24 junio 2009

Leyenda de la Matahombres


Era la primera vez que Lázaro escuchaba hablar a un empleado del hotel de aquel modo tan reservado, como si en secreto lo hiciera. Fue en una de las tertulias que tras el ocaso y hasta bien entrada la noche solían celebrarse espontáneamente en el patio trasero del hotel. Los cansados camareros, caras ajadas de ojeras y cuerpos duros de piernas por el incesante ir y venir cotidiano, los sudorosos cocineros, anatomías atufadas por los calores de los hornos y los fuegos y apestando a esa mezcla de olores que los fritos meten en la piel y en la ropa, y hasta el mequetrefe del botones prestaban atención embelesados.
No había mujeres presentes. Se conoce que habían esperado a que éstas se recogieran o, con su actitud arisca y despectiva, las habían prácticamente echado como solían conseguir a poquito que lo intentaran.
El que hablaba era uno de los camareros más viejos, un veterano de la hostelería perito en gente, conocedor de engaños y falsedades y ducho en cualquier ocultación de las frecuentes que en los hoteles solían darse y que, a los viejos como él, nunca pasaban desapercibidas por mucho que se disimularan o se pretendieran inexistentes.
Lázaro, sentado en la penumbra que le procuraba la noche, iluminada por sólo un par de bombillas de poco voltaje, y que más se acentuaba por estar bajo una vieja higuera que le ocultaba de la débil luz, no perdía detalle de lo que el camarero maduro iba diciendo paciente, lentamente, como desgranándolo con pereza de sus recuerdos lejanos y, tal vez, nostálgicos.
… De aquella, de la que yo os hablo y ahora recuerdo, puedo deciros que no era alta pero tampoco menuda. Todo en ella era amablemente curvo. Su mismo cabello ondulaba suave como un remate dulcísimo a una cara ovalada, sin aristas, de contornos como difuminados, de labios perfectos, amplios, regulares, hechos aún más acogedores por un rosa intenso de pintura de labios… y todo en ella era suavemente dulce, casi empalagoso, sobreentendido de belleza, con cadencia sorda en los andares, como una armonía musical perfecta…
Nunca hubiese supuesto Lázaro que aquel camarero maduro supiese hablar así. Esto hizo que atendiese aún más a su interesante descripción.
…Hasta sus tenues imperfecciones eran atrayentes. Un defecto casi imperceptible en las palas, que ella disimulaba siempre al sonreír, le daba un aire real a aquel rostro tan inasequible, de esfinge, y solamente la finísima disparidad, imperceptible para cualquiera, en el mirar de sus ojos negros, la convertía en única. Pero, sin embargo, era en ellos donde tenía el veneno, en la mirada que salía por esas ascuas oscuras se escapaba toda la intensidad sensual que no sabía reprimir ni modo había de hacerlo, que se revolvía por brotar por algún lado desde el interior sofocante de aquella mujer de sensualidad tan animal. Mirarle los ojos desde cerca era aún más excitante, si cabe, que hubiera sido acariciar su vulva o sus hermosos pechos.
- ¿Qué es la vulva? –dijo un pinche de cocina.
- El coño, gilipollas –dijo a coro el grupo de devotos oyentes, molestos por la interrupción del muchacho.
…Porque, como os decía, era de tal potencia la sexualidad que su mirada trasmitía que aseguraban, quienes llegaron a gozarla, que a través de ella le brotaba el penetrante olor a sexo, que sólo las mujeres ardientes, orgullosas, inteligentes y dominadoras exhalan por ahí, y podía también leerse en sus pupilas el brutal deseo de atraer y entregarse, al mismo tiempo, al ser elegido en cada momento, más allá de cualquier limitación o, mejor aún, dispuesta a probar todo, lo nuevo y lo viejo y lo distinto y lo inesperado, en su ansia irreflexiva de gozar y ser gozada. Era de un erotismo tan salvaje, tan ilimitado, que, quien cayera en él, podría no volver a salir jamás, absorbido por un remolino tan potente que le impelería a morir dando placer a aquella suma sacerdotisa de la pasión que ardiendo, como la zarza de la biblia, no se quemaba pero devoraba la razón y el pensamiento de todos sus amantes que, en ella, se consumían como teas de resina…
Lázaro estaba admirado por la extraña locuacidad iluminada del veterano camarero.
…Decían que ya había matado a varios pero, quienes sentían en su pupila la mirada de su deseo, no eran capaces de evaluar el riesgo y, ciegos, corrían a ella sin ser dueños de sí. Contagiados, perdidos, sin posibilidad siquiera de imaginarse lo que ya eran, peleles muertos de antemano, leños anónimos en aquella pira inextinguible...
Entonces le interrumpieron. Pero las cosas que se oyeron ya no tuvieron nada que ver con el fino relato del viejo.
- Mira, un hermano mío, también se enchochó con una tía. Era una golfa de campeonato pero, ¿qué tendría la cabrona?, que aún a sabiendas de que se iba con quien le daba la gana, no podía ni quería de ningún modo dejarla el majagranzas de mi hermano. Y, para que lo viera, un día me fui con ella en sus narices, pero ni por esas. Se negaba a dejar de frecuentarla y quería, además, casarse con ella, el muy lila. Para él no existía el desengaño. No.
- Pues yo recuerdo que en mi pueblo…
Pero ya el viejo no prosiguió el relato, ni los otros, empeñados en contar sus anécdotas adocenadas, se lo pidieron. Apuró su cerveza escuchando los comentarios chabacanos que, a costa de su descripción inacabada, se habían levantado atropelladamente y, al rato, se marchó sin decir nada y, por el gesto, casi arrepentido de haber rescatado aquellas memorias del lecho viejo del recuerdo acolchado por los años.
Lázaro se quedó perplejo y casi al momento trasladó las frases sabiamente hilvanadas del experimentado viejo a la visión de la mujer del señor Maurici, de aquella inefable Lola que le parecía el colmo de lo visto. Lo más exacerbado de la atracción animal en cualquier mujer conocida. Ni la imagen de Lola ni la narración del camarero dejaron su mente en toda la noche. La pasó en blanco. Su juventud le hacía una victima propiciatoria a ser inmolada sin solución ni voluntad en semejante altar. Inerme.
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2 comentarios:

Insumisa dijo...

No lo se de cierto. Pero supongo que Aspasia de Mileto y otras célebres hetairas de la historia, tenían ese poder.
Precisamente iba a comentar sobre el lenguaje poético que usaba el viejo camarero. Pero aclaraste el punto antes de terminar el post.

Te sigo leyendo casi a diario, pero no siempre comento. Ando atareada con papeleo de pagos y esas enojosas cosas.

Soros dijo...

Seguro que en la Biblia o en los clásicos griegos se describen mujeres parecidas, pero Lázaro creyó descubrir una de visita en su hotel...
Qué pase pronto el tiempo de los papeleos, siempre tan tedioso.