18 marzo 2019

Tercer domingo (2018-19)



Es el primer domingo que el viejo va solo. Bueno, con el Tango. Aunque cualquiera que les viera pensaría que es la juventud y pujanza del perro la que tira del viejo.

De amanecida deja el coche encima de Los Azules, junto a las gigantescas balas de paja apiladas en forma de dado gigante. Bordeando una cresta, que separa la ladera de un llano alto que hacia naciente lleva a La Mimbrera y hacia mediodía a Cantaperdiz, se encamina hacia el Cerro del Repetidor.

El viejo sabe que ese cerro todos los años tutela la cría de un bando de perdices al menos. Pero para un solo cazador es un azar decidir si entrar por bajo o a medio cerro. Decide entrar por bajo, casi por donde el cerro linda con los rastrojos en los que las perdices gustan de alimentarse a su careo al amanecer.

Ni en el cerro, ni en la ladera posterior, que cae muy quebrada sobre la huerta del Juan Ramón, vuela una sola patirroja. El Tango se interesa por la cuesta lo mismo que el viejo, pero lo hace con la vista y no con el olfato que es su fuerte y eso indica que no hay perdices cerca.

Llegan a la taina de la Mimbrera, allí el viejo se acuerda del Ballenero, otro que, si no ha desaparecido, tendrá que andar muy por encima de los 90 y que, si vive, no está en el pueblo. Cuando el viejo era joven, ayer fue la víspera, solía encontrase al Ballenero en la taina de la Mimbrera apañando corderos para el matadero. Ahora la paridera está en ruinas y llena, ella y los contornos, de maleza.

Como tampoco vuela perdiz alguna en esa zona, el viejo baja sesgando hacia la linde de Cinco Villas, en la cual no suelen quedarse las perdices pero sí que suele encamar alguna liebre, pues es un terreno que no pilla de paso y al que hay que ir aposta.

Pero nada se mueve y nada excita al Tango que va cazando rutinariamente pero sin mostrar excitación como cuando lleva algo delante.

Siguiendo la linde con Cinco Villas el viejo sube sesgando por unos parajes llenos de maleza, de la que desencama a un par de corzos, y tiene que sujetar al perro para que no les siga. Pero el Tango está acostumbrado a obedecer y aunque los corzos, como a todos los perros, le tientan, se detiene en seco cuando el viejo le chista. Tantos corzos no hacen más que inquietar a los perros y despistarles, piensa el viejo. Al viejo la caza mayor no le ha interesado nunca lo más mínimo. Y va pensando que en qué hora introdujeron los corzos hace años. Ahora son una peste que, en pequeños rebaños de 8 ó 10, carean a su aire por los sembrados y causan cada tres por dos accidentes de tráfico en las carreteras. Piensa también que hace poco han introducido también lobos y que quizás dentro de pocos años terminen por atacar a las personas. Y piensa que tal vez introduzcan cualquier día leones y tigres que, seguramente, en época romana, también los habría por la Iberia. Qué placer para los que viven en las ciudades saber que los lobos han vuelto a Castilla, pero me gustaría saber si les gustaría tenerlos de vecinos. A lo mejor sí. Hay tanto ingenuo.

El viejo está ya en la masa rocosa que domina la solana de Cantaperdiz. Pero el día no es propicio y, ni de cerca ni de lejos, ha visto pieza alguna. No hay viento y eso no ayuda al perro.

Desde allí otea el viejo. A su izquierda tiene el Monte del Marojal y, a la derecha, puede seguir la ladera solana que le llevará de nuevo a las cercanías del coche.

Volver al coche no entra en sus planes. Así que decide cruzar la carretera y elegir el itinerario que sigue el término en su linde con el monte. Primeramente junto a la linde con la umbría del Altillo, el propio Altillo y, si las fuerzas le llegan, subirá por la linde de los Temblares y de la Marota para llegar a lo más alto: la linde con la Enguajarda donde topará con el camino viejo y en desuso de La Bodera. Si sigue se saldrá del término, piensa con humor.

Va considerando que no culminará el trayecto pues, si le saltan en algún punto las perdices, el plan se trastocará.

Pero su sorpresa es que, tras zurcir toda esa enorme cantidad de terreno, no ha visto nada y le dan las cuatro de la tarde llegando casi al camino de La Bodera. Pero allí el Tango ha cogido vientos. Recuerda el viejo que, por encima de donde encierra el Juan Pedro las ovejas, solía criarse un bando de perdices. Y se esmera en seguir a un perro que no ve, metido entre las jaras. El Tango se mueve ligero y el viejo lo nota. Repentinamente el vibrante aleteo de una perdiz que le sale sesgada y hacia atrás rompe el silencio, pero el viejo le coge los puntos y tira de la mano. El tiro es largo pero la perdiz cae desmadejada. La superpuesta se ha portado. Sueña el viejo con que no haya caído alicortada en aquella maraña y camina lo más rápido que puede hacia el lugar del pelotazo. Cuando llega el perro ya la tiene. Cayó muerta.

Al viejo le resulta extraño que sólo hubiese una perdiz pero enseguida encuentra la respuesta. Un todoterreno baja por el irregular camino lentamente. Se para a su altura y el viejo, abriendo la escopeta, se acerca a ver quién es. Es un conocido, Saldaña, que le cuenta que ha estado moviendo las perdices por la zona y que, además de no darles pique, ha terminado fallando también una becada. Al viejo le extraña, pues sabe que Saldaña es de los buenos. Pero así es la caza.

El viejo sabe que tiene un gran trecho hasta el coche pero como en la caza menor todo mal se resuelve caminando, se orienta de regreso hacia él.

Llega casi de noche. Todo el día se ha resumido en una perdiz y un solo tiro. Éxito al cien por cien, se consuela con ironía. Todo en la vida es según uno se lo tome.

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