El Galgo y su hermano Paco eran poco de misas y de iglesia y ni siquiera cedieron y se entregaron del todo en aquellos años en que los curas, en connivencia con la Guardia Civil, echaban multas por no ir a misa o por trabajar los domingos.
- ¡Déjame a mí de misas ni “costodias” que las misas y el azafrán son cosas de poco alimento!- voceaba el Paco en cuanto le tocaban las narices.
El Paco como buen soltero perseveró de por vida en su alergia a las cosas de iglesia. Sin embargo, el Galgo, que era casado con mujer religiosa y de orden, tuvo que tener un ten con ten que él venía a resumir con una sola frase:
- Por tener paz, cederás de tus derechos.
Era habitual en la época que el Galgo, a veces acompañando al veterinario de turno, a veces en solitario, visitase los pueblos de la zona. Cuando iba sólo era frecuente y casi seguro que lo hiciera en domingo, por no perder otros días de la semana comprometidos para labores diversas o para poder atender a los que iban a herrar a su casa los días laborables.
Esos domingos bajaba la mula cargada con hortalizas, además de con los instrumentos del oficio y, conocedor como era de las triquiñuelas de la vida, era fijo que se tuviera de antemano camelado a don Honorato o al cura rural de turno para que hiciese la vista gorda con lo del sagrado precepto de la misa dominical.
¿Qué cómo lo hacía? Pues procurando caer en gracia sin llamar la atención y dejando caer un duro a tiempo cuando hacía falta y una copa siempre, a tiempo y a destiempo. Porque los señores curas también eran seres sensibles y necesitados que, las más de las veces, apreciaban más al buen amigo que al común cristiano, harto abundante por otro lado. Así, sin palabras, quedaban sentados los mejores acuerdos de provecho mutuo y buen amparo que además, por ser tácitos, a nadie comprometían ni mermaban autoridad.
En las mañanas de los domingos era normal que el Galgo vendiese hortalizas, hiciese tratos, herrase las caballerías, trajese encargos y que, entre tantas obligaciones laborales y sociales, perdiese la misa por su entrega afanosa e ilimitada a los demás. Claro que, para compensar, nunca le escatimó tiempo ni esmero a concelebrar en las tabernas con don Honorato y con sus clientes de más confianza una vez terminado el oficio divino de la mañana y aún por las tardes tras la partida si es que se terciaba, que solía. Así que cuando, entrando ya las sombras de la noche, el Galgo se incorporaba para subir a su pueblo de regreso, el don Honorato le decía con pachorra e intención conocida y recalcada y una pizca de guasa, una de estas retahílas según fuera el tiempo del año:
- Galgo, no olvides la liturgia de hoy ni el color blanco de la Pascua…el color de la pureza.
- No olvides, Galgo, la Cuaresma en que estamos ni su color morado…el color de la penitencia.
- Hombre, Galgo, no olvides el color verde ordinario hasta que llegue el Adviento…El color de la esperanza.
- No olvides hoy, Galgo, el Domingo de Ramos que hemos celebrado ni su color rojo para la casulla…El color del martirio y de la gloria que se viene.
- Galgo, negro es el color de la misa de difuntos que se ha dicho, no lo olvides…El color del luto, hijo mío.
- Recuerda, el color rosado de hoy indica la cercanía de la Navidad y la ausencia de penitencia…
- Colores azules, Galgo, para la Virgen, la festividad de hoy…
- No olvides el color dorado, Galgo, que hoy es Domingo de Resurrección…
- Gracias don Honorato, lo tendré en cuenta- contestaba indefectiblemente el Galgo.
Cuando el Galgo llegaba a su pueblo, cerraba la mula en la cuadra y subía a la cocina donde le esperaba su mujer.
- ¿Cómo venimos? ¿Se ha dado bien? ¿Hemos ido a misa? ¿De qué color iba el cura?
Si las ganancias habían sido muchas.
- ¡Ay, Dios mío! ¡No habrás engañado a nadie! ¿Pero como le has podido cobrar al Gabino semejante barbaridad por la burra? ¿Pero no te das cuenta de que eso no es de buenos cristianos ni de amar al prójimo? Ya estás mañana a devolverle por lo menos cuarenta duros y además a confesar… Por cierto, ¿de qué color iba hoy el cura? Porque habrás ido a misa, ¿no?
Si las ganancias habían sido cortas.
- Pero, bueno, es que no me lo explico. ¡Todo el santo día para esto! Tú lo que has hecho ha sido holgazanear en la taberna con los amigotes. ¡Cómo si lo estuviera viendo! Seguro que te has juntado con el Serrano, con el Patitas y con el Luis de Casillas… ¡Se dice pronto, desde que amaneció Dios para venir con esta miseria, pues vaya un desempeño de hombre, Dios Santo!... Por cierto, ¿habrás ido a misa por lo menos, no? ¿De qué color iba el cura?
El Galgo se las arreglaba para salir indemne de todo el examen y aún, a veces, daba detalles sobre el sermón que no había escuchado o sobre lo que, al azar, había oido decir que habían dicho… Sólo un día en que las libaciones con don Honorato y el resto de los parroquianos se habían prolongado en exceso, cometió un error de bulto llevado por la arrogancia despistada que dan las copas y el olvido de las postreras palabras del clérigo. Porque, claro, ese día no estaba en condiciones de poderlas retener. Cuando su mujer, que notó como venía en cuanto entró, terminó de decirle si esas eran maneras de venir a casa y que bonito modo de dar ejemplo a sus hijos y que por lo menos habría ido a misa. Él dijo que sí.
- ¡Ah sí! ¿De qué color iba el cura?
- …
- Lo estás viendo. Ni a misa has ido.
- ¡Déjame a mí de misas ni “costodias” que las misas y el azafrán son cosas de poco alimento!- voceaba el Paco en cuanto le tocaban las narices.
El Paco como buen soltero perseveró de por vida en su alergia a las cosas de iglesia. Sin embargo, el Galgo, que era casado con mujer religiosa y de orden, tuvo que tener un ten con ten que él venía a resumir con una sola frase:
- Por tener paz, cederás de tus derechos.
Era habitual en la época que el Galgo, a veces acompañando al veterinario de turno, a veces en solitario, visitase los pueblos de la zona. Cuando iba sólo era frecuente y casi seguro que lo hiciera en domingo, por no perder otros días de la semana comprometidos para labores diversas o para poder atender a los que iban a herrar a su casa los días laborables.
Esos domingos bajaba la mula cargada con hortalizas, además de con los instrumentos del oficio y, conocedor como era de las triquiñuelas de la vida, era fijo que se tuviera de antemano camelado a don Honorato o al cura rural de turno para que hiciese la vista gorda con lo del sagrado precepto de la misa dominical.
¿Qué cómo lo hacía? Pues procurando caer en gracia sin llamar la atención y dejando caer un duro a tiempo cuando hacía falta y una copa siempre, a tiempo y a destiempo. Porque los señores curas también eran seres sensibles y necesitados que, las más de las veces, apreciaban más al buen amigo que al común cristiano, harto abundante por otro lado. Así, sin palabras, quedaban sentados los mejores acuerdos de provecho mutuo y buen amparo que además, por ser tácitos, a nadie comprometían ni mermaban autoridad.
En las mañanas de los domingos era normal que el Galgo vendiese hortalizas, hiciese tratos, herrase las caballerías, trajese encargos y que, entre tantas obligaciones laborales y sociales, perdiese la misa por su entrega afanosa e ilimitada a los demás. Claro que, para compensar, nunca le escatimó tiempo ni esmero a concelebrar en las tabernas con don Honorato y con sus clientes de más confianza una vez terminado el oficio divino de la mañana y aún por las tardes tras la partida si es que se terciaba, que solía. Así que cuando, entrando ya las sombras de la noche, el Galgo se incorporaba para subir a su pueblo de regreso, el don Honorato le decía con pachorra e intención conocida y recalcada y una pizca de guasa, una de estas retahílas según fuera el tiempo del año:
- Galgo, no olvides la liturgia de hoy ni el color blanco de la Pascua…el color de la pureza.
- No olvides, Galgo, la Cuaresma en que estamos ni su color morado…el color de la penitencia.
- Hombre, Galgo, no olvides el color verde ordinario hasta que llegue el Adviento…El color de la esperanza.
- No olvides hoy, Galgo, el Domingo de Ramos que hemos celebrado ni su color rojo para la casulla…El color del martirio y de la gloria que se viene.
- Galgo, negro es el color de la misa de difuntos que se ha dicho, no lo olvides…El color del luto, hijo mío.
- Recuerda, el color rosado de hoy indica la cercanía de la Navidad y la ausencia de penitencia…
- Colores azules, Galgo, para la Virgen, la festividad de hoy…
- No olvides el color dorado, Galgo, que hoy es Domingo de Resurrección…
- Gracias don Honorato, lo tendré en cuenta- contestaba indefectiblemente el Galgo.
Cuando el Galgo llegaba a su pueblo, cerraba la mula en la cuadra y subía a la cocina donde le esperaba su mujer.
- ¿Cómo venimos? ¿Se ha dado bien? ¿Hemos ido a misa? ¿De qué color iba el cura?
Si las ganancias habían sido muchas.
- ¡Ay, Dios mío! ¡No habrás engañado a nadie! ¿Pero como le has podido cobrar al Gabino semejante barbaridad por la burra? ¿Pero no te das cuenta de que eso no es de buenos cristianos ni de amar al prójimo? Ya estás mañana a devolverle por lo menos cuarenta duros y además a confesar… Por cierto, ¿de qué color iba hoy el cura? Porque habrás ido a misa, ¿no?
Si las ganancias habían sido cortas.
- Pero, bueno, es que no me lo explico. ¡Todo el santo día para esto! Tú lo que has hecho ha sido holgazanear en la taberna con los amigotes. ¡Cómo si lo estuviera viendo! Seguro que te has juntado con el Serrano, con el Patitas y con el Luis de Casillas… ¡Se dice pronto, desde que amaneció Dios para venir con esta miseria, pues vaya un desempeño de hombre, Dios Santo!... Por cierto, ¿habrás ido a misa por lo menos, no? ¿De qué color iba el cura?
El Galgo se las arreglaba para salir indemne de todo el examen y aún, a veces, daba detalles sobre el sermón que no había escuchado o sobre lo que, al azar, había oido decir que habían dicho… Sólo un día en que las libaciones con don Honorato y el resto de los parroquianos se habían prolongado en exceso, cometió un error de bulto llevado por la arrogancia despistada que dan las copas y el olvido de las postreras palabras del clérigo. Porque, claro, ese día no estaba en condiciones de poderlas retener. Cuando su mujer, que notó como venía en cuanto entró, terminó de decirle si esas eran maneras de venir a casa y que bonito modo de dar ejemplo a sus hijos y que por lo menos habría ido a misa. Él dijo que sí.
- ¡Ah sí! ¿De qué color iba el cura?
- …
- Lo estás viendo. Ni a misa has ido.
Un poco amoscado por la bronca remató la faena con valentía:
- ¡Cómo que no! ¡Tabaco y oro!
- ¡Cómo que no! ¡Tabaco y oro!
3 comentarios:
bueno, al fin... corridas y misas... todo era en domingo :)
Muy entretenida la historia!
Me encanta la historia que podría ser rematada con un "alabado sea Dios"...
Estoy seguro de que sí, Lohengrin.
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