El
perro, como siempre, lanza tenues lamentos de impaciencia y ansiedad, desde la
cuadra, cuando siente que el viejo se levanta antes de amanecer y comienza a
lavarse y a vestirse. El Tango no quiere molestar pero no se resiste a anunciar
que él ya está dispuesto o, más que dispuesto, loco por salir al campo. Por eso
emite esos quejidos suaves pero penetrantes.
El
viejo se asoma al balcón y ve que chispea y que, por lo denso de las nubes, el
día va a estar pasado por agua. Pero prefiere creer que van a ser nubes
pasajeras, que sólo van a dejar algún algarazo y que permitirán la caza, al
menos, a intervalos. Y, aunque amanece lloviendo sin discusión, al viejo, los
días de caza, siempre le parece más plausible que escampe a que la lluvia sea
de temporal y caiga un diluvio como el que se llevó flotando al Conde de Zafra
en su ataúd.
El
viejo siempre pone las esperanzas a su favor en los días de caza. Y hace bien.
Luego, a veces, casi se ahoga empapado en sus propias ropas.
Cuando
ya está listo, abre la trampilla en el piso que da acceso a la cuadra y el
Tango sube de tres o cuatro saltos las empinadas escaleras y, tan pronto como
el viejo cierra, el Tango se pone de manos y lo abraza como hace cada día.
Luego se deja atar el collar con la cadena y, con los aparejos de la caza en
una mano y la cadena del perro sujeta en la otra, el viejo sale a la calle, aún
oscura, y se dirige al coche. Allí el perro sube a su jaula y el viejo se pone
al volante.
Al
amanecer no llueve con fuerza, es un calabobos que se puede aguantar. Pero el
viejo conoce una taina que está en pie y que, en caso de aguacero, podrá
servirles de refugio. La paridera aún se usa eventualmente y está muy cerca del
paraje de las Tres Doncellas.
La
zona puede ser cazada describiendo un gran círculo que engloba la ladera de por
encima del Camino Real, las vaguadas que dan al Prao Juanarrón, el mismo prado
y las dos cerradas que lindan con el monte. Y así comienza el viejo la mañana,
cazando en ese círculo y no alejándose mucho de la Taina de la Cruz, pues quien
la construyera, con pizarra negra, tuvo la paciencia de buscar piedras blancas
para insertarlas en forma de cruz en una de las paredes principales. ¿Acto
espontáneo de fe o taimada prevención anti inquisitorial? Cualquiera sabe. De
prevenciones y de devociones los españoles hemos estado siempre muy sobrados.
Las
esperanzas del viejo se convierten en vanas. Consigue dar unas cuantas vueltas
con el Tango y, en una, ve una liebre de lejos, tras la cortina de agua que les
envuelve a ambos. No tira un tiro en toda la mañana y, tras un par de visitas a
la taina, decide, visto el cariz del día, largarse a casa a la hora de comer.
El Tango no lo entiende y se resiste a subir a la jaula, le parece que la
jornada no está completa ni muchos menos. Pero el viejo, al llegar a casa,
tiene que cambiarse hasta de ropa interior.
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