Ayer por la mañana vi pasar a una pareja de rurales de la Guardia Civil, de esos que van en motos todoterreno y de verde hasta los ojos y muy serios y metidos en su papel. Recordé a un viejo amigo que con ellos solía tener involuntarios y desagradables encuentros en el campo cuando, hace años, todos íbamos a pie.
Al poco rato, dicen que las casualidades no existen, veo venir al Colás. Vaya, me dije, ahí lo tienes, ¿se imaginará este hombre lo que me acuerdo de él?. Bajaba andando a mi trabajo y le vi por la acera opuesta a la mía en una calle de uno de los barrios que atravieso. El Colás tiene ya más de 80 años con propina, con la columna vertebral deformada camina de lado y cojea todo lo que no quiere de una pierna y, también, usa garrota en contra de su voluntad. Conserva todavía el pelo rizado, aunque cano, y sus ojos negros y brillantes, como de zorro arisco, son ya como dos puñaladas en un tomate, pero aún se agitan expresivos abriéndose paso entre las arrugas de su cara de pícaro insolente. Él no me había visto, pues de la vista, para no desentonar, tampoco anda ya bien.
- ¡Colás, que la veo, que la veo! - le chisté, como cuando íbamos de caza y él me avisaba de que había visto una liebre encamada – acamada - decía él.
- ¡Papo, Sarvi! -ha dicho cuando, después de escrutarme un poco, me ha identificado.
- ¿Cómo estás Colás? - le he dicho, palmeándole el hombro amablemente.
- De maravilla, chico, ya ves que voy de paseo, sí. Todos los días, llueva o truene, un par de horas andando no me las quita nadie, sí.
- ¡Vaya garrota que te has echao! -le digo mirando la garrota más macarra que verse pueda, decorada con todos los colorines imaginables y los dibujos más inimaginables.
- Me la he hecho yo, sí –dice orgulloso y me la muestra con unción, como si fuera un Stradivarius.
- Lo creo -le digo contundente, y cambio de tercio- ¿No te acuerdas de la caza?
El Colás me mira sonriente, brillan un par de segundos sus ojos de raposo ladino, y enseguida veo que no pierde el tiempo el muy canalla:
- Todavía tengo cuatro cepos en el pueblo. Este verano aún cogí algún conejo, sí. Aquí ya no me atrevo a ponerlos porque como no tengo coche… - y deja sus últimas palabras en suspenso, como colgando, por si alguien, qué sé yo quién…, se ofreciera a ayudarle sólo lo imprescindible.
- Pues déjalo ya. No te busques problemas. ¿Te acuerdas de cuando me enseñabas?
- Calla, Sarvi, qué ratos tan buenos pasamos, sí. ¿Te acuerdas tú?
- ¿Cómo los voy a olvidar? -Y cambio de tema porque al Colás, con el frío de enero, los ojos de zorro le empiezan a brillar un poco más de lo habitual -¿Cómo está tu mujer?
- Pues mal, Sarvi, porque como tiene el corazón más grande que la caja del corazón, pues de ahí le viene todo, que en cuanto anda un poco se fatiga y se pone a morir del ahogo. Vale poco ya, la pobre, sí... Y eso de la caja del corazón dice la doctora que no tiene arreglo, sí… Así que…
- Bueno, pues cuídala y qué paséis un buen año.
- Lo mismo te digo, Sarvi.
Al poco rato, dicen que las casualidades no existen, veo venir al Colás. Vaya, me dije, ahí lo tienes, ¿se imaginará este hombre lo que me acuerdo de él?. Bajaba andando a mi trabajo y le vi por la acera opuesta a la mía en una calle de uno de los barrios que atravieso. El Colás tiene ya más de 80 años con propina, con la columna vertebral deformada camina de lado y cojea todo lo que no quiere de una pierna y, también, usa garrota en contra de su voluntad. Conserva todavía el pelo rizado, aunque cano, y sus ojos negros y brillantes, como de zorro arisco, son ya como dos puñaladas en un tomate, pero aún se agitan expresivos abriéndose paso entre las arrugas de su cara de pícaro insolente. Él no me había visto, pues de la vista, para no desentonar, tampoco anda ya bien.
- ¡Colás, que la veo, que la veo! - le chisté, como cuando íbamos de caza y él me avisaba de que había visto una liebre encamada – acamada - decía él.
- ¡Papo, Sarvi! -ha dicho cuando, después de escrutarme un poco, me ha identificado.
- ¿Cómo estás Colás? - le he dicho, palmeándole el hombro amablemente.
- De maravilla, chico, ya ves que voy de paseo, sí. Todos los días, llueva o truene, un par de horas andando no me las quita nadie, sí.
- ¡Vaya garrota que te has echao! -le digo mirando la garrota más macarra que verse pueda, decorada con todos los colorines imaginables y los dibujos más inimaginables.
- Me la he hecho yo, sí –dice orgulloso y me la muestra con unción, como si fuera un Stradivarius.
- Lo creo -le digo contundente, y cambio de tercio- ¿No te acuerdas de la caza?
El Colás me mira sonriente, brillan un par de segundos sus ojos de raposo ladino, y enseguida veo que no pierde el tiempo el muy canalla:
- Todavía tengo cuatro cepos en el pueblo. Este verano aún cogí algún conejo, sí. Aquí ya no me atrevo a ponerlos porque como no tengo coche… - y deja sus últimas palabras en suspenso, como colgando, por si alguien, qué sé yo quién…, se ofreciera a ayudarle sólo lo imprescindible.
- Pues déjalo ya. No te busques problemas. ¿Te acuerdas de cuando me enseñabas?
- Calla, Sarvi, qué ratos tan buenos pasamos, sí. ¿Te acuerdas tú?
- ¿Cómo los voy a olvidar? -Y cambio de tema porque al Colás, con el frío de enero, los ojos de zorro le empiezan a brillar un poco más de lo habitual -¿Cómo está tu mujer?
- Pues mal, Sarvi, porque como tiene el corazón más grande que la caja del corazón, pues de ahí le viene todo, que en cuanto anda un poco se fatiga y se pone a morir del ahogo. Vale poco ya, la pobre, sí... Y eso de la caja del corazón dice la doctora que no tiene arreglo, sí… Así que…
- Bueno, pues cuídala y qué paséis un buen año.
- Lo mismo te digo, Sarvi.
2 comentarios:
Un encuentro casual que llenó de nostalgia los ojos de un anciano y los buenos recuerdos de un querubín que ya no viste de blanco.
;o)
Saudades
Y todos llegaremos a ese punto..o eso espero, todos nos haremos mayores..
Besos.
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