24 mayo 2010

Ángeles custodios de plantilla

Nunca olvidaré Devota, mi patria verdadera. Y siempre sufriré con sus padecimientos porque para eso soy su amante y fiel hijo.
Mi querida patria, como todo lugar codiciado y generoso, no sólo fue asolada y arrasada numerosas veces por tantos pueblos antiguos y de renombre como ha habido, sino que, además, ha sido siempre ansiada por los mismísimos demonios, de ambición inagotable para el mal.
Así, mi ciudad, ha vivido siempre encomendada al Santo Ángel de la Guardia y también al arcángel Miguel que, dicho sea de paso, tienen fama de ser tan bellos como el propio Luzbel, mejores galanes, y aún de muslos más turgentes y, sobre todo, mejor vestidos y más aseados.
Pero no hay que cegarse, y, si nos atenemos a los hechos, la belleza de los del glorioso gremio del Paraíso no ha hecho nunca honor a su efectividad, siendo, y me duele reconocerlo, mucho menos diligentes para el bien que los luzbelinos para el mal.
Así el guapo ángel y el macizo arcángel, siempre más dados a entretenerse con el vuelo de una mosca, a la contemplación y, permítanme que lo diga sin ambages, a hacer el vago, siempre han llevado las de perder y con ellos todos nosotros, los de Devota, claro. Que, lo de ir por ahí azuzando al mundo a la virtud, pues que lo llevan muy mal, sin ningún interés, que se nota a la legua que en La Gloria todo son facilidades: que si viven muy bien, que los puestos son a dedo, que son todos fijos, que no se mira la productividad, que de competitividad cero, vamos, que al jefe le han tomado el pan debajo del brazo y que no están a lo que están, ni ponen interés. Y es que donde no hay castigo no hay enmienda y con jefes así no se va a ninguna parte. ¡Qué irresponsable, santo cielo!
Igualito que Luzbel, menudo lobo, que es que no conoce horarios, ni findes, ni puentes, ni vacaciones y nos incita al mal en condiciones, pero tentándonos a base de bien, metiéndoselo a la gente por los ojos, y nos vende todos los pecados sin descanso y, a veces, ¡menudas ofertas! Que no es que yo lo diga, que es que lo estamos viendo.
Que miren ustedes, que no hay comparación en el asunto de la efectividad. Yo, no puedo afirmarlo, pero creo que los de La Gloria están todos subvencionados. Vamos que yo les metía una reducción de plantilla que se les iba a caer la pluma remera a la mayoría. En cambio, los trabajadores del mundo de la condenación, esos están a lo que están, trabajan todos los pecados a conciencia y sin descanso y, sobre todo, haciendo hincapié en las cosas de la lujuria, que son su especialidad. Y, por lo que dicen, se dan una maña sin parangón. Se conoce que por la mucha práctica.
Así que, luego, el santo ángel y el arcángel no paran de hacerse bocas con las hazañas que Luzbel consigue tentando a la gente por los bajos. Cosa que, por otro lado, siempre ha sido menos peligrosa, aunque ha dado mucho más juego, que hablar de estafas, de fraudes y de otras maquinaciones en el mundo de los dineros y ya, no digamos, de los crímenes sangrientos, guerras y demás barbaridades. Faltaría más.
Ahora se quejan de que las cosas para los buenos vienen mal dadas. Pues habed espabilado. No habed dejado que os comieran el terreno. Que con ser bueno no se arregla nada, que a Dios hay que ayudarle, se ha dicho siempre. Mirad como los luzbelinos ayudan a Satanás. Anda, que tendrá quejas.
Contentos me tenéis los angelitos custodios: ¡Cojonazos! Que os pasáis la vida con el bolo colgando y haciendo posturitas. ¿Qué os pensábais? ¿Qué eso de la felicidad eterna era dedicarse a verlas venir? ¡Capullos!

19 mayo 2010

Iniciación a la educación sexual

Mucho antes de que hubiera películas porno al alcance de cualquiera gracias a Internet, cordón umbilical que nos mantiene unidos con el mundo, y, antes aún, de que comenzaran los reality shows y los grandes hermanos gracias a las plurales cadenas televisivas que son escuela de democracia y ética, y, aún antes, de que la doctora Ochoa y otros eminentes sexólogos iluminaran con su ciencia nuestras partes pudendas, e incluso antes de que se conociera lo que los viejos conocimos como el destape, mucho antes, ocurrieron estos hechos. En suma, podría decirse que ocurrieron, cuando los abuelos, al tomar un café en el bar o en las pocas tabernas que tenían cafetera, y, por la cosa de matarle el bravío a tan fiero brebaje, le decían al camarero que les echase en él una peseta de coñá, entonces, sí señor, entonces fue cuando el Francia, que había estado en la misma de emigrante y sabía del asunto un güevo, encontró trabajo en el sanatorio.
El sanatorio, decía el Francia, era un chollo con lazo. Tuberculosos y tísicas estaban separados. Mujeres y hombres, cada cual en su pabellón, para que no hubiera sexo de género.
El sanatorio, aseguraba el Francia, era una bicoca en bandeja. Como los enfermos estaban aislados, pues sabían agradecerte cualquier recado o cosa que hicieras por ellos.
El sanatorio, le brillaban al decirlo los ojos al Francia, a partir de las ocho de la tarde, que se iban los médicos y sólo quedaban los enfermos y los cuidadores y, si acaso el médico de guardia, era el paraíso terrenal sin la bicha.
Llegado el momento, el ex emigrante, bajaba la voz y la ponía ronca y entonces, los cuatro amiguetes, que le escuchaban abstraídos, sabían que había llegado el momento del relato erótico, sexual, porno y salvaje del día. Era el porno hablado de la era tabernaria. E indefectiblemente, cuando el Francia acababa su salaz relato, añadía, para confirmar la veracidad del mismo, estas sabias palabras: “Mirad, las tísicas, es lo que tienen, cuando más jóvenes más cachondas están, porque como, por la cosa de la enfermedad, tienen una fiebre que no llega a ser alta pero que no se les quita pues, la que pasa, que están con el tempero de continuo y en un estado, que lo mismo es ponerles la mano encima, que te se entregan pero ya, con ansia.”
Y, claro, él, por las noches, siempre se pedía el pabellón de las mujeres y, si no con una, con otra; ésta quiero, ésta no quiero; noche sí, noche también. Que aquello era un sin parar.
- ¿Y no te da miedo que te contagien?
- Quiá, si les pongo un talego, que llevo en el bolsillo, en la cabeza.
- Y no se extrañan de que siempre quieras ir al pabellón de las mujeres.
- Quiá, si las noches no quiere hacerlas nadie. Al primero que se lo digo me lo cambia por el turno de día.
- Pero tendrás sueño por el día y los tiempos cambiados.
- Sí, pero jodo más que una mota en un ojo. Y, encima, me pagan cada semana. Eso, sin mencionar, que algunas me quieren como a un hijo. Y en mitad de un pinar, con un clima tan sano. Hacedme caso, trabajos como éste no los pilláis ni en Francia. Ni por pienso.

15 mayo 2010

San Isidro Labrador

Hay veces en que la tristeza es algo más, es desesperanza y desamparo. Es concluir en que el origen de las cosas es oscuro, los asuntos opacos, que ignoramos la causa de todo, por más que la intuyamos, que cualquier decisión nos trasciende, que nos movemos todos dando palos de ciego en un mundo que, en los últimos tiempos, se ha hecho aún más tenebroso de lo que era.
Da la impresión de que estamos asistiendo, sin querer creerlo, al fallo generalizado de un sistema económico que, sin razón de peso, nos hicieron creer que iba del brazo de la democracia, soldado a las libertades. Sí, a las libertades. Porque las libertades no son nunca la libertad, sino la administración en grajeas de ésta por quien proceda.
Y parece que por encima de los estados, de las naciones, de las sociedades, este gigante amorfo, ciego y bulímico, que es la economía del mundo, se corroe en un cáncer que se lo come desde dentro y que, sin enemigos declarados, se devora locamente a sí mismo sin que exista autoridad ni inteligencia capaz de controlarlo.
Si esto fuera así, y yo lo creo, todos los sacrificios que hagamos irán al sumidero, el mismo camino seguirán las quejas y protestas, y, del mismo modo, serán vanas las decisiones de quienes nos gobiernan, de quienes nos desgobiernan y de todo el coro de ilustres personajes que aún quieren remediar, peleando entre ellos, el cuerpo descompuesto y exánime del monstruo y parchearle los boquetes por los que su gula desaforada le ha hecho reventar. Los parcheos aguantarán muy poco y, enseguida, estaremos en otra.
Así que hoy, quince de mayo, quiero, con la inocencia propia de los niños, encomendarme a San Isidro Labrador, santo confiado por excelencia, a quienes los ángeles hacían la faena; y quiero pensar que las tierras del santo, que son también las nuestras, recuperarán su valor y su hermosura cuando se derribe todo lo ficticio que se hizo sobre ellas. Eso sí, desconfío mucho de que, esta vez, los ángeles vengan a echarnos una mano. Contentos les tenemos.