11 noviembre 2007

La sala de las herraduras


Desde la sala de las herraduras se ve el techo de una iglesia y su campanario, ya sin campanas, y atestado de palomas que desde él otean la vega y van y vienen a los pedazos. También se suele ver un cielo azul intenso los días claros, como es el caso.
Hoy la sala de las herraduras está silenciosa y ya no se oye en ella el repiqueteo de los martillos sobre el yunque. Aquel repiqueteo que tanto le gustaba hacer al herrador viejo. Como si cantara la bigornia. Tampoco está ya el nido que las golondrinas siempre hacían junto a la viga que la sala tiene en el centro. La sala de las herraduras ya no tiene nunca, como solía, el balcón abierto de par en par. Tiene nuevos moradores y éstos ya no son gente de vivir al aire libre y mucho menos de permitir que los pájaros vivan en su casa.
La sala es amplia y de ella salen hacia el interior de la casa dos alcobas. Las paredes blancas de yeso estaban llenas de apuntes a lápiz con las cuentas de urgencia del herrador viejo y del joven y con otros escritos más llamativos de cuando en la guerra fue lugar de refugio de soldados y algunos dejaban allí recuerdos del tipo: “Fulano de Tal de la parroquia de
Recelle en el municipio de Portomarín provincia de Lugo estuvo aquí los días que van del 28 de diciembre de 1937 al 12 de febrero de 1938 partiendo luego hacia Teruel para defender a nuestra querida España…”
Tampoco están por los suelos los pesados fardos de herraduras de distintos tipos, atadas con alambres, ni los botes de clavos de cabeza cuadrada, ni los pujavantes, ni las tenazas, ni los martillos, ni los aciales, ni la caja donde el herrador echaba los perras que pagaban los clientes por calzar a sus animales… junto con las golondrinas los viejos moradores se fueron y es inútil esperar a la próxima primavera porque ya ninguno volverá.

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