15 septiembre 2009

Tratado de las Tres Vacas


Aunque tras la barra le cunde mucho el cuerpo, es un hombre menudo. Delgado, nervioso y avispado, nada se le escapa de lo que ocurre en el bar o en la terraza. Dice tener 58 años cumplidos pero bien pasaría por tener diez menos. En su cabeza inquieta, como de pájaro carpintero, el pelo, echado para atrás, es abundante y aún oscuro, y tiene la cara enmarcada por largas patillas que se juntan bajo la boca en una perilla corta y puntiaguda que parece prestarle a su cara el mismo carácter incisivo que todos reconocen a su lengua. Suele vestir de oscuro, prendas ajustadas y llevar un cinturón más bien ancho y algo llamativo. De andares felinos y mirada rápida y escrutadora, esconde sus ojillos tras las lentes de unas gafas de cristales transparentes y montura metálica fina. Es, tal vez, este último detalle el único que le quita algo de arisco al personaje, puede que por eso de que los años no perdonan.
Los ansotanos están orgullosos, al parecer, por un acuerdo conseguido en su villa allá por el siglo XIV. Este acuerdo, aún vigente, puso paz entre los roncaleses, de la vecina Navarra, y los bearneses, de la parte francesa. Ambos, según reza la historia, confiaron en sus vecinos de Ansó para que éstos mediaran en sus seculares litigios y pusieran fin a sus enfrentamientos por pastos, fuentes y viejas venganzas. La paz se gestó en Ansó mediante lo que se conoce como el Tratado de las Tres Vacas.
Leída esta información pregunto al hombre de la barra.
- Tengo entendido que los ansotanos se dedicaban a la ganadería.
- ¿Éstos, a la ganadería?
- ¿Eran también agricultores?
- ¡Huy, agricultores éstos, menos aún!
- Hombre, lo de ganaderos, lo digo por el Tratado de las Tres Vacas.
- Mira, éstos, lo que eran era mercenarios y tenían acojoná a to la comarca. Así que cuando los bearneses les quemaron algún pueblo a los del Roncal, éstos vinieron a pedir ayuda a los de Ansó. Los de Ansó citaron a los franceses en la Piedra de San Martín y, en cuanto se presentaron los franceses, les dijeron: Como volváis a bajar a lo del Roncal, nosotros vamos a bajar a vuestras aldeas y os vamos a pasar a todos a cuchillo, hombres, mujeres, niños, ganado y to el copón y, de los pueblos, no van a conocerse ni las piedras. Y oído esto por los franceses y conocida la fama de mercenarios y gente sanguinaria que tenían los de Ansó no se les volvió a ocurrir poner los pies en el Roncal.
- Pero, entonces, ¿lo del Tratado de las Tres Vacas?
- Eso son cosas de la diplomacia y de los libros de historia. Porque, claro, tampoco era cosa de dejar tan mal a los franceses, pero los hechos son como yo te digo, aunque luego se adornaron con eso que ha quedado en los libros. ¿Ganaderos los de Ansó? ¡Menuda tropa! Pero si todos los pueblos del contorno les pagaban tributo del pánico que les tenían. No te digo más.
Así llegué, una vez más, a la conclusión de que una cosa es la historia escrita y otra la tradición oral, considerada poco fiable, pero que casi siempre resulta mucho más entretenida.
- Por favor, otros riojas y dos boquerones más.
- Favor es la acción que se presta gratuitamente a otra persona y éste no es el caso. Pero sí te diré que, aunque no sea un favor, servirte es un placer.
- Hombre, no esperaba tanto, pero se agradece la gentileza.
Antes de marchar voy a pagar la cuenta de las tapas y vinos consumidos.
- Dígame que le debo.
- No me des tanto tratamiento pues si a mis 58 años me tratan de usted qué será de mí si llego a los setenta, tendrán que llamarme usía o vuecencia. Ya, cuando yo veía que de usted trataban a mi padre, me decía pero qué les habrá hecho el pobre hombre para que le quieran tan mal y le traten así, de usted, con ese despego…
- Comprendido, amigo, no volverá a suceder. Dime qué te debo.
- Eso espero, –y tras hacer la cuenta- 12 euros y spasiva.
- Gracias a ti y hasta mañana.
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