21 febrero 2016

Tutelado

Hacía mucho que no veía al Colás. Temía que, como sucede a veces con los viejos amigos, se hubiera ido sin ruido.
Esta mañana, como otras, fui a desayunar temprano a la churrería más alejada de mi casa. La caminata tiene un doble aliciente: el paseo en sí y un café con churros entre ida y vuelta.
Ha querido el azar que en la cafetería topara con Isabel, la hija mayor de mi amigo. Tras los saludos vino el inevitable:
-¿Qué es de tu padre?
-Pues está bien, pero en una casa tutelada del pueblo.
-¡Qué suerte tiene! Al menos está en su pueblo.
-No creas que no nos costó convencerle, pero llegó un momento que no podía seguir solo en su piso.
Tras despedirme de Isabel, volví a casa con la intención de visitarle. Y, como casi todo lo que se pospone termina por no hacerse, cogí el coche y me subí al pueblo. Está cerca, fueron apenas diez minutos.
Al cabo de un rato de deambular por la villa, y tras preguntar a un par de viandantes, localicé la casa tutelada. Es un bonito chalet, muy aseado, junto a un moderno polideportivo.
-¿Está el Colás por aquí?
-¡Huy ése!, en cuanto desayuna desaparece, lo tendrá usted por el pueblo –me contestó una señora que limpiaba.
-O sea, que sigue tan zascandil.
-Usted lo ha dicho.

Dejo la parte nueva y, llegando a la ermita de San Roque, bajo por la calle del mismo nombre hacia la Plaza Mayor. Me imagino que andará cerca del Poli o en el otro bar, La Esquina. No me equivoco. Nada más llegar a la plaza le localizo. Está sentado al sol apacible del invierno, en un banco, bajo los soportales, a unos metros a la izquierda del Poli.
Le encuentro algo más gordo, algo más ausente y ensimismado. A cuatro o cinco metros le digo:
-¡Colás, que la veo, que la veo!
Gira de inmediato la cabeza, me escudriña con los ojillos turbios, se sonríe y, enseguida, viene el saludo espontáneo de siempre:
-¡Papo, Sarvi!
-¡Anda galán que no es difícil ni na dar contigo!
-Pues, ¿quién te ha dicho que estaba aquí?
Le hablo de mi encuentro con su hija y del tiempo que llevaba sin saber de él.
-Ya pensabas que las había diñao, ¿eh?
-Tanto como eso no, pero no sabía nada de ti desde hace mucho.
-¿Qué tal tu mujer?
-Va tirandillo.
-Pues, cuídala, que, cuando se nos va la mujer, nos quedamos sin na. Mira yo, desde que me se fue la andaluza. Sí –y los ojos se le enturbian un poco más al decirlo.
-Bueno, hombre, pero aquí estás bien.
-Sí, pero de los 950 Ebros que cobro se quedan con el setenta y cinco por ciento. Y, antes de venirme, no te creas, que aun tuve problidad  de juntarme con una. Pero no me decidí. Hay que saber mu bien lo que uno mete en casa. Sí.
-Estás mejor así, Colás.
-Sí, puede. Pero, ahora, jódete. Soñando con los angelitos.
Antes de que profundice en su vida sexual, le cambio de tema:
-Aún voy de caza, Colás.
Él me mira y dice:
-Vamos a echar un pajandini -y me ofrece un cigarrillo negro emboquillado de papel oscuro que simula ser un purito.
Enseguida me dice:
-Y, ¿qué, aún les pegas o te se ha olvidao? Porque, lo que es aprender, te costó un güevo. Aunque, claro, a lo último, ya les cascabas bien.
-Pues igual que antes, solo que ahora tiro con el 20.
-¡Huy con el 20! Estás hecho un señorito, Sarvi. ¡Qué finura! ¿Y cómo andas de perro?
-Este año he enseñado a uno y parece que ha salido con buenas trazas.
Cagüen diole! ¡Cuánto me arrepiento de haber vendido la escopeta! Pero es que salía con un socio que no le daba ni a la nación. Cada vez que guipaba una encamada le dejaba que la tirara a él, que era mucho más joven que yo, pero ni por ésas. ¡Qué cosita más inútil, virgen santisma! Y es que de lejos ya no veía más que bultos pero, de cerca, cómo me las columbraba. Y como me falla un poco esta rodilla, me dije: A ver si me tropiezo y me pego un tiro. Y por eso lo dejé, no fuera a ser que tuviera un incidente y me se pusieran las cosas aún más climatélicas de lo que las tengo. Sí
En esto estamos cuando aparece un paisano, se apoya en una columna del soportal, y dice:
-A ése: dos estacazos, que es un bicho.
-No, hombre, es un buen amigo. No seré yo quien se los dé –contesto a la broma.
-Es más amigo mío y yo se los daría. ¿No te acuerdas de cuando íbamos a las ovejas? –insiste el recién llegado.
-Papo, no ha llovío na, dejé yo las ovejas a los dieciséis pa irme a lo de Pinilla, no te jode con lo que sale éste ahora. ¡Ayer fue la víspera!
-Y buena vida que te pegaste en lo de Pinilla.
-Sí, de cojones. Labrando las laderas con bueyes, que uno de ellos, a fuerza de hacerle herejías, te se arrancaba a por ti en cuanto te veía. Miá, al matadero hubo que llevarlo porque se lanzaba a por to lo vivo.
-¡Ahí os dejo! –dice el paisano por despedida.
El Colás vuelve a la caza:
-¿Has subido alguna vez por lo de Esteras?
-Sí, una. Pero ya no es lo que era. El AVE pasa por un lado del término y la autovía por el otro. Lo han vallado todo y, además, han puesto un montón de molinos de viento con caminos de acceso y, entre unas cosas y otras, la caza casi ha desparecido.
-Joder en diole, con lo bueno que era. Menudas sarracinas tengo yo hechas por allí. ¿Te acuerdas?
-Claro que me acuerdo.
-¿Y de las liebres? ¿Sigues sin verlas acamás?
-Me sigue costando. Alguna he llegado a ver, pero pocas.
-Entonces es que no veías una. ¡Qué cosita tan ciega! Con los ojos que te echaban y tú que na, con ellas en los pies y distinguiendo menos que una picha escayolá. ¡Madre mía, qué topito! ¡Sarvi, Sarvi, cuánto me has hecho de sufrir, pa Dios y pa mí lo que he pasao contigo! –y El Colás se retuerce de risa recordando mi torpeza de novato.
-¡Qué pocas se te iban! –digo haciendo honor a la verdad.
-Algunas veces me levantaba antes de que amaneciera, cuando aún no se habían encamado. Y, cuando subían de las laderas al encame en el llano, casi sin luz aún, me las trompicaba a la espera en el borde de la sierra. Y, yo creo, que aún podría hacerlo. Total, a la espera. ¿No te parece?

Paso un rato con él sin movernos del banco. Recordamos algunos otros episodios. Su afición por el cante.
-¡Ay, si a mí me hubieran educao la voz! Es que por Farina lo bordaba, ¿te acuerdas, Sarvi?
Y yo le digo que sí, que me acuerdo. Al cabo de un rato me vuelve a preguntar cosas que ya me ha preguntado. Yo le contesto haciéndome de nuevas. Le pregunto por la edad. Me dice que 87. Pero no me quedo muy seguro de que diga la verdad pues, según mis cuentas, pasa de los 90. Luego nos despedimos.
-Ahora que sé dónde estás, subiré a verte algún rato, Colás.
-Pues ya sabes dónde me tienes, Sarvi.

Mientras regreso a la ciudad no se me va de la cabeza la imagen del vejete que he dejado sentado en la solana de la plaza, imaginando que espera a las liebres al alba, que canta por Farina y al que, en lugar de soñar con angelitos, aún se le ocurren otras problidades.

2 comentarios:

Isidro dijo...

Eso es tener suerte, Soros, poder hablar con el Colás.

Soros dijo...

Pues sí, amigo Isidro. Y tú y yo, si tenemos suerte de vivir tanto, algún día seguramente nos veremos como él. Y confundiremos los deseos con los recuerdos. El Colás es un referente en mi vida de caza y, aunque no quiera, siempre le recuerdo. En el campo sigue siendo para mí una leyenda.
Saludos.