31 agosto 2009

El negrito


Estamos en Juviles, en la terraza del restaurante Alonso, y un negrito se sienta a una mesa con su mamá, que no es negra. El niñito se aburre. Su madre le entretiene, le acaricia, le mima, le achucha, le hace carantoñas, le besa... El chiquillo quiere jugar pero la madre le vigila, le acompaña, le ayuda, le dice, le aconseja, le avasalla. El niño negro se aburre y todos los que le vemos intentamos hacerle caso sin darnos cuenta de que está solo y que, tal vez y pese a nuestras buenas intenciones, toda la vida lo esté.
Mientras estamos sentados, a la agradable sombra de la terraza del restaurante, pasan por la carretera, que tenemos enfrente, grupos de negros que, al parecer, trabajan en las jamoneras del pueblo.
No puedo evitar comparar a los trabajadores con el niño. Mientras todos estamos solícitos con el negrito, a los otros no les hacemos ni caso y pasan por la calle ajenos a todo comentario y casi sin que el personal haga intención alguna por mirarles y percatarse, al menos, de su mera existencia.
- ¿Qué será del negrito cuando se haga adulto?, se me ocurre en silencio, en una pregunta interior e inoportuna que no espera respuesta.
La madre del negrito, ¿será su madre o será más bien una mecenas que al muchacho le ha caído del cielo o, tal vez, del infierno?, sigue ostentosa y aparatosamente pendiente de él.
Aparece el camarero y sirve la comida a madre e hijo. La madre se dirige al pequeño:
- Da las gracias.
Y el niño, después de darlas, le replica:
- Tú también.
La madre queda confundida y también todos los asistentes. Entre sonrisas complacientes da también las gracias la madre española, pero quedamos todos algo confundidos. Parece que pedimos al negrito lo que ninguno hacemos, pero optamos todos por reírnos: jajajá, jijijí…
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30 agosto 2009

La felicitación


Subiendo a pie al camping desde Trevélez, hemos encontrado una felicitación de navidad de 1976. La habían dejado incrustada intencionadamente en una de las juntas de un quitamiedos de la carretera para que alguien, en este caso nosotros, la leyera.
La felicitación, según leemos al dorso, es una reproducción de la Virgen de la Faja de Alonso Miguel de Tobar que se conserva en el Museo Provincial de Bellas Artes de Cádiz. La imprimió Cobás y Cía. en Barcelona y el interior dice textualmente así:
“Barcelona A 14 de 12 1976
Holamamica anteto do le de seo unafeliznabida Em compañía deto dalafamilia y proprero Año 1977 ledesea su nieta i su familia nosotro quedamovien
A Dios.
Bueno mamica perdone por no avele Escrito ante pero sevasa losdias i no escrito
Bueno me digaco mo esta latita Encarna siesta mejo deloquetenia nosotro to dovien a la presente
fEliz Navída ý p1977
francico Gonzalez xoxox
Carnem Alvares xoxx
francica Gonzalez xo+x
M.Dolores Gonzalez xo++
A Dios (rúbrica ilegible)”
La letra es toda de la misma persona y las equis y los círculos la forma de firmar de quienes, conjuntamente con quien escribía, enviaban la felicitación.
Este testimonio de unos emigrantes de su tierra escrito hace más de treinta años me conmueve porque habla de lo que somos y de lo que fuimos con más elocuencia de la que nos presta la memoria, a veces débil y otras corrompida.
¿Por qué unas tierras como éstas, que son auténticos paraísos, se despoblaron para que otras se enriqueciesen?
¿Cómo es que la lógica que rige el destino de las personas es tan incongruente?
Hoy se intenta rescatar, salvar todos estos parajes paradisíacos, como si hubiera sido la casualidad y no el interés económico inmediato quien hubiera abandonado y dejado degradarse estos lugares tan especialmente idóneos para la vida.
Esta felicitación de Navidad es un aviso que nos dice de dónde venimos si es que a alguno le interesa recordarlo. Así éramos y… no hace tanto.
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14 agosto 2009

El instante


Creo que es la primera vez que aguanto tanto tiempo seguido en el mismo sitio. Pienso que he encontrado un lugar ideal, un clima agradable, un entorno amable y con poca población, incluso en estos veranos actuales del turismo inevitable, incesante, casi obligatorio. La brisa me refresca con la agradable sensación táctil de una sábana blanca, tersa y limpia de cama recién hecha. Oigo rebuznar un asno no muy lejos, un ruiseñor canta emboscado en el fondo en la umbría y muy cerca ladra un gozquecillo que corretea revoltoso y alocado entre las acequias, como si todo su cuerpo nervioso y vibrante fuera una expresión pura de alegría. Me pregunto cuánta gente joven habrá que haya oído rebuznar a un pollino en su vida.
Luego me digo que tal vez el sitio no sea más ideal que otros, aunque me lo parezca, y sea simplemente que con los años esté perdiendo la pasión por viajar, por moverme de continuo, por no parar quieto y la tierra me vaya atrapando más día a día como si ejerciera sobre mí cada vez más gravedad, de manera que, según el tiempo pasa, el día menos esperado termine por absorberme en cualquier sitio y hacerme coincidir con ella para siempre, como si volviera a ser su propiedad o simplemente parte de ella otra vez.
En Pitres, sentado bajo una frondosa y umbría arboleda me encuentro tan a gusto que desearía que este instante durara para siempre o, al menos, para todo lo siempre que pueden ser los siempres.
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13 agosto 2009

Portugal


Hace más de veinte años que fui por vez primera a Portugal. Aunque las horribles carreteras de entonces han desaparecido y una buena red de autopistas, eso sí, casi todas de pago, se ha creado desde entonces, no ha desaparecido de mi cabeza ni el recuerdo de aquellas carreterillas tortuosas y con el firme en mal estado, ni tampoco la forma suicida de conducir que entonces tenían los portugueses y que, por cierto, ellos achacaban al peligro que representábamos los titubeantes turistas en sus carreteras. Todavía hoy, cuando conduzco en Portugal, me digo cada diez minutos: no lo olvides estás en Portugal, no te relajes.
Recuerdo mi primer viaje unos veintidós años atrás. Íbamos varias personas. Casi todo fueron protestas desde el principio, que si cutre, que si pobre, que si atrasado, que si sucio, que si desorganizado, que si lento… Algunos llegaron a prometerse no volver más. Sin embargo yo me enamoré del país a los dos días con un cariño tan fuerte que aún no se ha desvanecido ni, a estas alturas, creo que se desvanezca. Fundamentalmente Portugal me enterneció por el sentido que todo tenía de pequeño, de recogido, de vuelto hacia sí mismo como una flor cerrada. Su gente me pareció tranquila (salvo en la carretera), humilde, educada o, cuanto menos, correcta y más bien afable y, ¿cómo decirlo?, con una especie de poso de tristeza casi imperceptible pero que me pareció inherente al carácter y al alma de los portugueses.
Luego se repitieron los viajes hasta el punto que sería prolijo relatar todos los lugares que visité, tanto las ciudades grandes y la capital como las aldeas y los pueblos medianos, la costa y el interior, sin dejar región alguna por conocer. Seguramente la mayoría de los portugueses no conocen tantas poblaciones de su país.
Lisboa me cautivó enseguida. Al segundo día de estar en ella por primera vez se me ocurrió decir que me gustaba más que Madrid, porque así era y así es, y recibí variados comentarios de desaprobación y de disgusto de mis amigos. ¿Cómo podía comparar Lisboa con Madrid?
Con el paso del tiempo creo que tenían razón. Me sigue gustando más Lisboa pero, ciertamente, es un error compararla con Madrid pues, independientemente de gustos, son ciudades que nada tienen que ver.
Lisboa es la capital de un país de navegantes, de un país que llegó a su cima por la navegación. Lisboa recibe la mayor parte de su luz por ese Tajo que de tan ancho es casi parte ya del océano cercano. Es la ciudad como un embudo que termina en la Plaza del Comercio. No es una gran urbe, sigue siendo una ciudad a la medida del hombre, del peatón. Sus barrios viejos son, los unos, abigarradas viviendas humildes de pescadores, los otros, formados por elegantes casas con un aire decadente que combina muy bien con esa especie de triste dejadez que en su conjunto la ciudad evoca. Luego hay otros barrios que se transforman y que de día son una cosa y de noche otra. El conjunto, con los barrios, el Castillo de los Moros, la Catedral, el río, los olores, la mezcla de razas, las terrazas, los ascensores, las tabernas, los recuerdos… se me hace el de una ciudad romántica plagada de evocaciones lentas, tranquilas, cadenciosas y siempre un poco tristes como lo es la melodía de casi cualquier fado.
He conocido también la picaresca del país pero, casi puedo asegurar que ésta se circunscribe a Lisboa y también a algunos puntos muy turísticos donde, como en España, tienden a cobrarle al turista lo que las cosas no valen. Tal vez pensando, equivocadamente, que éste es ave de paso como antaño, sin darse cuenta que hoy las comunicaciones hacen de la península un todo aunque sigamos siendo dos países.
No me siento extranjero en Portugal, aunque sé que lo soy porque somos dos países que en el siglo pasado y aún más en los anteriores hemos vivido dándonos la espalda. Sin embargo cuando hablo con algún portugués me siento tan cercano que no puedo sino lamentar la historia. Siempre, claro, que la historia pueda lamentarse con algún provecho que no sea simplemente el retórico.
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Anglofobia benigna transitoria


Me han hartado, en general, los ingleses que he visto en La Alpujarra. Y no es porque estén allí o porque vengan, tal vez evocando al hispanista Gerald Brenan que vivió en esta tierra y escribió sobre ella en los años 20 del siglo pasado, no, no es por eso. Bienvenidos cuántos lleguen, veraneen, vivan o trabajen en estas tierras, porque eso indica que las saben apreciar. Es por cómo se comportan. La acogedora sencillez con que la gente de aquí les ha recibido durante años parece que les ha llevado a considerarse los protagonistas de la vida en estos pueblos. Utilizan todos los usos y costumbres locales en su propio beneficio. Ignoran a toda persona o cosa que no les sea personalmente útil. Gustan de hacerse notar en todas partes mediante un uso chillón y ostentoso de su lengua, modo que, en su país, sólo utilizan las chusmas de los barrios más cutres las noches etílicas del fin de semana. Conociendo los modales de la gente normal y educada, en la comedida Inglaterra, me admiro de cómo los ejemplares adultos que llegan aquí de sus élites, porque los que vienen aquí no son patanes: eructan en los restaurantes como si eso aquí estuviera bien visto o hasta fuera gracioso, meten sus perros a los mismos y en las terrazas, se hacen servir en los lugares más inverosímiles como si esto les recordara su época colonial, ponen los pies más altos, si es posible, que las mismas mesas y se vuelven cicateros y contadores al pagar la comida, cuando en su país lo habitual, además de pagar los elevados precios, es dejar además un 10% de la factura en propina. Y todo lo anterior teniendo en cuenta que los precios de La Alpujarra comparados con los de la costa son baratos y, comparados con los del Reino Unido, irrisorios.
Tengo que reconocer que los españoles, como tantas veces incapaces de apreciar lo que tenemos, andamos por las playas como tarados pagando precios astronómicos, comiendo fritanga y pizza semicongelada y tomando cañas como posesos en los chiringuitos, pasando calor, aglomeraciones, picaduras de medusas… mientras a este paraíso de la Alpujarra alta no le da la gana venir a nadie. Pero, claro, aquí no hay playa.
Los ingleses han sido, sin embargo, los que han descubierto esta tierra, yo diría que casi más para vivir en ella que para hacer turismo. Ellos saben muy bien que su orografía y su especial clima hacen de estos lugares unos parajes únicos e ideales para vivir. Con respecto a su comportamiento me viene a la memoria lo que unos ingleses me dijeron cuando en su ciudad les sugerí que aparcasen el coche encima de una acera:
- But, where do you think you are? (¿Pero dónde te crees que estás?)
Pues eso mismo les digo yo. Por lo demás, tan amigos.
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12 agosto 2009

Mesura


En la tasca hay un hombre maduro, tirando a mayor, que bebe y habla, habla y bebe… De todo sabe. El tabernero es conciliador, como corresponde a su oficio y, con cada consumición, le pone una tapa y le anima amablemente a que la coma y le meta algodón a tanto vino. El otro parece tener sólo sed.
Hay toros en la tele. El hablador no está conforme con la ejecución de la suerte suprema por parte del maestro oficiante. Un recién llegado discrepa.
- Al toro bravo hay que matarle dándole salida natural, hacia los adentros, mientras el torero sale hacia las tablas. Al manso se le mata en la suerte contraria... Pero para eso, hay que sabé… -deja caer el taurino con un retintín muy evidente.
- También está la tradición –dice el discrepante, que no parece persona resignada.
- Claro, y los usos y costumbres –apostilla, con abierta chulería, el entendido- ¡No te jode!
El otro pega un trago a la cerveza, observa un instante al taurino y se calla, fingiendo indiferencia. El entendido, con andares solemnes aunque un tanto vacilantes, se va al servicio. Cuando vuelve se nota que se ha lavado y se ha refrescado la cabeza. Su antagonista termina de un trago la cerveza y se va sin mirar ni despedirse. El taurino, casi retador, le mira salir con un desprecio infinito en la mirada.
- ¡Dios, qué jartá de tontos y, como tienen boca, venga de largá gilipolleces, sin conocé, sin sabé y sin tené mesura! ¡Hay que joderse!

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11 agosto 2009

El autobús azul


Estamos en Órgiva, la Alpujarra. Son las cuatro de la tarde cuando llegamos al camping. Hemos subido andando, después de comer, desde el pueblo. Son unos cuatro kilómetros de cuesta empinada que el calor hace más largos de lo que son, como si la fogatina de la tarde dilatara a la vez tiempo y distancia. Nos refrescamos a la sombra que, entre la furgoneta donde vivimos y los grandes acebuches, nos hemos procurado. Bebemos agua y luego vino helado. Al rato ya nos hemos reportado y relajado. Ojalá corriera algo de aire pero, quia, no hay gota de brisa, el ambiente está recalentado, embalsado como agua tibia, en este valle. Las cigarras zumban en la tarde con su estridencia machacona, monótona y penetrante haciendo, si cabe, que la sensación de agobio sea aún mayor.
En el bancal de abajo, aquí todo son bancales, incluido el camping, hay un autobús azul con matrícula inglesa. Se ve que es un autobús que alguien transformó, modificando su estructura, para que sirviera de hogar viajero. Sus seis ventanas laterales están perfectamente cubiertas por cortinas, tipo persiana, hechas a medida. Tiene una gran baca con cuatro soportes grandes a cada lado que ocupa casi todo el techo. Sobre ella hay dos cubiertas nuevas, como si quienes en su día hubieran preparado el vehículo hubiesen pensado en resolver cualquier eventualidad que les ocurriera. Puede que considerasen que España es aún un país fuera de los circuitos normales europeos o, lo que es más probable, que pensasen en seguir viaje hacia el norte de África o más allá. Hay gente que se prepara concienzudamente para la aventura y lo imprevisto y aun para afrontar problemas con los que nunca toparan, pero que ellos maquinan en sus mentes soñadoras, temerosas y cautas.
Sin embargo, da la sensación de que quienes aquí llegaron, en este autobús, abandonaron el camping precipitadamente. Fuera del vehículo, pero en su parcela, hay dos bombonas de gas, una mesa, varias sillas y hasta dos bicicletas apoyadas en un árbol que, desde lejos, parece que acaban de ser dejadas en tal posición pero que vistas de cerca, por sus ruedas cubiertas de hojarasca y con algo de orín, denotan que hace meses que no se han movido. Hay también, sobre la mesa, un cenicero lleno de colillas que las aguas y la intemperie han momificado.
La única ventana que no tiene las cortinas echadas muestra un fregadero con algunos cacharros sucios, una jarra mediada de un contenido ya turbio y mohoso en la superficie, y el envase de una botica inglesa para curar las encías. Por lo demás el vehículo está bien cerrado y sólo las telarañas en la parte delantera del motor, en las cerraduras, en las ruedas y por doquier nos hablan de lo estático de sus últimos tiempos. Las bases de las ruedas, todas con aire, están también parcialmente cubierto por la hojarasca acumulada y los matojos.
Llevado por los usos de mis tiempos mozos, imagino que pueda tratarse de una comuna hippy móvil cuyos miembros hayan salido tarifando, cada uno por su lado, incapaces de soportar por mucho tiempo esa vida comunitaria, en teoría, tan idílica. Pero enseguida me doy cuenta de que eso, prácticamente, hoy ha desaparecido y que estoy pensando, como tantas veces, con una mentalidad de hace cuarenta años.
Luego se me ocurre que tal vez se trate de una familia viajera, en cuyo seno se desató algún problema inesperado y grave que les hizo marcharse inesperadamente. Pero pienso que, si eso fuera así, ya deberían de haber vuelto o mandado a alguien para que retirase el autobús.
Se me ocurre después que tal vez lo fletase una pareja de jubilados para recorrer con él el mundo sin verse acuciados por problemas de tiempo, ni económicos, ni de alojamiento. Siendo así, bien pudiera haber enfermado inesperadamente uno de ellos y haber tenido ambos que abandonarlo todo súbitamente para ir al hospital. Si eso hubiera sido así, y aún no hubieran regresado, mal asunto. Tal vez uno de ellos habría muerto y el otro, destrozado por la pérdida e incapaz de superar el vacío de su mitad perdida, no hubiera tenido fuerzas ni ánimo, mutilado salvajemente en su interior, para volver a recoger ese autobús en el que ambos se las habían prometido tan felices…
En esto estaba cuando localicé una pequeña inscripción, www.worldmuzik.co.uk, en uno de los laterales del autobús. Enseguida me di cuenta de que correspondía a una página web del Reino Unido. Así que, en cuanto la he consultado, el enigma ha desaparecido.
El autobús es un antiguo vehículo militar convertido en un estudio móvil para producción de materiales multimedia. Está dotado de una serie increíble de ordenadores y medios de grabación y reproducción. Su objetivo era hacer una serie de televisión sobre los orígenes y las relaciones de la música primitiva en los distintos países islámicos moderados. Su camino comenzaba por el sur de España y después pasarían al norte de África y cruzarían luego a Asia para grabar y producir una serie de programas documentales para la televisión. Estos programas versarían sobre música y en ellos se tocarían las raíces más profundas de la música popular en esas culturas, su relación entre ellas y con otros ritmos a lo largo y ancho del mundo así como la incidencia de dichas músicas en la vida diaria de sus gentes.
Naturalmente, esto es sólo un resumen muy breve de lo que se especifica en la web. Pero, si a alguien le interesa, ahí está la dirección para que pueda ver el contenido completo de la web. Ésta está sin acabar y no parece muy elaborada para tratarse de unos profesionales de los medios. Parece que no se actualiza desde hace mucho y que, como el autobús, ha quedado también varada en mitad del ciberespacio.
Sin embargo, y sabiendo ya de qué iba el autobús, la duda queda. ¿Cómo es que no pasaron de España en un viaje que se prometía tan largo?
Falta de presupuesto, desavenencia entre los componentes del equipo, falta de patrocinadores, problemas de financiación, fallo generalizado de los equipos o del propio autobús…
El autobús azul, abandonado en un bancal de un camping, es algo parecido al pecio de un naufragio y su web al libro de bitácora o, mejor aún, al alma olvidada de un proyecto levitando en los fondos oscuros de Internet.
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