Constituían el núcleo del poder
y, empero, eran desdichados. Sorprendidos por la secesión de las iglesias del
norte, ya rebeldes a Roma, quisieron fraguarse una ilusión: llevar sus almas,
en desasosiego, a una espiritualidad que
las tornara en la fuente de su calma. Y, hartos de querer cambiar el terco
entorno, decidieron buscar, con igual vehemencia, el camino ansiado del dominio
de sus espíritus. Y en esta tarea, que su voluntad consideraba, si no fácil,
asequible, descubrieron lo veleidoso y soberbio de su empresa al verse frente a
las pasiones y debilidades de sus propios cuerpos miserables.
Era a finales del siglo XVI. Eran
los tiempos de la Contrarreforma, fraguada ya con el rey Carlos el Primero, que
fracasó en mantener unida a la Iglesia Católica, y sostenida y elevada a motor
de su reinado por su hijo Felipe el Segundo.
Dos movimientos surgen en la
Iglesia Católica española, fidelísima a Roma, ante el reto protestante que le
echa en cara al pontífice la manifiesta corrupción institucional, y los dos
pretenden ser de regeneración: el uno es nuevo y combativo, la Compañía de
Jesús; el otro, más antiguo, es místico y quiere reavivar los orígenes de las
antiguas órdenes religiosas, principalmente la de los Carmelitas Descalzos,
reformada por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz en aquellos días. El
primero de los movimientos representa la activa beligerancia de las ideas, la
lucha intelectual y, el otro, la fuerza del ejemplo, la imitación callada de la
religiosidad primitiva: la renuncia, la obediencia, la oración, la humildad, la
continencia y el silencio.
Eran los tiempos del Padre Doria
como Visitador General de los Descalzos, el mismo que impuso tanta normativa
que muchos, de saberlo, habrían seguido otros caminos de perfección, más sencillos
y callados. Y así algunos, que pensaban que vencer al mundo era aislarse de él,
aprovecharon esta fanática proliferación de indicaciones y contraindicaciones
de Doria para volcarse en el renacer de las
viejas reglas y, no se sabe, si refugiarse en ellas para aislarse de los
escándalos del mundo, o afianzarse en ellas para buscar el triunfo sobre su
propia naturaleza, ya que ésta parecía, con ser ardua tarea, más posible que la
de restaurar el orden viejo, incluso por la fuerza, en una Europa
definitivamente partida y crítica en torno al poder papal y al del sacro
emperador, a la sazón ideas defendidas y
personalizadas, en gran parte, por los tercios de la milicia española.
¿Dónde pueden ir los hombres sino
adónde sus ideas les conducen? Así debió pensar Francisco López, hermano de la
orden de los Descalzos, al ver los parajes que se vendían en la ribera del
Tajo. Y tan indicados le parecieron aquellos yermos que hasta el Padre Doria
consintió en visitarlos y le parecieron idóneos para instituir en ellos el
primer Santo Desierto de la orden de los Descalzos, que habría de ser una
vuelta a los austeros orígenes y un ejemplo para la Cristiandad.
Por otro lado, un pastor
visionario había vaticinado tiempo atrás que a aquellas tierras aisladas,
llenas de riscos y olvidadas por el Creador para asiento de humanos, habrían de
venir para quedarse hombres santos, fugitivos del mundo.
Lo anterior fue de importancia en
el sentir de las gentes de la zona, aunque el pastor no aclararía cuál fuera la
causa de su fuga, si el temor al siglo, si su propia aflicción, si sus deseos
de paz en el anonimato del olvido, si sus ansias de penitencia, contemplación y
entrega a Dios u otras causas ejemplarizantes que sirvieran a la Contrarreforma
para rescatar a la Iglesia de Roma de aquellos malos trances en que se
encontraba, tildada de falsaria por los seguidores de Lutero. Pero,
seguramente, unas serían las razones que tuvieran aquellos hombres de la
Descalcez, o las que adujeran para dignificar sus retiros o sus huidas, y otras
las que la historia oficial se empeñaría en mostrar para honra y muestra de la regeneración
de la Santa Madre Iglesia.
El paraje no era transitado y
tenía, además, un acceso difícil. Estaba a dos leguas de Buendía y a mitad de
distancia tanto de Almonacid, como del promontorio del castillo de Anguix, y muy
cerca de la desembocadura del Guadiela en el Tajo. Era la sierra de Enmedio
limítrofe con la provincia de Cuenca y estaba, en sus laderas, muy poblada de
vegetación ruda y salvaje. Quejigos, pinos, robles y encinas, madroños y
cornicabras, enebros y sabinas, sauces, espinos, zarzamoras, aliagas y otras
hierbas y arbustos silvestres tapizaban de un verde poderoso y macizo las
laderas y, abajo, junto al potente cauce del río, daban su frescura los álamos,
olmos y fresnos y regalaban su aroma la madreselva, la menta y la mejorana.
Se cerró la compra de los
terrenos en junio de 1592. Pero ésta no fue de la totalidad del monte, sino
solamente de unas pocas parcelas. Estas fueron pagadas por un amigo genovés,
como él, del Padre Doria que inmediatamente las donó a los Descalzos. Pues no
habían de gastarse fondos propios para un intento de vivir como las avecillas y
los otros seres a los que provee el Señor.
El Arzobispo de Toledo concedió
licencia en agosto para la fundación viendo que ésta, lejos de mermar ningún
bien eclesiástico, ampliaba los existentes. Que los señores arzobispos habían y
han de estar en todo.
7 comentarios:
¿Es este sitio al que te refieres? El acceso no parece sencillo…
(Eh, y esta vez no te has comido ninguna "h", que lo he mirado con lupa ;-))
El relato, Soros, promete y, mucho, por como está escrito y el grado de conocimiento de los hechos. Y, bueno, si en la segunda parte, en la tercera o en la cuarta, aparece un Fray Tomas de Maluenda en ese estado de horror, el relato puede ser cumbre.
Saludos
El relato, Soros, promete y, mucho, por como está escrito y el grado de conocimiento de los hechos. Y, bueno, si en la segunda parte, en la tercera o en la cuarta, aparece un Fray Tomas de Maluenda en ese estado de horror, el relato puede ser cumbre.
Saludos
Sí, Troll or die, ése es.
Y gracias por mirar con lupa lo que escribo.
Y es excelente el blog al que me remites. Muchas gracias.
Un cordial saludo.
Gracias, Isidro. Ya veremos lo que ocurre, y en qué queda el relato.
Un saludo.
Esto me recuerda que una vez te pregunté por la palabra "aliaga",
Mirado en el diccionario no me aclaraba yo con que arbusto era ese... me pregunto como no miré en imágenes en google a donde ahora recurro constantemente.
En galicia le llamamos xestas a las aliagas, pero aliaga es una palabra mucho más linda.
Me encanta como suena.
Leí con mucha atención este nuevo relato en donde aparece de nuevo el misterioso desierto que fue escenario de tu novela que hace ya un tiempo tengo conmigo, muy agradecida y orgullosa
hasta me he leído los enlaces que ha dejado otro comentarista, muy interesantes tambien.
Sí, Zeltia, también lo recuerdo y ahora me entero que en galego son xestas.
Me dejas contento al saber que conservas, con ese ánimo que dices, la novela.
Es un comentarista secreto que, de vez en cuando, me da algún toque merecido. :-)
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