Cobijo, cariño, comida. Dicen que
son las cosas que una persona necesita para vivir.
Carmen disfrutaba lúdicamente
cuando iba variando de situación espacial, al suave y lento ritmo de sus
extremidades inferiores, mientras los segundos discurrían como si sus pies los
fueran marcando. O sea: paseaba.
¿Cuál es mi cobijo? ¿Será, acaso,
en sentido amplio, este país mío al que tanto amo?
¿Cuál es mi cariño? ¿Será, acaso,
el que recibo de mis conciudadanos (y conciudadanas), zambullidos todos (y
todas) en esa solidaridad que a todos (y a todas) nos hermana?
¿Cuál es mi comida? ¿Será, acaso,
la que todos (y todas) producimos en las diferentes ocupaciones que nos
amalgaman en la cosa del bien común y que a todos (y a todas) proporciona sustento?
Y, si estas cosas son así, ¿por
qué no soy feliz? ¿Por qué no me siento libre? ¿Por qué vivo en este
desasosiego? ¿Quién o quienes se conjuran contra mí?
Puede que se trate del cobijo.
Nuestro país es la casa nuestra aunque, por las noticias que a diario emanan de
los juzgados, para algunos (y algunas) parece más la “Cosa Nostra”. ¿Será
veleidoso creer en un nuevo país limpio de corrupción?
¡Qué terca es la Historia! Oye,
que ni uno, ni de los viejos, ni de los existentes. ¿Será presuntuoso que mis
conciudadanos (y mis conciudadanas) y yo intentemos encontrar, o mejor, crear y
creer esa utopía? La idea es tentadora y hermosa y merecería la pena dar la
vida por ella. Pero, para esto, necesitamos la independencia. Miraos todos (y
todas) en los países independientes.
Claro que hay países
independientes donde la gente no es libre. No sé yo si la independencia, al
final, sirve con seguridad para algo y si, ese algo, será mejor o peor. Ninguna
garantía.
La Historia, os juro que no he
visto nada más desmoralizador. Me entra un pesimismo y así como un coraje. La
Historia es un coñazo. La madre (y quien quiera que colaborase con ella) que
parió a la Historia.
Vale. Pero, ¿y el cariño? Ese
sentirnos todos (y todas) un único cuerpo, una única mente, una sola voluntad
en pos de la idea sublime, casi mística, iluminados (e iluminadas) por una
naciente estrella nueva y rutilante que alumbre un futuro glorioso. Os juro que
la idea es una pasada, un auténtico alucine polícromo, me ahogo de emoción, por
el Niño Jesús os lo digo. Qué hermandad, qué conjunción, qué comunión, qué fe
en un futuro nuevo y deslumbrante. No ya las penínsulas ni los continentes,
sino el orbe entero abrazará, el día que la entienda, la grandeza de nuestra
original idea de una patria nueva.
Y, lo que es más, nuestro discurrir
hasta ella con esta deportividad (mismamente fair play) tan nuestra (nuestro),
de ese modo tan pacífico, lúdico, festivo y simbólico, con nuestros generosos corazones
puestos en la gran bandeja común, ofreciendo nuestro amor a todo el mundo
conocido con el que compartiremos nuestra dicha y al que regalaremos la excelsa
calidad de nuestra idea inédita.
Pero maldita Historia, parece que
hay precedentes, que lees y repasas datos y ves que: a la más mínima, lo lúdico
se convierte en fúnebre, lo festivo en trágico, que lo pacífico deviene, en un
segundo, en belicoso. Pero, por favor, qué necesidad tenemos de la Historia, es
un manual secular de pésimos ejemplos. Toda plagada de hostialidades (sorry,
hostilidades). Debería dejar de enseñarse en las escuelas, de estar al alcance
de los niños (y de las niñas), nosotros queremos otra cosa, hombre (y mujer).
Un poquito de alegría, por favor. Una cosa tan triste debería de estar oculta y
censurada, es un freno para el libre albedrío de las personas puras, honestas y
bondadosas. Un compendio de ejemplos tenebrosos. Un antídoto contra la
felicidad. Vamos, un asquito.
La comida al menos no nos la
quitará nadie. Porque la comida sale de la tierra y a la tierra nadie puede
moverla de su sitio. Al menos, por ahora.
Industria, servicios… zarandajas.
A veces pienso que esto es una conjura contra nosotros todos (y nosotras todas).
Una persona con poquito se apaña. Si me tiras de la lengua, lo que nos sobra
son tantos bienes de consumo, tanto afán por viajar, tanto con la modernidad,
tanto con el progreso, tanto con la cultura, tanto con la economía… y todo con
vocación universal y globalizadora, olvidando a las minorías a las que tanto
respeto se les debe. Devoción, verdadera devoción es lo que deberíamos sentir
por las minorías.
Vamos que, con todos estos
precedentes, es un milagro que España sea un país independiente, ¿cómo?, casi
un atraso. Ya está dicho. Y, encima, que por ahí no nos comprendan y nos miren
por encima del hombro.
¿Qué queremos? ¿Ser algún día
como España? Bonito panorama. Para ese viaje no necesitábamos alforjas. No te
digo.