
Niños jugando en monumentos modernos bajo los que duermen vagabundos.
Perennes ojeadores callejeros de ignorados objetivos.
Okupas que grafitean las fachadas pidiendo dignidad.
Mezcla de razas.
Miradas cansadas y huidizas.
Portales cerrados de casas semidesahuciadas con escaleras donde la mugre se acumula.
En el Raval tenemos libertad de elegir y un bonito mercado para hacerlo libremente entre todas las miserias de la vida. Es lo grandioso del sistema.
- Antes este era un barrio más familiar, ahora todos son de fuera. Aunque aquí, desde siempre, ha pasado de todo.
Y Carlos, el del bar Agustín, que es originario de Teruel, da de comer a sus clientes un poco al azar. Bien guiso de lentejas, o potaje de garbanzos, o cocido, o bacalao, o lomo con alcachofas asadas, o panceta con tortilla de patatas o de verdura… Y corre el vino a granel en frascas cuadradas. Y se pasa del catalán al castellano, y a la inversa, con la misma sencillez que se trasiegan los vasos de tinto.
- ¡Beban sin miedo que tiene un grado menos que el agua!
Y habla del mismo modo que sirve y que cobra, a retazos, con verdades sueltas que describen y, a la vez, se niegan a describir el barrio. Como si a cada uno quisiera decirle algo de lo que quiere oír pero no todo, porque todo daría para muchas horas de charla y, aún así, no quedaría claro.
- El anís se lo pondré en chatos de vino, porque copas no tengo. Aunque, para beber, es bueno hasta un orinal.
- Como quieras, ¿vives aquí?
- No, yo ya no vivo aquí. Vivo más arriba de la Sagrada Familia, cerca del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau. Pero allí ya no suben los turistas y cuidado que es bonito.
Y los clientes también son campechanos y enseguida le dan recomendaciones a cualquiera.
- Amigo, lo mejor es ver el peligro venir y, luego, apartarse. Teniendo dinero, para comprar y consumir sin tasa, no hay problema.
- Hombre, en la vida, el dinero no lo es todo.
- Sí, pero al que no lo tiene, la sociedad le recluye en su barrio y le deja sobrevivir con sus desgracias y sus vergüenzas, trapicheando por calles sucias y recovecos olvidados, y también podrá elegir, ¡cómo no!, entre los distintos contenedores de basura y gastará sus contadas monedas en el badulaque de su calle. Eso, si es que elige sobrevivir en su agujero a este mundo de apariencias, lujo y diseño, o no le quedan fuerzas ni recursos para abandonarlo.
- Hombre, no será para tanto.
- Desengáñese, hoy, a la persona sólo le proporciona dignidad la facultad de comprar.
- Bueno, no le deis el coñazo a este señor, que dice que Barcelona le gusta y le ha parecido más barata de lo que esperaba.
- ¿Eso dice? Pues, para él. Vaya con Dios, joven.
Y a la salida del barrio te despiden las incansables pancartas en las balconadas:
Volem un barri digne!
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