Siempre me ha intrigado saber cual sería el consumo idóneo de vino que una persona puede hacer al día.
Casualmente cayó hace unos días en mis manos una revista de estudios culturales en la que constaban los datos del Libro de Bodega del Monasterio de Santa María de Óvila (Guadalajara), cuando estaba habitado por los monjes bernardos.
Gracias a los escrupulosos datos que constan en el citado libro pude hacerme una idea del consumo medio de vino de estos monjes, por cabeza y día en los años de 1725 y de 1798. Y siendo los monjes personas poco proclives, de por sí y por la orden que profesaban, a excesos contrarios a su regla, me hago una idea del consumo de vino que puede considerarse como apropiado para el común de los mortales.
Así pues veamos estos datos: En 1725, con ocho monjes de plantilla, aparte de las arrobas vendidas extramuros del monasterio, se consumen en él 301 arrobas. Teniendo en cuenta que la arroba de vino son unos 16,133 litros, tenemos 4856 litros. Considerando que el año tiene 365 días, el consumo diario en el monasterio fue de unos 13,3 litros y en consecuencia, bebiendo los ocho monjes, tenemos un consumo de 1,6 litros por monje y día. Bueno, confieso que me quedé un poco sorprendido. No fueron mal servidos.
Veamos los datos del otro año: En 1798, con cinco hermanos en nómina, el consumo fue de 340 arrobas, lo cual, haciendo el cálculo anterior nos da un consumo por monje y día de 3 litros. Parece que los monjes de fin de siglo eran algo más proclives al vino que los de la primera parte la centuria, o que el año fue especialmente frío o que tuvieron numerosas visitas o dádivas a los menesterosos… Es caso es que el consumo no estaba tampoco nada mal.
Así pues me quedó patente, no la cantidad idónea a beber cada día, sino que el vino era de consumo cotidiano y además, considerado, al contrario que ahora, un alimento de primera necesidad. Cuenta la leyenda que los frailes jerónimos del Monasterio de Lupiana, también con grandes extensiones de terreno dedicadas a la vid y con una gran bodega, tenían asimismo gran afición a su consumo. A tal fin tenían unos tazones de cerámica de gran tamaño en el refectorio, en cuyo fondo por la parte interior estaba representada la cara del Señor y en el borde unos diablillos. Cuando el hermano lego que servía el vino preguntaba:
- ¿Hasta donde el vino, hermano prior?
- Hasta ahogar a los diablillos, hermano escanciador.
Luego, en el momento de beber, el prior, antes de acercarse el tazón a los labios, decía, elevando los ojos al cielo con recogimiento:
- ¡Hasta verte, Jesús mío!
Parece ser que, según la tradición, esta fórmula no fue exclusiva de los jerónimos sino que, como la de todos los sacrificios que se ofrecen al Señor, fue exclamación recomendada y admitida por numerosas órdenes religiosas a la hora de apurar sus recipientes de vino.
Casualmente cayó hace unos días en mis manos una revista de estudios culturales en la que constaban los datos del Libro de Bodega del Monasterio de Santa María de Óvila (Guadalajara), cuando estaba habitado por los monjes bernardos.
Gracias a los escrupulosos datos que constan en el citado libro pude hacerme una idea del consumo medio de vino de estos monjes, por cabeza y día en los años de 1725 y de 1798. Y siendo los monjes personas poco proclives, de por sí y por la orden que profesaban, a excesos contrarios a su regla, me hago una idea del consumo de vino que puede considerarse como apropiado para el común de los mortales.
Así pues veamos estos datos: En 1725, con ocho monjes de plantilla, aparte de las arrobas vendidas extramuros del monasterio, se consumen en él 301 arrobas. Teniendo en cuenta que la arroba de vino son unos 16,133 litros, tenemos 4856 litros. Considerando que el año tiene 365 días, el consumo diario en el monasterio fue de unos 13,3 litros y en consecuencia, bebiendo los ocho monjes, tenemos un consumo de 1,6 litros por monje y día. Bueno, confieso que me quedé un poco sorprendido. No fueron mal servidos.
Veamos los datos del otro año: En 1798, con cinco hermanos en nómina, el consumo fue de 340 arrobas, lo cual, haciendo el cálculo anterior nos da un consumo por monje y día de 3 litros. Parece que los monjes de fin de siglo eran algo más proclives al vino que los de la primera parte la centuria, o que el año fue especialmente frío o que tuvieron numerosas visitas o dádivas a los menesterosos… Es caso es que el consumo no estaba tampoco nada mal.
Así pues me quedó patente, no la cantidad idónea a beber cada día, sino que el vino era de consumo cotidiano y además, considerado, al contrario que ahora, un alimento de primera necesidad. Cuenta la leyenda que los frailes jerónimos del Monasterio de Lupiana, también con grandes extensiones de terreno dedicadas a la vid y con una gran bodega, tenían asimismo gran afición a su consumo. A tal fin tenían unos tazones de cerámica de gran tamaño en el refectorio, en cuyo fondo por la parte interior estaba representada la cara del Señor y en el borde unos diablillos. Cuando el hermano lego que servía el vino preguntaba:
- ¿Hasta donde el vino, hermano prior?
- Hasta ahogar a los diablillos, hermano escanciador.
Luego, en el momento de beber, el prior, antes de acercarse el tazón a los labios, decía, elevando los ojos al cielo con recogimiento:
- ¡Hasta verte, Jesús mío!
Parece ser que, según la tradición, esta fórmula no fue exclusiva de los jerónimos sino que, como la de todos los sacrificios que se ofrecen al Señor, fue exclamación recomendada y admitida por numerosas órdenes religiosas a la hora de apurar sus recipientes de vino.
3 comentarios:
in vino veritas
¿de verdad? que curiosidad más interesante!
El otro dia alguien me contó por qué es tan buena la cerveza alemana... parece que se hacía principalmente por los monjes, ya que no comían mucho por sus votos, llenaban el estómago con ese l íquido fermentado y nutritivo. Y les sentaba bien, se ponian contentillos y llevaban genial el hambre. En vista de que no parecía muy cristiano que estuviesen tan contentos los monjes, llegaron los chismorreos a Roma. El Papa mandó que le enviasen un tonel de ese brebaje... claro en aquellos tiempos llegar de alemania a roma, no era cosa de dos dias... y en pleno verano, cuando llegó la cerveza estaba caliente y mareada, por lo que al probarla el Papa decidió que alimentarse de aquello era una verdadera penitencia, por lo cual no podia ser malo. Asi que los monjes siguieron fabricando cerveza y poniéndose hasta las cejas con el beneplácito de la iglesia.
No sé si la anécdota es verídica. Pero como anécdota no está mal.
Lo del vino es rigurosamente cierto. Si el asunto le interesa a alquien puedo darle las referencias exactas de donde lo lei.
Gracias por tu anécdota Zeltia.
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