05 mayo 2012

Bolarque (parte 3ª)


¿Qué llevó a aquellos jóvenes frailes a tales parajes? La voluntad ajena, desconocida en este caso y también casi siempre, que, cuando coincide con la propia, nos hace creer ingenuamente a los mortales que fuimos libres al elegir nuestro camino.
El padre Doria no había pensado en un principio en ellos. El Padre General, inicialmente, buscaba a alguien más experimentado y curtido en la Descalcez pero, cuando creía tener determinada a tal persona, le acometió la duda. Por tanto, guardó para sí sus primeros pensamientos y se centró su mente en la fuerza irresistible del carisma, ese regalo del Santo Espíritu que él tan bien conocía. Ponderó cuidadosamente el asunto: hombres experimentados, hábiles dialécticos y negociadores, se requerían para hacer triunfar una reforma, mas, hombres carismáticos y decididos, eran imprescindibles para abrir, con la resolución necesaria, los nuevos caminos que siempre requería una fundación. La fuerza de estos hombres jóvenes abriría esa ruta inédita en el Desierto de Bolarque y, una vez labradas las nuevas sendas, su carisma haría que los demás les siguieran, guiados por el suave dogal de la admiración, capaz de tornar en dulce el áspero sabor de la santa obediencia.
Iluminado por la tenue lamparita del Espíritu Santo, iniciadora de portentosos incendios, o, tal vez, aconsejado por la vasta experiencia del banquero y hombre de negocios que fue, antes de profesar de fraile, Doria se afianzó en su idea. Se dijo que, para obras nuevas, valdría más el empeño inocente y la ilusión a estrenar de la juventud, que el resabiado escepticismo hacia todo que, inexorablemente, la madurez y los desengaños propician. Y así, el Padre General, aceptó el ofrecimiento espontáneo del padre Alonso, de 27 años, y de su primo el padre José pero, conocedor de las necesidades materiales que se presentarían, y que la juventud de éstos no podía prever, dispuso que también fuera con ellos un tercer religioso, un experto en fábricas, construcciones y otras artes necesarias, un lego: el hermano Alonsillo. Que los barcos pueden surcar, llevados por el sutil viento y las firmes voluntades, los mares procelosos e inconmensurables, pero es menester imprescindible que primeramente los haga un carpintero.
Los tres visitaron enseguida, por encargo del Padre General, a la señora Marquesa de Mondéjar. Porque,  quien no tiene, ha de buscar siempre el ganarse la voluntad de los que tienen y, aunque a los tres sobraba ímpetu y empuje, habían de encontrar, al igual que lo requieren las palancas, un fulcro material en el que apoyarse, para que el esfuerzo, a que estaban tan voluntariosamente dispuestos, tuviera posibilidad de transformarse en rendimiento neto y comprobable, para admiración de los mortales y mayor gloria de Dios y de su Iglesia. Por eso, el padre Doria, experto grande en las industrias de la vida, les indicó, como buen general, el lugar estratégico donde pudieran encontrarlas.
Grande impresión debieron de causar los tres Descalzos a la marquesa, pues de inmediato se avino a sus deseos, es más, pensando que habían escogido aquel lugar inhóspito y tan a trasmano por no tener otro más adecuado, les ofreció una propiedad suya cerca de Anguix y bien comunicada con Mondéjar. Sin embargo, apenas pronunciada su oferta, sintió la señora cómo aquellos frailes se azoraban, no encontrando la mejor manera de rechazar cortésmente su ofrecimiento. Pues, las almas generosas, en su deseo de dar, siguen a veces su criterio, y, por dar más y mejor, no dan lo que se les solicita y turban, sin quererlo, la voluntad y el ánimo de los que saben lo que quieren. Que lo enemigo de lo bueno es lo mejor, como siempre se dijo. Por eso, cuando los frailes le expusieron humildemente su deseo de aislamiento, cejó la dama en su empeño, sin comprender muy bien a qué venían aquellas ansias de soledad y de arisca selva en que los religiosos estaban empeñados. Empero, resignada a regañadientes a no pedir más explicaciones, les surtió de madera y herramientas e, incluso, de algunos ornamentos e imágenes. Mas, al partir los frailes, se sintió contrariada y quedose pensando que, si no hubiera sido por su amistad con el padre Doria y, por supuesto, su fe ciega en los insondables designios del Señor, no hubiera ella permitido el retiro de tan apuestos y jóvenes frailes a las fragosidad de los yermos salvajes del Tajo. De ninguna manera.

4 comentarios:

Isidro dijo...

Si... te digo yo...
Fuera aparte, cuanto me gustaría a mí. Y parece fácil, si, si.

Saludos

Soros dijo...

Cada uno, Isidro, tenemos gusto por trabajar en algo. Y, en tu caso, hay muchas cosas dignas de admirar. Quizás, más de las que tú mismo crees.
Saludos.

Paz Zeltia dijo...

para obras nuevas, valdría más el empeño inocente y la ilusión a estrenar de la juventud, que el resabiado escepticismo hacia todo que, inexorablemente, la madurez y los desengaños propician

el texto está lleno de sabiduría en cada párrafo!

Soros dijo...

Saber lo que todos sabemos, a cierta edad, no tiene mérito. Pero agradezco tus palabras, Zeltia. Pero, tal vez, el sabio es el que, con pocos años, se anticipa a los conocimientos, y aún los supera, de los viejos.