18 julio 2007

Inmigrantes


“Ante el hambre de las gentes, no se pueden poner puertas al campo. A nadie se le puede prohibir migrar a otro país para evitar el hambre, mi deseo sería que ninguna persona tuviera que emigrar de su país para no morir de hambre…”. Son estas las fatuas palabras que estamos acostumbrados a oír de nuestros inteligentes políticos ante una realidad que no saben afrontar. El hambre existe. Pero no son los hambrientos los que llegan. Esos, desgraciadamente, mueren sin posibilidad de llegar a ninguna parte.
Sin embargo, yo creo que los inmigrantes que llegan aquí no vienen porque en sus países se mueran de hambre, no vienen porque allá no tengan qué comer. Vienen en pos de la nueva religión, de una religión desconocida antes para ellos, de una religión que la televisión universal y el mundo actual, tan ansiosa y obsesivamente globalizado por occidente, esparce. Vienen guiados por la nueva religión del consumismo. Por un simple: Yo quiero ser igual que vosotros, vivir igual que vosotros, tener lo que vosotros tenéis. Si es cierta vuestra democracia y todos somos iguales, ya no me podéis privar del pastel por ser mujer, por ser negro, por ser musulmán, por ser asiático, por ser hindú, por ser pobre, por ser homosexual, por ser inculto, por ser… distinto. Veremos hasta donde aguanta vuestro privilegiado mundo. Ese mundo que os habéis inventado desde vuestra pretendida supremacía. Ese mundo que, por ciegos que queráis ser, está funcionando con una opulencia que de alguna parte ha de venir y que está por ver si puede servirnos a todos sin reventar y llevarnos por delante. Los inmigrantes queremos vivir como vosotros, somos conversos de la nueva religión, de vuestra religión. El hambre hace años que aprendimos a matarla. Ahora queremos probar la veracidad de vuestros principios. Ver si vuestro sagrado sistema funciona.

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