04 septiembre 2009

El desfile


A primera hora de la mañana, bajo la sombra y en el seno de una fresca brisa, suave y agradable, me entretengo en ver pasar a los campistas en este camping caro de la costa. Hay un lento, monótono, desperdigado, pero casi constante, desfile a los servicios. Dilato perezosamente el tiempo observando la espontánea procesión que, en forma de goteo variable, desemboca en la puerta de los pabellones para la higiene masculina y femenina. Mira, me digo, vamos y volvemos, también nosotros, como hormigas.
Algunos van con un aire cansado y despistado, como si siguieran a los demás sin saber muy bien a donde van; otros vacilan como desubicados o deslumbrados por un sol que a horas tan tempranas les ofende; pero, hay otros, que van firmes y seguros, con un paso constante y decidido, como si fueran a cumplir, casi militarmente, con la primera obligación de la agenda diaria. Algunos salen de las tiendas, se desperezan y se ponen a lavarse los dientes, sin más trámite, mirando al infinito y, a tenor de lo que tardan, perdiendo la noción del tiempo en la tarea.
Los guapos y las guapas desfilan luciendo agradables conjuntos veraniegos que, cuidadosamente desaliñados, resaltan las perfecciones de sus cuerpos. Hay quien, más que encaminarse al WC, parece que desfile por la mismísima pasarela Cibeles.
Es también, este desfile improvisado, ocasión más que idónea para mostrar esos tatuajes tan excéntricos que se han puesto de moda y también los piercings más inverosímiles. Y así pasan los cuerpos, como mapas andantes, de sensibilidades y mentalidades que se pretenden inefables y que, por eso, se llevan dibujadas en la piel o taladrando la misma, de continuo y para siempre, para no tener que dar explicaciones. Sin tatuajes ni piercings sólo se puede ser un ser vulgar, sin imaginación ni personalidad o, como poco, un paleto indiferenciado, casi un anormal.
Frente a la indolencia y lentitud de la mayoría, que prepondera en el camping, siempre hay unos pocos atareados que se mueven sin cesar, incansables, haciendo cosas sencillas pero de un modo constante y rápido, sin parar un momento, como si una acción llevada a cabo se encadenara a la siguiente. Atacan un poco.
Así pasan estas primeras horas de la mañana. Un gato blanco con un cascabel al cuello se tumba indolente sobre la hierba casi a mis pies. Los gorriones y las palomas pululan en los árboles sobre mi cabeza. Unos pían desaforados mientras hacen viajes incesantes al suelo en busca de migas, semillas o insectos y, las otras, arrullan de modo intermitente. Me voy despertando del todo con la mañana y llega mi momento de desfilar a mi vez, con poco garbo, hacia el lugar común de los servicios. Como hormigas.
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6 comentarios:

Zeltia dijo...

yo sería aquella pequeñaja de paso cansado, aire despistado y mirada ausente, porque, a esas horas, suelo llevar el peso del mundo sobre mi cabeza.
sin embargo reconozco en esa hora un aire maravilloso, como de estreno, todo huele diferente, y la vida se despierta contagiando.
pero no sé por qué mi cuerpo reniega de la actividad mañanera, y necesita un par de horas, o más, para sentir que también el forma parte del mundo. tejuro. va por su cuenta.
hace tiempo que no voy de camping. ¡cuando me toque la lotería y me compre la autocaravana soñada!
:-)

Soros dijo...

Bueno, cada cual tiene su despertar. Hay mucha gente así.
Suerte con la lotería.

Insumisa dijo...

Esta entrada hizo que recordara mis días de campista. 3 años atrás cada verano acampábamos en un lugar de la costa de Ensenada. Desde armar las casa de campaña y colocar los toldos coloridos para la cocina improvisada, todo era emocionante. Una actividad en familia que disfrutaba mucho. Aun conservamos las casas, las estufas portátiles, colchones inflables, sillas y todos los periplos para acampar. Pero ya no lo hacemos. ¡Lástima! desde que compramos la casita son menos divertidos los veranos. Mas cómodos, eso sí, pero menos intensos.

A mi no me hubieras visto desfilar. Me levanto muy temprano. Antes de las 7 de la mañana yo ya hasta había realizado mi caminata matutina por la playa. ¡Yo sí que veía los desfiles1. Jajajaja

Besos

Soros dijo...

Claro, Piel de Letras, la casita tiene eso de la comodidad, pero una furgoneta te da la posibilidad de tener una casita en cualquier sitio y no te amarra a lugar alguno.
En lo de madrugar coincido.
Besos.

Anónimo dijo...

Eres buen observador, me ha gustado la descripción de esas primeras horas de la mañana en el camping. Como hormigas, sí, eso parecemos vistos en grupo.

Soros dijo...

Gracias, Paloma.
Dicen que la observación es el comienzo de toda ciencia, pero de científico tengo poco.