Levantar
a los alumnos puntualmente, sin que remolonearan, era primordial. Pero era
labor rápida y no solía presentar problemas. El trabajo más tedioso del día era
vigilar los estudios de la tarde que duraban tres horas. En ellas los residentes
habían de estudiar las distintas materias y preparar el trabajo para el día
siguiente.
A
las sesiones de estudios del comienzo de curso acudió excepcionalmente el
preceptor. Era hombre enteco y de pocas palabras. Solía pasearse, entre
aburrido y displicente, por entre las filas de mesas de las aulas, en medio de
un silencio que sólo turbaba el roce de libros y cuadernos. Sin embargo, entre
tantos muchachos, era inevitable un comentario, una risa, alguna palabra, algún
signo de vida. Cualquier pequeña anomalía era suficiente para que el preceptor
cruzara la cara al responsable sin más explicaciones. Luego, resonando aún el
eco de los bofetones, seguía su paseo silencioso, con las manos atrás, como si
nada hubiera ocurrido, como si aquella crueldad formara parte de la vida
cotidiana, del orden del mundo. Su indiferencia, determinación y frialdad impresionaban
a Lázaro.
No
conforme con eso, animaba a los educadores con sus palabras, por si su ejemplo
no bastara, a que le imitasen y no perdonaran la menor incidencia. De este
modo, cada educador en su sala de estudio se convertía en un pequeño
representante del temor, de un temor desproporcionado y absurdo que podía
convertir cualquier nimiedad en objeto de un castigo tan humillante como
incuestionable.
Toda
indisciplina, según el preceptor, había de cortarse de raíz. Así los estudios,
pontificaba, se iniciaban con un inalterable orden y luego ya, bien
encarrilados, no presentarían problemas a lo largo del curso. Aquel tipo de
disciplina expeditiva, decía, ahorraba trabajo y prevenía conflictos venideros.
Había que iniciar las cosas bien a toda costa, aunque fuera inculcando un
temor, según él, sano y necesario.
El
sano temor fue siempre para Lázaro cosa incomprensible. Sin embargo, era muy rentable
según el preceptor. Y debía de serlo porque, con presentarse un par de semanas
y dejar aquel régimen instaurado, no tuvo ya necesidad de volver más, como no
fuese a pasarse por caja o por el comedor. Y así sembró aquel espíritu del
miedo entre los estudiantes y legó tan práctico método a los educadores.
El
director y el jefe de estudios eran figuras conocidas, por supuesto, pero
apenas vistas por las dependencias más concurridas del centro. Algo así como
cargos honoríficos, cuya aparición se reservaba para asuntos solemnes y
ocasiones importantes.
De
este modo, terminaban los educadores llevando toda la carga de la residencia y,
ya que su mínimo sueldo, benéficamente otorgado, era simbólico y
desproporcionado para el peso que habían de soportar, se les revestía, en
cambio, de gran autoridad.
A
Lázaro, al principio, le gustaba el verse respetado, siendo algo así como un
suboficial en un cuartel. Pero, poco a poco, se fue dando cuenta de que el
asunto se basaba en que ellos hicieran el trabajo y, como el dar autoridad no
suponía gastos, recibiesen a cambio tanta como quisieran y aún más si la
hubieran pedido. La caja de la autoridad no tenía límites en el presupuesto de
La Casa y por eso se otorgaba con mano generosa a quien conviniese.
Así,
aquellos personajes generalmente ausentes, que cobraban cumplidamente por sus
cargos y responsabilidades, no hacían sino repetir:
-
¡Jamás un educador será
desautorizado por mí!
Pero,
Lázaro, sabía que eso era como decir que jamás protestarían del trabajo que los
educadores hacían por ellos, y conservar así su privilegiado y cómodo estatus
sin apenas esfuerzo por su parte.
Por
otro lado, los educadores eran jóvenes y no se percataban de ese juego y, convertidos
en diosecillos por aquel legado de autoridad, imitaban el despotismo y los
modos del preceptor con bastante frecuencia y a veces, si cabía, con mayor
desparpajo.
Y
así aquellos jóvenes eran educados en un miedo que se administraba libre y
discrecionalmente desde aquel incuestionable principio de autoridad.
Y aquel ambiente se calcaba de un día para el siguiente, sin
diferencias, como el que pone un matasellos idéntico en el que sólo cambiaba la
impresión de la fecha.
9 comentarios:
¡¡¡Magnífico!!! El miedo ha sido siempre la forma de educar de aquéllos que no tienen argumentos, por desgracia la gran mayoría. Pero aún peor son los "imitadores" del miedo, los que lo transmiten sin plantearse el porqué; así el miedo acaba siendo una gangrena de perfiles imprecisos en la que es difícil determinar cuál fue el principio y cuál será el fin.
Me ha encantado la entrada, Soros, absolutamente.
Besitos.
Sara, con tanto entusiasmo por tu parte me animas a escribir. Te lo agradezco mucho. Tengo casi acabado el capítulo siguiente. Y verás como en él la historia comienza a tomar un sesgo diferente. Espero que te siga interesando. Lo publicaré lo antes que pueda.
Muchas gracias.
Besos.
Sara, olvidé decirte que tu comentario es muy acertado. A los poderosos les gusta mucho más que les teman que que les amen. Porque el amor es efímero y el miedo permanece. Ya Maquiavelo iba por ahí.
Triste y cierto ese educar en el temor que tanto se ha utilizado, en el castigo, quizás por lo que tu mismo dices que hay algunos que prefieren que los teman a que los amen, quizás porque el amor hace mucho más vulnerable tanto al que lo da como al que lo recibe.
Un abrazo
Respecto al miedo como método de disciplina no voy a decir nada; ya Sara y Conxita lo han dicho, y mucho mejor de lo que yo podría.
Sí diré que lo que más me gusta de este episodio es cómo Lázaro, que al principio también confunde el miedo con el respeto, se da cuenta del juego que se traen los responsables, de dejar el trabajo sucio en manos de los educadores, de los que se aprovechan de ese modo tan repulsivo.
Conxita, el amor es moneda que fluctúa mucho; el temor, sin embargo, es mucho más estable. Hay un refrán que dice: "Quien bien te quiere te hará llorar". Sin embargo no conozco ninguno que diga: "Quien bien te quiere te hará feliz".
Un abrazo. Y gracias por seguir este relato.
Ángeles, el abuso de los débiles, de los jóvenes y de los poco preparados, en general, ha sido moneda común en todos los tiempos. La libertad no suele regalarse y Lázaro pronto empezará a pagar por ella. Y de un modo que él poco esperaba. Una cosa es darte cuenta de lo que hacen de ti, y otra es poder evitarlo o atreverse a evitarlo.
Me ha gustado ese matasellos indicativo de lo rutinario de los días.
Tienes razón en que el miedo es mucho más estable que el amor, por desgracia.
Palomamzs, el matasellos de los días era similar al de las reses que, a diario, sacrificaban en los mataderos. Era una especie de animalización de las personas, su condena al tedio sin fin.
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