15 junio 2007

Morir de éxito


Cuentan de un par de misioneros que se adentraron en las selvas de la Amazonía, por lugares donde nunca antes había pisado el hombre blanco o, al menos, eso era lo que ellos creían. Su misión era dar con esas tribus ignoradas, minoritarias y tremendamente huidizas que raramente se dejan ver ante los hombres distintos, a los que temen porque intuyen que son peligrosos. Los misioneros no tuvieron éxito en sus primeros intentos, pero no desesperaron. De cuando en cuando ayudados por sus brújulas y por sus mapas (en mi cuento no se habían inventado los GPS) eran capaces de regresar a puntos teóricamente civilizados, donde descansar, para, al cabo de unas semanas de recuperación, reanudar sus incursiones por los lugares más profundos y alejados de la selva, en busca, una vez más, de esquivos nativos a los que iluminar con la luz de la fe verdadera.
Tantas y tantas veces lo intentaron que finalmente tuvieron un contacto con un grupo pequeño que primero les recibió aisladamente, con desconfianza, para, poco a poco, terminar llevándoles ante una comunidad mayor, lo que nosotros llamaríamos un poblado.
Los misioneros fueron haciéndose con la confianza de aquellos indígenas y paulatinamente se hicieron entender por ellos, pues no en vano, en sus muchos meses por la Amazonía, habían tomado contacto con gentes de lengua parecida a la de los recién descubiertos indígenas.
Enseguida les hablaron de la otra vida que había después de ésta, de una vida a la que accederían los que se libraran de sus pecados y llevasen una vida honrada, una vida de bondad, aquellos que hicieran el bien a sus semejantes y creyesen en el único ser superior. En esa vida ya no habría sufrimientos, ni enfermedades, ni dolor, ni soledad, ni miedo, ni odio, ni hambre, ni sed… en esa vida nos encontraríamos con Dios, nuestro supremo creador, y con toda la corte de seres celestiales que nos acogerían entre ellos y ante cuya visión maravillosa seríamos felices para siempre. Se trataba del Paraíso, el lugar de la felicidad completa y eterna por excelencia. A ese lugar maravilloso irían nuestras almas, dejando en este mundo la pesada carcasa de nuestros cuerpos pecadores. La felicidad allí sería para siempre y sin vuelta atrás.
A los indígenas todo esto les resultaba extraño, pero los misioneros se lo repetían y repetían mientras les ayudaban en sus trabajos, les curaban sus heridas, les enseñaban cuanto de utilidad podía serles y les trataban con todo el cariño y el respeto que se debe a seres iguales y semejantes a los ojos de Dios. Nunca dejaban de hablarles del Paraíso y de ese Dios que esperaba en él a nuestras almas limpias de pecado y liberadas del lastre del cuerpo mortal.
Una noche, después de unos tres meses de la llegada de los misioneros, los nativos se reunieron cuando éstos ya se habían retirado a dormir en la humilde choza que se habían construido con la ayuda de los indígenas. Los misioneros dormían sosegados, tranquilos, satisfechos de su abnegada labor, convencidos de que los nativos les creían y que la llama de una fe nueva estaba prendiendo en ellos. Finalmente parecía que estaban consiguiendo alguna conversión, algún éxito.
A la mañana siguiente el poblado amaneció desierto, solamente quedó en pie la pequeña choza de los misioneros. Sus dos cadáveres desangrados yacían inmóviles sobre sus jergones de hierbas. Los indígenas, ciertamente convencidos de sus enseñanzas, les habían matado para que llegasen a su Paraíso, viesen a su Dios y fuesen eternamente felices cuanto antes. Sencillamente les habían creído. Los nativos aplicaron su lógica simple. Se puede morir de éxito.

1 comentario:

Alejandra dijo...

Pues vaya! que buen final!!! jaja, mira que me ha sorprendido muchísimo y no pude evitar sonreír (con una de esas sonrisas maliciosas) porque nos vas llevando por un camino mientras leemos, y de golpe nos tropezamos con algo totalmente inesperado. Muy bueno!.

Cuando complicamos la existencia, la mente y nuestras creencias con tantas cosas, olvidamos el razonar con simplicidad, "El gran sello de la verdad es la simplicidad..."

Como siempre, te felicito por tu ingenio y creatividad! y gracias por compartirla. Saludos.