28 noviembre 2007

Inicio de una amistad


Tras sus, digamos, diferencias de opinión con el director del colegio menor, ni que decir tiene que le echaron. Por listo, a ver si para otra vez espabilaba. Aquella despedida fue como un epitafio por su idealismo de adolescente. El muchacho se fue muy dignamente, había sabido defender sus ideas con gallardía, pero ya no tenía trabajo ni perspectiva de encontrar otro.
No se arredró, hizo amistad con un chaval que trabajaba los veranos en la Costa Brava para pagarse los estudios en invierno y éste le dijo que si escribía a sus jefes quizás le aceptaran como camarero para la temporada de verano. El muchacho escribió y le aceptaron. Se lo dijo a su madre. Ella puso el grito en el cielo. ¡Irse a trabajar a la Costa Brava! ¡A quién se le ocurre! ¡De ninguna manera! No obstante, su madre, que le conocía bien, sabía que no podría pararle. Asustada, por lo que le pudiera ocurrir, decidió pasarles el asunto a los hombres fuertes, a los duros de la familia que eran como dos patriarcas gitanos sólo que en payo. Los dos por cierto se llamaban Ángel. Sí, como el custodio. Eran dos tíos del muchacho.
El primer Ángel le citó en su despacho, cosa que sonaba bastante seria y solemne. Era una tienda de muebles que junto con un socio, al que todos llamaban Juanito a pesar de ser cincuentón, tenía por la zona comercial de la ciudad. Todo fue entrar en el despacho, cerrarse la puerta a sus espaldas y caerle encima una retahíla de reproches, historias y advertencias que, sin duda, contribuyeron a fomentar su conocimiento de la vida, de las personas en general y de lo crápulas que habían sido su tío Ángel y su socio Juanito en particular.
- Pero, ¿es que tú nos vas a hacer creer que te vas a Lloret de Mar a trabajar?; pero, ¿es que tú te has creído que Juanito y yo somos jilipollas?; pero, ¿no te das cuenta de que ya tendrás tiempo de irte de tías y que lo que tú tienes que hacer es trabajar y ayudar a tu madre?; mira, ¡pregúntale a Juanito que le pasó a él en Cádiz cuando era joven por encelarse con una chica!
Juanito, a desgana, narró:
- Pues mira, hijo, que me pillé unas purgaciones que me duraron dos meses y el día que me iba, como despedida, sus tres hermanos me dieron una mano de hostias por haber abusado de la niña y, ya de paso, me quitaron la cartera.
- ¡Lo estás viendo, es que os creéis que lo sabéis todo y no tenéis ni puta idea de nada, que sois unos jodíos críos que vais por ahí a comeros el mundo!, ¿qué te crees que no nos hemos enterado que te han echado del colegio menor? ¡Qué vergüenza!...
El tío Ángel siguió así durante una hora poco más o menos. Cada vez que tenía que poner un ejemplo de alguna golfería, el protagonista era siempre Juanito. Así el muchacho se fue enterando de las juergas, las borracheras, las noches locas y toda la gama de consecuencias orgánicas colaterales que estos hechos traen consigo pero, eso sí, en la piel de Juanito.
Ya llegó un momento en que el pobre Juanito, algo quemado, cuando Angel le inquirió por enésima vez para que contara al muchacho alguna otra desgracia a la que, ¡cómo no!, una mala mujer le atrajo, Juanito estalló y encarándose con Ángel le dijo:
- ¡Mira, Ángel, me tienes hasta los mismísimos cojones!, y luego, dirigiéndose al muchacho, ¡dile a tu tío que te cuente él su vida, que en todas esas ocasiones estuvo también él conmigo y le pasó como a mí, joder, que ya está bien, coño!
Así se enteró de que aquellos dos seres, hasta ese momento para él próceres ejemplares, habían sido dos crápulas de muchas campanillas. No se daban cuenta que él, a su edad, si no era ya un ser puro, todavía se acercaba mucho a ello. Sin embargo, para ser tan crío, no perdió la calma. El muchacho les agradeció todas sus advertencias y consejos pero les dijo que, o le buscaban un trabajo, además de los consejos, o se iba a Lloret de Mar. Cómo es mucho más fácil predicar que dar trigo, las cosas no pasaron de sus doctos consejos y su propósito continuó firme, por que, de trabajo, nada.
Ahora le quedaba el segundo patriarca. El otro Ángel había sido su terror infantil. Era un hombre que no entendía en absoluto a los niños, gruñón, regañón, machacón y con un genio de mil demonios. Este segundo patriarca, el segundo Ángel, le recibió en la cama. Su tía ya se había levantado. Era una mañana de domingo y al tío le gustaba quedarse en la cama leyendo. Aunque este encuentro le pareció que iba a ser parecido al anterior y, si acaso, más dramático por los antecedentes, no lo fue en absoluto. Fue más parecido a las películas de El Padrino. La verdad es que este otro Ángel era un hueso mucho más duro de roer. Toda la vida había sido un mercader, un tratante, hasta a los gitanos había engañado, se había tirado la guerra entera en las trincheras, tenía un montón de condecoraciones...y físicamente imponía. En efecto, un careto tal que un gángster de Chicago y unas cejas como dos cepillos. Un pipiolo como él no tenía ninguna oportunidad ante este capo. Eso le salvó. El viejo le dejó hablar tranquilamente, sin apremiarle y a los dos minutos, aquel tahúr que había desplumado a los italianos de su compañía jugando al mus bajo fuego de mortero, ya se había dado cuenta de que simplemente tenía delante a un pobre chico que quería trabajar en el verano para luego darle el dinero a su madre y pasar el invierno estudiando. El viejo zorro se percató al instante de que era un infeliz. Cuando el muchacho le hablaba de los derechos, de la justicia, de la bondad... (la conversación se prolongó)... él no le contradecía. A veces se limitaba a sonreír muy suavemente (como diciendo: hijo, hay que joderse lo tonto que eres, lo que te falta por aprender) y otras le hacía preguntas, abundando en el tema que trataban. Por sus respuestas se daba cuenta de que el muchacho era sólo era un pobre chico sin apenas experiencia en casi nada, un inocente, un ignorante. Curiosamente desde aquel día ese gángster, que tantas veces le había hecho temblar comenzó a tenerle afecto. El tío tranquilizó a su madre y le recomendó que le dejara hacer al muchacho sus planes. Fue el inicio de una buena amistad.

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