20 enero 2008

El molino del Pelagalgos


Félix, el tío Pelagalgos, era molinero. Su hermano Braulio también lo era y Pablo y Santiago y José y Alejo y Eleuterio y Venancio y Bautista. Habían sido nueve hermanos varones, ni una hermana, y todos molineros en la misma provincia. Para que hablen luego del sabio equilibrio de la Naturaleza y de la diversa disposición de cada hombre para los oficios.
Un hijo de Braulio, Vicente, compró a su tío Alejo
el molino de Mora, cerca de la capital. Braulio tuvo dos hijos con la madre de Vicente y al morir ésta se casó con otra y tuvo otros 16. Eran tiempos en los que no se escatimaba en hijos. Tesón en hacerlos no faltaba, voluntad de criarlos tampoco. Eso sí, que salieran adelante era cosa de la selección natural de las especies, porque no olvidemos que somos una más, y como la Naturaleza en el ejercicio de sus funciones no tiene miramientos ni se compadece de nadie, la mayoría no terminaban la infancia y algunos apenas la comenzaban. No obstante, Vicente, viendo el aumento demográfico en la casa familiar decidió en su momento, prudentemente, independizarse, al no fiar en los medios de vida que de su padre y su madrastra recibir pudiera. Así un buen día, Vicente, que tenía alguna inclinación por el flamenco, dicho sea de paso, se fue de la casa paterna canturreando por lo bajinis y recordando con tristeza a su madre muerta:
“¡Ay madre no quiero pensar,
ay, lo triste que esta vida!,
¡qué somos dos mil gorriones
ay… pa cuatro espigas!”
Félix, que tenía cuatro hijos, Manuel, Eduardo, Pilar y José, era dueño desde el último tercio del siglo XIX del molino del Pelagalgos, en Fontanar, otro pueblo ribereño del Henares. El molino terminó pasando a manos de su hijo mayor Manuel antes de que el siglo cambiara y éste, con Álvara su mujer, a su vez tuvo tres hijos, Félix, Salvador y Pura. Así que toda la familia era conocida como los Pelagalgos desde siempre.
Del nombre cristiano del primer tío Pelagalgos o no se guarda memoria o no se quiso guardar, aunque sí del origen de su apodo. El caso es que el molino tenía una vivienda aneja en la que vivía el molinero con su familia. Se tenía por costumbre dejar los cocidos haciéndose a su amor sobre la lumbre mientras la familia trabajaba en el molino. Fue en tiempos de aquel primer tío Pelagalgos, del que nunca, repito, se dijo el nombre, cuando un galgo tomó la costumbre de entrar furtivamente en la cocina de la casa y volcar la olla, que estaba sobre las trébedes, y luego comerse su contenido, entibiado al contacto con el piso. Tanta querencia cogió el animal que repitió varias veces la faena, hasta que el molinero le esperó un día. El galgo entró en la cocina y el molinero, entrando tras él, cerró la puerta. Luego le echó encima el caldero de agua hirviendo que aquel día tenía preparado, sobre las trébedes, en lugar del cocido. Después dejó marchar al maltrecho galgo que, escaldado, se peló casi por entero. De esta crueldad, para espíritus sensibles, o escarmiento, para quienes sostienen a ultranza que donde no hay castigo no hay enmienda, nació el mote que por extensión se aplicó a todos los propietarios del molino que sucedieron a aquél, de nombre nunca mencionado.
La familia de Manuel tuvo desde siempre relación con la de su primo Vicente por razón de parentesco, de profesión y de proximidad, pues Fontanar está a apenas a 10 kilómetros de la capital, los mismos más o menos que había, río abajo, al molino de Mora. Por otro lado, cuando se veían apurados de trabajo los hombres de ambas familias se ayudaban a salvar el apuro o intercambiaban artes de los molinos mientras los unos o los otros reparaban los averiados. Así la buena relación hizo que Los Pelagalgos vivieran con conmiseración el negro ciclo de acontecimientos que vivió la familia del primo y que comenzó en 1914 con el accidente de su hijo Felipe y su posterior muerte y terminó con la muerte del mismo Vicente a comienzos de 1916.
El segundo hijo del tío Pelagalgos, que se llamaba Salvador como se ha dicho, comenzó a frecuentar más de lo habitual la casa del primo de su padre más que para consolar a la tía Francisca, como la llamaba la familia, por ver a María, su prima segunda, que tenía su misma edad, 23 años. ¿Quién le quita a mayo sus flores?

9 comentarios:

Insumisa dijo...

Ufff
Un lujo leerte, Soros... y como dicen por aquí, por una vez que maté un perro, ya me dicen "mataperros". Igual le pasó al "Pelagalgos".
Espero la continuación de lo de los molinos.

Saludos, apapachos y lindo inicio de semana.

Anónimo dijo...

Los molinos guardan muchas historias.

Soros dijo...

Ya ves, Piel de Letras, que lo de los molinos continúa y, por otro lado, lo de los motes era cosa normal aquí.
Los molinos, Axinio, eran puntos de obligada reunión por lo que los molineros solían ser gentes bien informadas y conocedores de muchas historias más o menos ciertas.
Saludos a los dos.

Paz Zeltia dijo...

Me alegro que hayas retomado la saga de los molineros, que ya veo que eran prolíficos, cosa habitual en aquella época, que se morían muchos niños, y además hacían falta brazos para trabajar.
Además la prima maría no sería mal partido, y menos para un molinero, que a falta de hermanos heredaría el molino de Mora ¿no?

Lo de los apodos fue algo tan normal, que incluso había cartas que si no llevaban el apodo, ´nadie en el pueblo sabía a quien correspondía, porque "Manuel García Rodríguez" no es nadie, pero un apodo siempre es reconocible :-)

Soros dijo...

Zeltia, con tu perspicacia te adelantas a mis historias. Pero tengo que tomarme el tiempo de hilvanarlas un poco porque tenerlas, las tengo, guardadas quizás desde hace demasiados años.
En lo de los apodos, de acuerdo también y, de hecho, tengo recogidos todos los de algún pueblo. Algunos de ellos son muy graciosos y están puestos con mucho fundamento.
Pero no te creas que todas las cosas que escribo tienen base real, algunas sólo me las invento.
Saludos.

Paz Zeltia dijo...

Cuando alguien se pone a "contar" una historia, ya la está "reinventando", y hasta los personajes de las novelas más famosas llevan en su cara o en su carácter rasgos de las experiencias vividas, aprendidas o escuchadas por sus autores.
Creo que todo lo imaginado tiene su base en nuestra propia vida, ya que solo podemos percibir, tocar, sentir, imaginar "desde nosotros"

Soros dijo...

Bueno, pues a ver qué tal me sale el reinvento, de las cosas que pasaron o no, pasadas por el tamiz de lo que sé, de lo que fue, de lo que queda y de lo que se olvidó.
Saludos y gracias por tus comentarios.

andre garib dijo...

me encanto la historia de los pelagalgos. Te cuento que soy de la ciudad de Colonia en Uruguay y estoy investigando sobre los molinos harineros de aqui. Y te cuento que en Montevideo habia uno de viento que tenia por molinete un galgo de hierro pintado de negro con los ojos blanco y que del molino actualment queda solo la torre de ladrillo.

Soros dijo...

Gracias, Andre, por tu amable comentario sobre el molino del Palagalgos. En realidad toda esa saga de molineros son mis familiares por parte de padre o, mejor dicho, lo fueron porque de los citados no queda ya ni uno.
Muchas gracias por tu comentario y me alegro de que te guste.
Saludos