Agustina iba con su marido por la calle. Un perro vagaba despistado por ella. Agustina lo llamó y el perro vino.
- Joaquín, ¡llevemos el perro a casa! Se ve de sobra que está perdido y haría compañía a nuestro Tom.
- Mira, Agustina, de ninguna de las maneras. Ya está bien con el que tenemos. Ya sabes que no me gustan los animales y menos en casa.
- Pero, Joaquín, no podemos dejar a este perro, se ve que está perdido o quizás, aún peor, abandonado. Pero mira qué ojos te echa, ¿es que no se te mueve la conciencia?
- Agustina, no me calientes. Tragué con el Tom de los cojones porque a ti se te emperejiló, pero como te empeñes en traerte a este otro, te juro que me voy de casa. ¡Hasta ahí podíamos llegar, no te jode con la protectora de animales!
- Ay, ¡cómo eres, hijo! ¡Pelos en el corazón tienes que tener!
Agustina, afectada por lo que le pareció una injusta reacción de su marido, desistió momentáneamente de su intención. Al día siguiente fue a la iglesia y pedirle a don Ignacio, su confesor, consejo neutral en el asunto del perro. Aunque, en el fondo, Agustina esperaba del clérigo un apoyo abierto a su postura, dada la pasión que la iglesia ha tenido siempre por la caridad. El cura escuchó a su feligresa y, tras felicitarle por los buenos sentimientos que demostraba y por su tendencia a la caridad directa y al bien más altruista, le dijo que, sin embargo en este caso, llevaba razón su marido, que no debía llevar el segundo perro a casa, que lo primero era la convivencia familiar y el sacrosanto matrimonio y que había veces que los sentimientos habían de posponerse a lo verdaderamente importante y que, también había veces, que lo bueno era enemigo de lo mejor.
Agustina encorajinada y decepcionada porque ni siquiera el buen don Ignacio comprendía las inquietudes de su corazón y con los ojos arrasados de lágrimas, enfurecida por demás ante los recovecos del pensamiento del cura, le gritó sin poder contenerse:
- ¡Dígame entonces, dígamelo de una vez! ¿Para qué estoy yo en el mundo si ni siquiera puedo hacer el bien? ¿Qué libertad tengo yo, me lo puede decir?
- Joaquín, ¡llevemos el perro a casa! Se ve de sobra que está perdido y haría compañía a nuestro Tom.
- Mira, Agustina, de ninguna de las maneras. Ya está bien con el que tenemos. Ya sabes que no me gustan los animales y menos en casa.
- Pero, Joaquín, no podemos dejar a este perro, se ve que está perdido o quizás, aún peor, abandonado. Pero mira qué ojos te echa, ¿es que no se te mueve la conciencia?
- Agustina, no me calientes. Tragué con el Tom de los cojones porque a ti se te emperejiló, pero como te empeñes en traerte a este otro, te juro que me voy de casa. ¡Hasta ahí podíamos llegar, no te jode con la protectora de animales!
- Ay, ¡cómo eres, hijo! ¡Pelos en el corazón tienes que tener!
Agustina, afectada por lo que le pareció una injusta reacción de su marido, desistió momentáneamente de su intención. Al día siguiente fue a la iglesia y pedirle a don Ignacio, su confesor, consejo neutral en el asunto del perro. Aunque, en el fondo, Agustina esperaba del clérigo un apoyo abierto a su postura, dada la pasión que la iglesia ha tenido siempre por la caridad. El cura escuchó a su feligresa y, tras felicitarle por los buenos sentimientos que demostraba y por su tendencia a la caridad directa y al bien más altruista, le dijo que, sin embargo en este caso, llevaba razón su marido, que no debía llevar el segundo perro a casa, que lo primero era la convivencia familiar y el sacrosanto matrimonio y que había veces que los sentimientos habían de posponerse a lo verdaderamente importante y que, también había veces, que lo bueno era enemigo de lo mejor.
Agustina encorajinada y decepcionada porque ni siquiera el buen don Ignacio comprendía las inquietudes de su corazón y con los ojos arrasados de lágrimas, enfurecida por demás ante los recovecos del pensamiento del cura, le gritó sin poder contenerse:
- ¡Dígame entonces, dígamelo de una vez! ¿Para qué estoy yo en el mundo si ni siquiera puedo hacer el bien? ¿Qué libertad tengo yo, me lo puede decir?
6 comentarios:
De todos modos se lo va a llevar. Es mujer. Hay modos de convencer.
... me parece.
Saluditos y apapachos.
Incluso teniendo en frente a la Santa Madre Iglesia... Si tú lo dices.
¿Pobrecita, no?
Teniendo un "guia espiritual" la unica libertad que tienes es elegir prescindir de él.!
:)
Sí, eso creo. Es como aquello de que la mejor manera de vencer una tentación es caer en ella.
Saludos.
Bos días Soros:
Tengo mis dudas. En cualquier caso andar pidiendo consejo a un clérigo en estos asuntos( y en otros igualmente)no es la mejor solución, a mí me resultan de situación un tanto celestínica.
Finalmente y respecto a lo expuesto hay en todo ello un epílogo enfocado a la manera yanqui, lo cual deja mucho que desear ya que el enfoque de ella acapara su derecho sin sopesar otros y mezcla "churras y merinas con churros"; o mejor dicho donde debe ella decir "chorretones", dice "churretones".(Rascándome la barbilla) Uhmmm,veamos:
1.- pretende conplacerse y reclamar sus derechos de libertad sin dar a cambio la posibilidad del que también tiene el mismo derecho simétrico.
2.- reclama de forma egoista lo que para ella desea con el falso pretexto de la caridad mal enfocada y como argumento fálico de coacción.
3.- antepone una nueva vida animal en la casa cuando ya tiene una anterior de su propio derecho de elección en el cual su pareja cedió (o eso me pareció entender al releer).
Por lo tanto le toca decidir a él y además está en su derecho de sopesar el asunto ya que ella decidió en su momento.
Sé que me he repetido en las explicaciones, pero ahí se quedan.
EL asunto del final yanqui es el que hace referencia a una caridad interesada y un samaritanismo mal enfocado por parte de ella. Toda vez que mezcla su bondad con el derecho de los demás a ser invadidos en un terreno que les atañe y en el que ella pretende sentar su pica. Para ello recurre a argucias que rozan lo equitativo.
Mal que me pese tengo que darle la razón al clérigo aunque no esté muy de acuerdo en el lenguaje que este emplea para coaccionar a la feligresa a desistir de su actittud. Vuelve a ver una falacia por derecho de poder y por confianza en la que el clérigo pincha en el sometimiento de ella a la consagración del matrimonio (cuando debería haberlo enfocado por el derecho de elección de él.Claro que tampoco le debe interesar o bien su falta de costumbre lo conduce a no ver más allá de la botonadura de su sotana). El presbítero es pseudosalomónico pero la argumentación creo enfurece más las entrañas de la joven la cual termina por responder de forma yanqui.
(Las respuestas "yanqui" son para mí una manera de argumentar lo que ocurre en casi todas las películas estadounidenses en las que casi de golpe y sin encabalgamiento o con una aparente incongruencia se desenlazan los epílogos de éstas en el cine.Suele coincidir con el 80% de lo filmado en yanquilandia.
El relato es muy bueno, de eso no tengo dudas.
Deica logo amicus.
Beato Darzádegos:
Es casi un elogio que un comentario a un artículo sea más extenso que el propio artículo.
En el artículo sólo prentendía reflejar los límites a los que se ven muchas personas sometidas en su actuar diario. Son personas que quieren hacer algo incluso con las cosas nimias que les rodean. Y, cuando ni siquiera eso se les permite, no saben qué hacer ni comprenden para qué están en el mundo.
Pero muchas gracias por tu análisis.
Un cordial saludo.
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