09 junio 2007

12 de Octubre


A su familiar hay que llevarle urgentemente con una UVI móvil al hospital 12 de Octubre de Madrid, es el lugar más cercano donde hay una UCI de politraumatismos. Si le dejamos en este hospital se muere y esperemos que no lo haga en el camino, está muy grave. No se preocupe, la UVI no va deprisa y no es difícil seguirla, recuerde que su matrícula es la 2835-I, por si se despista usted entre el tráfico.
A los pocos minutos, la UVI móvil me dejó atrás, muy atrás, entre el espeso tráfico de la autovía A2. Mientras ella se abría paso con su sirena y dejaba una estela abierta, como una poderosa lancha fueraborda, entre el intenso tráfico de la autovía, eran otros, y no yo, los que aprovechaban la estela de su rebufo para avanzar a toda velocidad entre los vehículos que, impresionados por el despliegue audiovisual de luces y sirenas, se apartaban. Sólo, entre la gran masa de tráfico, me perdí tres o cuatro veces hasta que, por fin, dí con el hospital, tras casi dos horas de viaje. De la UVI móvil sólo guardaba el recuerdo de su matrícula, cuya memorización no me sirvió de nada.
¿Dónde está Tomás Galgo?, pregunté en Información de la entrada principal.
Vaya usted a recepción de urgencias y pregunte allí, me dijo una voz amable sin mirarme.
Espere, no se ponga nervioso, tardaremos, pero se le llamará por megafonía. Me dijeron en la recepción de urgencias.
Eran las siete de la tarde cuando entré en la sala de espera de urgencias. Era una sala en forma de elipse. Sobre las paredes, a una altura de unos 4 metros, en los extremos más alejados de la elipse tenía dos televisores a gran volumen. Hileras de asientos paralelos entre sí se alineaban mirando a ambas televisiones. Los cerca de cien asientos estaban casi todos ocupados. Casi la mitad de la elipse era un ventanal que daba al exterior y el resto de ella, la interior, daba a los servicios de mujeres y de hombres y tenía máquinas expendedoras de cafés, infusiones, aguas, refrescos y alimentos para aguantar, tipo bocadillos, chocolatinas, frutos secos, donuts, zumos, yogures líquidos...
Un conjunto de gente dispar llenaba esta sala de espera. Gente de modesta vestimenta y variada procedencia, inmigrantes de todas clases (americanos, africanos, musulmanes, de los países del este, asiáticos…), gente algo más distinguida que parecía preguntarse a sí misma ¿Pero yo, qué hago aquí?, gitanos en tropa, alguna mujer sola con cara de pena honda, hombres menudos y nerviosos que no paraban de sacar cafés de las máquinas, algunas mujeres bellas que con dejadez desparramaban sus jóvenes cuerpos con la cansada indolencia de la larga espera… Todos mirábamos a los demás conscientes de nuestro propio espectáculo de personajes perdidos, tanto en la espera como en lo inhabitual del lugar.
A las 11 llamaron por megafonía. Era sólo para decirme que me tranquilizara, que no me habían olvidado, pero que aún no tenían noticias para mí.
La sala de espera estaba más tranquila. Muchas personas la habían abandonado ya, cumplidos sus objetivos. En eso entraron, sobre las 12 de la noche, un grupo de mocetones lustrosos de los países del Este. Ocuparon una buena parte de la sala y sacaron bebidas y donuts de las máquinas. Se ve que se reunían allí por ser los precios de las máquinas más asequibles que los de los bares (40 céntimos el café con leche y 1,20 euros el par de donuts). Poco a poco fueron entrando otros inmigrantes con ropa sucia y pobre, eran sudamericanos. Estos últimos venían con sus macutos pequeños a la espalda y se sentaban discretamente en las filas de sillas más alejadas de la puerta. Sacaban algún alimento de sus mochilas, a veces, lo compartían con el compañero y luego, lentamente se iban tumbando gradualmente, como con disimulo, hasta quedar dormidos en la penumbra de los últimos asientos totalmente tendidos sobre tres de ellos. Desocupados y sin dinero, venían a refugiarse allí para evitar el frío relente de la noche. A los pocos minutos, rendidos por el azaroso día sin ventura, dormían como benditos, a veces con el bocadillo a medio comer apenas sostenido en una mano.
Cuando los del este acabaron sus cafés, sus donuts y su conversación se levantaron y se fueron en tropel como habían entrado. Los sudamericanos dormían ya profundamente con el pesado cansancio que sus caras de buscadores desesperados reflejaban. ¡Maldita puta madre patria, para qué vine aquí!
Familiares de Tomás Galgo, pasen por información. Clamó el sistema de megafonía a la una y media de la madrugada.
Suba a la planta primera, UCI de Politraumatismo. Póngase esta pegatina para los de seguridad. Espere a la puerta de la UCI, donde le informarán. No pase hasta que no se lo indiquen.
Una mujer menuda, con el pelo largo y rizado y cara de lista me pide que entre en un pequeño despacho.
Su familiar está muy grave. Tiene fractura de cráneo con sección de meninge, rotura de tres vértebras cervicales afortunadamente sin seccionamiento de médula, rotura abierta de húmero, fractura de dos costillas, una herida profunda en el cuello, varias hemorragias, erosiones y contusiones en muchas partes del cuerpo… seguramente aparecerán más lesiones que aún no le hemos descubierto. Se ha deteriorado su nivel de consciencia y en estos momentos está entubado y con respiración asistida. Como ya le he dicho su estado es muy grave y su pronóstico muy incierto pues todo depende de que le podamos estabilizar. Si lo conseguimos tendrán que empezar con él los neurocirujanos pues si la lesión de la cabeza no se neutraliza, las demás serían secundarias. ¿Me ha entendido usted?
Sí.
Pues entonces quédese hasta que yo le avise. Si no le estabilizamos puede morir en cualquier momento.
Eso haré. Muchas gracias.
A las 5 de la mañana estabilizaron a Tomás Galgo. Primero me dejaron verle. No le reconocí. El camión que le había pasado por encima esa mañana lo había transformado.

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