31 mayo 2007

Azar


Teniendo en cuenta que, según se mire, todos los viajes son el viaje, los caminos producen y han producido en mí una emoción intensa. Me sorprendieron en su día algunos viajes a pie. Hablo de viajes de 30 días o más, algunos de más de mil kilómetros. La maravilla de lo simple sorprende siempre. Pero lo sencillo ni se busca ni se ve, ha de encontrarse al azar o, de lo contrario, no se encuentra de ninguna manera. Bonita palabra, azar. Si no sabemos por qué ha ocurrido algo decimos que ha ocurrido por azar. No nos resistimos a ignorar y, claro, para eso están las palabras: azar, por ejemplo. Azar y otras palabras quedan bien y son bonitas, sirven para explicar lo inexplicable y además, hasta ahora, son gratis. ¿Quién no queda bien por ese precio? Es como cuando la policía o los políticos dicen que no descartan ninguna hipótesis sobre algo que ha acaecido, quedan muy bien y nadie puede achacarles ni recriminarles que no tengan ni puta idea, con perdón, de lo sucedido. Las palabras nos sacan de muchos apuros, esa es la verdad. También distraen, sí señor, sobre todo distraen. Pero volviendo a lo irreal, ¿qué me animó a emprender ciertos caminos? Leed, si tenéis tiempo esta poesía de Constantino Kavafis y lo comprenderéis, yo también la leí un día por azar:
ÍTACA
Cuando salgas en el viaje hacia Ítaca,
desea que el camino sea largo,
pleno de aventuras, pleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al irritado Poseidón no temas,
tales cosas en tu ruta nunca hallarás,
si elevado se mantiene tu pensamiento,
si una selecta emoción tu espíritu y tu cuerpo embarga.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
y al feroz Poseidón no encontrarás,
si dentro de tu alma no los llevas,
si tu alma no los yergue delante de ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que, con cuánta dicha,
con cuánta alegría, entres a puertos nunca vistos.
Detente en mercados fenicios
y adquiere las bellas mercancías:
ámbares y ébanos, marfiles y corales,
y perfumes voluptuosos de toda clase,
cuanto más abundantes puedas.
Anda a muchas ciudades Egipcias
a aprender y aprender de los sabios.
Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca.
Llegar hasta allí es tu destino.
Pero no apures tu viaje en absoluto.
Mejor que muchos años dure
y viejo ya ancles en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que riquezas te dé Ítaca.
Ítaca ya te dio el bello viaje.
Sin ella no hubieras salido al camino.
Otras cosas no tiene ya que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te ha engañado.
Sabio así como llegaste a ser, con experiencia tanta,
ya habrás comprendido qué es lo que significa Ítaca.

El poema, a fuerza de probarse en viajes y viajes, ha salido certero. Tuvo el poema la virtud de animarme ante lo que me parecía difícil, por no decir imposible y, aunque otras personas lo leyeron por separado, quiso el azar, una vez más, que lo recordásemos juntos en encuentros impensados.

29 mayo 2007

Despedida


Llegó el día de mi partida, me marchaba a trabajar en la hostelería, a Lloret de Mar, era un 25 de junio. Mi tío Manolo me bajó a la estación para despedirme. Por aquel entonces Manolo estaba sin trabajo, el hombre vivía en casa de una hermana casada y no tenía un duro. Creo que, al ver que me iba, casi le daban ganas de venirse conmigo. Al llegar el tren, me preguntó si llevaba el billete y si llevaba dinero. A la primera pregunta le dije que sí y a la segunda que 80 pesetas. Pero, ¿cómo consienten que un crío se vaya casi a Francia sin dinero?, y el hombre, visiblemente conmovido, sacó su cartera y me dio todo cuanto en ella llevaba, sin dejar ni un solo billete para él. Fueron 800 pesetas, sé que era todo lo que tenía. Luego me dio un abrazo y se dio media vuelta porque no quería que le viese llorar. Mi imagen, con un traje arreglado y teñido de negro que había sido de mi padre, y mi pinta de crío decidido sólo daban muestra evidente de un audaz desamparo. Cuando salió el tren, mi tío no se volvió pero agitó la mano porque sabía que yo le estaba mirando. El tren dejó la estación de mi ciudad y se metió en la noche.

Calendario


El calendario es un pequeño mar con diminutas olas. En esas olas uno puede perderse, navegar, hundirse, sorprenderse, perecer, ser feliz, angustiarse, llevarse la gran sorpresa, descubrirse a uno mismo en facetas desconocidas... Es como si al levantar cada una de sus hojitas viniese por detrás una sorpresa, un placer, un gusto, un disgusto, una bomba que pudiera arrancarte la mano de cuajo, una caricia, un llanto... cualquier cosa inesperada.
No, yo no soy yo, cuando paso cada hoja del calendario, soy sólo la idea que de mi mismo tengo. Soy otro y, sólo de vez en cuando, entro en mí, como el que visita una casa propia en la que hace años que no mora. Me visito a mí mismo de prestado, con miedo a ser descubierto, casi como un ladrón. De espaldas al calendario.

28 mayo 2007

La cruz de D.Manuel


Caminar por los campos desiertos de Villacadima es dejar que el alma se meza perezosa en el aire ligero y fino de la sierra. Dejar atrás los campos yermos, hoy perdidos, y encaminarse por las suaves hondonadas hacia los pinos que limitan con otro término de bonito nombre, Campisábalos. El recorrido es un placer para el que sobran las prisas. Difícil, muy improbable, casi imposible el dar con alguien. Sería un milagro el ver persona alguna. Sólo sabinas, enebros, pinos y arbustos delimitan a lo lejos los baldíos desiertos y ásperos con la dehesa de tierna hierba poblada por las vacas montaraces.
Llegando casi a la linde entre ambos términos aparece, o más bien se topa uno si tiene la suerte de dar en ella, con una cruz maciza, de piedra, cubierta parcialmente de liquen y en la que cuesta un poco leer estas palabras: D. Manuel Abascal † El 12 de Julio de 1919 D.E.P. La cruz está en lo que se supone que es el camino, ya perdido, de Villacadima a Campisábalos o viceversa. El hallazgo contribuye aún más a dar al paraje un ambiente de mayor soledad, desolación y desamparo al comprobar que la zona, hoy sin vida, la tuvo hasta tal punto que hubo quien la perdiera en sus caminos. Pensando de dónde vendría o a dónde iría D. Manuel en su último viaje, me voy de allí despacio, como llegué, pensando dónde me pillará a mí el mío.

Lo inesperado.


No son encuentros forzados. Se producen, simplemente, sin saber por qué. Son muestras del supremo valor de lo que no tiene utilidad. El valor impagable de la sorpresa. Encontrar donde no buscas. Recibir de donde no esperas. Es como si tu alma estuviera disgregada sin tu saberlo y de vez en cuando te toparas con algún trocito de ella que alguien amablemente te ofrece: “Señor, ¿es suya esa brizna de alma que me encontré?”. Decididamente no estoy hecho para esta civilización de lo previsible en la cual nos gusta tener seguro todo, que todo coincida con lo que se espera , en la que la propiedad nos da una seguridad ficticia y nos ofrece tranquilidad a nosotros mismos porque confundimos la seguridad con la posesión. Lo imprevisible nos vuelve vulnerables. Lo imprevisible nos hace vivir. El castillo de la seguridad cae ante ello, porque es un castillo imaginario en el que nos gusta encerrarnos para sentirnos bien. El socorrido reflejo de cerrar los ojos ante el peligro con la pueril intención de que así desaparezca.

26 mayo 2007

Una percepción de la derecha eterna.


La bandera de mi país siempre era esgrimida por gente de derechas, hasta el punto que yo pensaba al verla siempre en ellos. Identificaba la bandera con ellos y pensaba, inconscientemente, que el país también les pertenecía. La gente de derechas que yo he conocido desde que era muy joven era gente adinerada, de media a alta posición. La gente de derechas era también, al menos externamente, gente religiosa, católica en mi país, muy respetuosa y proclive hacia la autoridad eclesiástica y sus deseos. La Iglesia, por lo general, era recíproca en sus simpatías hacia ellos. La gente de derechas era poderosa, influyente y pronta al amable compadreo entre los suyos. La gente de derechas hacía y deshacía, porque podía y nadie osaba impedírselo, cuantas cosas le venía en gana. La gente de derechas pasaba por ser gente como Dios manda y tal y como convenía que todos fuésemos, por lo menos, en apariencia: gente de bien. Así que la gente de derechas solía reunir, no totalmente pero casi, el monopolio del dinero, de la religión, del poder, de la bonhomía y de la patria encarnada en la bandera, de las tradiciones, de la historia... La gente de derechas era la esencia de la nación. Era la nación. Sin más.
Como la gente de derechas hizo siempre lo que quiso, a nadie le extrañaba que amañaran las cosas, fueran las que fueran. Al fin y al cabo siempre lo habían hecho. Tampoco era chocante que pusieran a los suyos en los puestos que desearan, ese había sido siempre su comportamiento natural. Los empresarios tuvieron siempre un cierto estilo gansteril que, nadie sabe cómo ni por qué, consiguieron que se viera como normal, como parte del orden establecido por la naturaleza. La ley del más fuerte. Algo así como una selección natural institucionalizada. A nadie le extrañaba que la derecha fuera como un ave de rapiña porque siempre lo había sido y porque además pusieron de moda el serlo, como un avance más del bien común. Al fin y al cabo ellos creaban los puestos de trabajo casi del mismo modo que el Creador hizo el mundo en una semana. Y, al que creaba puestos de trabajo, todo le estaba o de debía de estarle permitido.
Resumiendo, que nadie se alarmó nunca porque alguien de derechas hurtase en cuentas, hiciera apropiaciones indebidas, defraudara, extorsionara, coaccionara, practicase el cohecho, el nepotismo… era algo connatural con ellos. Al fin y al cabo no mataban a nadie. ¿Cómo si no iban a ser el alma máter del país? Sólo faltaría eso, que no pudieran hacer lo que quisieran. Cualquier desmán de la gente de derechas es visto, al fin y al cabo, como algo esperable e ineludible, como algo que ellos hacen ya casi genéticamente. Nadie espera otra cosa de ellos. No sé por qué pero en mi mente, desde pequeño, la cosa quedaba así explicada. Este comportamiento de la derecha llegó a hacerse tan natural como la salida diaria del sol por el Éste. La derecha también era un valor diario y permanente que ahí estaba y estará guste o no. Es el motor del país, no puede ser de otra manera. ¿Qué queremos el caos, la anarquía y el desorden? Pues dejemos las cosas como están. No ideemos experimentos arriesgados.
Claro que todo esto puede ser una falsa percepción, casi una impronta, que yo fui recibiendo desde niño y que, hasta ahora, los hechos no me han desmentido. También puede que, siendo yo una criatura, las cosas me pareciesen así y que mi torpe mente, yendo ya para viejo, tampoco haya notado grandes cambios. Pero claro tanto la visión del niño, como el juicio del viejo pueden estar mal construidos, ser erróneos, dirigidos, interesados y malintencionados. Errores de percepción ya que como todo el mundo sabe, las percepciones pueden ser engañosas. Por las impresiones de uno tampoco se puede condenar a nadie, naturalmente todas estas afirmaciones habría que probarlas, pues estoy seguro que sorprenderan a todos cuantos las lean. A nadie se le ocurren estas cosas tan absurdas.

11 mayo 2007

Mártires laicos

No sé si soy un buen testigo. No viví la guerra civil que hubo en España desde 1936 a 1939. Así que ni siquiera me puedo llamar testigo.
A pesar de esto, viví en mi familia y en mi entorno el temor a hablar abiertamente de lo que pasó. Daba la sensación de que todos tenían un gran sentido de la vergüenza por lo ocurrido y algunos un abierto temor a describirlo. También viví la demonización de un grupo, el de los perdedores, denominado en simplificador conjunto como “los rojos” y que eran, al parecer, los causantes de todo el mal que sobre la faz de la tierra hubiese. Viví los tiempos en que los párrocos o la Guardia Civil habían de avalar con un certificado de “buena conducta” las aspiraciones de los ciudadanos para conseguir un empleo público. Vi la segregación, en barrios de pobres y de desarrapados, de los perdedores. Vi los comedores vergonzantes del Auxilio Social. Más tarde, con el paso de los años y a fuerza de preguntar a quien debía y a quien no, supe de los fusilamientos de muchos, no ya en la guerra donde quiero pensar que la locura se generalizó, sino en la posguerra, a lo largo de muchos años y con los ánimos supuestamente más calmados por la victoria; supe también de los años de cárcel, de los campos de concentración, de las depuraciones, de los destierros, de los exilios para muchas personas... todas ellas habían sido leales con el gobierno democráticamente establecido. Siempre vi y sigo viendo, en las fachadas de las iglesias de todos los pueblos de España, unas listas perennes de caídos por Dios y por España, listas que sólo hacen referencia a los que compartían ideología con los que se rebelaron y se impusieron por la fuerza a sus compatriotas. También supe luego que los papeles se habían cambiado, que a los defensores de la legalidad vigente se les tildó de traidores y a los que se alzaron contra el gobierno democráticamente elegido se les llamó patriotas y que esos fueron “los nacionales”. También supe que la Iglesia Católica llamó a esta guerra “Cruzada” tomando inequívocamente partido contra la legalidad del gobierno de la república y a favor de los que se rebelaron contra ella.
A lo largo de mi vida, la guerra civil que no viví, ha estado siempre presente de una manera o de otra. Hoy existe un proyecto de recuperación de la memoria histórica que al parecer pretende recobrar la dignidad y sacar del anonimato a los que perdieron la vida por enfrentarse a la sinrazón, un proyecto que pretende desenterrar a los fusilados en la cunetas y devolverles su nombre, que pretende redimir los años de vergüenza y compensar la pena que tantas familias hubieron de sobrellevar, que pretende que se anote y recuerde el nombre de los olvidados, de los que no estarán en la fachada de ninguna iglesia ni en ninguna lista de caídos por Dios y por España. Pero, al parecer, esto sólo va a servir para fomentar el odio entre españoles, evitar el cicatrizante olvido e impedir la reconciliación. No sé porqué, cuando ya no se le piden a nadie responsabilidades. Parece que no es posible hacer esto entre todos, reconocer los abusos que no solamente no buscan ya castigo para ninguno de sus responsables sino que lo único que pretenden es recobrar para la historia común el nombre de los olvidados. Sin embargo, parece ser que esto no fomenta el espíritu de la reconciliación. Es mejor que estos, cuanto menos leales, queden ignorados para el bien común general.
Hace bien poco, ha habido auténticas oleadas de canonizaciones de “mártires de la Cruzada” auspiciadas por la jerarquía católica española y avaladas y celebradas por el Papa Juan Pablo II. Se ve que, en estos casos, era evidente un encomiable afán de justicia y reconciliación. Ahí tenemos a los santos de la Cruzada a nadie le parecen un peligro pero esos otros mártires laicos sí que parece que lo son. La culpabilidad de muchas familias les persigue de generación en generación. Si no es así, no me lo explico. Seguramente soy un testigo deformado.

06 mayo 2007

No como, me medico.

No, ciertamente yo no como, me medico.
Isoflavonas, antioxidantes, L-carnitina, ácido oleico, rivoflavina, omega 3, vitaminas, ácido fólico, niacina, aceite de onagra, lecitina de soja, ácidos grasos esenciales, aminoácidos esenciales, calcio, colágeno, cortisol, creatina, fenilalanina, glucógeno, L-glutamina, mucílago, oligoelementos, neutralizadores de los radicales libres… y un sinfín de substancias que desconozco forman, sin mi consentimiento, parte de mi dieta diaria.
Mis abuelos sabían que comían fruta, carne, pescado, patatas, verduras, frutas, legumbres… que bebían leche, vino, agua… e, ignorantes de las deficiencias de estos productos, los consumían hasta la muerte. Yo ya no como, me medico, pero creo que tendré su mismo fin. Con una diferencia, ellos sabían lo que comían, yo no, pero lo pago. Eso es lo que importa.