24 enero 2008

Salida


Llevaba casi dos años en la Brigada Paracaidista. Su contrato estaba a punto de expirar. El cabo primero Canosa tenía su alojamiento especial, no compartía el pabellón de la tropa, tenía un sueldo decente y un régimen y un horario distinto del común de los compañeros que habían ido con él, dos años antes, a hacer el curso de instrucción paracaidista a Alcantarilla, en la provincia de Murcia.
Sus padres habían muerto, siendo él niño, y se había criado con una tía, única familia que tenía, en un piso antiguo de la calle de San Onofre, que sale a la de Fuencarral, en pleno centro de Madrid. A los 14 años ya no había fuerza humana que le hiciera ir al colegio, y su tía bastante hacía con tenerle un plato de comida caliente a la mesa con la pensión que cobraba de su marido y de la que ambos malvivían en aquel piso de renta antigua.
Se curtió en la vida del barrio, sobre todo en la del vecino barrio chino de Madrid, constituido entonces, principalmente, por la calle de la Ballesta, Valverde, El Barco, Desengaño y alrededores, con su cúmulo de bares, garitos, pensiones, farmacias y consultas de venéreas. Canosa a los 18 años era ya un hombre fornido y vigoroso que sabía defenderse en la calle mejor que nadie y que tenía bajo su cuidado a cuatro pupilas que hacían la calle bajo su protección y de las que disponía en todos los sentidos, cuando le daba la gana, a su voluntad. Se había curtido antes de los 19 años en peleas sañudas con borrachos, con mozos pendencieros que, puestos de copas hasta los ojos, se iban de putas y con todo tipo de patosos que molestaran a sus chicas, sin dejar de lado, por supuesto y éstos eran los peores, a algún que otro colega al que había tenido que enseñar sus límites. No dudaba en golpear, dar botellazos, rajar la cara con azucarillos o sacar la navaja si el contrincante sacaba la suya y todo sin titubear, con una celeridad pasmosa como si la agresividad formara parte de su naturaleza más espontánea. Dicho sin ambages, era un chulo de putas y un experto en la lucha caracolera. El amigo Canosa era bien conocido en las comisarías del distrito centro.
Cuando vio que se le venía encima el reclutamiento forzoso para el servicio militar, pensó que sería mejor hacer la mili de forma voluntaria en una unidad donde le pagasen, total, por estar un poco más tiempo, valdría la pena. Así fue como a los 20 años se alistó como aspirante en la Brigada Paracaidista.
En el curso de formación ya llamó la atención por su fuerza, su agresividad y su avasallador desparpajo callejero. Enseguida demostró tener ascendencia sobre sus compañeros que, la gran mayoría, no eran muy intelectuales ni con vidas muy dedicadas a la lectura, la investigación y el estudio precisamente. Canosa demostró tener dotes de mando entre la tropa, todo le venía de su vida de barrio bajo y de un físico imponente y una violencia de macarra que le emanaba por todos los poros. Literalmente el cabo primero Canosa acojonaba al personal. Su promoción a cabo fue casi inmediata y lo mismo ocurrió para salir de cabo primero a los dos meses. Los oficiales querían gente resuelta que supiera manejar a la tropa sin titubeos y que no les crease problemas. Con Canosa no lo dudaron un segundo.
Sin embargo, Canosa, llevaba muy preocupado los últimos meses. Su tía había muerto hacía seis meses y el modesto piso había pasado a otra familia que lo tomó en alquiler. La muerte de su tía supuso el vacío en su ya casi desierta geografía sentimental, no le quedaba nadie. Las noticias que tenía del barrio y de sus pupilas es que, como era de esperar, ya estaban bajo la tutela de otros, presumiblemente tan agresivos y jaques como él. Dos años fuera del barrio eran demasiado, casi una eternidad para los de su gremio, nadie le conocía ni se acordaba de él. Su vuelta no tenía derechos adquiridos, si intentaba hacerse de nuevo con lo que tuvo, le supondría una serie de enfrentamientos salvajes de los que era casi imposible que saliera adelante y tal vez ni siquiera que saliera vivo. Canosa comenzó a darse cuenta de que, fuera del ambiente cuartelero, al que se había acostumbrado pero que tenía que abandonar en breve, no tenía a nadie que le esperara ni sitio a donde ir ni trabajo para el que estuviera preparado. Empezar en el barrio con lo de antes era jugarse la vida. Por otro lado, las pruebas para la admisión al grado de sargento no las había superado pues apenas tenía cultura, ni su fuerte ni su hábito era el estudio, así que no podía quedarse en el ejército. Los puramente reenganchados, antiguamente conocidos como chusqueros, ya no le interesaban al ejército.
Incomprensiblemente para todos y especialmente para los de su promoción, pues todos ansiaban a esas alturas licenciarse, una tarde, cuando apenas le faltaba una semana para abandonar el cuartel, Canosa salió con un todoterreno a un recado rutinario. A la vuelta, con gran retraso, a altas horas de la madrugada el vehículo paró chocando contra la puerta del acuartelamiento que, lógicamente, estaba ya cerrada. El oficial de guardia, acompañado por dos paracaidistas armados, abrió la puerta y se encontró con Canosa que, con un cogorzón de muerte, en lugar de cuadrarse y saludar, le soltó una hostia que de haberle alcanzado de lleno en la cabeza le hubiera dejado grogui o en el sitio. Afortunadamente para él, la falta de reflejos del cabo, hizo que pudiera retirarse a tiempo y ser alcanzado sólo en el hombro. Tuvieron que reducir a Canosa a culatazos y esa noche durmió en el cuerpo de guardia. Al día siguiente le cayeron tres meses de pelotón de castigo por borrachera y agresión a un superior. A pesar del duro correctivo, como le llaman los militares al castigo, Canosa parecía calmado. La razón era que su estancia en el cuartel se había prolongado tres meses más. Algo se le ocurriría.
Pasaron los tres meses y el oficial de servicio, encargado del pelote o maco, le dijo aquella noche:
- Voy a conocer a pocos tíos como tú, Canosa, que salgan del maco para licenciarse. Da por concluido tu arresto y pásate por el cuerpo de guardia a tomar una copa de despedida, al fin y al cabo llevamos más de dos años juntos y mañana te largas.
- Sí, mi teniente. Y gracias por el detalle, procuraré corresponderle con otro que no olvidará – contestó Canosa muy serio, en respetuosa posición de firme y mostrando docilidad.
- No hace falta, Canosa, pero gracias en cualquier caso- dijo el teniente, creyendo haber entendido a Canosa.
Cuando el forense militar, de muy mala leche por cierto, tuvo que ir al acuartelamiento a las tres de la madrugada, encontró a un cabo primero con la cabeza destrozada y a un oficial de guardia fuera de sí, que no pudo explicar qué hacía un soldado arrestado tomando copas con él. Canosa en una salida del oficial a orinar, a consecuencia de las libaciones de la despedida, se había pegado un tiro con la pistola reglamentaria de éste. Abandonó así la vida militar a la que tan bien se había adaptado y la civil, a la que tanto miedo le había tomado. La última palabra del parte del forense lo definía bien: Exitus.

6 comentarios:

Esther dijo...

Triste historia, y lo horrible de todo ello,es que sigue pasando,algunos militares,por algún motivo,terminan suicidandose..,igual hubiera sido mejor que el correctivo hubiera sido que le hubieran echado,..en fin quién sabe.Bufff..

Saludos.

Anónimo dijo...

En esos dos años encontro la vida y penso, antes morir que perder la vida.

Ermengardo II dijo...

Ves los resultaos de pasar la infancia en el barrio chino. La infancia hay que pasarla en un pueblo de Castilla, que es donde se fortalece el espíritu.

Soros dijo...

Ahí le has dao.
Saludos.

Paz Zeltia dijo...

Cuando despues de la guerra civil en norteamérica se liberaron los esclavos, muchos se negaban a abandonar los campos de trabajo, y otros vagaban por los caminos como perritos abandonados, incapaces de ganarse la vida. A veces la libertad da mucho miedo, la tutela protege. aunque sea la tutela del ejército.

Soros dijo...

A Canosa se le echó encima un mal cocktail de soledad, desarraigo, miedo, desamor y sí, libertad también. Así que se "licenció" definitivamente por su cuenta. El ejército, tan cruel para tantos, fue para él acogimiento. Algunos anhelan lo que otros desprecian. Hay quien tampoco desea abandonar la cárcel porque se ha convertido para ellos en lo más parecido al hogar que no tuvieron. Así son las cosas.
Saludos.