Una de las definiciones de espectáculo de la Real Academia Española es esta: “Cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles”.
Para el espectáculo al que me refiero no es necesaria ni siquiera la vista, pues todo él se basa en la contemplación intelectual. Sólo es necesario, eso sí, un sentido, el del oído, por lo que el espectáculo del que hablo es de los pocos que hasta los ciegos pueden disfrutar con la misma intensidad que los que no lo son.
Digan lo que digan, y se dice mucho, hay desde hace un tiempo un programa de radio que es un espectáculo de mucho más mérito y talento que los programas de telebasura más sofisticados. Esos en los que las televisiones más conocidas gastan cantidades fabulosas de dinero. Vergüenza para las televisiones que, en esta sociedad de la imagen, un programa de radio de pequeño presupuesto les coma el terreno tan ostentosamente. Así pues, estoy refiriéndome a un espectáculo auditivo que, casi monopolizado por una persona, es capaz de enervar a todos cuantos se lo toman en serio que, por lo que se ve, son una gran parte de los españoles. Pero claro, ¡cómo no se lo van a tomar en serio!, cuando los temas de este hombre de la radio son, nada menos, que la patria, la bandera, la unidad de España, la política y los políticos, la monarquía, la religión, el Estado, la economía, el terrorismo, la ley, los jueces, los fiscales… Este hombre es un auténtico showman que me llena de admiración. Es capaz de todo, es un hombre que ha convertido una emisora semiarruinada en la gallina cotidiana de los huevos de oro. A partir de la realidad diaria, o de una parte de la realidad del día, sabe focalizar lo que desea, crear ficciones, es capaz de fabular, de organizar la realidad según su criterio y capricho, puede aumentar la importancia de pequeños detalles hasta hacerlos de magnitudes sobrecogedoras, interpreta la realidad con más desparpajo que el conjunto entero de políticos del país, imita, ridiculiza, pone motes, juega con las palabras, cambia los tonos de voz, maneja los silencios con maestría, insiste hasta la saciedad en los temas con los que se centra, derrama las culpas más negras sobre quien él decide, dicta qué hacer o qué no hacer a quien corresponda, pontifica sobre la verdad unívoca, se inflama de justa ira, se carga de sagrada indignación, se arma de santa paciencia... ¡En fin!... No tiene consideración con nadie, excepto con quien le paga, supongo. Aunque tampoco estoy muy seguro, pues, me da la impresión, de que, puesto en el prete, lo sacrificaría todo por el espectáculo. Es, eso, un hombre espectáculo, alguien que con muy pocos medios ha conseguido que el país entero, para bien o para mal, según quien lo diga, esté pendiente de su show cotidiano. Un moderno rey Midas que convierte en oro aquel medio en el que interviene. Un “Butanito” de la política. Lo único que hay que hacer para pasarlo bien es escuchar el espectáculo sabiendo que es eso, un espectáculo, disfrutar y admirar sus cualidades histriónicas y reírse de lo que nos rodea. Vivimos de interpretaciones, no de hechos. El objetivo de este hombre es triunfar. Lo consigue gracias a su elaborada capacidad para provocar. El resto lo hacemos los demás. Para colmo, conseguir esto en una radio propiedad de la Iglesia Católica, cuyo principal mandato evangélico es el amor, es ya lo más de lo más. El morbo está servido en todos los sentidos. Quien no se divierte es porque no quiere. Disfruten con el espectáculo. Si consiguen relajarse, es fascinante. Este hombre, aunque tenga frenillo, desconoce el freno.
Para el espectáculo al que me refiero no es necesaria ni siquiera la vista, pues todo él se basa en la contemplación intelectual. Sólo es necesario, eso sí, un sentido, el del oído, por lo que el espectáculo del que hablo es de los pocos que hasta los ciegos pueden disfrutar con la misma intensidad que los que no lo son.
Digan lo que digan, y se dice mucho, hay desde hace un tiempo un programa de radio que es un espectáculo de mucho más mérito y talento que los programas de telebasura más sofisticados. Esos en los que las televisiones más conocidas gastan cantidades fabulosas de dinero. Vergüenza para las televisiones que, en esta sociedad de la imagen, un programa de radio de pequeño presupuesto les coma el terreno tan ostentosamente. Así pues, estoy refiriéndome a un espectáculo auditivo que, casi monopolizado por una persona, es capaz de enervar a todos cuantos se lo toman en serio que, por lo que se ve, son una gran parte de los españoles. Pero claro, ¡cómo no se lo van a tomar en serio!, cuando los temas de este hombre de la radio son, nada menos, que la patria, la bandera, la unidad de España, la política y los políticos, la monarquía, la religión, el Estado, la economía, el terrorismo, la ley, los jueces, los fiscales… Este hombre es un auténtico showman que me llena de admiración. Es capaz de todo, es un hombre que ha convertido una emisora semiarruinada en la gallina cotidiana de los huevos de oro. A partir de la realidad diaria, o de una parte de la realidad del día, sabe focalizar lo que desea, crear ficciones, es capaz de fabular, de organizar la realidad según su criterio y capricho, puede aumentar la importancia de pequeños detalles hasta hacerlos de magnitudes sobrecogedoras, interpreta la realidad con más desparpajo que el conjunto entero de políticos del país, imita, ridiculiza, pone motes, juega con las palabras, cambia los tonos de voz, maneja los silencios con maestría, insiste hasta la saciedad en los temas con los que se centra, derrama las culpas más negras sobre quien él decide, dicta qué hacer o qué no hacer a quien corresponda, pontifica sobre la verdad unívoca, se inflama de justa ira, se carga de sagrada indignación, se arma de santa paciencia... ¡En fin!... No tiene consideración con nadie, excepto con quien le paga, supongo. Aunque tampoco estoy muy seguro, pues, me da la impresión, de que, puesto en el prete, lo sacrificaría todo por el espectáculo. Es, eso, un hombre espectáculo, alguien que con muy pocos medios ha conseguido que el país entero, para bien o para mal, según quien lo diga, esté pendiente de su show cotidiano. Un moderno rey Midas que convierte en oro aquel medio en el que interviene. Un “Butanito” de la política. Lo único que hay que hacer para pasarlo bien es escuchar el espectáculo sabiendo que es eso, un espectáculo, disfrutar y admirar sus cualidades histriónicas y reírse de lo que nos rodea. Vivimos de interpretaciones, no de hechos. El objetivo de este hombre es triunfar. Lo consigue gracias a su elaborada capacidad para provocar. El resto lo hacemos los demás. Para colmo, conseguir esto en una radio propiedad de la Iglesia Católica, cuyo principal mandato evangélico es el amor, es ya lo más de lo más. El morbo está servido en todos los sentidos. Quien no se divierte es porque no quiere. Disfruten con el espectáculo. Si consiguen relajarse, es fascinante. Este hombre, aunque tenga frenillo, desconoce el freno.
Cuando me di cuenta de todas estas cosas, le comprendí y, a a la vez, dejé de interesarme. Se convirtió en algo familiar. Bastante monótono.
1 comentario:
Posee además una vastísima cultura, y se le nota. Casi nunca estoy de acuerdo con él y cada vez lo oigo menos porque no soy capaz de relajarme con todo el panorama sombrío que me dibuja. Cuando tengo la oportunidad, digo que escucho el programa, porque es una cosa que molesta mucho a los presentes e incluso está considerada politicamente incorrecta. Hay toda una corriente de opinión desfaborable al personaje y mucha gente poderosa en los media deseando que le cierren el garito. Yo solo contesto que el que no quiera oirlo, que cambie de emisora.
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