Emiliano era el hijo mayor de Urbano y Saturnina, había acabado el servicio militar cuando empezó la guerra. Emiliano, había hecho parte de su servicio militar en Almería, donde conoció a su mujer y durante la guerra civil, con un hijo ya, fue movilizado y tuvo que incorporarse a su último destino, Getafe (Madrid), después fue destinado a Tabernas (Almería) hasta el final de la guerra civil. Estando en Getafe, a él y a otro soldado les tocó traer escoltado a su ciudad a un detenido, a quien al poco tiempo le dieron el paseo los de una conocida checa de la ciudad. Acabada la guerra y por el motivo de haber escoltado a esta persona desde Madrid, Emiliano fue denunciado, detenido en su casa e ingresado en la prisión provincial. Fue fusilado el 9 de marzo de 1940, a los 26 años. Por las tres cartas que consiguió hacer llegar a su familia desde la cárcel, camufladas en el talego en el que su hermano le llevaba la comida, esperaba la conmutación de su pena y la libertad algún día. No fue así. En el juicio celebrado el 14 de noviembre del 39 se le acusa de un gran número de delitos así como de ser “sujeto sumamente peligroso, de instintivos criminales y plenamente desafecto a la causa nacional” y finalmente se resuelve que se le condena como “responsable de un delito de adhesión a la rebelión con la concurrencia de las circunstancias agravantes de perversidad social, trascendencia de los actos realizados y daños causados a los intereses de los particulares, a la pena de muerte”. A las 6,10 de la mañana de aquel día 9 de marzo fue fusilado Emiliano contra las tapias del cementerio de la ciudad donde nació. Lo fue en total rebeldía y desesperación por no considerarse culpable en absoluto y porque la muerte impuesta le apartaba tan injustamente de su mujer y su hijo. Por tal motivo fue enterrado en el cementerio civil, pues según las autoridades religiosas no había mostrado ningún arrepentimiento ni pidió ningún perdón.
Su hermano pequeño, Mariano, era el encargado de llevarle la comida a la cárcel. Ese día le dijeron, por toda explicación, que a su hermano ya no le hacía falta la comida, que había sido trasladado. Enterado de esto su otro hermano, Pedro, más mayor, bajó inmediatamente al cementerio, acompañado por su tío Feliciano, a indagar si Emiliano había sido fusilado. Primeramente se lo negaron. Tras volver a la cárcel e insistir sobre su paradero, ya volvió a bajar al cementerio con la duda hecha certeza, tuvo que reconocerle entre los cuerpos de los 14 fusilados de aquel día. Luego subió a por un ataúd. Como ni él ni ninguno de la familia tenían dinero, Pedro fue a ver a su novia Carmen, y le pidió las 70 pesetas que, hasta el momento, tenían ahorradas para casarse. Pedro bajó al cementerio con una sábana y el ataúd para su hermano. Tras discutir con los guardias, que no le permitían tocar el cadáver, consiguió finalmente amortajarlo con la sábana, introducirlo en el ataúd y darle tierra en la sepultura que él mismo cavó y que, años después, el mismo Pedro adquiriría al ayuntamiento. Mientras daba tierra a su hermano el cura del cementerio y los de una hermandad que asistía a los que iban a ser ejecutados reían y bromeaban. Para ellos aquello ya era una rutina. Posteriormente, más de 35 años después, al término de la dictadura del general Franco, Pedro recogió los restos de su hermano, los puso en un pequeño ataúd (hecho por Mariano, el otro hermano, que era carpintero) y los dejó en el depósito hasta que la fosa, en la que habían descansado en los últimos años y que él había comprado, fue cimbrada y preparada como tumba. Pedro, con no pocos inconvenientes, pagó esa sepultura y puso en ella una inscripción. En la inscripción de la lápida, sin ningún símbolo religioso, se puede leer:”Morir es ley, no existe ley para matar”. Aquellas tres últimas cartas fueron el último legado de Emiliano, sobre todo, para su mujer y su hijo.
Su hermano pequeño, Mariano, era el encargado de llevarle la comida a la cárcel. Ese día le dijeron, por toda explicación, que a su hermano ya no le hacía falta la comida, que había sido trasladado. Enterado de esto su otro hermano, Pedro, más mayor, bajó inmediatamente al cementerio, acompañado por su tío Feliciano, a indagar si Emiliano había sido fusilado. Primeramente se lo negaron. Tras volver a la cárcel e insistir sobre su paradero, ya volvió a bajar al cementerio con la duda hecha certeza, tuvo que reconocerle entre los cuerpos de los 14 fusilados de aquel día. Luego subió a por un ataúd. Como ni él ni ninguno de la familia tenían dinero, Pedro fue a ver a su novia Carmen, y le pidió las 70 pesetas que, hasta el momento, tenían ahorradas para casarse. Pedro bajó al cementerio con una sábana y el ataúd para su hermano. Tras discutir con los guardias, que no le permitían tocar el cadáver, consiguió finalmente amortajarlo con la sábana, introducirlo en el ataúd y darle tierra en la sepultura que él mismo cavó y que, años después, el mismo Pedro adquiriría al ayuntamiento. Mientras daba tierra a su hermano el cura del cementerio y los de una hermandad que asistía a los que iban a ser ejecutados reían y bromeaban. Para ellos aquello ya era una rutina. Posteriormente, más de 35 años después, al término de la dictadura del general Franco, Pedro recogió los restos de su hermano, los puso en un pequeño ataúd (hecho por Mariano, el otro hermano, que era carpintero) y los dejó en el depósito hasta que la fosa, en la que habían descansado en los últimos años y que él había comprado, fue cimbrada y preparada como tumba. Pedro, con no pocos inconvenientes, pagó esa sepultura y puso en ella una inscripción. En la inscripción de la lápida, sin ningún símbolo religioso, se puede leer:”Morir es ley, no existe ley para matar”. Aquellas tres últimas cartas fueron el último legado de Emiliano, sobre todo, para su mujer y su hijo.
2 comentarios:
Emiliano es viva memoria histórica. Emoción que nace de la cruda realidad que a todos envuelve y que con algunos se empeña en rasgar la piel a tiras.
Eres un verdadero mago del recuerdo y un auténtico lujo para los sentidos.
Gracias.
Procuraré visitar tu blog.
Hasta pronto.
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