01 octubre 2007

El móvil


Él debía acudir a la cita. Ansiaba hacerlo. Era una cita inusual como lo era la relación con aquella mujer. Sí, inusual, imprevista y excitante. Olvidó su habitual ropa elegante y su llamativo Audi. Ese día tenía que ser un discreto técnico en ordenadores, así que con unos vaqueros usados, una sudadera, una gorra de visera y un macuto rojo llegó, buscando las señas de ella, y conduciendo una vieja Citroën C2 con rótulos de una empresa de gestión, algo, en fin, de lo más común, un perfecto mimetismo urbano.
Dejó la furgoneta en las inmediaciones del domicilio que le había dado. Era un barrio normal, más bien de gente trabajadora. Caminando, desde el lugar en que aparcó, hacia la dirección indicada pensó que había elegido la indumentaria correcta. Ni las mujeres que iban o venían de la compra, ni los pocos viandantes se fijaban en él, era un elemento más del decorado cotidiano del barrio. A los pocos minutos estaba frente a la puerta, un segundo después, pulsaba, por el portero automático, el timbre del piso que tenía anotado.
- Sí, ¿quién es?
- Intra reparaciones, abra, por favor.
Un pitido largo respondió a su demanda, con un pequeño empujón la puerta cedió. Sí, era su voz, pensó. Ojalá que no se encontrara con nadie en el portal ni en el ascensor. No es que le importara demasiado, pero no le gustaría. No eran aún las 11 de la mañana. El bloque no era muy grande y, para su tranquilidad, subió solo hasta el piso tercero que era donde ella le esperaba. Buscó en el descansillo la letra C y se dirigió hacia la puerta con el corazón palpitando fuertemente. Halló ésta entornada, la empujó suavemente y, no encontrando a nadie tras de ella, la cerró despacio.
- Señora, vengo por lo del ordenador- dijo él, con un poco de guasa.
La respuesta se hizo esperar, se oyó el ligero ruido de una puerta y apareció ella con una especie de camisón semitransparente.
- Pues espero que me lo dejes como nuevo- replicó ella con una sonrisa.
Él, una vez más, pensó: Lo que me pierde de esta tía es su maldita cara de golfa. Sin embargo, a la expresión caliente y salaz de la mujer, le acompañaba un espléndido cuerpo de más de un metro setenta, una cintura fina, unos muslos poderosos y unos pechos pequeños pero de pezones gruesos, oscuros y puntiagudos que se insinuaban tentadoramente bajo el fino camisón, un cuello delgado y esbelto...
Todo esto lo pensó en una fracción de segundo pues en la siguiente ya estaba besándola en la boca mientras sus manos le acariciaban suavemente la espalda y bajaban, sobre la fina tela, a recorrer y apretar sus hermosos glúteos. Se dio cuenta que el cuerpo de aquella mujer le excitaba como el de ninguna. Su sensualidad, su olor… eran como una droga que le adormecía. La tersura de su piel y la turgencia de sus formas le dejaba inerme ante ella. Podía perderse y ahogarse en aquel cuerpo como un náufrago en el mar.
Luego de los cálidos preámbulos pasaron al dormitorio. Como dos hambrientos se estaban saciando el uno en el otro. Ambos desnudos y totalmente excitados llevaban más de media hora de codiciosa labor pero aún sin perentorio afán por terminarla. Inesperadamente sonó un móvil. La mujer se desasió suavemente del hombre y lo tomó con decisión y tranquilidad:
- ¡Hola! ¿Qué hay, guapo?
- …
- Pues aquí, mi vida. Acabo de venir de la compra. ¿Y tú?
- …
- Vale, cielo. Me alegro de que lo hayas encontrado.
- …
- Me encanta, cariño. Qué bien, azul claro, como a mí me gusta. Eres un encanto, te adoro.
- …
- ¿En el concesionario de Madrid? Oye, cielo, pues está muy bien de precio. Si quieres, cuando vuelvas a casa, a la tarde, lo hablamos. ¿Vale?
- …
- Sí, mi amor. Yo también. Hasta luego, cariño. Un beso.
- …
- Yo también te echo de menos… Otro beso, cielito… Ya sabes que sí..., tonto.
El hombre desnudo que yacía junto a la mujer estaba paralizado escuchando esto mientras su mano derecha permanecía sobre el sexo de ella, escarbando suave e instintivamente en el vello de su pubis y acariciando sus hinchados y húmedos labios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Iba a poner ... "jodido, no?"... pero pensándolo bien, si no nos empeñásemos en creer que si amamos a alguien no podemos desear a otra persona, si no mezcláramos amor con sexo, nadie tendría que fingir una conversación aparentemente normal por teléfono mientras alguien acaricia su sexo.