Nunca olvidaré Devota, mi patria verdadera. Y siempre sufriré con sus padecimientos porque para eso soy su amante y fiel hijo.
Mi querida patria, como todo lugar codiciado y generoso, no sólo fue asolada y arrasada numerosas veces por tantos pueblos antiguos y de renombre como ha habido, sino que, además, ha sido siempre ansiada por los mismísimos demonios, de ambición inagotable para el mal.
Así, mi ciudad, ha vivido siempre encomendada al Santo Ángel de la Guardia y también al arcángel Miguel que, dicho sea de paso, tienen fama de ser tan bellos como el propio Luzbel, mejores galanes, y aún de muslos más turgentes y, sobre todo, mejor vestidos y más aseados.
Pero no hay que cegarse, y, si nos atenemos a los hechos, la belleza de los del glorioso gremio del Paraíso no ha hecho nunca honor a su efectividad, siendo, y me duele reconocerlo, mucho menos diligentes para el bien que los luzbelinos para el mal.
Así el guapo ángel y el macizo arcángel, siempre más dados a entretenerse con el vuelo de una mosca, a la contemplación y, permítanme que lo diga sin ambages, a hacer el vago, siempre han llevado las de perder y con ellos todos nosotros, los de Devota, claro. Que, lo de ir por ahí azuzando al mundo a la virtud, pues que lo llevan muy mal, sin ningún interés, que se nota a la legua que en La Gloria todo son facilidades: que si viven muy bien, que los puestos son a dedo, que son todos fijos, que no se mira la productividad, que de competitividad cero, vamos, que al jefe le han tomado el pan debajo del brazo y que no están a lo que están, ni ponen interés. Y es que donde no hay castigo no hay enmienda y con jefes así no se va a ninguna parte. ¡Qué irresponsable, santo cielo!
Igualito que Luzbel, menudo lobo, que es que no conoce horarios, ni findes, ni puentes, ni vacaciones y nos incita al mal en condiciones, pero tentándonos a base de bien, metiéndoselo a la gente por los ojos, y nos vende todos los pecados sin descanso y, a veces, ¡menudas ofertas! Que no es que yo lo diga, que es que lo estamos viendo.
Que miren ustedes, que no hay comparación en el asunto de la efectividad. Yo, no puedo afirmarlo, pero creo que los de La Gloria están todos subvencionados. Vamos que yo les metía una reducción de plantilla que se les iba a caer la pluma remera a la mayoría. En cambio, los trabajadores del mundo de la condenación, esos están a lo que están, trabajan todos los pecados a conciencia y sin descanso y, sobre todo, haciendo hincapié en las cosas de la lujuria, que son su especialidad. Y, por lo que dicen, se dan una maña sin parangón. Se conoce que por la mucha práctica.
Así que, luego, el santo ángel y el arcángel no paran de hacerse bocas con las hazañas que Luzbel consigue tentando a la gente por los bajos. Cosa que, por otro lado, siempre ha sido menos peligrosa, aunque ha dado mucho más juego, que hablar de estafas, de fraudes y de otras maquinaciones en el mundo de los dineros y ya, no digamos, de los crímenes sangrientos, guerras y demás barbaridades. Faltaría más.
Ahora se quejan de que las cosas para los buenos vienen mal dadas. Pues habed espabilado. No habed dejado que os comieran el terreno. Que con ser bueno no se arregla nada, que a Dios hay que ayudarle, se ha dicho siempre. Mirad como los luzbelinos ayudan a Satanás. Anda, que tendrá quejas.
Contentos me tenéis los angelitos custodios: ¡Cojonazos! Que os pasáis la vida con el bolo colgando y haciendo posturitas. ¿Qué os pensábais? ¿Qué eso de la felicidad eterna era dedicarse a verlas venir? ¡Capullos!
Mi querida patria, como todo lugar codiciado y generoso, no sólo fue asolada y arrasada numerosas veces por tantos pueblos antiguos y de renombre como ha habido, sino que, además, ha sido siempre ansiada por los mismísimos demonios, de ambición inagotable para el mal.
Así, mi ciudad, ha vivido siempre encomendada al Santo Ángel de la Guardia y también al arcángel Miguel que, dicho sea de paso, tienen fama de ser tan bellos como el propio Luzbel, mejores galanes, y aún de muslos más turgentes y, sobre todo, mejor vestidos y más aseados.
Pero no hay que cegarse, y, si nos atenemos a los hechos, la belleza de los del glorioso gremio del Paraíso no ha hecho nunca honor a su efectividad, siendo, y me duele reconocerlo, mucho menos diligentes para el bien que los luzbelinos para el mal.
Así el guapo ángel y el macizo arcángel, siempre más dados a entretenerse con el vuelo de una mosca, a la contemplación y, permítanme que lo diga sin ambages, a hacer el vago, siempre han llevado las de perder y con ellos todos nosotros, los de Devota, claro. Que, lo de ir por ahí azuzando al mundo a la virtud, pues que lo llevan muy mal, sin ningún interés, que se nota a la legua que en La Gloria todo son facilidades: que si viven muy bien, que los puestos son a dedo, que son todos fijos, que no se mira la productividad, que de competitividad cero, vamos, que al jefe le han tomado el pan debajo del brazo y que no están a lo que están, ni ponen interés. Y es que donde no hay castigo no hay enmienda y con jefes así no se va a ninguna parte. ¡Qué irresponsable, santo cielo!
Igualito que Luzbel, menudo lobo, que es que no conoce horarios, ni findes, ni puentes, ni vacaciones y nos incita al mal en condiciones, pero tentándonos a base de bien, metiéndoselo a la gente por los ojos, y nos vende todos los pecados sin descanso y, a veces, ¡menudas ofertas! Que no es que yo lo diga, que es que lo estamos viendo.
Que miren ustedes, que no hay comparación en el asunto de la efectividad. Yo, no puedo afirmarlo, pero creo que los de La Gloria están todos subvencionados. Vamos que yo les metía una reducción de plantilla que se les iba a caer la pluma remera a la mayoría. En cambio, los trabajadores del mundo de la condenación, esos están a lo que están, trabajan todos los pecados a conciencia y sin descanso y, sobre todo, haciendo hincapié en las cosas de la lujuria, que son su especialidad. Y, por lo que dicen, se dan una maña sin parangón. Se conoce que por la mucha práctica.
Así que, luego, el santo ángel y el arcángel no paran de hacerse bocas con las hazañas que Luzbel consigue tentando a la gente por los bajos. Cosa que, por otro lado, siempre ha sido menos peligrosa, aunque ha dado mucho más juego, que hablar de estafas, de fraudes y de otras maquinaciones en el mundo de los dineros y ya, no digamos, de los crímenes sangrientos, guerras y demás barbaridades. Faltaría más.
Ahora se quejan de que las cosas para los buenos vienen mal dadas. Pues habed espabilado. No habed dejado que os comieran el terreno. Que con ser bueno no se arregla nada, que a Dios hay que ayudarle, se ha dicho siempre. Mirad como los luzbelinos ayudan a Satanás. Anda, que tendrá quejas.
Contentos me tenéis los angelitos custodios: ¡Cojonazos! Que os pasáis la vida con el bolo colgando y haciendo posturitas. ¿Qué os pensábais? ¿Qué eso de la felicidad eterna era dedicarse a verlas venir? ¡Capullos!