Hay un templo románico en Zamora que se llama Santa María La Nueva. Su nombre se debe a que tuvo que ser reconstruido después de los hechos conocidos como “El Motín de la Trucha”, en el año 1158. No por ser poco conocido, merece el incidente ser olvidado, pues cosa muy difundida es que la historia es maestra de la vida, amén de ser rica en hechos entretenidos y de provecho para el buen entendedor. Así que ahí va este contencioso medieval para quien no lo conozca:
La campana de Santa María, que por entonces aún no era La Nueva y ni siquiera era Santa María sino la iglesia de San Román, se utilizaba para avisar al pueblo llano de que podían acudir a comprar al mercado, después de que ya lo hubieran hecho los nobles. Sin embargo un buen día, que degeneraría en triste jornada, al despensero del noble Álvarez de Vizcaya se le antojó una hermosa trucha cuando la hora de compra de los nobles había terminado y el hecho era evidente y conocido por haber tañido la campana. Como fuera que la trucha en cuestión había sido ya apalabrada por un zapatero, se inició una pelea a costa del litigio que acabó con el encarcelamiento de varios plebeyos. Sin embargo, los nobles, no contentos con esto, se reunieron en la iglesia de San Román para determinar qué otro castigo infringir a la insolente población por haberse atrevido a desafiarles abiertamente. Pero, parece que en esta ocasión, la nobleza calculó mal sus fuerzas y el pueblo, tan dócil y de común acostumbrado a humillar, se amotinó enfurecido y dirigidos por Benito el Peletero, que surgió de la masa como un caudillo iluminado, incendiaron la iglesia y, ya de paso, mataron a los nobles, sin dejar uno.
Posteriormente los plebeyos, junto con sus familias, huyeron a los montes de Ricobayo, próximos a Portugal, y amenazaron al Rey con pasarse a este país si tomaba represalias contra ellos. El rey Fernando II, viendo Zamora vacía y ponderando los hechos, decidió que, puesto que los nobles eran ya difícilmente recuperables, perdonaría al pueblo su airada sublevación a cambio de que reconstruyesen la iglesia, la cual, una vez cumplidos los deseos del monarca y siguiendo las leyes de la lógica pasó a llamarse Santa María La Nueva. Así acaba esta historia de una trucha que se cruzó con la soberbia.
La campana de Santa María, que por entonces aún no era La Nueva y ni siquiera era Santa María sino la iglesia de San Román, se utilizaba para avisar al pueblo llano de que podían acudir a comprar al mercado, después de que ya lo hubieran hecho los nobles. Sin embargo un buen día, que degeneraría en triste jornada, al despensero del noble Álvarez de Vizcaya se le antojó una hermosa trucha cuando la hora de compra de los nobles había terminado y el hecho era evidente y conocido por haber tañido la campana. Como fuera que la trucha en cuestión había sido ya apalabrada por un zapatero, se inició una pelea a costa del litigio que acabó con el encarcelamiento de varios plebeyos. Sin embargo, los nobles, no contentos con esto, se reunieron en la iglesia de San Román para determinar qué otro castigo infringir a la insolente población por haberse atrevido a desafiarles abiertamente. Pero, parece que en esta ocasión, la nobleza calculó mal sus fuerzas y el pueblo, tan dócil y de común acostumbrado a humillar, se amotinó enfurecido y dirigidos por Benito el Peletero, que surgió de la masa como un caudillo iluminado, incendiaron la iglesia y, ya de paso, mataron a los nobles, sin dejar uno.
Posteriormente los plebeyos, junto con sus familias, huyeron a los montes de Ricobayo, próximos a Portugal, y amenazaron al Rey con pasarse a este país si tomaba represalias contra ellos. El rey Fernando II, viendo Zamora vacía y ponderando los hechos, decidió que, puesto que los nobles eran ya difícilmente recuperables, perdonaría al pueblo su airada sublevación a cambio de que reconstruyesen la iglesia, la cual, una vez cumplidos los deseos del monarca y siguiendo las leyes de la lógica pasó a llamarse Santa María La Nueva. Así acaba esta historia de una trucha que se cruzó con la soberbia.
2 comentarios:
¿Hay alguna diferencia entre estos nobles y los socios numerarios del casino de Atienza de la historia de Don Paco el veterinario?
Noriega, el dictador panameño, que cumple condena en EEUU, poco antes de ser detenido dijo una frase que debería haberle servido como atenuante: -"Yo creo en la aristocracia del talento"
Saludos, compñero
Me entretienen tus historias. (aunque prefiero los post de "reflexiones", dices cosas que yo diría si supiera hacerlo)
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