha y un látigo flagelaban sin tregua a los internados en sus dominios, sin dejarles parar un momento, o sea, en plan cabrón. Había hombres y mujeres cuyos vientres eran devorados por buitres, otros haciendo trabajos inacabables sin descanso, otros y otras mordidos por serpientes, dragones y seres monstruosos, otros picados por escorpiones, tarántulas y avispas… Allí estaban los remordimientos, la miseria, las enfermedades, la guerra, el hambre, la muerte, la tortura, los dolores todos y muchos monstruos horribles y malintencionados. Pero a nadie le importaba porque como allí no iban más que los malos, pues todo el mundo sabía que les estaba bien empleado. Algo horrible habrían hecho. Oye, para que aprendieran.
- ¿Y todo eso es verdad?
- Sí, señor, punto por punto. Y ni una sola de estas cosas se ha podido demostrar que sea falsa.

04 octubre 2007

La Cruz de los Segadores


Laza, con el primer clarear del día, se queda atrás. Enseguida tomamos la carretera local 113 en dirección a Vilar do Barrio.
Al cabo de tres kilómetros y después de cruzar un puente sobre el río Támega atravesamos Soutelo Verde, donde una inscripción recuerda a los transeúntes que no olviden a las ánimas que penan en el purgatorio. La inscripción está sobre una capilla, lleva fecha de 1813 y textualmente dice: “Pasajero que vas caminando socorred las almas que están penando” ¡La de mensajes, recados y encargos que se encomendaban antiguamente a los caminantes!. En Soutelo Verde dejamos la carretera, a la derecha, y seguimos por un buen camino.
Hasta llegar a Tamicelas nuestro camino es casi llano, un camino agradable que se presta a la conversación más distraída. Sin embargo, apenas llegamos al pueblo comienza una fuerte y larga pendiente. Dos corzos se espantan casi en las mismas tapias del pueblo. La larga subida, a tramos muy empinada, nos lleva de los 450 metros de altura a casi los 1000, en un recorrido de apenas cinco kilómetros. La ladera está algo pelada por un incendio forestal, así que no hay sombra. Hay que parar de vez en cuando, la subida corta el resuello. Desde arriba, despedida y premio del camino andado, tenemos una bella visión del valle del Támega. Llegamos, algo cansados del áspero ascenso, al bonito pueblo de A Alberguería.
- ¿Habéis subido por la carretera o por la Requejada?
- Sí, por la Requejada. ¿Sabes dónde hay una fuente?
Acabamos de enterarnos del nombre de la cuesta. El amable muchacho que nos habla nos acompaña hasta la fuente y nos dice que es de allí pero que trabaja en Barcelona y que le encanta ver pasar caminantes por su pueblo.
A Alberguería ofrece al caminante, y ya es bastante, el agua fresquísima y abundante de su fuente, justo a pocos metros del camino.
- Aquí no hay bar pero, como nos llevamos bien, nos reunimos en casa de alguno a tomar algo casi todos los días del verano.
- Bueno, pues que sigáis así. Ya quisieran en muchos pueblos.
Nos despedimos del chico de A Alberguería, que trabaja en Barcelona, y que parece que envidia nuestra condición de caminantes. Cruzamos prados y caminos entre junqueras, también hay herbazales. Un rato después, y tras cruzar la carretera, llegamos a la Cruz de los Segadores, en un sitio que le dicen el Monte Talariño. A los pies de este monte nace el Limia, otro río gallego de leyenda. Nos detenemos a descansar ante la cruz. La pusieron en recuerdo de los gallegos que iban a la siega en los campos de Castilla.
La Cruz de los Segadores es, para nosotros, un punto entrañable de este camino. Nos recuerda a las muchas cuadrillas de gallegos que bajaban a segar a las Castillas para ganarse la vida. Parece que tenían aquí su punto de confluencia o, quizás más bien, de paso. Inesperadamente nos topamos, junto a esta cruz, con los recuerdos de nuestra infancia, evidentemente lejana, poblados aún por aquellos gallegos legendarios de los que hablaban y aún hablan nuestros viejos cuando cuentan historias de la siega. Hoy son cosas olvidadas, de cálido y, a la vez, doloroso recuerdo. ¡Qué dura fue la vida de algunos!

De la Cruz de los Segadores, ¡aquello sí que era movilidad laboral, hay que joderse!, baja una fuerte pendiente que llega a la carretera local 113 y la cruza. Continúa el camino, con bastante pendiente, y vuelve a encontrarse con la 113 más abajo. Durante el descenso se nos ofrece una espectacular vista de la desecada laguna de Antela con las torres de Penas y Sandiás destacando al fondo. Finalmente, siguiendo esta carretera, llegamos a Vilar do Barrio.