03 mayo 2012

Bolarque (parte 2ª)


Abén Adnán Farax había sido recogido por Luis Dum Dum más de veinte años antes. La venta Miñosa, cerca de Ebolana, nombre popular, o Pastrana, nombre oficial para la misma villa, fue el último techado conocido donde los padres de Abén Adnán comieron y durmieron como seres libres, si es que puede considerarse seres libres a los que andan fugitivos. Pero, cualquiera que fuere la consideración, ambos barruntaban que su suerte estaba a punto de acabarse y que su condición podría mudar, a peor, de un día para otro.
El morisco converso Luis Dum Dum, el amo de la venta Miñosa, les escondió dos días y dos noches y supo por su boca de los azares de su huida, desde las tierras de Granada, tras la rebelión de Las Alpujarras.
Habían huido de su tierra, temerosos del gran mal que veían con temor acercarse. Escaparon cuando aún estuvieron a tiempo de ello. Fue tras la toma de su pueblo, Juviles, por el clemente Marqués de Mondéjar, que no toleró matanza ni tropelía alguna sobre los vencidos.
E hicieron bien, pues corría, cuando de su pueblo hurtaron su presencia, el año de 1569. Y no fallaron en sus oscuros vaticinios pues, al belicoso Monarca de las Españas, no le gustó el temple conciliador del marqués y, al pronto, lo depuso de su cargo. Poco después don Juan de Austria, por orden expresa de su Católica Majestad el Rey Nuestro Señor don Felipe el Segundo, entró a sangre y fuego en las moriscas Alpujarras al mando del, por entonces, ejército regular más temible del mundo: los gloriosos Tercios Españoles. Estas aguerridas y despiadadas tropas, fieles a su Católica Majestad y al Papa de Roma, fogueadas, y hartas de bregar con luteranos y reformistas, no titubearon en aplastar, para mayor gloria de Dios, a aquella morisma levantisca que, con su insolencia, osaba profanar el mismísimo suelo patrio.
Tras aquellas explicaciones nocturnas, nerviosas, taciturnas y en voz queda, rogaron entre lágrimas al ventero que amparase a su hijo pues, si su conocimiento les decía que ellos carecían de esperanza, no querían que el crío, antes de tener conocimiento, la perdiera también. Hiciéronle mil súplicas para que tomara en depósito al crío, su único hijo de apenas dos años, y para apoyo de las palabras, siempre resbaladizas, agregaron el lastre de las pocas monedas de oro y plata que les quedaban y que intuían que para poco iban a servirles ya. Le dejaron también un fardel ovalado de tela burda, como de catalufa, menos largo de lo que abarcan extendidos los brazos de un hombre, rogándole que, si acaso no volvían a verse, se lo entregara en su día al muchacho, como preciada herencia de sus antepasados que, de Damasco, vinieron a Al-Ándalus alguna generación atrás.
Aceptó el ventero, un poco conmovido y del todo interesado, y marcharon tan sigilosamente como habían llegado, presurosos, sin decir su destino ni el camino que habían de tomar. Ni siquiera a Dum Dum le fueron francos en esto pues, para entonces, tanto les daba ir a un sitio como a otro y la congoja tenía puesto tan prieto cerco a sus corazones, que ya sentían la angustia más que si presos se hallaran. Y, sobre estas intuiciones, su raciocinio les decía que, seguramente, no llegarían a parte sosegada ninguna y que era gran milagro que allí hubieran acertado a dar, desde tan lejos, hurtándose a tantas vigilancias y dando tantos rodeos, que ni ellos sabían muy bien en qué lugar se hallaban. Y salieron con sus mulas y nunca más se supo de ellos ni para bien ni para mal.
Dum Dum tenía por entonces una moza de mesón, que tampoco hacía ascos a ser su barragana, que tenía familia en Sayatón. Encomendó el ventero su hermanillo de raza a la tutela de ésta, sin decirle su origen, y le encargó que le dejase con sus parientes del pueblo, diciéndole que se llamaba Abel Adán,  primer nombre cristiano que se le ocurrió. Díjole también que, en obedecerle, no habría de perder, sino al contrario: que enviaría ayudas para el mantenimiento del muchacho y, a ella, le dejaría trabajar por libre en los menesteres de su puterío y que durante un año, al menos, sería lo que sacara sólo para su provecho, sin maquila para él, que daba alojamiento y oportunidades a su piedra de moler, amén de sustento y otros trabajos más honrados a su persona.
Ella, suponiendo originado al muchacho por simiente silvestre del ventero, aceptó, y los familiares criaron al chico en los años siguientes, encomendándole trabajos a la altura de sus fuerzas en cuanto tuvo fuerza alguna. Esto es, tratándole como entonces se trataba a los hijos propios, y con más razón había de hacerse con los ajenos, para que éstos no viesen diferencias y diesen en envidias, rencillas y malos quereres.

5 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

je " para que éstos no viesen diferencias y diesen en envidias, rencillas y malos quereres."
si home sí.

bueno, estamos ante una historia, eh?
:-)

Paz Zeltia dijo...

conozco a la moza, conozco al ventero...

Soros dijo...

Eso parece, Zeltia.
Al ventero, puede. Pero no a la moza, pues estos acontecimientos se produjeron muchos años antes de que viniera a serlo la Sara Levina, a quien tú seguramente te refieres.
El ventero Dum Dum, estaba por este tiempo hecho un mozo y solía hacer honor a su apellido.
Pero, aunque algún personaje se entrecruce, esta es un historia que poco tiene que ver con la otra y que, claro, no te voy a desvelar. :-)

Paz Zeltia dijo...

ah vale, parece que las mozas de las ventas se parecen unas a otras en una primera mirada superficial

;-)

efectivamente, la Sara Levina era la que yo decía.

Pues ojalá que esta historia me engache tanto como la otra.

Soros dijo...

Ya veremos, Zeltia, no sé cómo saldrá.