Pueden contarse muchas historias del camino. Unas son ciertas, otras no, otras a medias... y otras son a gusto del consumidor, que al fin y al cabo tanto da. ¿Quién deslinda verdad y mentira? ¿Quién separa los olores del monte? Las mentiras son cosas que no fueron pero que pudieron ser y las verdades son cosas que fueron pero que pudieron no haber sido. Por tanto la diferencia, bien mirada, no es tanta.
Leonor Utiel Zurita hizo el camino en un mes de Julio. Lo hizo sola. Leonor, persona de tranquilo caminar, a fuerza de no tener prisa, terminaba llegando a todas partes. En algunos lugares Leonor se detenía y charlaba con quien le daba conversación o se callaba, según los casos. Lo segundo lo hacía mayormente cuando le miraban con desconfianza. Hay miradas peores que un tortazo, a fuer de impertinentes. Hay gente que tiene el derecho de pernada en la mirada y no se da cuenta que mirar con ese descaro es menos educado que pederse en público, por censurable que esto sea. Pero la gente que mira así ya no se corrige, tienen ese mirar del mismo modo que el que tiene los ojos azules o como el que es calvo o como el que nace barrigón que dicen en los pueblos que que ni los fajen de pequeños.
Bueno pues a Leonor le miraban. A Leonor entonces se le ponía cara de mala leche. Adela y Juan casi no habían reparado en ella. La habían visto en algunos parajes y en algunos pueblos. Educada siempre: ¡Buen camino! ¡Buen camino!.
Estando en un pueblo castellano, Adela, dando un codazo al distraído de Juan, le dijo:
- Mira, es Leonor.
- ¿Dónde?, dijo Juan mirando a todas partes.
- Delante de nosotros, y no hables tan alto.
Eran casi las 10 de la noche, ya habían cenado y se iban a marchar a dormir a su refugio. Juan seguía mirando, pero no localizaba a Leonor. Adela notando su torpeza dijo:
- La que está con ese tío con pinta de camionero de ruta, la de la minifalda.
- ¡Qué va!, dijo Juan.
- ¿Estás tonto?, replicó Adela, acostumbrada a ver cuando mira.
- Pero si esa tía tiene una pinta de "pilingui" que no puede con ella, dijo él con su discreción habitual.
- ¡Pues es ella!, sentenció Adela.
Poco a poco Juan fue reconstruyendo la cara de la peregrina Leonor. Primero le quitó el moño, después la pintura de los ojos, el maquillaje, el carmín, la minifalda (es un decir)... después le puso un chandal, el macuto a la espalda, un sombrero, el bordón... y ¡zas!, era verdad, pero si era Leonor.
No se sabe si Leonor notó o no la presencia de la pareja. A lo largo del camino continuaron frecuentándola (en el sentido más casto) como a los demás peregrinos de su hornada. Leonor era simpática y campechana. Algún peregrino solitario fue su compañero durante alguna etapa. Por la noche Leonor, mientras los peregrinos dormían extenuados, ella se financiaba el camino. ¡Señor, qué naturalezas! Eso es lo que se llama preparación o fitness como le dicen ahora los refinados del pilates y el spa.
- Leonor, ¿quieres tomar una copa con nosotros?, le dijo la pareja una noche en un pueblo de la montaña leonesa.
- Venga, dijo ella.
- ¿Qué te apetece?
- Jerez.
- ¿Fino La Ina, Fino Quinta...?
Leonor miró a Juan a los ojos y con la socarronería de quien, tras tantas jornadas del camino, se sabía descubierta pero no rechazada dijo:
- No, mejor Tío Pepe. A mí es que me van mucho los Pepes, no sé si lo habéis notado.
Leonor, gran profesional y peregrina, que, a diferencia de las amateurs que pueden encontrase, hizo el camino discretamente, sin dar el cante ni montar espectáculos, casi en silencio, despacio, de puntillas y trabajando a sus horas. El camino, se ha dicho más de una vez, es de todos. ¿O no?
Leonor Utiel Zurita hizo el camino en un mes de Julio. Lo hizo sola. Leonor, persona de tranquilo caminar, a fuerza de no tener prisa, terminaba llegando a todas partes. En algunos lugares Leonor se detenía y charlaba con quien le daba conversación o se callaba, según los casos. Lo segundo lo hacía mayormente cuando le miraban con desconfianza. Hay miradas peores que un tortazo, a fuer de impertinentes. Hay gente que tiene el derecho de pernada en la mirada y no se da cuenta que mirar con ese descaro es menos educado que pederse en público, por censurable que esto sea. Pero la gente que mira así ya no se corrige, tienen ese mirar del mismo modo que el que tiene los ojos azules o como el que es calvo o como el que nace barrigón que dicen en los pueblos que que ni los fajen de pequeños.
Bueno pues a Leonor le miraban. A Leonor entonces se le ponía cara de mala leche. Adela y Juan casi no habían reparado en ella. La habían visto en algunos parajes y en algunos pueblos. Educada siempre: ¡Buen camino! ¡Buen camino!.
Estando en un pueblo castellano, Adela, dando un codazo al distraído de Juan, le dijo:
- Mira, es Leonor.
- ¿Dónde?, dijo Juan mirando a todas partes.
- Delante de nosotros, y no hables tan alto.
Eran casi las 10 de la noche, ya habían cenado y se iban a marchar a dormir a su refugio. Juan seguía mirando, pero no localizaba a Leonor. Adela notando su torpeza dijo:
- La que está con ese tío con pinta de camionero de ruta, la de la minifalda.
- ¡Qué va!, dijo Juan.
- ¿Estás tonto?, replicó Adela, acostumbrada a ver cuando mira.
- Pero si esa tía tiene una pinta de "pilingui" que no puede con ella, dijo él con su discreción habitual.
- ¡Pues es ella!, sentenció Adela.
Poco a poco Juan fue reconstruyendo la cara de la peregrina Leonor. Primero le quitó el moño, después la pintura de los ojos, el maquillaje, el carmín, la minifalda (es un decir)... después le puso un chandal, el macuto a la espalda, un sombrero, el bordón... y ¡zas!, era verdad, pero si era Leonor.
No se sabe si Leonor notó o no la presencia de la pareja. A lo largo del camino continuaron frecuentándola (en el sentido más casto) como a los demás peregrinos de su hornada. Leonor era simpática y campechana. Algún peregrino solitario fue su compañero durante alguna etapa. Por la noche Leonor, mientras los peregrinos dormían extenuados, ella se financiaba el camino. ¡Señor, qué naturalezas! Eso es lo que se llama preparación o fitness como le dicen ahora los refinados del pilates y el spa.
- Leonor, ¿quieres tomar una copa con nosotros?, le dijo la pareja una noche en un pueblo de la montaña leonesa.
- Venga, dijo ella.
- ¿Qué te apetece?
- Jerez.
- ¿Fino La Ina, Fino Quinta...?
Leonor miró a Juan a los ojos y con la socarronería de quien, tras tantas jornadas del camino, se sabía descubierta pero no rechazada dijo:
- No, mejor Tío Pepe. A mí es que me van mucho los Pepes, no sé si lo habéis notado.
Leonor, gran profesional y peregrina, que, a diferencia de las amateurs que pueden encontrase, hizo el camino discretamente, sin dar el cante ni montar espectáculos, casi en silencio, despacio, de puntillas y trabajando a sus horas. El camino, se ha dicho más de una vez, es de todos. ¿O no?
1 comentario:
Wow, no quiero sonar repetitiva pero me ha gustado mucho esta historia!!!. Como siempre tiene frases que parecen resaltar por encima de las demás (como si brillaran con luz propia): "Las mentiras son cosas que no fueron pero que pudieron ser y las verdades son cosas que fueron pero que pudieron no haber sido"... A nuestro alrededor hay tantos universos diferentes, tantas vidas, tantos puntos de vista, y a su vez tantas diferencias... La mayoría de ellas las hacemos nosotros mismos al olvidar que todos somos solo seres humanos.
Cálidos y cariñosos saludos.
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