31 marzo 2008

Consideración



Agustina, la tutora, tenía enfrente, al fin, a los padres de Vanesa. A los dos, sí, por increíble que a ella misma le pareciera. Eran gente bien, acomodada.
La muchacha era una adolescente que no había completado su educación secundaria en ninguno de los tres institutos por los que había repartido su presencia desde los doce años, edad a la que abandonó la escuela. A los 17 había dejado el último centro, contribuyendo así al descanso de su tutor, en particular, y al de la totalidad de su panel educativo, en general. En el curso, durante el cual cumpliría los 18 años, accedió a un centro de educación para personas adultas. El último puerto, éste permanentemente abierto, que el sistema educativo le ofrecía para terminar la educación secundaria.
Aparte de los problemas de afirmación personal que le llevaban a enfrentarse con el profesorado y los padres, de los de disciplina que le impulsaban a no acatar las normas, de los de afectividad que le incitaban a ser líder sin serlo y foco de atención constante, de los de drogodependencia inducida por la socialización del fin de semana, de los de conducta agresiva y provocadora por la acumulación de las circunstancias antes dichas, se sumaba el redomado desapego de sus padres hacia ella, la pseudo independencia a la que le habían acostumbrado desde pequeña, el furor por distintas “play stations” sustitutivas del control parental de su tiempo y aborrecidas tras cada temporada, por pasadas de moda, y la afición a todos cuantos distractores la sociedad facilita a los padres para que se desentiendan de sus funciones sin que parezcan incumplirlas.
Sin embargo eso no era todo, Vanesa tenía dislexia, era incapaz de concentrarse más de un minuto en una cosa, no había aprendido a interpretar un texto, no alcanzaba a entender ninguna insinuación con sentido del humor, tenía graves problemas, no ya para abordar cualquier razonamiento abstracto, sino incluso concreto, su planicie ante la búsqueda de solución a un problema simple era sorprendente, no era capaz de imaginar y, a veces, ni de retener historias sencillas… toda prueba, test o batería clasificaba a Vanesa por debajo del umbral o del límite o del baremo o del borde que los orientadores y psicólogos consideraban mínimo.
Así que Agustina, con todos los puntos tomados para hablar de modo que los padres no se dieran por ofendidos, les dio un exhaustivo, amable y tranquilo informe oral de todas estas cosas y, con prudencia, les pidió que procurasen que Vanesa continuase asistiendo al centro un par de años más hasta que pudiese completar, a su ritmo, la educación secundaria y fuese madurando personalmente para poderse enfrentar a la vida y al trabajo.
- Lo que usted nos dice es no es posible – dijo resuelta la madre, si bien con cara de disgusto y mohín de gran resignación- porque, mire usted, nosotros tenemos muy, pero que muy claras, las limitaciones de nuestra hija, pero lo que no vamos a hacer de ninguna manera es dejarla sin una carrera. Así que, visto lo visto, y si no hay otra solución, se hará maestra.