03 julio 2007

El herrador.


El herrador era un hombre enamorado del paisaje. Un silencioso. Era un contemplador nato que, sin embargo, no tenía conversación para esas cosas. Lo guardaba todo para sí. Ni hablaba ni saludaba de más y sus penas vertían siempre hacia dentro.
- Me senté en una piedra frente a la encrucijada, a recrearme. Encendí un cigarro y me acordé de los caminos y pensé en mis viejas idas y venidas por ellos. ¡Pero, hostias, si hace cuatro días!, me dije. Mi vida fue tan intensa y feliz como el minuto corto o largo que me duró el cigarro. Sí. Estaba recreándome. Esa era la palabra. (Yo no sabía escribir ni decir estas cosas, pero alguien bajo la boina me las dictaba con mucho cariño, me las decía al oído, y no se equivocaba quien lo hacía. En efecto, estaba recreándome.)
Nació en un tiempo en que los hombres desconocían la tierra que les rodeaba más allá de donde les llegaba la vista. Él fue de los pocos que fue más allá. Toda su vida fue viaje, nunca quieto. No paró nunca quieto, no. Y tuvo amigos, pues para vivir así se necesitan, y son gente que en parte le quiere a uno, en parte le compadece y, sobre todo, le envidia, pues son pocos los que, con nada, se atreven a viajar tanto.
Vivió, toda su vida, en la misma villa que le vio nacer. Toda su vida no, las mentiras no valen, pues no murió en ella, que el destino le tenía reservada la mortaja en un lugar extraño y frío al que siempre que había ido lo fue para sufrir…
Tenía grabadas en su memoria las viejas intersecciones de los vetustos caminos castellanos que llevaban, desde su villa y por derecho, a Sigüenza, a Medinaceli, a Berlanga, a Almazán, y a las más cercanas Hiendelaencina, Prádena, Madrigal, Cinco Villas, Tordelrábano, Alcolea de las Peñas, Paredes, Cardeñosa, Riofrío, Somolinos, Campisábalos, Villacadima, Albendiego, Condemios de Arriba y de Abajo, Galve de Sorbe, La Miñosa, Naharros, Robledo de Corpes… Palabras bonitas, o mejor, hermosas, de villas viejas que antes estaban pobladas y que ahora lo mejor que tienen es el sonido bellísimo de sus nombres, que no es poco. Vano legado que hoy ya no le sirve a nadie. Sin embargo, todos estos nombres eran para él los cinco continentes, los cuatro puntos cardinales, el sol y la luna y las estrellas, su geografía universal de arriero viejo y experto, imbatible en el oficio humano del regateo, del gesto, de la media mentira o de la verdad entera. Iguales ambas porque nadie fiaba de la una ni de la otra. De hecho, posiblemente el último arriero, herrador y tratante de su villa. Se fue callado, como vivió, por la inesperada variante del camino que eligió su último destino. Adiós, amigo. Al fin quieto.

2 comentarios:

Alejandra dijo...

No se de donde sacas todas estas historias que me resultan exquisitas de leer... me gusta imaginar que tu mente es una gran biblioteca, donde hay muuuuchos libros y el mundo real se funde con el de la imaginación, y de cuando en cuando tomas uno de los libros, desprendes una página y la plasmas aquí para compartirla con nosotros... Son pequeños tesoros, o al menos esta humilde lectora lo ve así.

Que bueno ver que sigues compartiendo tus historias con los que estamos aquí para leerlas. Espero que la tristeza se haya alejado un poco, o al menos lo suficiente...

Muchos cariños amigo.

Ermengardo II dijo...

Es una pasada este blog, tio. Te voy a poner en la lista de favoritos y cuando venga de vacaciones me lo voy a leer entero. Ahi te dejo el mio por si tienes un rato.
Salud:
http://berlanga.blogia.com/