20 octubre 2007

El abuelo Salvador

El abuelo Salvador siempre mantenía un porte digno y hasta solemne, no sólo en su forma de vestir y de actuar (siempre traje con chaleco, sombrero y fumando en cachimba) sino en su forma de hablar, llena de frases grandilocuentes: “No sé que tiene esta santa casa, que ha sido siempre tan seria, para que las criadas no aguanten ni dos meses”; “No me disgusta, no me disgusta, querido amigo, como caza la perrita”; “Pero hombre, pero hombre, si es mi querido nieto Salvador, el que lleva mi mismo nombre”...
Sin embargo mi padre le quería mucho y nos lo pintaba como un héroe cuyas pomposas hazañas rozaban, casi siempre, con lo ridículo. Cuando éramos pequeños, nos contaba cosas de nuestro abuelo.
-¿No sabéis que el abuelo una vez apagó un incendio evitando con su acción un sinnúmero de probables víctimas?
-¿Siiiiiii? ¡Ahí vaaaaa!
-Pues sí niños. Estaba un buen día vuestro abuelo Salvador tomando el vermú en la terraza del casino, cuando unas voces clamaron: ¡Fuego, fuego! El humo lo invadía todo. La confusión que se generó de inmediato fue muy grande, pues era un domingo de primavera y la plaza de "Los Jardinillos" estaba llena de gente. Unos corrían hacia un lado, otros hacia otro, algunas señoras lloraban de miedo, la gente chocaba entre sí presa del pánico, en la huida muchas personas tiraron mesas y sillas con sus vasos y platos, la algarabía era grandísima, no había nadie capaz de reaccionar. Fue entonces, niños, cuando vuestro abuelo Salvador que, mientras todos gritaban y huían, había descubierto que el fuego salía del motor de un coche, salió corriendo como un valiente, saltó por encima de las mesas caídas y cogiendo al vuelo un sifón que milagrosamente había quedado intacto sobre una, abrió el capó del coche y fishhhhhhhhhhh... apagó el incendio y salvó a la multitud de perecer. En el siguiente ejemplar del periódico local, Flores y Abejas, sacaron una foto del abuelo Salvador en la que se veía a vuestro querido abuelo con el sifón en una mano y un puro habano en la otra. El titular del periódico decía “Una vez más D. Salvador, eminente industrial y conciudadano ejemplar, hace honor a su nombre. La ciudad agradecida.”
-¡Alaaaaaaaá..! ¡Qué tío!
-Pues eso no es nada. Otra vez salvó a toda la familia de una muerte segura. Fue cuando compró el Fiat grande, continuó mi padre. El abuelo Salvador para celebrarlo decidió sacarnos a toda la familia a dar una vuelta sin chófer, ni mecánico, ni nada, desafiando al destino y llevando él personalmente el volante de aquel impresionante vehículo…
El Fiat, aún lo recuerdo, hizo mi padre un inciso explicativo, era un coche negro en el que delante cabían de sobra tres personas mayores y detrás cuatro, pero como además salían otros asientos de la parte de atrás de los asientos de delante y también pequeños apoyos de las dos puertas laterales traseras pues allí cabíamos todos: mi padre (el esforzado conductor), mi madre, nosotros siete, y el tío Félix (que estaba todavía soltero y que no se perdía una).
…Todo transcurría bien, pero de repente el abuelo notó algo raro. El funcionamiento del coche era bueno, la aceleración aceptable para la época, pero había un problema: el coche no frenaba. El abuelo tenía que tomar una decisión heroica, la vida de toda su familia peligraba. Otro cualquiera hubiera dejado que el coche se parara tras perder y perder velocidad en unos hectómetros, sin embargo el abuelo Salvador dijo con tono solemne: “Agarráos, que vamos a más de 40.” “¿Estáis todos bien agarrados?”. Entonces dirigió el coche hacia una cuneta y sacando las dos ruedas de la parte derecha fuera de la cuneta, que cada vez era más empinada, hizo volcar de lado al coche en apenas cincuenta metros. Cuando el coche quedó detenido sobre uno de sus flancos con toda la familia asustada y revuelta dentro, el abuelo con la valentía y frialdad que sólo los héroes tienen dijo simplemente: “Ya está.”
De mi abuelo, aparte de las narraciones de mi padre, he de decir que trasmitía un sentido del poder. Los niños le veíamos como a un ser todopoderoso. Si estabas malo y venía a verte el abuelo Salvador, el peligro había pasado. El médico podía curarte, pero estando presente el abuelo Salvador es que nada podía ocurrirte. El abuelo sabía resolverlo todo. El abuelo Salvador, cuando yo era pequeño, era la representación más acreditada de Dios en la tierra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡y encima se llamaba "salvador"!, le iba el nombre que ni pintado.

yO nunca conocí una persona que me trasmitiera tanta seguridad.

Soros dijo...

Cuando se es pequeño los mayores aparecen como seres poderosos que imaginas, por lo menos yo, como perfectos. Luego pasa el tiempo y les descubres tan frágiles como tú mismo... poco más o menos. El paso del tiempo nos saca de la infancia y quizás, si llegamos a viejos, nos devuelva de nuevo a ella.