23 enero 2007

NO QUEREMOS LA PAZ, QUEREMOS LA VICTORIA.





El camino que lleva a ningún sitio o, si se quiere, el camino que sirve para seguir donde estamos, pasa por el orgullo, la soberbia, la estupidez, la venganza, el odio, la muerte... y todo eso que, ante los ojos de la parcela de sociedad que frecuentamos, nos hace quedar de justos cuando lo que somos es un hatajo de ineptos, incapaces de hacer algo más allá de los instintos más primarios. Unos anteponen el diálogo, otros la justicia, otros la venganza, otros la democracia, otros la libertad, otros lo contrario de lo que quiera el adversario, otros parte de este país y del vecino... y tantos, tantísimos políticos por aquí y por allá que, incapaces de arreglar el asunto, se pelean entre ellos para redondear la faena mientras la traca macabra del terrorismo nos avergüenza una vez más. Los que se supone servidores del pueblo, que mantiene las instituciones y les paga, se dedican a hacer la guerra por su cuenta, eso sí, en pos de la victoria. Aquí la paz no le basta a nadie.
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