04 febrero 2015

XL.- El Renuncia: Los Airheads de Montago

El silencio era espeso e incierto, parecía más una tregua, y le daba a la estancia la chocante inmovilidad de una ciénaga en calma. Serafín, deseando sacudirse la sensación de incomodidad que se había apoderado del ambiente, preguntó, con voz interesada y amable, si habían averiguado algo interesante sobre el santuario. MP, si bien con gesto serio, carraspeó y se puso en actitud atenta, como si diera por sentado que los estudiantes tuvieran la obligación de informarles de lo que sabían.
Los muchachos se miraron y, sin duda, considerando que lo que dijeran iba a ser aburrido y tedioso para los dos hombres, omitieron datos precisos, fuentes y rutinarias fechas, pero les contaron, a ratos él, a ratos ella, la siguiente historia:
-La primera cosa que nos llamó la atención –comenzó el chico- fue la doble rosa que aparece en distintos lugares y principalmente en los dinteles de las puertas y ventanas principales. Al principio, pensamos que esas rosas de cinco pétalos regulares y otros cinco interiores, girados y concéntricos, podrían tener que ver con el pentágono y con los símbolos del Temple, que todo el mundo dice encontrar hoy en día por doquier. Los Templarios parece que se han puesto de moda –ironizó el muchacho- Después pensamos que podría tratarse del símbolo del loto, muy habitual también en las decoraciones arquitectónicas. Pero, lo que finalmente creemos es que, los símbolos, hacen referencia a la época de Las Dos Rosas en Inglaterra, es decir, a la rosa de Lancaster y la rosa de York y a la posterior unión de las dos en la rosa de Tudor. Esta época, de guerra civil en Inglaterra, tuvo lugar a mediados del siglo XV y, por tanto, en la época de nuestro beato o barón.
-¿Por qué habéis pensado en esas rosas y no en otras? –dijo Serafín, cuando vio que los chicos mostraban interés en contar lo que sabían.
-Pues, porque el Barón de Montago, por lo que sabemos,  vino aquí procedente de Inglaterra, en la época a la que los románticos llamaron La Guerra de las Dos Rosas, que, aparte del nombre, fue un tiempo de intrigas y luchas salvajes por la sucesión en el trono de Inglaterra, que, de romántico, tuvo muy poco. Los contendientes eran las dos casas que se creían con derecho a ello, la de Lancaster, la rosa roja, y la de York, la rosa blanca.
-¿Y cuál de las dos es la que se ha simbolizado en este edificio? –preguntó MP.
-Pues eso es lo curioso, que no es la una ni la otra, sino otra posterior que se hizo cuando se logró la paz y las dos casas se fusionaron: la doble rosa, la rosa de Tudor. Un símbolo de reconciliación, que siguió a la boda del rey Enrique VII con Isabel de York en el año 1486, y que, simbólicamente, quiso poner fin a los enfrentamientos de los años anteriores, que tantas muertes, desolación y desgracias causaron.
-¿Y qué tiene que ver el beato Montago con todo eso? –continuó MP.
-Creemos que ese nombre es una deformación de un nombre inglés que bien podría ser el de Montagough o Montagu. De hecho, en aquellas guerras, participaron muy activamente John Neville, marqués de Montagu, y su hermano Richard, más conocido por ser el conde de Warwick, o también por Warwick the Kingmaker, un apodo que significa, algo así, como el hacedor de reyes. Ambos fueron personajes claves en aquella larga guerra de sucesión y singularmente el segundo, de ahí su apelativo. Pero, por otro lado, ambos murieron en ella. Y además el mismo día, el 14 de abril de 1471, en la batalla de Barnet.
-Por lo tanto ahí se pierde vuestra pista, pues no pudieron ser ellos los que vinieran aquí para quedarse y hacer esta fundación–replicó MP.
-No del todo, porque John Neville, marqués de Montagu, fue nombrado, por sus hechos de guerra, conde de Northumberland, y es de esta zona de donde se supone que proviene nuestro Montago.
-Sí. El panel informativo lo pone: El Barón de Montago, señor de los Airheads de Northumberland –dijo MP.
-Sí, es una afirmación algo grandilocuente y pomposa, como tantas que se hacen sobre hechos que, en profundidad, desconocemos y que, a falta de certezas, nos gusta mantener en el ámbito etéreo de eso que llamamos tradición. Sin embargo, observen ustedes, que no se cita al marqués de Montagu, ni al conde de Northumberland, sino a un barón, que es un título de menor rango. Así que nosotros nos hemos centrado en la figura de John Neville, marqués de Montagu y conde de Northumberland.
-¿Pero no acabáis de decir que murió en 1471?
-Sí, pero nos intriga la probable existencia de algún hermano o hijo que fuese el que, bajo la protección de esos dos poderosos, los Neville, el marqués y el hacedor de reyes, tan decisivos en aquellos hechos, se trasladase al Muedo y se estableciese aquí.
-¿Y qué razón habría tenido un hermano de esos dos potentados para venir a parar aquí?
-Pues mire, puede que él no tuviese ninguna voluntad de hacerlo, pero sí los que le rodeaban para, de algún modo, deshacerse de él. Northumberland es un condado al norte de Inglaterra, fronterizo con Escocia, agreste y muy poco poblado actualmente, y, menos poblado aún, en aquella época. Sin embargo, se considera, por los historiadores actuales, que es el lugar donde germinó la cristianización de la isla. Entre las leyendas de la época se cita la existencia de una especie de ermitaño, que predicó en Inglaterra contra aquella guerra entre hermanos que diezmó al país y que trajo consigo la miseria y el hambre. Al parecer, el tal ermitaño, atrajo a muchos partidarios. Éstos se resistían a utilizar la violencia contra sus hermanos y preferían las penurias compartidas antes que sobrevivir o perecer, por razones para ellos intangibles, entre las mesnadas de uno u otro bando. Los nobles, los comerciantes y los poderosos les denominaron los Airheads, con burla y desprecio, y el mote triunfó, y aquella mofa se extendió por toda la isla.
-Pero, ¿cómo los Airheads de Northumberland habrían podido desplazarse desde Inglaterra hasta aquí, siendo gente pobre, sin medios, y sin protección? –dijo MP.
-Nosotros sostenemos que el predicador, el ermitaño aquel,  era un hombre influyente. No obstante, el número de sus seguidores, tomado a broma en un principio, fue creciendo tras cada batalla y llegaron a ser una multitud que habitaba las agrestes tierras de Northumberland, sobreviviendo con lo indispensable y dando una alternativa, inédita entonces, a todos los desgraciados que las levas de los dos contendientes pretendían reclutar sin otra opción.
-¿Y cómo los poderosos no acabaron con aquella cofradía de miserables traidores y cobardes que se mostraban en contra de la guerra? –dijo MP, tan serio como un estadista responsable.
-El hecho de ser Northumberland el condado en el que se concentraban, nos hace suponer que el conde, a la sazón marqués de Montagu, por alguna razón, les protegía y ayudaba. Nuestra idea es que el predicador era un hermano menor del marqués, un Montagu. De ahí la protección que él y sus seguidores tuvieron en el condado. Pero, finalmente, abochornados los dos aguerridos hermanos mayores por las cristianas recriminaciones del hermano menor y por el mal ejemplo que daban al pueblo los Airheads, con su activa oposición a la guerra y la admisión de prófugos y desertores entre ellos, hicieron que el ermitaño pusiera tierra de por medio y, con el título honorario de barón, y la protección de su nombre e influencia, se las arreglaron para que atravesara Francia y se estableciera aquí con los suyos.
-¿Podría tratarse de un incipiente movimiento pacifista en una sociedad en la que tales movimientos no se contemplaban ni se concebían? –dijo el Renuncia.
-Puede que así fuera –dijo la muchacha- pero eso no podemos saberlo. Ha habido movimientos de ese tipo siempre pero, por unas razones o por otras, también siempre se silenciaron a lo largo de la historia. Se construyó un pensamiento contra la lógica. Se inventaron las ideas de la lealtad al rey, o de los nacionalismos patrióticos, o de la ortodoxia religiosa que identificaba a la deidad con la patria y con el rey, u otras, igual de partidistas, para sofocar esos movimientos de natural disidencia que siempre han existido. Y, la verdad, es que, hasta nuestros días, esas ideas, sustitutivas del sentido común, han venido funcionando con éxito e, inexplicablemente, movieron y mueven a las masas. Han sido y son una llamada al gregarismo identitario que, inexplicablemente, nunca hemos perdido los humanos. Tal vez sea una idea primaria, procedente de la prehistoria, y encajada en nuestro cerebro como una impronta defensiva y visceral.
-Ni debemos perderla –terció MP- pues si no defendemos nuestra identidad y nuestra historia, estaremos perdidos irremediablemente.
-No estoy muy segura –dijo la chica- pues, si lo que usted dice fuera cierto, hoy los capitales no hubieran saltado las fronteras, las empresas no hubieran buscado su auge en lugares extraños donde pudieran medrar con más ganancias, las personas no emigrarían buscando mejores horizontes, los talentos no se venderían al mejor postor y, para no abundar más, los nacidos en cada sitio no mirarían sino por su comunidad. Pero esto ni es así, ni lo ha sido, y camino lleva de serlo cada vez menos pues, el egoísmo que propugnaban y propugnan todos estos movimientos, ha terminado globalizando el mundo y, la comunicación, que pretendía dominar las ideas e incluso la realidad, ha terminado por informar a cada cual en el planeta de lo que pasa, por más que muchos se empeñen aún por evitarlo. Entre que el mundo sea de todos o de algunos, triunfará lo primero o, lejos de haber un triunfo, sólo conoceremos barbaries y desgracias.
-No me diga, señorita sabia, –interrumpió un MP repentinamente enfurecido- que el futuro va a librarnos de nuestras ataduras, ¿es que cree usted que nuestra época es distinta de las demás por el mero hecho de que la vive usted? Las cosas son como han sido siempre y el mundo está hecho a la medida de quienes lo dirigen y, cuanto antes se entere usted de esto, antes podrá hacer algo decente por los demás y por usted misma. El mundo está regido por la honradez y la decencia de los muchos que simplemente lo habitan, porque los pocos que accidentalmente lo dirigen raramente se evaden del sarcoma que el poder encierra.
La muchacha se quedó callada, sin saber si el viejo y ella hablaban de lo mismo, y luego, con una tristeza impropia de su edad, miro a MP y dijo:
-Usted puede seguir con sus ideas. Seguramente llevará razón. Sería tonto que yo pretendiera convencerle. Pero, pese a todo, con cada generación se avanza un paso y, en la mía, no seré yo quien se resigne a no darlo.
MP no contestó. Le gustó el temple de la chica. Y, se dijo, que, diciendo cosas diferentes, podían llevar razón dos personas a la par. Se metió dentro de sí, como un caracol que se retrae bajo su concha, y pensó que ojalá fuera otra vez joven, sabiendo lo que ya sabía. Pero, enseguida, se percató de su contradicción, ya que, lo que sabía, lo sabía por viejo, y, su conocimiento, sólo serviría para detener a un joven, para hacerle un escéptico precoz y, por tanto, un ser tan inútil como él había sido. Y se dijo también que no era lo mismo saber que aprender. Y que, en su caso, el haber aprendido mucho no significaba que supiera lo suficiente; y que la experiencia era una defensa, más para sobrevivir que para saber y progresar. La experiencia busca seguridad y no riesgo, y tampoco incita a buscar lo oculto, a enfrentarse con la vida verdadera, esa que dicen que nos cerca permanentemente, que nos hace desconfiar de los demás, que nos hace sentirnos amigos o enemigos por instinto, y, así, ocultarnos mutuamente. Dudó, por un momento, de la utilidad de esa acumulación de vivencias que dicen que a los viejos les sirven para sobrevivir pero que, a los jóvenes, no les sirven para vivir. Y pensó también que sobrevivir y vivir eran, definitivamente, las palabras que, simulando afinidad, matizaban la gran diferencia entre jóvenes y viejos. Y que los jóvenes están para vivir. Los viejos ya, daba igual.
Como se había hecho de nuevo el pesado silencio, Serafín lo rompió de nuevo:
-Bien, pero, tal vez, la cosa sería fácil de averiguar si se consiguiera el testamento del beato Montago. Seguramente en él aparecerá su nombre verdadero y el origen de sus gentes y de sus propiedades. El obispado de Nogüenza, titular de la herencia del Barón y albacea de todas las otras disposiciones que éste dejó en ese documento, debe tener certeza de quién era ese hombre.
-Sí, pero dicen que ya no se conserva en sus archivos tal documento. Que lamentablemente no ha quedado rastro escrito de esta historia. Y, aunque les pedimos otras referencias indirectas, nos dicen que no las hay.
-Y vosotros no les creéis –terció MP.
-Nosotros podemos creer que los papeles originales hayan desaparecido. En los últimos quinientos años ha habido numerosos avatares: guerras, saqueos, incendios, robos, etc. pero, lo que nos tiene perplejos, es que no nos den siquiera referencias, documentos que hablen sobre otros documentos, viejos catastros, cuentas antiguas…, no sé, algo que nos indique por dónde seguir –dijo la chica.
Llegado este punto, vieron que la historia no tenía ya posibilidad de continuación, excepto en lo que cada cual pudiera imaginar. Así que los muchachos se despidieron y ya se marchaban a su tienda, cuando MP les hizo una última pregunta:
-¿Y qué significa exactamente “airheads”, el mote ese que les dieron a aquellos viejos disidentes del bipartidismo de entonces?
-Algo así como cabezas huecas –contestó la chica- pero, si prefiere usted algo menos literal y más acorde con las palabras que empleamos hoy en día, se podría traducir por “gilipollas”: Los gilipollas de Northumberland.
Los dos hombres quedaron pensativos y fumaron un cigarro en silencio. Ambos comprendieron que ya entonces, en el siglo XV, el sistema imperante despreciaba a aquellos que pretendían cualquier alternativa a lo establecido, y eso les dio que pensar. Se acostaron enseguida a la tenue luz rojiza del rescoldo.

XXXIX.- El Renuncia: Los estudiantes

Apenas bajaron de la moto, y casi sin terminar de estirarse, pie en tierra, de la forzada posición que habían mantenido en el viaje, descubrieron a los dos hombres que les miraban inmóviles desde la casa. De inmediato saludaron con la mano y se acercaron a ellos relajadamente, con una sonrisa amistosa.
-No esperábamos encontrar a nadie por aquí –dijo el chico
-Nosotros tampoco –dijo MP secamente, sin dar confianzas.
-No se preocupen por nosotros –dijo ella- somos estudiantes y andamos haciendo averiguaciones sobre el santuario y el Barón de Montago y, aprovechando el fin de semana, hemos venido a dar una vuelta.
Reparó entonces Serafín en que habían perdido, al menos él, el calendario interno de los días, ése que nunca se olvida en la ciudad. No sabían el día en que vivían. Así que, el que los muchachos se lo hubieran recordado, casi le pareció una intromisión.
-Para nosotros todos los días son iguales, –contestó MP, como si le hubiera escuchado el pensamiento- pero compartiremos el albergue, como es de justicia.
-No, muchas gracias, no se trata de eso. Preferimos instalar nuestra tienda. Venimos equipados. Tal vez luego nos veamos, si no les importa –dijo el chico, y los dos se marcharon a descargar el equipaje de la moto.
Les observaron desde la casa montar una pequeña tienda, a unos cien metros, en la zona seca de la pradera. Descargaron después los otros bultos y lo metieron todo en ella. Tras colocar la pesada moto al lado y apoyarla en su pata de cabra, se dirigieron hacia el santuario.
Bordeándolo por la parte contraria a la casa, se acercaron a la pared rocosa y anduvieron por allí mirando, sin duda, aprovechando el poco tiempo de luz que le quedaba al día. Luego les perdieron de vista.
A la noche los muchachos se acercaron al refugio. Traían comida y bebida y les pidieron permiso para cenar con ellos. A MP pareció agradarle el comedimiento que mostraban, pero asintió con un ademán que pareció de indiferencia. A Serafín le gustó ver gente nueva, sobre todo porque éstos, para variar, eran muy jóvenes.
Mientras compartieron cobijo, fuego y cena supieron que eran estudiantes de historia y también que investigaban sobre el enigmático Barón de Montago.
Por lo visto, nada fiable se conocía sobre él. Según los muchachos, existía la sospecha de que, bajo tal nombre, se ocultó otra persona de identidad desconocida. No les cabía duda de que en los archivos del Reino Unido, de donde se suponía que Montago procedía, y en los de otros países europeos, por los que se presumía que había pasado, tenía que haber alguna información sobre él y, sin embargo, no la había o, al menos, hasta ahora nadie la había encontrado. Según los estudiantes, de un personaje de la categoría de Montago, era imposible tal carencia de información y referencias. Así que ya llevaban seis meses investigando con más pena que gloria y, sobre todo, con ese desánimo que proporcionan los vacíos inexplicables.
-Seguro que en los archivos del obispado podrán proporcionaros alguna información –dijo MP, recordando sus búsquedas en los archivos del ministerio.
-Ya se la pedimos, pero el breve informe que nos han enviado no nos ha aportado más que vaguedades y tópicos. Vamos, esas cosas que escriben los cronistas locales y que se limitan a trasmitir tradiciones o leyendas con poco o ningún rigor histórico.
-Pero se supone que el testamento del Barón ha de encontrarse en los archivos del obispado.
-Puede que así sea o puede que no, pues, por desgracia, a consecuencia de las guerras y conflictos de los últimos siglos, muchos documentos han desaparecido, se han trasladado o, incluso, se encuentran en colecciones particulares a las que el acceso es casi imposible. Y, en el caso de que no haya sido así, las guerras proporcionan una buena excusa para dar por perdido lo que no se desea mostrar.
-¿Y en los archivos del Vaticano? –sugirió Serafín.
-Puede ser. Pero parte de ellos tienen un acceso muy restringido, incluso para los dignatarios de la iglesia. No sueltan prenda los del obispado, cómo para conseguir algo del Vaticano.
-¿Y a vosotros qué os importan los secretos de la Iglesia? –preguntó MP con repentina exasperación, algo de inquina en el tono, y su habitual tacto.
-Ya se le reconocen a la Iglesia muchos secretos, sin contar los misterios en los que esa fe se asienta –dijo suavemente la chica- pero, a nosotros, nos interesa la historia y no lo que cada cual quiera creer. Por tanto, el Barón de Montago, tiene para nosotros un significado y un valor histórico que pertenece a la Humanidad y que no es patrimonio ni, en su caso, debería ser secreto de ninguna asociación religiosa. La doctrina de la Iglesia y la Iglesia misma nos traen sin cuidado, mientras ésta no se convierta en una entidad protagonista de la historia porque, en tal caso, sus hechos, que no su doctrina, entran en el ámbito del acervo colectivo, ése que todos tenemos derecho a conocer por ser, como lo es la historia, algo común a todos –acabó la muchacha más en tono didáctico que buscando diatriba con aquel viejo malencarado y con pinta de vagabundo, tan presto a la cólera.
Sin embargo, en mala hora lo hizo, pues MP se dio por aludido y encarándose con ella le espetó:
-Oiga usted, señorita, ¿es que no le parece suficiente que la Iglesia haya preservado hasta hoy la mayor parte del patrimonio cultural que tenemos? ¿Es que no le parece suficiente su obra ingente? ¿Es que se cree usted con derecho a inquirir de los Papas y de esta benefactora institución lo que a usted se le antoje? ¿Es que…?
Y Serafín, viendo que don Macario se estaba poniendo de manos, terció:
-Pero deje que se explique la chica, que no la deja usted ni respirar.
-Mire, si la Iglesia intervino en la historia de estas tierras, más allá del bienestar espiritual que procurase a sus fieles, es mi deber indagarlo como historiadora y, luego, divulgarlo para el mejor conocimiento de las cosas. Es cierto que la Iglesia ha preservado muchas cosas pero, los fondos, procedieron de todos los que de grado o por la fuerza hubieron de contribuir con sus tributos y sus diezmos a ella y no veo, además, la razón de que una cosa justifique la otra. ¿A qué viene, en su caso, ese deseo de ocultar la historia? Por otro lado, a todos nos gusta averiguar cosas y, seguramente, el hecho de que usted, a sus años, camine errante por ahí, en compañía de este hombre sencillo, tampoco será ajeno a tal anhelo.
Se preparaba MP para rebatirle airado, pero el último razonamiento de la chica le contuvo. Calló como si hubiese olvidado cuanto iba a decir. Miró al fuego, sacó un cigarro y jugó un momento con él entre los dedos. Lo encendió con parsimonia y dijo:
-Me alegro de que en la Universidad les enseñen a ustedes a pensar.
El Renuncia alargó el botillo a la chica:
-Prueba el vino.
Ella, sin retirar los ojos del viejo, tomó el botillo y dio las gracias. Al cabo de un rato, volvió a dirigirse a  MP  y dijo:
-No olvide usted que, a pensar, nos enseñamos también unos a otros.