26 septiembre 2009

La cagá ligarto


-¿Dónde está padre?
-¡Huy, hijo, no hace que se fue!
-Pero, cómo tan temprano, ¿dónde ha ido?
-Toma, pues donde ha de ir, a buscar la cagá ligarto.
- ¿La cagá ligarto, abuela? ¿Y no le da asco?
- Qué sabes tú, hijo mío. Ya te irás enterando cuando crezcas y, si no te enteras, mejor...
Hace muchos años la abuela decía que había que madrugar para recoger la cagá ligarto y eso al niño le dejó pensativo. Y pensó la criatura que seguramente había que madrugar mucho, porque él nunca llegó a tiempo de recogerla ni de verla siquiera. Y supuso siempre que se le adelantaron porque, como todo el mundo sabe, donde hay bueno hay mejor y la necesitad afina los sentidos.
Naturalmente no entendió entonces lo que la abuela quería decir. Sólo sacó en conclusión cuando le llegó el uso de razón, con bastante menos puntualidad de la que anunciaba la Iglesia, que había que estar listo, ser diligente y, desde por la mañanita temprano, tener los ojos bien abiertos, aunque fueran ojos de niño, y estar a lo que se estaba. Dicho en una palabra, espabilar.
La abuela Narcisa, surgida del tiempo a finales del siglo XIX y, en el espacio, en un pueblo con nombre de paloma silvestre, nació en una familia humilde, y pobre también, claro, en un pueblo de lozanas vegas sucesivas, suaves y onduladas, agradables de contemplar, donde todas las mujeres tenían nombre de flor. Procedía de otra época tan diferente de la actual como distintos son un iPod y una castaña. Pero eso, bien mirado, era lo que se esperaba de todas las abuelas, que tuvieran una historia, un cierto ascendiente. Las abuelas, por ser viejas, no perdían interés entonces, sino que ganaban misterio a los ojos de los niños y, hasta a veces, podían convertirse en seres fascinantes que el tiempo, diseñado para pasar, podía devolverte años después revestidas de un manto de sabiduría y de poder mágico, como si, ya de mayor y aún de viejo, pudieran protegerte todavía con la aparente fragilidad de sus manos nudosas. Como si fueran las brujas buenas que poblaron tu infancia, las abuelas, eran seres poderosos, ricos en ciencias propias, hoy, en general, preteridas cuando no olvidadas.
Hasta los oficios, que no las profesiones, eran por entonces distintos de los actuales. La palabra profesión se reservaba para las ocupaciones de los señoritos y ésas cambiaban mucho menos que los oficios. Los oficios eran efímeros como el progreso se encargó de demostrar, no así las profesiones. Sólo hay que fijarse en que existían entonces, y perduran, los notarios, los registradores de la propiedad, los jueces, los médicos, los abogados, los procuradores, los magistrados, los arquitectos, los banqueros, los ingenieros, los empresarios, los diputados, los senadores, los especuladores… Porque las profesiones eran cosas serias y perennes, listas para persistir y, los oficios, eran ocupaciones eventuales, donde los hombres podían ser puestos, quitados o reciclados, como se dice ahora, tal y como peones que igual valían para planchar una corbata que para freír un huevo, perdonada sea la simpleza de la comparación.
Los oficios eran tenidos por cosa rastrera, zafia y manual que, siguiendo el aforismo medieval que regía para los juegos,“Juego de manos, juego de villanos”, no daban prestigio, por aseadamente que se desempeñaran, y sólo servían para sobrevivir con más o menos fatigas. ¡Una profesión, tener una profesión… dónde iba a parar!
Baste con decir que, entonces, todavía había cazadores. O, dicho de otro modo, que la caza era una actividad normal, prosaica y bien vista. Lógicamente, no eran cazadores profesionales pues, ya quedó dicho que la caza no era una profesión sino un oficio y, por tanto, cosa sujeta a la eventualidad, la ocasión y la provisionalidad de los trabajos.
A nadie molestaba por entonces esa actividad, hoy llamada cinegética y por muchos denostada o, como poco, mal mirada. No se conocía en la época ningún equilibrio ecológico a mantener, ni siquiera se usaban, por desconocidas, esas rimbombantes palabrejas. Y puede que hasta, el tal equilibrio, se descubriera años después, justo cuando ya fue tarde para restablecerlo y dejarlo como había estado desde siempre, o sea, en el anonimato.
Hay cosas de las que, verbigracia la salud, sólo se tiene consideración y aprecio verdadero cuando faltan. Entonces es cuando se descubre su importancia. Tarde, casi siempre. Sí. Todos los equilibrios han de perderse para ponerse uno en el camino de recobrarlos y tener conciencia cierta de que un día se tuvieron.
Pensó en los cazadores y no en otros oficios o tareas, como las de los arrieros, carreteros, buhoneros, componedores, quincalleros, pacotilleros, herradores, herreros, pregoneros, serenos, capadores, tejeros de teja y adobe, lavanderas, zapateros remendones, hojalateros, costureras, artesanos, tejedores, laneros, hortelanos, duleros, segadores, molineros, queseros, cordeleros, afiladores, tratantes… porque era de los cazadores de quien quería hablar. No quería hablar de estos otros que, siendo para él oficios tan honestos como en su mayoría desaparecidos de raíz o en total declive, nadie ponía en solfa en nuestros días, como sí se hace con el de cazador. Nombre, el de cazador, hoy cubierto de desprestigio sin, como él creía, razón alguna de fundamento y peso. Al menos en su origen respetable que, en las prácticas actuales de la caza, ni meterse quería, ni pensaba que la mayor parte de ellas tuvieran defensa. Pues, aunque siempre hay excepciones y existen algunos seres puros, es evidente que la caza como ejercicio de supervivencia, tal y como fueron sus orígenes primitivos, o como ejercicio de ayuda a la economía del hogar, como también lo fue hasta hace poco, ha dejado de existir por completo y seguramente para siempre. Y baste decir, como ejemplo, que hoy en día, y ya desde hace muchos años, todo el mundo sabe que cuesta más matar una perdiz de lo que vale una perdiz muerta. Un sinsentido.
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2 comentarios:

Koborron dijo...

MI abuelo decía esto de la cagá lagarto, y ya no se oye mucho está expresión, pero que bonitos recuerdos me ha traido de aquel señor que todavía tenía un oficio y que malamente le dio para sacar adelante a sus diez hijos.

Soros dijo...

Bueno, da gusto encontrar a otro que fue un posible buscador de la dichosa cagá. Veo que por Soria se hacían búsquedas similares.
Un abrazo.