02 octubre 2011

El Galgo Verde


-        Harto de poner perchotes estaba yo en la dehesa de Valdemapa.
-        Valdeapa, ¿no?
-        Eso he dicho. Anda que subían mal a ellos entre las esparcetas, qué caminitos les tenía preparaos. Paece que los estoy viendo.
-        ¿Estuviste mucho haciéndolo?
-        Papo, hasta que me descubrieron y me dejaron sin una percha. Aquello si que era un trabajo de bricolás, qué artesanía. Pero pa ese día ya había hecho buen alijo.
-        Y, ¿cuándo ibas a instalar el bricolás?
-        Cerrada la veda, en los días efectivos.
-        Los festivos, ¿no?
-        Papo, Sarvi, eso he dicho.
Según íbamos andando voló el bando de perdices a más de cien metros en el llano y se dejaron caer, trasponiendo suavemente, en la primera cuesta.
-        Sigue tú despacio por derecho y dame tiempo a que me baje a media ladera. No asomes la gaita hasta que no te haga señal. Cuando vuelen ladera alante es cuando hay que apretales.
Según asomé la punta de la nariz a la cuesta, vi que el Colás venía a paso firme pero no exageradamente apresurado sin quitar ojo, simultáneamente, a la ladera y a la Juani. Poco antes de llegar a mi altura me hizo señal de que me descarara en lo alto. El bando levantó entonces y voló agrupado ladera adelante sobrevolando los macizos de aliagas. El Colás disparó a la única que quiso descolgarse sesgando medio para atrás. Me hizo señal de que me adelantara y él bajó en un suspiro, le quitó de la boca la perdiz a la Juani y, al ver que en sus manos aleteaba con fuerza, le mordió la cabeza y se la colgó en un movimiento sincronizado y rápido sin dejar de avanzar, esta vez con toda la ligereza de sus piernas.
Cuando, a la hora de persecución, las perdices llegaron a su perdedero, nos juntamos y dejamos de entendernos por señas. El Colás se había colgado cuatro y yo una.
-        Hala, vamos a echar un pajandini y luego ya, al paso, miraremos la ladera de enfrente, que ahora están desperdigás y pueden saltarnos sueltas en cualquier asomada a los morretes. Ya no hay que correr y sí mirar los recovecos.
-        ¿A qué viene eso de morderles la cabeza?
-        Papo, pa no entretenerme ni dejar de mirar adonde tengo que mirar. Qué quieres que las desnuque como los señoritos, contra los caños de la escopeta, y me entretenga en contemplarlas. ¿Te se han vuelto por arriba?
-        Sólo la que he matado.
-        ¿Has visto como por arriba tienes que ir adelantao y controlando?
-        Sí, pero alguna vez tendrás que dejarme coger la mano baja.
-        Cuando vayas afinando y hagas méritos, porque tiros, has tirao.
-        Sí, pero largas, quitando ésta que se ha querido volver.
-        Ya estamos con que largas. Siempre igual. Pa eso llevas esos cartuchos tan cojonudos, ¿no? ¿O los llevas pa hacer tracas?
-        ¿Qué tiras tú, Colás?
-        Lo mejor que hay en el mundo, lo que llevo siempre: el Galgo Verde.
-        Pues dicen que es malo.
-        El que lo haya dicho no tiene ni puta idea. Algún indocumentao.
-        Pues hay algunos que con eso no se quedan con una perdiz ni a quince metros.
-        No lo creo. Como no sea alguna partida defectuosa. El Galgo Verde es un cartucho suave y potente. Menudos pildorazos mete y sin levantarte casi la escopeta. Esto es mano de santo.
-        No sé, no sé. En las armerías ni los venden, ni quieren saber de ellos.
-        Pues vete a la sociedad, que allí tienes los que quieras y a mitad de precio que esos petados que tú tiras y que encima son extranjeros. A mí que no me saquen del Galgo Verde, hombre, ¡menudo cartucho! ¡Una divinidá de los explosivos españoles!
-        ¿Has matado caza con ellos verdaderamente lejos?
-        Caza y lo que no es caza. El otro día, sin ir más lejos, al caer de la tarde me fui un rato a la espera los conejos en la cuesta grande de Lupiana. Llevaba ya más de una hora amonao, sin mover un pelo, debajo una carrasca. Igual que una piedra estaba. Oye, ni un puto conejo, ni un movimiento. Pero, ¿qué les pasará a estos animalitos con lo querencioso que es el caer de la tarde? Y asín, yo aguantando ya con el sol en la cara, hasta que la guipé por bajo mío. Debió moverse una mínima milésima. Madre qué bicha tenía arroscá en lo alto una piedra a cuarenta metros. Era más gorda que mi brazo. Sí. Y vieja que tenía que ser, que yo creo que hasta pelo tenía al final de algunas escamas. Anda que no se tenía que haber tragao gazapos aquella pájara y huevos de perdiz y hasta pollos, que creo que los hinotizan con la mirada, les distraen con el guiz y los atontolinan con el chiflo fino y constante que les sueltan. Y allí estaba arroscá al sol la muy indina, seguro que digiriendo alguno que se habría traginao dentro las bocas.
-        ¿Y te dejó acercarte?
-        ¡Papo acercame! Moví los cañones más despacio que el sol se mueve a medio día. Tú qué sabes hasta que la enfilé. Que no quería que el menor destello la hiciera percatarse y se esfumara, que las bichas en un suspiro, en un pestañear, se meten en la tierra y búscatelas. Las bichas son como apariciones que las ves y, cuando ya no las ves, te quedas pensando si era verdad que las habías visto, ¡qué alimañas más resabiás y más ladinas!
-        ¿Y la heriste?
-        ¿Herirla? ¡Papo, Sarvi! Saltaron los cachos de carne a dos metros de altura, ¡dices tú del Galgo Verde!

4 comentarios:

Isidro dijo...

Sin comentarios Sarvi. Y, si el Colás lo pudiera leer, su emoción sería inmensa.

Un saludo

Soros dijo...

El Colás, amigo Isidro, no es muy amante de la literatura. Sin embargo, estoy seguro de que sabe que en toda mi vida le echaré en olvido.
Saludos.

Insumisa dijo...

A mi me siguen encantando las andanzas del Colás. El modo en que vas hilvanando su forma de hablar y tejiendo en mi imaginación la figura entrañable de tu amigo. Me cae simpático, aunque sea (o haya sido) algo salvajón con la maestra aquella.

Soros dijo...

Para mí, el Colás, es el personaje entrañable que me inició en la caza. De hecho, aunque él no lo sabe, me sigue acompañando muchos días.
Pero, el Colás, es para conocerle. En sus tiempos tenía mucho peligro.
Aún vive y, de vez en cuando, le veo. Y, entonces, se agolpan los recuerdos.