08 septiembre 2007

El toro de la vega.


Todos los años, por estas fechas, se alancea un toro bravo en Tordesillas, provincia de Valladolid. Primero se le saca de la villa y, una vez en campo abierto, el toro es acosado por lanceros a pie y a caballo y por una multitud de gente a los que, individualmente, se les da el nombre de torneantes.
A muchos en España lo que nos choca y espanta, a estas alturas de la historia taurina de la nación, no es la muerte hecha espectáculo, ni el sentido del arte que algunos tienen, ni el significado de la palabra fiesta para otros, ni el ecologismo de los salvadores del toro bravo, ni la invocación a tradiciones inmemoriales y colectivas unificadoras de un pueblo, ni el sentirse representante ejecutor u oficiante en nombre de la multitud de lanceros peones, lanceros a caballo y torneantes o espectadores, ni la “motivación acumulada” esgrimida por los lanceros como hipotética arma principal, ni la más prosaica lanza castellana de 2,4 metros de mástil y hoja de 30 centímetros esgrimida como arma secundaria, ni los cientos de lanceros enardecidos, ni los más de 300 jinetes entre lanceros y protectores, ni los 40.000 espectadores y oficiantes del acto, ni la denominación de torneo que se da a este hecho, ni el simbolismo del ritual, ni el retorno a supuestamente añorados tiempos pretéritos, ni la pretendida expresión de otro credo antiguo y perdido, ni la búsqueda de una dignidad arcaica y diferente, ni la afirmación de la virilidad por la asunción voluntaria de un peligro innecesario, ni el silencio de tantos ante esto, ni la indiferencia de otros, ni el mirar a otro lado de los políticos, ni la fingida ignorancia de las instituciones civiles y religiosas, ni el silencio de los medios de comunicación… Lo que choca, espanta y sobrecoge es el hecho de que esto lo hacen seres humanos y recae la responsabilidad sobre ellos y, de paso, sobre todos nosotros. ¿Por qué hacemos estas cosas?

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