12 septiembre 2009

Cheli


Él es menudo, con una cara simpática, siempre alerta y risueña, y un rictus de golfo en ella, bajo un pelillo corto y rizado, teñido de negro azulado, que clarea por arriba y que es, en la nuca, un poco más largo, espeso y brillante y está abarrotado de rizados caracolillos. Viste unos pantalones gris claro, moda pirata, y una camiseta negra de tirantes con un escorpión en la espalda. Su anatomía se adorna de oros: gruesa cadena al cuello, al más fiel estilo Gipsy King, los dedos llenos de anillos y sortijas y un omega de oro macizo en la muñeca izquierda con la correa, que no es tal, también de oro, bien holgada, casi como si llevara, con desgana, una pulsera y, en la otra muñeca, una gruesa esclava también del mismo metal para no desentonar. Se le ven algunos tatuajes en cuello y brazos pero es, al quitarse la camiseta, cuando se aprecia una espalda totalmente tatuada con los motivos más diversos, desde el amor de madre, hasta una serpiente, una pantera, una mujer con un seno descubierto…
Ella tampoco es alta pero sí un poco más redondita que él. Lleva unos pantalones exageradamente cortos, como unas bragas, que se le ciñen a los muslos casi cortándole la circulación en las mismas ingles que, por cierto, hubieran merecido una depilación bikini brasileño que no se ha hecho. Viste también una camiseta naranja de tirantes, entallá, ajustá y un poquito agraciá, que deja ver perfectamente el sudán entero y las tres cuartas partes del tetuán. El pelo, teñido de pelirrojo, lo lleva sujeto en un par de coletitas infantiles a ambos lados de la cabeza, lo que le da un aire aniñado que parece que le gusta cultivar pues, para redondear, lleva también unas gafitas de pasta blanca con los cristales verdes. Completa el impacto de su estampa con unas uñas largas pintadas de color oro brillante.
Cuando terminan de comer ponen un CD y, por el volumen, deleitan al camping entero con lo más selecto de las rancheras mejicanas de ayer y de siempre.
Al ratito del concierto, que ameniza la hora de la siesta, se acerca un vecino francés que les pregunta si tienen unos cables de batería. Ellos no le entienden y, mosqueados, suponen que viene a protestar por la música y la quitan.
Me levanto, de la teórica siesta, y pienso que no me cuesta ningún trabajo prestarles mis cables a los franceses. Al verme salir con ellos, les digo a la pareja de vecinos lo que pasa.
- ¡Hay que joderse en to lo más arto, qué detalle más guapamente legal! –dice la pareja cheli a coro.
Él se viene conmigo a llevarle los cables al francés, con el que me entiendo en inglés, poniéndole ambos un poquito de buena voluntad. Le dejo los cables y le digo que me los devuelva al día siguiente. Paco, que así se llama mi vecino, queda admirado por mi don de lenguas y ya, como si fuéramos colegas de toda la vida, me cuenta que nació en un pueblo de Córdoba, pero que de niño le llevaron a Barcelona, que ha tenido más de treinta oficios, puede que cien coches y motos y que, de mujeres, ha perdido la cuenta, que está separado y que con la que va, que se llama Enriqueta, es viuda y catalana de Badalona y que los dos andan por los sesenta casi…
Le digo que me tiene admirado con sus tatuajes y me dice:
- Pues eso no es nada, tengo un ratón en el capullo, y en el prepucio, o sea, lo que viene a ser el pellejo, la cabeza de un gato, y bueno, las tías cuando me lo ven es que se descojonan…imagínate.
Y no para de hablar y de reír y de contar historias y, al final, tengo que dejarle, so pena de irme de copas por ahí con él y echar la tarde y la noche a perros…
Conocimientos de un día que se hacen por ahí.
.
Si os apetece ver mis libros mirad en:
http://ssorozco.bubok.com/

No hay comentarios: