27 septiembre 2007

Urbano, del pueblo a la ciudad.


Cuando conocí al tío Urbano me llamó la atención la pobreza que vi en su casa. La casa estaba situada en una bocacalle de las que dan al Arrabal del Agua. Era una sola habitación con un fuego en el suelo y que tenía la puerta como único punto de luz y ventilación. Un pequeño corral, con el suelo de paja y hediendo a estiércol, donde moraban un par de cochinos medio montaraces y esmirriados que sólo comían lo que les traían del campo, hacia las veces de retrete. El tío Urbano era muy parecido físicamente a su hijo Canuto Pedro. Los dos delgados, altos, nervudos y nerviosos. Duros para el trabajo, pero con el genio pronto.
Creo que la conformidad de la abuela, hermana de Urbano, con las condiciones de su vida, vino determinada por ver la existencia tan pobre de su hermano mayor, al lado del cual, ella debía sentirse muy afortunada. De la suerte de su otro hermano, Jacinto, prefiero no decir nada pues, al ser fusilado al poco de acabar la guerra civil, no debiera hablar de suerte. Ese mismo destino lo sufrió también su sobrino, Emiliano, hijo mayor de Urbano. Parece que la conformidad de la abuela derivó de la pobreza y del miedo, aunque la conformidad de los aposentados de la época derivase de lo contrario.
- Canuto, ¿cómo os trataba, de pequeños, tu padre, el tío Urbano, tenía humor?
- Entonces no existía eso.
Canuto Pedro recuerda que su padre, el tío Urbano, trabajó en una vaquería que había en la calle de la Mina y un labrador apodado Cogote, uno de la familia de los Estríngana, que vivía en esa calle, tenía un perro al que especializaron en cazar gatos:
- A los gatos, siempre machos grandes, los despellejábamos en casa, los asábamos en el horno de Toquero cuando terminaban de cocer el pan, con el horno suave, y los comíamos enfrente, en la taberna de la Goya, la de Peinado, rodeados de gatos que se comían los huesos de sus congéneres. Estaban mejor que el cabrito. ¡Ni punto de comparación! ¡Ya lo creo!
- Mi padre hizo de todo lo que pudo: vaquero, jornalero, albañil, espartero, cordelero... En "Los Corralillos", una calle sin salida en la carretera de Zaragoza junto a las monjas de abajo, y en la esquina de la calle Mendoza con la calle Arrabal del Agua estaban las dos casas de putas que había en la ciudad (dos pesetas el polvo). Para la de la esquina trabajamos una vez como albañiles mi padre, mis hermanos pequeños, Angel y Mariano, y yo. Había que agarrarse a todo.
La familia de Urbano con su mujer, Saturnina, se vinieron del pueblo a la ciudad siendo los chicos pequeños, de 10 ó 12 años el mayor. Las chicas a servir desde que tenían 12 años y los chicos a buscarse la vida en lo que saliera. Todo por ir de peor a mejor.

1 comentario:

Lima dijo...

Desgraciadamente el paso contrario, de la ciudad al pueblo, es menos frecuente. Yo me tuve que ir porque los pocos trabajos decentes que había los copaban los de siempre; sin embargo, guárdame el secreto, creo que no podría volver a vivir allí.