-Papá, papá, ¿viviremos en el año 2000?
-Pues claro que sí. Todos vosotros conoceréis el año 2000. Yo seguro que no.
Padre tuvo siempre una salud muy frágil. Es más, es dudoso que la llegara a tener pues lo perenne en él fue la enfermedad. De hecho ninguno de sus hijos le conocimos sano. Sin embargo, era un buen contador de historias y una persona, quitando sus muchos momentos de dolor, alegre. Algunas de sus historias, supongo yo, estaban mezcladas con algo de fabulación pero, ¿no ha de ponérsele algo propio a cada relato? Yo opino que sí, que lo contrario sería dejar de enriquecer las historias con una visión personal de los casos y eso, a la larga, si bien mantendría la versión original, haría que ésta fuera perdiendo interés con el paso del tiempo. Y, ya se sabe, lo que carece de interés no interesa y se pierde ¿O es que uno ha vivido para nada? ¿No tiene uno su derecho a aportar un granito de arena propio? ¡Hombre, por favor…!
- Diga usted que sí, que la vida es multiforme, variopinta y enriquecedora, así como rica en matices y perfiles.
- Bueno, bueno, no quería yo decir tanto, pero el caso es que un hombre no se cría debajo de un tomillo y, quien más quien menos, tiene algo que decir.
Pues bien, padre era, además de historiador, partidario de la distribución equitativa de la riqueza. Quería que a sus hijos eso les quedara muy claro, casi como un legado para el futuro. Por eso un primero de mes que había cobrado, cuando llegó a casa y aprovechando que mi madre se encontraba ocupada en la cocina, nos reunió a los cinco niños en torno a la gran mesa redonda del comedor. Adoptó el tono solemne de cuando contaba historias y todos supimos que estábamos a punto de asistir a una nueva revelación, a un nuevo enfoque de la evolución y el devenir familiar. Le escuchamos expectantes que había decidido, tras meditarlo concienzudamente, que, en lugar de darle a mi madre la paga para que hiciese la comida, ese mes nos la iba a repartir a partes iguales para que cada uno pudiese comer lo que quisiera. Porque, se cargó de razón, a ver: ¿Qué fundamento había para tener que comer cocido o lentejas o potage cuando a uno lo que realmente le gustaba eran los pasteles y la tarta y los merengues? ¿Es que no había libertad, es que no podíamos decidir cada uno, es que los humildes, los débiles y los niños no podíamos aspirar a ese sagrado derecho? La decisión solemne de mi padre, tomada totalmente en serio, fue recibida con una aclamación. Él, inmediatamente y para que viéramos que no se trataba de ningún esbozo teórico ni de ningún futurible, nos repartió equitativamente los billetes de su paga. El dinero contante y sonante cayó en nuestras manos. Mientras tanto mi madre, alertada por el alborozo general, se precipitó desde la cocina a ver qué era lo que ocurría.
-Pero Vicente tú no estás en tu sano juicio, tú no tienes conocimiento.
-¡Bien papá! ¡Bien!
-Salva, trae ese dinero ahora mismo, y vosotras igual.
-No queremos, es nuestro. Papá lo ha dicho, ¿a que sí, papá?
Aquel reparto, tan innovador como justo, de las rentas del trabajo familiar fue abolido de inmediato. La aparición de mi madre me recordó, cuando más tarde lo estudié, la irrupción del General Pavía en el Congreso al mando de un destacamento de la Guardia Civil, caballos incluidos. El hecho dejó además un conjunto de represaliados que, habiendo visto fugazmente el resplandor de la justicia distributiva, lloraban a moco tendido por los sopapos con los que su madre animó la confiscación inmediata de los bienes comunales apenas recibidos. Quedó claro, de ese día en adelante, quién representaba en aquella casa a las fuerzas progresistas y de futuro y quién al conservadurismo más retrógrado y cavernario. Pura historia de España, oye.
-Pues claro que sí. Todos vosotros conoceréis el año 2000. Yo seguro que no.
Padre tuvo siempre una salud muy frágil. Es más, es dudoso que la llegara a tener pues lo perenne en él fue la enfermedad. De hecho ninguno de sus hijos le conocimos sano. Sin embargo, era un buen contador de historias y una persona, quitando sus muchos momentos de dolor, alegre. Algunas de sus historias, supongo yo, estaban mezcladas con algo de fabulación pero, ¿no ha de ponérsele algo propio a cada relato? Yo opino que sí, que lo contrario sería dejar de enriquecer las historias con una visión personal de los casos y eso, a la larga, si bien mantendría la versión original, haría que ésta fuera perdiendo interés con el paso del tiempo. Y, ya se sabe, lo que carece de interés no interesa y se pierde ¿O es que uno ha vivido para nada? ¿No tiene uno su derecho a aportar un granito de arena propio? ¡Hombre, por favor…!
- Diga usted que sí, que la vida es multiforme, variopinta y enriquecedora, así como rica en matices y perfiles.
- Bueno, bueno, no quería yo decir tanto, pero el caso es que un hombre no se cría debajo de un tomillo y, quien más quien menos, tiene algo que decir.
Pues bien, padre era, además de historiador, partidario de la distribución equitativa de la riqueza. Quería que a sus hijos eso les quedara muy claro, casi como un legado para el futuro. Por eso un primero de mes que había cobrado, cuando llegó a casa y aprovechando que mi madre se encontraba ocupada en la cocina, nos reunió a los cinco niños en torno a la gran mesa redonda del comedor. Adoptó el tono solemne de cuando contaba historias y todos supimos que estábamos a punto de asistir a una nueva revelación, a un nuevo enfoque de la evolución y el devenir familiar. Le escuchamos expectantes que había decidido, tras meditarlo concienzudamente, que, en lugar de darle a mi madre la paga para que hiciese la comida, ese mes nos la iba a repartir a partes iguales para que cada uno pudiese comer lo que quisiera. Porque, se cargó de razón, a ver: ¿Qué fundamento había para tener que comer cocido o lentejas o potage cuando a uno lo que realmente le gustaba eran los pasteles y la tarta y los merengues? ¿Es que no había libertad, es que no podíamos decidir cada uno, es que los humildes, los débiles y los niños no podíamos aspirar a ese sagrado derecho? La decisión solemne de mi padre, tomada totalmente en serio, fue recibida con una aclamación. Él, inmediatamente y para que viéramos que no se trataba de ningún esbozo teórico ni de ningún futurible, nos repartió equitativamente los billetes de su paga. El dinero contante y sonante cayó en nuestras manos. Mientras tanto mi madre, alertada por el alborozo general, se precipitó desde la cocina a ver qué era lo que ocurría.
-Pero Vicente tú no estás en tu sano juicio, tú no tienes conocimiento.
-¡Bien papá! ¡Bien!
-Salva, trae ese dinero ahora mismo, y vosotras igual.
-No queremos, es nuestro. Papá lo ha dicho, ¿a que sí, papá?
Aquel reparto, tan innovador como justo, de las rentas del trabajo familiar fue abolido de inmediato. La aparición de mi madre me recordó, cuando más tarde lo estudié, la irrupción del General Pavía en el Congreso al mando de un destacamento de la Guardia Civil, caballos incluidos. El hecho dejó además un conjunto de represaliados que, habiendo visto fugazmente el resplandor de la justicia distributiva, lloraban a moco tendido por los sopapos con los que su madre animó la confiscación inmediata de los bienes comunales apenas recibidos. Quedó claro, de ese día en adelante, quién representaba en aquella casa a las fuerzas progresistas y de futuro y quién al conservadurismo más retrógrado y cavernario. Pura historia de España, oye.
3 comentarios:
Esta ENTRADA me gustó mucho... y tu mamá me gustó mas, conservadurista (¿de conservar duros? :o)) y todo.
jajaja
Saludos y sonrisas
Muy buena la historia y genial el padre liberal aunque, finalmente, prevaleciera la madre conservadora.
Me ha gustado mucho ese inicio en el que hablas sobre el "derecho" a adornar las historias que uno cuenta para hacerlas interesantes.
Será porque lo practico mucho y no solo las adorno, algunas me las invento casi enteras. Otras no, otras son reales.
A veces me siento culpable y mentirosa compulsiva.
Pero después de leerte, ¡fuera culpas! Y a seguir con las mezclas.
Palomamzs, no te pese inventar. Para eso escribes, no eres historiadora. Pero yo creo que escribamos lo que escribamos la realidad es mucho más audaz que nosotros. La realidad nos deja siempre en mantillas.
Gracias por tus comentarios.
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