28 octubre 2011

Rocatiesa (Cuento para la noche de las Ánimas)

-        Tío Golgodos, mi padre dice que no existe la Patasma –dijo el Javi.
-        Tu padre no la ha visto y por eso se cree que no existe.
-        Pues dice mi padre que usted se inventa todo y que lo único que quiere es hacerse el importante y, además, asustarnos –dijo la Laurita.
-        Pues, entonces, haz tú como tu padre y no te creas nada de lo que digo.
-        Pero es que, a mí, me gustan los cuentos que nos cuenta –dijo el Isma.
-        Las cosas que os cuento no son cuentos.
-        Pues entonces son mentiras, como dice mi padre –dijo la Laurita.
-        No son cuentos ni mentiras, son historias.
-        ¿Y las historias son verdad o son mentira? –dijo la Vane.
-        Eso nunca se sabe. Las historias entran en nuestras cabezas por la voz de otros y algunas veces, con el paso del tiempo, descubres que son ciertas. Sin embargo, los que no se las creen, se cierran a sí mismos la posibilidad de saberlo y, aunque pase mucho tiempo, nunca descubrirán lo que había debajo de la historia.
-        ¿Y cuando vio usted a la Patasma? –preguntó el Isma.
El tío Golgodos no contestó. Se quedó callado y, sus ojos, parecía que miraban para dentro en lugar de mirar, como los de todos, para fuera.
-        Tío Golgodos, que no se duerma.
-        No me duermo. Es que estoy buscando en un saco muy grande y muy oscuro que tengo en mi cabeza. Es un saco en el que tengo cosas que no pesan nada pero que abultan mucho. Todos los viejos tenemos un saco como ése: es el saco de los recuerdos. En ese saco hay, sobre todo, una cosa: miedo a lo desconocido, miedo a lo que no entendemos. Muchas veces, muchachos, negamos la existencia de lo que no comprendemos, como si, de ese modo, pudiéramos defendernos de ello. Pero negar las cosas no conduce a nada. Se quedan ahí, con vida propia, aunque nosotros nos queramos verlas.
-        Pues mi padre dice que eso son supersticiones –dijo el Javi.
-        Y el mío que es usted un trolero- dijo el Isma.
-        Y el mío que usted no está bien de la cabeza –dijo la Vane.
-        Y el mío dice que no le riega bien la sangre –dijo la Laurita.
El tío Golgodos sacó un cigarro. Lo encendió con un ascua de la lumbre y echando el humo de la primera calada por la nariz, dijo:
Cuando yo era pequeño, así como vosotros, había un hombre en mi pueblo del que nadie sabía la edad. No era viejo ni joven. No era guapo ni feo. No era alto ni bajo. No era gordo ni flaco. No era malo ni bueno. Era un hombre que pasaba desapercibido pero al que todos conocíamos y, sin embargo, nadie sabía nada de él.
Un día la tía Sabina, que era una vieja alta y con las manos grandes y huesudas como sarmientos, le dijo al tío Damián que si se había fijado en aquel hombre y en que, desde que le conocían, no parecía haber envejecido. El tío Damián, entonces, cayó en la cuenta de que, lo que decía la tía Sabina, era verdad. Y, como no recordaban siquiera como se llamaba, le apodaron Rocatiesa.
-        ¿Y eso por qué? –dijo la Vane.
-        Porque caminaba muy derecho y nunca cambiaba.
El tío Golgodos chupó de nuevo su cigarro y, como se le había apagado, volvió a encenderlo con una chusta de la lumbre. Después de volver a echar el humo por la nariz, tosió un poco y, luego, dijo:
Cuando llegó a los oídos de Rocatiesa que le habían puesto un mote, del mismo modo que había aparecido entre la gente de mi pueblo, sin que nadie recordara cuando, un día desapareció. Y, como no tenía amigos, ni hablaba con nadie, ni nadie le había conocido por su nombre, unos dijeron que Rocatiesa se había ido a la ciudad; otros, que Rocatiesa se habría perdido en el monte y se habría muerto de hambre y de frío; otros, que se habría ido a otro pueblo; otros, que tal vez se le habrían comido los lobos; otros, que…
-        Pues mi padre dice que los que desaparecen es porque han hecho algo malo –dijo la Laurita.
-        O porque han robado –dijo el Isma.
-        O porque no quieren pagar lo que deben –dijo la Vane.
-        O porque les echan del piso –dijo el Javi.
-        Pues, el caso –dijo el tío Golgodos, sonándose con un pañuelo la moquita- es que nadie pudo decir que Rocatiesa hubiera hecho nada malo: ni había robado, ni a nadie le debía dinero y, por otro lado, ninguno del pueblo, cuando se pusieron a pensarlo, sabía en qué casa vivía.
-        Pues sería un inmigrante y se habría vuelto a su país, harto de vivir por ahí, en cualquier sitio –dijo el Isma.
-        Te equivocas porque, entonces, no había inmigrantes –dijo muy serio el tío Golgodos- éramos nosotros, los españoles, los que íbamos a otros países a ganarnos la vida.
-        ¿Cómo los negros y los chinos y los americanos y los rumanos y los árabes que vienen aquí ahora? –dijo la Laurita.
-        Sí, como ellos y como otros más. Exactamente igual.
Aquellos chicos no sabían que también los españoles habían sido emigrantes y miraron al tío Golgodos con desconfianza.
-        Yo no me lo creo –dijo el Javi
-        Pues pregúntale a tu padre si es verdad. Seguro que a él le creerás –y el tío Golgodos, viendo que se le había acabado el cigarro, tiró la colilla a la lumbre.
Los chicos le miraban y, entonces, él volvió a callarse y a mirar para adentro. Después de un poco se salió de su ser y dijo:
El caso es que, al poco tiempo, todo el mundo se olvidó de Rocatiesa. Pasaron años y más años, murió la tía Sabina y también el tío Damián y mucha más gente, y yo me hice joven y luego maduro y luego viejo y después tan viejo como ahora. Pero también nacieron otros, como vosotros, y así, sin que los que vivían lo notaran, el mundo seguía funcionando como siempre lo ha hecho.
Un día que iba yo a mi huerto me encontré con un hombre que me resultó familiar. Le dije hola y él sólo me miró. Yo seguí andando y traté de recordar quien era. Porque aquella cara me resultaba familiar. Pero, nada. Que no caía. Me parecía haber visto alguna vez aquellas facciones pero me era imposible recordar cuando. El caso es que él también me había mirado con curiosidad, aunque no respondiera a mi saludo más que con un gesto impreciso.
Al cabo de los días, lo volví a ver por el pueblo. Aquel hombre no llamaba la atención y nadie se extrañaba de verlo por allí.
Aquella tarde, cuando estaba en el bar, el hombre se sentó junto a mí. Y yo le dije:
-        Me parece recordarle, pero no sé de qué.
El hombre me miró y me dijo con una voz fría, atemporal, casi metálica:
-        Sin embargo, yo te conozco a ti desde que eras pequeño.
-        ¿Cómo desde que era pequeño, si es usted más joven que yo?
-        No, te equivocas. Soy tan viejo como el aire, como el agua, como las rocas.
Entonces me di cuenta de quien era el extraño. De repente vino a mi cabeza la imagen de mi infancia. No podía creerlo. Aquel hombre era Rocatiesa, el mismo que conocí en mi niñez. Mi cabeza se turbó en un remolino de recuerdos, en un flujo de años, de gentes que había conocido, de caras y de palabras. Sin embargo, cuando volví la cabeza para preguntarle aterrado a qué venía y quién era, no encontré más que el sitio. Rocatiesa había desaparecido.
Con ansia pregunté a la gente por él, pero nadie parecía haberle observado, ni haber reparado en su existencia. Y, sin embargo, yo estaba seguro de que era Rocatiesa, el mismo que conocí cuando era un niño, un niño así como vosotros. Y ese fue el día en que vi a la Patasma y, desde entonces, estoy seguro que habita entre nosotros y que no sólo hay una, sino muchas, y que sólo los viejos más viejos sabemos de su existencia, y que están no sólo aquí, sino en muchos lugares.
Estoy seguro de que son ellos los vinculeiros entre la vida y la muerte, los que acompañan a los que mueren a su destino y, al ver a Rocatiesa, presentí que venía a por mí, porque soy ya muy viejo. Sin embargo, la noche en que Rocatiesa desapareció fue la del día en que Oscar se cayó con la moto y nada pudieron hacer por él en las urgencias.

2 comentarios:

Isidro dijo...

Me gustan mucho estas historias Soros.
Me recuerda un poco a tu novela ABAM.

Un saludo

Soros dijo...

Me alegro, Isidro.
Los años que me acuerdo, por estas fechas, me apetece contar un cuento.
Sigo con las Ánimas. Lo del halloween me suena a cosa extraña.