18 marzo 2019

Quinto domingo (2018-19)



La semana ha venido de aguas. Estarán contentos los de las setas. El viejo pese al clima que, según su criterio, siempre es susceptible de mejorar, decide salir al campo con el insensato y ciego optimismo que le caracteriza. El Tango le apoya incondicionalmente porque al perro le gusta el agua y en esos días húmedos la tiene por doquier y se sacia de ella en los charcos y aún se revuelca en ellos con verdadero placer. El Tango no les ve el mínimo inconveniente a los días de lluvia. Qué bonito es no tener conocimiento.

El cielo indica que está a punto de desatarse un temporal de los de muchas campanillas pero, inopinadamente, al amanecer se mantiene el cielo totalmente encapotado y con nubes bajas, pero es como si le costara arrancar a llover.

El viejo con el Tango delante se mete a buen paso por la ladera de encima del Camino Real. Va con prisa, la inminencia de la lluvia le dice que si no aprovecha el rato indefinido hasta que ésta se inicie, luego ya no podrá hacer nada, tendrá que irse a casa pues la negrura del cielo promete lo peor.

El Tango con su alegre cazar describe líneas en zigzag por delante del cazador. El viejo le va dando tiempo a que suba y baje. Van atravesando jarales pero el viejo está fijo en unos macizos de biércoles que están junto a una encina y a los que llegará en unos minutos. Le gustan los biércoles al viejo por ser bajos, por lo general, pero muy tupidos y en los días desapacibles servir de refugio seco sus bajos para más de una especie.

Va imaginando el viejo que bien pudiera alguna liebre, a la espera del temporal que se avecinaba, haberse refugiado entre los biércoles espesos. Pero, claro, estas elucubraciones el viejo se las iba haciendo constantemente: Que si aquel barranquillo es muy querencioso, que si en aquel aguazal le salió una casi encamada en el barro, que si en aquellas matas mató una hace dos años, que si junto a las paredes de esa cerrada se desencamó otra el año pasado, que donde hay matas pardas encaman más que donde son verdes… Total, que el viejo, a fuerza de ir imaginando posibilidades, puede aburrir a cualquiera pero, como al final la caza tiene que salir de algún sitio, él se cree que lleva razón y que sus previsiones son correctas y cabales. Y, como hay tantos sitios propicios, hasta en los que no espera que haya nada va siempre preparado. Es como esas madres que ven caerse al niño continuamente y cuando, al final, se cae, porque todos los niños se caen, sueltan eso tan certero e infalible de: “Lo estaba viendo venir.”

El viejo, que se da cuenta de la comparación, se va riendo para su caletre pero, pese al humor que no le falta, cuando llega a los biércoles dichosos no puede evitar el aflojar el paso y barzonear entre ellos con más detenimiento del que hasta allí traía. El Tango parece comprenderle pues se pica y aminora y, según sube hacia el viejo, marca un instante y la liebre, como salida de la tierra, sale regateando entre los biércoles, a tres metros del viejo, hasta enderezar veloz la cuesta arriba. El viejo cree que está soñando y que la liebre se la ha inventado él. Recuerda que a las liebres cuesta arriba los tiros se les quedan detrás. Pero no le da tiempo a más, le tiene tomados los puntos, y al tiro la rabona da la trompiquilla. En menos que se persigna un cura loco el Tango la tiene en la boca.

Apenas cobrada la liebre, como si aquello hubiese sido una señal, el cielo se desarma en cortinas de lluvia furiosas y densas. El viejo corre y se acula en una carrasca cercana en la que se incrusta tapándose como puede de la lluvia que hostiga. El Tango se para frente a él y gime, como diciendo “pero qué haces ahí”. Como el temporal no cede, perro y cazador vuelven a marchas forzadas hacia el coche. Hoy la jornada ha sido de dos horas escasas pero el cielo no ha dado más tregua. ¡Agua, San Marcos, rey de los charcos!

2 comentarios:

Descalza dijo...

Y ¡que llueva, que llueva, la virgen de la cueva!
Me gusta, aunque me enlode imaginariamente, acompañar al Tango en esa danza que solo los perros contentos tienen y saben bailar. PERO lo que mas me gusta es el TAMAÑO de la letra de esta entrada. Ni tuve que sacar mis lentes de leer. ¡Ajúa!
Además las liebres no me caen tan bien como los conejos... pero igual no las despacharía pal otro barrio.

Soros dijo...

¡Los pajaritos cantan y las nubes se levantan! ¡Alupé, alupé, sentadito me quedé!
Pos a mí las liebres me encantan con arroz o con patatas o con frijoles.
Y así me las llevo merendando desde chico. Y que no falten.
Apapachos, señora del desierto.