23 febrero 2008

¡Se sienten, coño!

- ¡Se sienten, coño!
- Siéntese, Sr Fraga. Le repito que se siente, Sr. Fraga. ¡¡¡Sr. Fraga!!!
- ¡Por favor! ¡¡¡Sr. Fraga, por favor!!!
- Osientomuchoperonohagofavoresanadie... hedichoquenoyesqueno... soyunpoliticoaforadorepresentantedelpuebloespañolyno...
Nunca pensé ver al tío Fraga dispararse como un torpedo ciego contra los números de la Guardia Civil, mientras ellos, como si se tratara del Lute, amartillaban los subfusiles ante la inesperada arrancada de aquel paquipolíticodermo macho de cabeza de martillo acostumbrado a que la calle fuera suya. En un solo día la Benemérita le había hecho dar, al gran políticopótamo, con sus huesos en el suelo, luego sentadito me quedé en el escaño que ocupé, luego calladito, calladito y por último, aserrín aserrán, ninguneado el galán, porque los golpistas se llevaron a todos los líderes políticos excepto a él, para aislarles. El desprecio había llegado demasiado lejos, ya no pudo aguantar más y con la máquina de decir y tragar y dejar vislumbrar palabras semipronunciadas encendida y a tope se lanzó don Manuel Fraga en feroz acometida contra el Instituto Armado. ¿Cómo se atrevían a no considerarle a él, nada menos que a todo un fragairibarne con los años precisos, un potiticoceronte demócrata con peligro letal? Nunca volveré a disfrutar de un espectáculo así. Ni creo que los siglos venideros lo vean. Era el 23 de febrero de 1981. La España cateta del ridículo mocho one more time, dándole al mundo un espectáculo cojonudo.

19 febrero 2008

Comprensión


"Los sistemas de creencias del pasado eran técnicamente falsos y moralmente consoladores. La ciencia es lo contrario". (ERNEST GELLNER)


Hemos de ser comprensivos con la Iglesia Católica. La iglesia necesita tiempo para aceptar las cosas y pasar a incluir entre sus valores aquellos que previamente combatió. Leyendo un libro de Fernando Savater que se titula “La Vida Eterna” y que, por ser este señor un filósofo educado, está escrito de forma razonada y respetuosa, me he enterado de algunas cosas. Por ejemplo:
Que ya, a raíz de la Revolución Francesa, hubo respuesta de la iglesia para aquellos deseos tan populares de Liberté, Egalité et Fraternité. El papa Pío VI respondía en una encíclica llamada Quod aliquantum, en el 1791, a la Declaración de Derechos del Hombre hecha por los revolucionarios franceses, y lo hacía con estas prudentes palabras: “No puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres”.
Otro papa, Gregorio XVI, en 1832, y en una encíclica que se llama Mirari vos considera, con tacto especial, la libertad de conciencia como un error venenosísimo. También se pronuncia contra la libertad de conciencia promovida por la modernidad democrática el pontífice Pío IX, en el Syllabus de 1864.
León XIII en su encíclica Libertas de 1888 anuncia los males del Liberalismo y del Socialismo y escribe: “No es absolutamente lícito invocar, defender, conceder una híbrida libertad de pensamiento, de prensa, de palabra, de enseñanza o de culto, como si fuesen otros tantos derechos que la naturaleza ha concedido al hombre. De hecho, si verdaderamente la naturaleza los hubiera otorgado, sería lícito recusar el dominio de Dios y la libertad humana no podría ser limitada por ley alguna”.
Pío X, siendo papa en 1906, y en su encíclica Vehementer escribe sobre la separación iglesia estado lo siguiente: “Que sea necesario separar la razón del Estado de la de la Iglesia es una opinión seguramente falsa y más peligrosa que nunca. Porque limita la acción del Estado a la sola felicidad terrena, la cual se coloca como meta principal de la sociedad civil y descuida abiertamente, como cosa ajena al Estado, la meta última de los ciudadanos, que es la beatitud eterna preestablecida para los hombres más allá de los fines de esta breve vida”.
Sólo en el Concilio Vaticano II, a instancias del papa Pablo VI se reconoce la libertad de conciencia como una dimensión de la persona ante la sorpresa de algunos sectores de la iglesia que consideran el pronunciamiento como una auténtica revolución.
A la vista de estos hechos me consuelo y veo que las diatribas actuales entre la iglesia y el gobierno no son cosa nueva. También me anima el hecho de ver cómo, pese al celo de los papas por limitar los derechos de las personas a su conveniencia, la humanidad ha progresado. Bien es cierto que no lo rápido que algunos quisieran pero, nadie por muy obispo de Roma que sea, ha conseguido detener esta evolución.

17 febrero 2008

Costumbres

A mí me parecía que las costumbres de los españoles son cosas como, por ejemplo, los saludos afectivos, los besos, los abrazos, los apretones efusivos de manos, los golpecitos en la espalda, discutir para pagar las rondas, comer pan en todas las comidas, tener la tele encendida en casa a todas horas aunque nadie le haga caso, hacer vida de calle, ir arreglados pero informales, no llamar por teléfono a horas intempestivas, que los hijos se vayan de casa después de los 30 años, no tener un hijo hasta los treinta y tantos, el vivir juntos sin casarse, el mirar a los desconocidos directamente a los ojos, que los bares sean los epicentros de nuestra socialización, el ruido excesivo, tirar las colillas, y más cosas, al suelo, saludar y despedirse de los camareros como si fueran de la familia, hablar y opinar de todo a voces, las discusiones acaloradas para dar a entender la solidez de nuestras opiniones, el creer que sabemos de todo, las interrupciones, los gestos, las descalificaciones, la vehemencia, el mucho apego al tú y el poco al usted, el gusto por lo informal, la impuntualidad, las prisas, el hablar de fútbol, de la falta de dinero, de las enfermedades, el cotilleo, el salir a tomar café durante el trabajo, el no pisar la iglesia más que para bodas, bautizos, comuniones y entierros, hablar bien de los muertos, el lucirse ante los amigos y familiares, el desayunar poco y fuera de casa, los churros, el comer a las tantas, el cenar a las mil y quinientas, el tapeo, el pincho de media mañana, la siesta, el flamenco, los toros, el ir de cañas, las procesiones de Semana Santa, las comidas de Navidad, los Reyes Magos, el roscón de reyes, las doce uvas, tener pajaritos enjaulados en la casa, andar por ésta con zapatos, que el pescado se sirva incluyendo la cabeza y, a veces, las carnes también, comer cerdo crudo, ponernos ciegos a la mínima ocasión de bacalao al pil pil, de cocido madrileño, cordero asado, gazpacho, paella valenciana, pan con tomate, pulpo a la gallega, tortilla de patatas…
En esas andaba yo con respecto a nuestras costumbres cuando vinieron los próceres políticos de la patria y me desengañaron. Pues no, mi menda estaba equivocado. Oigo a mis mayores, a esa gente de respeto y de fundamento que tanto bien hace, decir que los inmigrantes han de adaptarse a las costumbres españolas y cuando se les pide que especifiquen, dicen:
“Que se den cuenta de que aquí no se puede robar pero que tampoco se le puede cortar la mano al que lo haga” ¿? ¡!
"Que se tienen que integrar en la bandera, en el código de valores compartidos, que es lo que todo el mundo entendemos como lo que hay que hacer en un país" ¿? ¡!
“El objetivo de prevenir costumbres vejatorias, humillantes y discriminatorias contra la mujer, como la mutilación sexual o la poligamia, y que son frecuentes en algunos de los países emisores de inmigración o como los matrimonios concertados, la imposibilidad de abrir una cuenta corriente o poner su apellido a los hijos o que las niñas puedan practicar gimnasia con normalidad en los colegios" ¿? ¡!
¿Son esas cosas costumbres españolas? ¿Cómo no sea que piensen acabar con los asesinatos de mujeres en España, para dar ejemplo, y con la secular institución de las queridas y los amantes, por lo de la poligamia digo, de lo demás no entiendo nada? ¿Qué tiene que ver todo eso con nuestras sagradas costumbres patrias?

15 febrero 2008

Viaje al mar

Se acercaban a los 70 años y no habían visto el mar. Nos enteramos, por casualidad, en una sobremesa. Hay cosas que se dan por sentadas, sin ningún fundamento, pero se dan. ¿Quién no ha visto hoy el mar?
- Me ha dicho la Mari Carmen que el mar es precioso y sobre todo en las puestas de sol.
- ¿Pero es que usted no ha visto el mar?
- Uy, hijo, de qué parte, si nosotros no hemos salido del pueblo nunca. Bueno, el padre fue una vez a Barcelona a la boda de su hermana Maruja, y dice que lo vio, y también salió cuando la mili pero a Calatayud y a Jaca que tampoco tienen mar. Y luego, ya sabes, a Madrid cuando la enfermedad y por aquí por los alrededores.
Nos resultaba extraño que alguien no hubiera visto el mar. Pensamos qué lugar sería el idóneo para que alguien lo descubriera de mayor. Cavilamos un buen rato entre los recuerdos de nuestros paisajes marinos. Al cabo de un rato dijimos, casi al unísono:
- ¡Nazaré! ¡O Sitio de Nazaré! ¡Tiene que ser allí!
Les propusimos hacer el viaje. Todo fueron problemas, inconvenientes y dilaciones. Que si quién se iba a ocupar de los animales, que si ellos no podían moverse de allí, que a ver si les pasaba algo… Pero nada, nosotros firmes, que nos vamos y nos vamos.
Era finales de agosto cuando salimos del pueblo. Los cuatro en un flamante coche camino de Portugal a punta de mañana.
- A ver si nos vamos a marear, tómate esta pastilla, Tomás, que me la dio ayer la médica.
La primera parada fue Segovia.
- Y cómo hicieron estos arcos aquí, en mitad del pueblo.
- Fue hace muchos años y era para traer el agua.
- ¡Ah, claro, entonces tiene su explicación!
La segunda parada fue Salamanca.
- ¡Vaya Plaza Mayor! ¡Pero si yo creo que ni la de Madrid es tan hermosa como ésta!
Después les explicamos que ya estábamos en Portugal y que allí hablaban otro idioma y ya no les servían sus pesetas, que también tenían otra moneda, pero que no se preocuparan que nosotros llevábamos escudos.
- Pero, me entenderán, ¿no?
- Eso sí, usted a ellos puede que no, pero ellos seguro que le entienden.
La primera parada en Portugal fue en Guarda, frente a la Seo. Inmediatamente nos dirigimos a tomar algo a uno de los bares bajo los soportales de la plaza.
- Un vaso de vino - pidió Tomás directamente.
El camarero sin titubear, y con esa prodigalidad que suelen tener los portugueses a la hora de dar de comer o de beber, le puso un buen vaso de vino lleno hasta arriba.
- Oye, que me parece que me va a gustar este país.
Dormimos en un hotel de Aveiro. Al día siguiente antes de marchar, Carmen y Tomás no salieron de su habitación sin dejar la cama hecha y todo en orden.
- Pero, mujer, si en los hoteles no hay que dejar hechas las camas.
- Sí, hombre, y qué piensen que somos unos guarros, una gentuza o qué sé yo.
Paramos en Batalha y, cómo no, en Fátima.
- Bueno, ya está bien, que nosotros tenemos nuestra virgen de la Estrella. ¿A ver si nos vamos a cambiar ahora? – dijo Tomás, cuando se cansó de ver el santuario.
Faltaba una hora para que se pusiera el sol cuando llegamos a Nazaré. Había que verles a los dos cuando, desde lo alto de O Sitio, se asomaron al mirador y vieron el inmenso océano con la bola del sol al fondo bajando hacia él. Se quedaron callados y sobrecogidos y casi sin quererlo, en un gesto de mutuo amparo, se cogieron de la mano. El silencio de su ensimismamiento duró un rato.
- ¿Quién nos iba a decir a nosotros, Tomás, que íbamos a venir a estos sitios tan bonitos?- dijo Carmen, olvidándose de nosotros, porque, en ese momento, estaban ellos dos solos.
Naturalmente bajamos en el elevador y, después de dar una vuelta por el pueblo, cenamos en el Beira Mar. Las almejas y el pescado les encantaron.
- Mañana venimos a comer aquí. Pero de todas todas. No me habléis de otro sitio, ¿eh?
Dormimos en un hotel de esos en los que las habitaciones tienen todas una terracita que da al mar. Carmen y Tomás, tan pronto como se levantaron, se sentaron en la terracita y como dos niños se pasaron el tiempo mirando al mar sin más. Sólo cuando les llamamos se rompió su recogimiento.
Pasamos la mañana en el pueblo. Las mujeres se fueron hasta la orilla del mar y Carmen dijo:
- Ahora comprendo cómo la gente se desnuda y se baña, si es que me dan ganas de hacerlo a mí- y se descalzó y se pasó un buen rato chapoteando entre las olas que venían y se iban tras mojar sus pantorrillas, dichosa, como si fuera una niña.
Yo creo que Tomás pasó algo de envidia pero, por vergüenza, claro, no se atrevió a hacer lo mismo. Luego estuvimos comiendo gambas y vino blanco Gatao por las tabernas del pueblo. Después a comer al Beira Mar de nuevo. Oye, ni una queja. Por la tarde a ver el mar. No se cansaban nunca de mar aquellas dos almas mesetarias.
Al día siguiente tocó Lisboa.
- Lo que yo no entiendo es cómo, en mitad de esta barahúnda de calles y coches, vosotros sabéis donde vais – decía Tomás desconcertado, mirando a todas partes.
El castillo de Belem y los Jerónimos fueron parada obligada, claro. Carmen y Tomás estaban excitados por la emoción. Como si fueran niños, caminaban embelesados y, como si hubieran vuelto a sus mocedades, no cesaba la ternura de sus manos entrelazadas. Sí, es verdad, daba ternura verles.
Luego el centro, el Rossío, el Castelo, el Barrio Alto, el Chiado, la plaza del Comercio, la avenida da Liberdade…
- ¿Y por ese puente tan alto tenemos que pasar mañana? ¿No podríamos ir por otro lado?
Al día siguiente, era inevitable, nos despedimos del mar o, mejor dicho, de la desembocadura del Tejo que allí casi es lo mismo. Fuimos a Évora para despedirnos también del Portugal de toda la vida y, ya, regresamos a España. Dormimos en Cáceres.
Al día siguiente, cuando estábamos a punto de llegar a su pueblo, en el último cruce que llaman de Cantaperdiz, les preguntamos en plan de guasa:
- ¿Están contentos de que lleguemos al pueblo? ¿O igual les apetecía seguir?
- Pues por mi parte no habría ningún inconveniente- dijo Tomás con toda decisión.
Estaba todo dicho.

14 febrero 2008

Marino


- Evidentemente Dios existe y habita en Grecia, no olvide que nosotros somos los ortodoxos, tal como ustedes mismos nos llaman. Somos los que hemos permanecido en la recta idea, en el dogma genuino. Sí, por eso Dios tiene una especial predilección por Grecia, ¿comprende?
- ¿Cómo puede estar tan seguro?
- Es muy fácil, donde más está Dios también está muy presente el Diablo y aquí el Diablo está detrás de cada peña.
- ¿Lo ha visto alguna vez?
- No una, muchas veces. Si duda de mi palabra hable con el pope Ioanni de los Meteora, el que habita en el monasterio de Ayia Triadha, cerca de Kalambaka. Si lo hace, pregúntele por Marino. Es mi nombre y viví varios años en el monasterio.
- Y, ¿qué hacía allí?
- Hoy parezco un hombre bueno o, al menos, un hombre normal. Sin embargo si usted me hubiera conocido hace 20 años no pensaría que se trataba de la misma persona.
- Bueno, todos cambiamos con los años. Es lo normal.
- No, no me refiero a ese tipo de cambio. Yo entonces era una fiera, era una persona sin corazón, sin piedad, sin entrañas… yo fui un violador, asesiné, robé, comercié con todo, me vendí como mercenario… usted no puede hacerse idea. Fui allí a encontrar al que soy ahora y a dejar al que era antes.
- Y, ¿qué le hizo cambiar?
- Llegó un momento que no me aguantaba a mí mismo, no sabía salir de mi propia furia, de mi violencia ardiente, tenía una turbulencia dentro que me corroía, que me mataba. Era un gato rabioso lo que habitaba dentro de mí. No podía vivir así y no sabía qué hacer. Entonces me vine a las Meteora y hablé con los monjes, les conté todo. Ellos decidieron que debía aislarme del mundo si quería volver a encontrarme conmigo o, quizás, con otro. Escogieron al pope Ioanni y me mandaron con él al monasterio. Pasé allí cuatro años.
- Y, ¿qué hacía allí durante tanto tiempo?
- Cavar y pensar. Sólo eso.
- Bueno y todo esto, ¿qué tiene que ver con lo de Dios y el Diablo que me decía antes?
- Entre los monjes hay exorcistas, cosa normal por lo que le dije de Grecia. A partir de los dos años de mi estancia en el monasterio, y cuando ya mi alma se había serenado mucho, me pidieron que acompañara a los exorcistas en sus visitas. Eran mis únicas salidas del monasterio.
- No me diga que ha visto endemoniados.
- Endemoniados y endemoniadas. Y viéndoles me di cuenta de lo cerca que yo había estado de estarlo.
- No me tome el pelo. ¿De veras cree en esas cosas?
- No me queda más remedio, después de haberlas visto. Sí, no se ría, yo también fui como usted. Jamás creí en esas cosas y hasta me burlaba.
- Bien, pero, ¿cómo puede usted saber que aquellas personas estaban endemoniadas? ¿No serían enfermedades mentales lo que padecían?
- No. Lo sé porque cuando iba a visitar a aquellos pobres seres que jamás me habían visto, ni sabían nada de mí, ellos al instante me reconocían. Me llamaban por mi nombre y me decían pero Marino, pedazo de cabrón, si tú eres la escoria de la humanidad, ¿cómo te atreves a venir a echarme de este cuerpo, como tienes valor a venir aquí, tú que eres mierda de serpiente? ¿Es que prefieres que me aloje en el tuyo, maldito hipócrita, farsante de mierda? A mí no me engañas como al gilipollas ese de pope pajillero, que es tan farsante como tú... y otros muchos insultos y palabras que me siento incapaz de reproducir, ni de hacerlo con la vehemencia con que ellos y ellas se pronunciaban. Y además me decían a la cara todos mis pecados. Era increíble.
- Bueno pero eso no es extraño, al fin y al cabo, todos tenemos los mismos pecados.
- No se confunda, amigo. Me daban todos los detalles…

13 febrero 2008

El ciclista


Le había costado mucho a sus cuarenta y tantos años hacerse con la bici. No hacerse con ella para dar un paseo, sino para andar con soltura unos 50 ó 60 kilómetros. Bien es verdad que se trataba de una buena bici de montaña que, si lo necesitaba, tenía unos desarrollos muy cortos que, cómo dicen los castizos, casi le permitían subirse por las paredes. Pero desengáñense de los dichos, hay que hacer piernas. Así que entrenó y entrenó moviendo desarrollos cortos una hora, dos horas… hasta que se sintió con fuerzas y preparación para marcharse en solitario a dar vueltas por los pueblos de la provincia, a veces saliendo de la capital, a veces desde otros pueblos a los que previamente llegaba con la bici dentro del coche.
Ciertamente era un placer, incluso en los días calmos de invierno, salir con la bici sintiendo que la máquina obedecía y las piernas no acusaban el cansancio ni llegaban al agotamiento. Era una sensación estupenda el subir las pendientes con la regularidad rítmica que dan unas piernas preparadas para aguantar el esfuerzo y dosificarlo. El entrenamiento de los tres o cuatro primeros meses había valido la pena pues, intentar distancias en bici sin entrenamiento, es una garantía segura para aborrecer al artefacto.
Por el contrario, estando preparado, debe de producirse quizás lo que algunos consideran como una producción de endorfinas a las que el ciclista o el deportista en general se vuelve adicto. Algunos sostienen que la práctica controlada y regulada de ejercicio físico produce una estimulación en la producción de neurotransmisores cerebrales que generan en los deportistas analgesia y una sensación de placer y bienestar. El ciclista pensaba que algo de esto tenía que haber pues él sentía una sensación estupenda de plenitud cada vez que se daba sus mañanas o tardes de bicicleta. ¿Sería un adicto al que, por dedicarse al deporte, no llamaban abiertamente drogadicto? Casi tenía sus dudas.
Un día calmo y soleado de invierno, después de haber subido un pequeño puerto, hizo un descenso bastante excitante por el acicate de la velocidad. En aquella estrecha carreterilla secundaria, llena de curvas sin visibilidad, era un reto bajar a una velocidad tan desproporcionada. Un inquietante cosquilleo del estómago para abajo le acompañó todo el descenso. ¿Sería la droga del deporte?, pensó según descendía, menospreciando el peligro.
Lentamente concluyó la bajada y llegó a Sedeín, el pueblo al pie del puerto. Dejó que la inercia le llevara a la fuente del pueblo, situada en una espaciosa plaza junto a la carretera por la que descendió. Allí tomó agua y rellenó la cantimplora. Al reanudar la marcha iba distraído mirando las bonitas fachadas… cuando sin saber ni cómo ni de qué manera fue a dar con sus huesos en el duro suelo de cemento liso de la plaza. El casco recibió un buen impacto pero no fue menor el que recibió el hombro derecho. ¿Cómo se había caído? No se lo explicaba pero, en cuanto se puso en pie, se dio cuenta que algo en el hombro no andaba bien. Miró a su alrededor y la media docena de personas que estaban en la plaza se estaban descojonando de risa ostentosamente.
- ¿Pero dónde vas con tanta bici, gilipollas?
- Pues anda que si te caes aquí, en lo más llano…
- No me jodas, caerse aquí, tiene cojones la cosa…¿Estás tonto o qué?
- Anda lárgate, modorro, no vayan a venir los de tráfico a hacerte la prueba de la alcolemia…
- Eso digo yo, ni que hubieras desayunao con aguardiente.
El ciclista enseguida comprendió que poca ayuda podía esperar de aquella gente. Hizo de tripas corazón y aprovechando que aún estaba caliente se montó de nuevo en la bici. A las dos pedaladas se dio cuenta que tenía que mantener el cuerpo rígido e inmóvil de cintura para arriba pues, si no, el dolor en el hombro era insoportable. Gracias a su buena forma pudo llegar al pueblo donde, a 30 kilómetros del de la caída, había dejado el coche.
En el centro médico local, el ciclista tuvo suerte, había un médico joven que le tiró al suelo como si fuera una res y le colocó el hombro con soltura, a despecho de sus bramidos de dolor. Luego le dijo que le llevaran a urgencias porque tenía también fracturado el acromio.
Uno de los viejos que estaban esperando en el centro médico le preguntó que dónde se había caído. El ciclista le refirió que había sido en Sedeín y que la gente en vez de ayudarle se había reído de él. El viejo con mucha calma le dijo:
- Si ha sido en Sedeín no le extrañe a usted nada, bastante es que no le remataran a garrotazos.
Y así fue como el ciclista abandonó su adición a las endorfinas.

10 febrero 2008

La fábrica


El periódico local, de costumbrista, oloroso y melífero nombre, como la provincia pretendía ser en el fondo, o sea, un remanso de paz y concordia, publicó el día 25 de abril de 1920, en su número 1336 la noticia: “Horroroso incendio. Fábrica de harinas destruida”.
La noticia ocupaba la portada a varias columnas, pues en la capital de provincia pocas cosas destacables solían suceder. En el pomposo y afectado artículo se citaba la ubicación del molino de Mora a tres kilómetros de la capital río abajo y su pertenencia a las señoras viuda e hija de Vicente Sánchez. Luego se hacía un pormenorizado homenaje a todos los que, imbuidos de fervor solidario y cívico, intentaron con su presencia, valor y entrega evitar la consumación del desgraciado y luctuoso suceso. O sea, el incendio.
No creo que el periódico olvidara a nadie pues se citaron muy prolijamente, en un alarde de diplomacia local y provinciana, la colaboración y el concurso de todas las fuerzas vivas: Gobierno, Ayuntamiento, Policía, los distintos talleres del Ejército acantonados en la capital, la Guardia Civil, la Academia Militar, industriales, periodistas, numerosos obreros voluntarios… Y no olvidaba el periódico hacer una exhaustiva relación de personal, con más de 40 nombres de los más notables y destacados jefes, oficiales, concejales, responsables, etc. que en el lugar del siniestro se personaron. Nadie fue olvidado, en sus méritos, por el redactor. Pero no debía ser muy concienzuda la preparación de ese ingente número de personal para sucesos de este tipo cuando, a pesar de conocerse el incendio a los veinte minutos de iniciarse, el molino ardió sin quedar nada. Y, aunque no lo digo por alabarles, compañía selecta y personal de rango no se puede decir que faltara en el incendio.
Los pocos objetos que se salvaron lo fueron gracias al maestro de harinas y a los cuatro obreros que estaban en la fábrica y de cuyos nombres, casual e incomprensiblemente para un hombre con tanto tacto, el redactor no guardó memoria. Lástima.
Una caja metálica donde se guardaba el dinero para el funcionamiento corriente del molino y la documentación y los libros de contabilidad del mismo fue cuanto pudieron poner a salvo los obreros. Por el contrario, todos los enseres del maestro de harinas y de los trabajadores que vivían en las dependencias del molino ardieron con él. Además el maestro de harinas perdió todos sus ahorros, unas 5000 pesetas, que guardaba en el fondo de un baúl, usanza muy frecuente entonces.
El Gobierno Civil abrió una suscripción para paliar en lo posible las pérdidas de estos trabajadores. María y Salvador fueron los primeros en contribuir con una cantidad que mantuvieron secreta.
Las lenguas se pusieron de nuevo en acción y enseguida se oyó elucubrar sobre si el incendio habría sido intencionado por rencores, venganzas o envidias, que para todo hubo versiones muy bien fundadas. Pero parece que la buena fama que los dueños del molino tenían hasta entonces y el empeño de los propios trabajadores en salvar lo que pudieron de los dueños, hizo que la idea no prosperase pero, por hablar, no quedó quieta baldosa alguna ni teja por remover. Así que, a falta de cosa más fundada, se concluyó que el molino estaba maldito y que el fantasma de los difuntos Vicente y Felipe lo habitaban y, más aún, que el de Felipe fue el que propició el incendio haciendo que la correa de la polea que lo mató produjera el incendio al rozar con el entarimado y hacerlo arder.
Salvador y María, pasado el susto inicial, hacen recuento de sus caudales, de lo que sus clientes les deben, de lo poco que se salvó, de lo que les paga el seguro, que no cubría el género almacenado, y de lo que pueden conseguir poniendo en prenda sus pertenencias, labran una parte de las cuatro fanegas de tierra que rodean el molino y otra parte la ponen de huerta y Salvador pierde su rango de jefe, hasta que lleguen mejores tiempos si es que llegan, y trabaja en lo que haga falta. Los parientes de Fontanar echan una mano y otro primo de Salvador, Eduardo, que tiene un molino en Anguita también les ayuda. Así, reunidos todos sus recursos, presentan, el 19 de julio de 1920, proyecto al Ayuntamiento de la capital para la edificación de una fábrica de harinas sobre el solar del molino destruido. También piden, a la Jefatura de Obras Públicas, mantener el acceso necesario a la carretera Madrid-Francia. No han tardado mucho en organizarse ni en reunir los recursos necesarios.
Con tantas inquietudes, gestiones y preocupaciones casi se les echa encima sin notarlo la llegada del hijo que esperaban pero, éste, inexorablemente llega. Y lo hace para bien, porque María da a luz el 30 de julio una bonita niña a la que deciden llamar Carmen.
El 16 de agosto del mismo año reciben la licencia de construcción del Ayuntamiento, poco después de la renovación del permiso de acceso de Obras Públicas. Dos años dura la construcción de la fábrica. Finalmente la equipan con la maquinaria más moderna de la época, que fue instalada por la casa "Buhler Hermanos" de Madrid. El viejo maestro de harinas tuvo trabajo en la fábrica hasta que se jubiló y los obreros mientras lo desearon.
Pero no está terminada la fábrica cuando, el 25 de julio de 1921, nace un nuevo hijo, Manuel. Y terminada ésta y produciendo ya desde un año atrás, nace el tercer hijo que resulta ser otra niña, Pilar. Es el 31 de octubre de 1923.
Afortunadamente la ya fábrica de Mora, pues heredó el nombre del viejo molino es un negocio muy productivo y bien administrado. Ya no funciona con el agua del caz sino con electricidad y en el caso de que ésta falle puede recurrir a un gran motor de barco para mover la maquinaria. Así que la presa del río, el largo caz, las caceras y el desagüe al río han dejado de preocupar a los molineros y sus dos funciones más duras: La de limpiar cauces con el agua hasta el pecho y la de amolar las piedras de moler han quedado para el olvido. Harto lo hicieron los antiguos, que a viejos no llegó casi ninguno. Vicente y Felipe y Braulio y Eleuterio y Venancio y Bautista y… todos aquellos Sánchez que se fueron a la tumba con los bronquios atascados por el polvo del cereal, con algún que otro dedo, mano, brazo o hueso de menos por el abrazo de las poleas y con el esqueleto doblado por los años de humedad en los caces. Eso sí, sin dejar nunca de oír el refrán popular, tan viejo como cruel pero, según las lenguas de siempre, muy cierto: “De molinero cambiarás pero de ladrón no”. Sempiterno sambenito de los del gremio.
Y no digo mentira pues ya va para quinientos años que Lázaro de Tormes hizo también de ello mención bien conocida pues, siendo su padre molinero de aceña en el Tormes, dejó el buen Lázaro escrito en carta bien famosa lo que sigue: “…Pues siendo yo niño de ocho años achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció persecución por la justicia…” Así que, como molineros, tampoco andaban ellos libres de sospechas ni eran menos merecedores de ser bienaventurados…

08 febrero 2008

Perfiles


Anne Igartiburu, la sacerdotisa cotidiana de los misterios gozosos del corazón, ha explicado hoy por televisión, con mucha propiedad y simpatía, que los perfiles de las mujeres españolas son cilindro, diábolo y campana. Lo dice la ciencia como cosa probada. El mundo de la moda lo ha descubierto porque, señoras y señores, hay que unificar las tallas. Que no sea el poder adquisitivo quien decida quien tiene una 42, que se haga justicia en este mundo tan desigual y que todas disfruten de igual trato. No necesariamente quien compra en tiendas caras ha de tener menos talla. Acabemos con esta injusticia lacerante. Cosas como ésta no pueden perdurar.
Pero, ¿cuáles serán los perfiles de los hombres? No he oído nada. ¡Qué discriminación! ¿No habrá, por ventura, hombres barriletes, pechasquillos o yoyobazos que te mueres? Nunca lo sabremos. No hay estudios. Un vacío.
Estas finuras y eufemismos de la moda para la mujer discriminada, chuleada como siempre, aunque ahora lo sea cada vez más sutilmente, que para eso somos un país cada vez más culto, me recuerdan los conceptos antiguamente consagrados de mujeres, clasificadas de espaldas, claro, como mujeres culo pipa, culo pera y esbragao, sólo que actualizados por la ciencia estadística moderna. Conceptos éstos muy similares a los citados en el ideario machista de siempre pero menos sublimes y delicados, menos ladylike digamos, menos igartiburuanos y actuales. Pero en el fondo… No te digo que te vistas pero ahí tienes la faldita, monada.

07 febrero 2008

1920


El año comienza bien para María y Salvador. El trabajo no falta en el molino y, en ese aspecto, todo va bien. El cariño y la armonía tampoco falta en su casa, así que mejor aún. Todas las iniciativas tomadas por Salvador han redundado en beneficio del negocio y las ganancias son continuas y crecientes. Por otro lado apenas iniciado el año han sabido que María está embarazada de nuevo y ambos esperan al nuevo hijo con una ilusión renovada que les llena de alegría. Francisca, la madre de María, aguarda contenta al nuevo nieto harta también, la pobre, de tantas despedidas. A ver si esta vez todo va bien.
Llega la primavera y el mes de abril a María le pone triste pues recuerda cómo con la venida de ésta va a hacer un año que se fue su niño Felipe. El mismo día 23 le dice a Salvador si lo recuerda y Salvador le dice que no importa y que sean bienvenidos los que lleguen que con los que se fueron ya no hay cuenta. Los hombres todo lo simplifican. Pero María va ese día al cementerio a ver la tumba de su hijo que tiene una cruz pequeña con un ángel blanco. Pasa un mal día lleno de tristes recuerdos y se encuentra inquieta sin saber porqué.
Al día siguiente, 24 de abril, hacia las nueve de la tarde avisan a Salvador, a su casa, de que hay un incendio en el molino. Le recoge un coche de los que se dirigen hacia el fuego. Cuando Salvador llega al molino todos los edificios son una hoguera enorme que se levanta muchos metros por encima de los árboles. Al contemplar aquel cuadro de horror intenta con los ojos bañados en lágrimas y presa de una gran excitación meterse entre el fuego a salvar lo que pueda. Pero no hay nada que hacer, todo es ya en vano. Le detienen a tiempo y le sujetan mientras le dejan llorar desesperado y desahogarse. El maestro de harinas, lleno de jorguines hasta los ojos, intenta consolarle, los cuatro obreros que están, de los siete que trabajan en el molino, también.
Ni la gente del Gobierno Civil, ni los militares del taller de Ingenieros de la Academia, ni los del cuartel de Aeronáutica, ni los del Ayuntamiento, ni cuantos espontáneos llegan para ayudar a extinguir el incendio pueden hacer nada. A las doce de la noche no quedan en pie más que los dos muros maestros de la sala de máquinas. Lo que fue el Molino de Mora es un montón de cenizas y ascuas que todavía crepitan entre el espesor del humo y el olor acre de la harina y la madera quemada. A Salvador no pueden apartarlo de allí pues parece enajenado y va de un lado para otro con los ojos saliéndosele de las órbitas como si no fuera capaz de creerse lo que está viendo o como si pensara que en algún lado, quizás bajo la tierra, hubiera algo por salvar. Finalmente el señor Solano, el alcalde, y el señor Isidro Taberné logran calmarle en lo posible y, en un coche de éste último, llevarle a su casa.
Una vez solos, lo primero que hizo María, con una entereza que Salvador desconocía, fue preguntar por los obreros y el maestro de harinas y las familias de éstos. Cuando supo que todos estaban ilesos y bajo techo respiró y le dijo a su marido, bien serena, que ella estaba bien, que aún tenían dinero, que el seguro de La Catalana, si no cubría todo, pagaría una parte y que ella estaba dispuesta a seguir adelante y levantar aquello de nuevo pese a las pérdidas que suponía enormes. Estaba claro que aquella mujer callada sabía estar en su puesto, como una roca, cuando hacía falta. Salvador la abrazó y, tras dar los dos las buenas noches a su suegra, fueron a descansar porque agotados, tras aquel triste 24, llegaba ya la aurora del 25 de abril y ese sería otro día nuevo y… como todos, cada día trae su afán. Entonces y ahora.